Vigencia de Elías Regules |
Quiero
agradecer, como médica y poeta esta deferencia de la Sociedad Criolla
“Dr. Elías Regules”, que me permite honrar al escritor y al hombre
de ciencia y decirles: El
gaucho nació como el árbol, haciendo suya la tierra. Conoció el vuelo
de los teros alertas, el canto de las calandrias, el frescor del rocío
sobre el pasto intacto, el sol de una aventura que fue mojando de gloria
los macachines y los cardos que abrieron entre el Cuareim y el Plata. Elías
Regules también creció en esta clara geografía y amoldó su cauce al
nuevo tiempo de una patria que se jugó –de pie sobre la sangre- el
destino de muerte o libertad. Nombrarlo
es descubrir facetas,
de la que abordaremos una, la creación artística. Por ella transitó
en distintas vertientes: poesía; teatro -original y adaptación- y
narrativa. Si
hundimos las raíces en la primitiva poesía gauchesca
nos remontamos a comienzos del siglo XIX, donde Bartolomé Hidalgo, con
sus famosos “cielitos” comenzó una historia que abraza el tiempo y
eleva la figura del gaucho, denostado en etapas anteriores. Distintos
poetas, épicos y líricos, cantando las contiendas o el paisaje,
construyen el perfil literario que nos da
identidad. El
gaucho está presente en cada una de esas páginas, ya sea dando
sustancia a la anécdota o convirtiéndose en protagonista del tema. Y si
bien es una figura de prestigio, que se deja oír en los primeros
tiempos, va perdiendo fuerza y así habla Chano en diálogo con Contreras comentando la situación política
en esta margen del Plata: Y ese mal sabor es el mismo que perdura a través
de las décadas y de las guerras intestinas en las que se debate
el país, y cuando resurge el tema, hay una
visión realista y negativa del gaucho. No podemos ignorar el Facundo
(1845) de Sarmiento, donde se lo señala como principal culpable del
atraso cultural del país ni el primer retrato ofrecido por Hilario
Ascasubi en Santos Vega allá por 1850.
El
uruguayo Antonio D. Lussich, a quien Borges considera
precursor de la poesía gauchesca y antecesor del Martín Fierro,
da a conocer Los tres gauchos orientales (1872). Tal vez
lo recordemos más por el arboreto que es parte de su obra para la
comunidad, pero en este libro relata una gesta de la que participó: la
Revolución de Timoteo Aparicio y la Paz de abril. Otros volúmenes le
dan continuación a los episodios, pero lo importante es que quiso
–como el afirma en carta a su editor-: “pintar tipos de una raza que
podría llamarse legendaria y, que por ley dominadora del progreso,
tiende a desaparecer, dejando empero como herencia para las generaciones
venideras el recuerdo de su virilidad, inteligencia y patriótica
abnegación.” Seis
meses después, en Argentina, José Hernández publica
la primera parte de la obra cumbre del género, la segunda verá la luz
editorial siete años más tarde. Allí el héroe lírico es reclutado
por el ejército argentino para pelear contra los indígenas, pero al
desertar se convierte en fugitivo de la ley. El gaucho es la
contrapartida de la influencia europeizante y de la corrupción de la
clase política. Lussich
y Hernández defendieron al protagonista que dio su vida en la campaña,
ya fuera en faenas o enfrentamientos, pero fue marginado del poder.
Martín
Fierro
alude a una idílica primavera inicial : “Yo
he conocido esta tierra / en que el paisano vivía / y su ranchito tenía
/ y sus hijos y mujer... / Era una delicia el ver cómo pasaba sus días.” Y
denuncia la situación:
porque naides toma a pecho / el defender a su raza; /
debe el gaucho tener casa, / escuela, iglesia y derechos”. Se
ha dicho que “no se trataba de un órgano de folkloristas académicos,
sino de una especie de foro en el que hombres cultos y nostálgicos asumían
semanalmente las personalidades bastante idealizadas de los pobladores
del campo.” No son todos
uruguayos, también está Trelles, el Viejo Pancho, nacido en España. Del
tono popular, de la espontaneidad, se pasa a un cultivo más cuidado de
la métrica y del tema y, con Elías Regules, se enriquece el acervo con
versos de estructura regular, de sensible inspiración, que provocan
placer al ser repetidos y que así van creando la figura del personaje
que se hace conocer más allá de fronteras. A pesar de su formación
cultural, su poesía es recordada por integrantes urbanos y rurales,
entendiéndose por tal aquellos que vivían en el campo y no tenían
otra formación que la de
la vida. José
Podestá, el afamado hombre del teatro rioplatense en sus memorias
recuerda una anécdota que nos habla de las primeras etapas de Regules en el teatro: "Nunca
olvidaré la primera representación de "Moreira" –dice
Podestá-, pues aparte de su enorme éxito, como no se vio otro en
Montevideo, tiene para mí el recuerdo de haberme sido presentado, después
del espectáculo, Elías Regules padre, cuya oportuna y entusiasta
intervención habría de cooperar al mejoramiento de nuestra
rudimentaria obra, inicial y precursora por muchos conceptos en nuestro
Teatro y en la difusión de nuestro folklore.
