"Canuto”
artista |
Nunca
tuve confianza en los atletas que desviaron su profesión hacia la de
artistas. Aquel
primer ejemplo del gran Dempsey en "Un Millón de Trompadas" a
quien siguió Carpentier con otras películas y luego Paavo Nurmi y el
mismo Weissmuller, en fin, dejaron todos un saldo desfavorable en la
impresión popular. Se
me ocurre esto frente al caso nuevo de una película criolla donde
trabaja, haciendo el papel de general, nuestro antiguo campeón Ángel Rodríguez. Nada
más que la mención del rol que desempeña bastará para formarse idea
de la forma en que lo hace. No
me voy a meter a crítico, entonces. Pero
es de destacarse la debilidad manifiesta que la gente del músculo tiene
por el tinglado o la pantalla.
En
ese sentido no es despreciable la performance de Lavignasse; el popular
"Canuto" que vemos en la avenida marcando con un golpe de cabeza
—como si metiera un goal—, cada vez que levanta una pata del suelo. "Canuto"
fue siempre un artista. Digámoslo
en honor a la verdad. Por lo menos, siempre tuvo alma de artista. Recordemos,
si no, aquella pelea donde asistió a Bonchiani como segundo. "Musolino"
se estaba ligando un gran pesto. Le habían cambiado la cara. Y aquel
gesto, más o menos optimista y apacible que siempre le acompañó, se había
transformado en una máscara brutal, agresiva, soez. Así
lo advirtió Lavignasse. Entonces,
cuando lo tuvo en el rincón, se le acercó al oído y le dijo: —Sonreí,
otario. Sonreíle al público así te haces simpático!. .. En
ese detalle estaba patentizado el sentido plástico de "Canuto". Y
andando el tiempo, los hechos vinieron a confirmarlo. Un
día, alguien vino a avisarnos que Lavignasse trabajaba en el Albéniz. No
lo creíamos. Era un poco raro. Sin
embargo, el otro insistió y fuimos a verlo. Ansiosos. Expectantes. Levantaron
el telón y empezamos a analizar cuidadosamente, una por una, todas las
caras, tratando de hallarlo bajo el disfraz. No estaba. —Vendrá
después, — pensamos. Siguió
la comedia. Terminó el primer acto y empezó el segundo y
"Canuto" no aparecía. ¿Nos habrían engañado? Y
estaba por terminar la obra y ya desesperábamos encontrarlo, cuando se
produjo el acontecimiento. Al
escenario entra un guardia civil. De casco blanco y de botines amarillos.
Debe ser algún modelo de campaña. Allí
adopta una actitud digna, se cuadra, y habla en esta forma: —Señor;
está preso. No se resista
porque es inútil. Y
salió con el detenido, seguido por sus zapatos amarillos. Era
"Canuto"! Después
explicó a sus amigos que el papel era un poco ingrato y que él lo había
modificado en lo posible. Eso
de "no se resista', por ejemplo, no figuraba en el libreto. Lo
agregó él —era de su cosecha!— para darle más brillo.
Porque
si hay algo que reconocerle a Lavignassé, es eso. Su espíritu inquieto,
innovador. Para
ponerlo en práctica se hizo empresario de un circo. Se llamó "La
Chilena". Representaban
obritas de carácter gauchesco, y un día le tocó el turno a Juan
Moreira. "Canuto",
encarnando al legendario personaje, estaba conmovedor. Su daga, puesta al
servicio del amor y de la justicia, era una centella para abandonar el
cinturón. Allí comprendimos todo el valor y toda la nobleza del alma
criolla. Juan
Moreira, paisano altivo con los fuertes; generoso con el débil, amante de
su nido, era el símbolo vivo de aquélla raza perseguida por la civilización,
corrida por las leyes. Y
le tomamos un profundo cariño y sentimos estremecernos cuando se le
preparó la emboscada policial. Uno
a uno van saliendo los milicos. De atrás del aljibe; de atrás de los árboles;
de entre las sombras dé la noche trágica. Llevan
fusiles a bayoneta calada y
esgrimen largos sables, que lanza destellos siniestros. A
ellos tendrá que oponer Moreira su facón y su pecho. Es
una lucha muy desigual. Sin
embargo, Dios que protege a los buenos, tiende su mano al gaucho. Cae
un soldado con el vientre abierto de un tajo. Cae otro con la cabeza
partida. Los canallas hacen un terrible ruido de latas al caer. Los aceros
chispean ardientes en manos de aquellos hombres. No se dan tregua. Otro
soldado es tocado en el corazón. Van quedando muy pocos. Y
el público observa sobrecogido de espanto el terrible duelo. De
repente un grito desgarrador, angustioso, se filtra en el alma del gaucho
y lo agiganta aún más: —Dale
Lavignasse; no le aflojes. Y
cae el último esbirro y el gaucho atare los brazos hacia un porvenir
libre y feliz. Fue
esa la única vez que Juan Moreira no murió.
Y
así vale la pena! Otra
vez tuvo que hacer el triste papel de tuberculoso. Al
levantarse el telón debía aparecer una cama con él, enfermo,
agonizante. Pero
se calculó mal el tiempo, sin duda, y la escena quedó descubierta cuando
recién iba a acostarse. Lo agarraron infraganti; con una pierna en el
aire. Cualquiera, en su caso, se hubiera tomado un gran azareo. El no.
Dando pruebas de una serenidad extraordinaria, de una presencia de ánimo
poco común, se metió en la cama a esperar los acontecimientos futuros. Empezó
a toser. Está muy demacrado. Evidentemente, el terrible mal ha hecho
crisis en su pobre organismo. La cara afinada, amarilla, apenas se dibuja
sobre la almohada. Entra
la madre trayendo la medicina que de poco ha de servirle. Apenas para
prolongar unas horas más su agonía. El
enfermo se incorpora penosamente. La tos le sacude el cuerpo. Parece que
junto con ella se le fuera la vida. Con
todo, levanta el busto. Entonces,
a la vista de todos, apareció un pecho amplio, abierto, hercúleo; unos
hombros redondos y macizos, unos brazos como raíces de ombú. Algunos
que no comprenden la tragedia del instante, se pusieron a reír. Otros,
ya más desaprensivos, hablan y bromean
en voz alta. Otros
patalean en los tablones; otros, en fin, querían serruchar el palo mayor
de la carpa. Así
era de grande su bienestar! Pero
ajeno a todo, con sincera convicción artística, "Canuto" bebió
el remedio de manos de aquélla madre, tosió más fuerte, y dejó caer su
cabeza desvanecida, sobre la almohada del dolor!...
Sería
ingratitud olvidar estas cosas que tan hondamente nos han impresionado. Por esto vengo a recordarlas hoy, en que tantos —con menos aptitudes y méritos que Lavignasse—, ya se tienen por artistas. |
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"
Crónicas de El Hachero
Editorial Nueva América
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