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Carreras de
perros |
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Yo creo que los perros se inventaron para que los curdelas, al volver de madrugada, tengan con quien desahogar su dolor de fracaso, su angustia de sueños irrealizados, en una confidencia espontánea y tierna. Eso creo. Y por ello, se me hace un poco cuesta arriba, tomar en serio el nuevo deporte, para nosotros, que es la carrera de galgos. Está probado que los perros no corren, como el caballo, por espíritu de competencia, sabiendo que rivalizan con un semejante. Corren porque les sueltan delante una liebre mecánica que se proponen alcanzar. Y entonces viene la duda. ¿Cómo es qué el perro, siendo tan inteligente no advierte que ese animalito que persigue es de mentira? ¿Y cómo es, también, que ya no está convencido de que nunca podrá alcanzarlo? Confieso que esperaba una de estas soluciones, o que el perro se negara a correr esa liebre ya desde el principio, notando la adulteración, o que, cuando menos se dejara engañar, una, dos, tres veces, pero que a fuerza de probar su ineptitud para alcanzarla, un buen día se me sentara en la pista y, sin mirarla, como cuadra a un tipo canchero, la saludara desdeñoso con la mano: —¡Qué te vaya lindo! Eso esperaba. ***** Pero Materia, que es un sabio, discrepa. Dice que el perro corre precisamente por eso; porque está convencido de que nunca podrá cogerla. La liebre es una ilusión. Es quizá el único motivo de existencia que tienen esos galgos. Y alcanzarla sería destruir esa ilusión, lograr una realidad, apagar un deseo que se mantiene vivo y latente en el corazón, Poseerla, tenerla entre los dientes, sería malograr un lindo sueño con la verdad de ese animalucho relleno de viruta, de aserrín o de estopa. Esto dice el sordo y ha de tener razón, no más. ***** Yo también corrí la liebre muchos años, —le dije.— Se llamaba... ¿pa qué te viá decir el nombre? Sabe, no más, que era linda; linda como el amor, más linda que la vida. Delicadita como un canario, pálida como una princesa, triste como una canción guaraní. Acaso fuera un ángel. Así, al menos, la veía yo, con mis ojos de muchacho lírico. Porque me gustaba con el alma jamás reparó en mi. Porque la quería, nunca me dio importancia. Era inalcanzable como la liebre. Se la pedí al Dios rubio de los retratos y al Dios dolorido de los crucifijos. Ninguno de los dos me hizo caso. Aquel es demasiado bacán para ocuparse de estos problemas sentimentales. Y el otro, —pobre!— ¿con qué cara le vas a pedir a quien parece que pidiera él mismo? Ya vés. La liebre seguía su carrera. ***** Un día, dispuesto a todo, me largué. Salí de atrás de un árbol como una sombra. A lo mejor lo era, no más. Empecé a hablar como pude. Ahora no me acuerdo porque estaba atolondrado. Ella me escuchaba y tomé valor. Entonces sí, me encaminé. Yo en ese tiempo hablaba bien; no vayas a creer que era un desgraciado como ahora. Desbriado, agarré cuesta abajo: —"...y usted verá que es para mí lo más grande! Muchas veces la he comparado con las estrellas. Eran sus ojos que me miraban desde allá arriba. Era usted misma una estrella. La más brillante, la más linda... Acaso aquella (la señalé con una actitud digna y llena de compostura) la que me llegaba más cerca..." La pebeta suspiró y miró el cielo con profunda curiosidad. En seguida dijo: —¿Guala? ¿Guala dice usted? A ver si es la misma que me gusta a mi?, que siempre nos peleamos con la asquerosa de la Minga porque ella dice que es de ella y yo la vi primero... Levantó de nuevo la cabecita. Y apuntó con los dos caños de la nariz como si fuera a pegarle un tiro a la estrella: —¿Aquella dice usté? ***** Yo era un pibe lírico y nunca pude olvidar eso. Había corrido dos años detrás de una ilusión. La liebre! Hasta que la alcancé. Entonces, entre mis dientes, saltó el relleno de virutas. En un minuto la admiración se transformó en burla, el amor en rabia, el sueño en una realidad triste, la liebre en estopa! Ahí tenés. Ahí tenés como viene a ser cierto lo que vos decís de los perros. No quieren alcanzarla! Y no llores, sordo, no llores que ahora en seguida te voy a hacer un cuento en colores... |
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"
Crónicas de El Hachero
Editorial Nueva América
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