Elías
Regules, fue colaborador y consejero desinteresado y entusiasta de
Podestá para quien realizó una adaptación del Martín Fierro (1890).
Años más tarde dio a
conocer El entenao (1892)
y Los guachitos(1892),
obra amena, que hace referencia a dos hijos que quedan sin padres y no a
dos gauchitos, como se reitera en algunas notas. Es un primer paso en el
género dramático que adquiere aristas propias y abre el camino que
encontrará en Florencio Sánchez cabal representación. Regules
también publica por entonces Versitos criollos (1894), Versos
criollos (1900, donde amplía y corrige el anterior y queda como
definitivo); Renglones sobre
postales (1908), Veinte centésimos
de versos (1911) y Mi pago
en 1924, que es un homenaje y evocación a las proximidades de Malbajar,
donde pasó su infancia. No por azar se abre con una referencia a Rafael
Obligado: “¡Ingrato, ingrato si el recuerdo suyo/ arranco al corazón;/
si yendo en pos del oropel mundano/ el hombre olvida lo que el niño amó!”
Entre esas páginas viven “Mi tapera”, de larga tradición en nuestra literatura, décimas emotivas, homenajes, relaciones para “El Pericón”. En todos los poemas hay fino humor y gusto por el decir campero. Recordemos esta relación: |
C-Si
me ve muy pensativo Y
con facha de cobarde, Es
que me tienen cautivo Los
recuerdos de esta tarde. D-Para
impedir que esa pena Lo
lleve hasta suicidarse, Póngase
en la frente ortiga Y se entretiene en rascarse. |
O bien transita la décima que, en estos “Solos del campo”, nos dan la dimensión de su lirismo: |
Yo
soy el glauco castillo Que
en el monte se guarece, Soy
la savia que florece Dentro
de un manto amarillo, Soy
la flor del espinillo Que
prodiga su agasajo, Soy
la que tiembla en el gajo Para
exhalar un tesoro, Yo
soy la cachimba de oro Que brota con el trabajo. |
Otras veces la estructura del verso es pretexto para una “Payada”: |
X-Ya
estamos en el camino, Prepárese
compañero, Acomódese
la vincha Y
monte su parejero, Que
la vamos a correr Con
empeño y afición y
el que gane ha de meniar Mucho
rebenque y talón. Z.-Me
gustó la convidada, Y
ya que prontos estamos, Doy
por hechas las partidas Y
le grito juerte: Vamos. Si
su pingo es ligerón Bajelé
nomás la mano, Y
cantemé lo que sepa Sobre el gaucho americano. X.-No
se va a dir con las ganas, Pues
el gaucho, a mi entender, Es
el tipo de una raza Que
no se debe perder. Es
el hijo de los campos, Que
da pan a la ciudá, Es
el brazo que al pueblero Le dio patria y libertá. |
Imposible citar todos los poemas, pero sí digamos que no se ciñe a una estructura, puede transitar con holgura versos de siete y cinco sílabas, por ej. en “Al pasar” donde recorre con sensibilidad un tema que le es muy caro: |
...Cubre
el poncho nativo su
cuerpo rudo y
un chiripá bordado duerme
en sus muslos mientras
la brisa desenvuelve
los pliegues de su golilla. |
También
la música se recrea en las obras de Regules, nos cuenta “Avlis” que en 1901 Gardel se encuentra en la villa de Tacuarembó,
trabajando como ayudante de cocina en el Hotel Español (Fonda Gaye) donde
se hospedaba Luis Villarrubí, maestro de canto y uno de los fundadores de
la Sociedad Criolla Dr. Elías Regules. Sería él, quien a pedido de
Carlitos de que le enseñara “esas
cosas lindas que Ud. canta”, le habría hecho conocer estilos y
tristes de Elías Regules. Otro grande de la música, Eduardo Fabini, se
inspira en Regules para un “Triste”. Alberto Zum Felde, sin embargo, ve a Regules como escritor de triviales tropos románticos sin considerar que uno de sus valores fue rescatar el habla del paisano, darle prestigio y hacer que se escuchara la voz del gaucho en un medio seducido por el parnasianismo francés. No por azar cuenta Jorge Luis Borges en “El otro” que estando al norte de Boston, en Cambridge, a fines de los 70´: |
“No
había un alma a la vista. Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules.”
¡El
poema que naciera del reencuentro del poeta con Malbajar
había cruzado el tiempo!
¿Y
cómo llamar ese camino que comenzó a fines del siglo XIX cuando puso de
relieve el legado de la tradición: criollismo, nativismo, gauchismo? Para Silva Valdés la poesía campesina se divide en dos: la de antes, la criolla o gauchesca y la moderna, de formas libres, que él cultiva a partir de 1921. El campo sigue siendo materia literaria, aunque no se copien con fidelidad sus expresiones. Los nativistas cantan a la tierra con lenguaje culto y moderno; cantan a las cosas del campo con lenguaje de la ciudad. ¿Pero no es lenguaje culto también esta magnífica estrofa de Regules?: |
Rozando
el pecho en la arena sobre
un bajo dilatado corre
un arroyo asustado como
huyendo de una pena. Una
silvestre azucena sonriendo
en el borde está canta
en el monte un sabiá y
los ceibos al dar flores bañan
sus lindos colores en
flores de arazá. (“Por ella”) |
Quiero
destacar estos versos: “sobre un bajo dilatado/ corre
un arroyo asustado/ como huyendo de una pena.” Son alta poesía, magníficas
metáforas, sin embargo, Mario
Arregui se empecina desde más de una obra de ir contra ese
tradicionalismo que fue eje impulsor de una corriente que se concretará años
más tarde con otros autores, pero que le cabe a Regules poner en primer
plano de la actividad sociocultural. Ángel Rama escribe en 1961 un artículo
de “Marcha” que titula: “Elías Regules: la gauchesca
domesticada”. ¿De
qué acusan a Regules? Del apoliticismo, pues todo lo que buscaba
era recuperar el venero de un rico legado que se estaba enmoheciendo. Sin
embargo, en esos años, los de Rama, el compromiso político de la poesía
gauchesca fue innegable, incluso en la lucha armada, lo que ese extendió
más tarde al canto popular.
Por
distintos caminos confluyen Rama y Arregui en el anticriollismo. ¿Pero es esto acaso lo que busca Regules?
No, Regules busca el criterio estético y él mismo va evolucionando, es fácil advertirlo en los poemas que dedica cada aniversario a la Sociedad Criolla: |
Como si un broto de vida Sobre todo se extendiera, Pide al sol la primavera Su vestimenta florida. La yerba buena dormida Deja su sueño inocente: Y decorando el ambiente Quebrachos, molles y talas, Sacuden sus nuevas alas al borde de la corriente. (“Renacimiento”, 1896) |
Treinta años después escribe: |
Cuando las aves su clarín templaron Soltando al alba su canción sonora Y lo dormidos pastos despertaron Movidos por la flecha de la aurora, La vi con su bandera azul y blanca De roja diagonal, quebrando el
viento, Sobre el verde tapiz de la barranca Donde Artigas corona un monumento. (“Esta madrugada”, 34ª aniversario) |
El
cuento es el viejo deseo de los hombres de saber de sí mismos. El hombre
que cuenta, canta y el hombre que canta crea. El cuento es un mensaje al
corazón de los hombres que detienen su vida para escuchar la voz que lo
repite o crea. El
cuento nació en los fogones, se repitió con besos furtivos a la botella,
recreó situaciones, se extendió por los campos y rebotó en las
cuchillas. Regules lo cultiva en Pasto de cuchilla (1904) que
aborda la narrativa con jugosos comentarios, recreando el habla y el
lenguaje del paisano con picardía. Tenemos
que ubicarnos en el contexto de una época en que Uruguay vivía el
deslumbramiento de lo foráneo, donde la intelectualidad se debatía entre
el Consistorio del Gay Saber y la Torre de los Panoramas, en el que Rodó
daba a conocer Ariel y se hacían escuchar otras voces. Hay una
generación que se debate
entre distintas corrientes literarias que comprenden el naturalismo
zoleano en narrativa y teatro, y tendencias esteticistas, parnasianas,
simbolistas y de realismo literario en poesía. En el área filosófica se
impone el positivismo spenceriano y el pensamiento de Nietzsche, decae la
fe religiosa y hay diversas ideologías políticas.
El modernismo se abre paso y un médico, con alma de poeta, con
amor a lo nuestro, canta al campo, al gaucho y a sus cosas. Elías Regules tiene la mirada
puesta en la realidad nacional, sin desconocer otros horizontes.
Su
americanismo no es una postura, es un mandato, a tal punto se impone que
nutre su acción. Lejos
está del “gauchismo cósmico” de Ipuche que buscaba cierto
esoterismo. La
obra de Elías Regules es un cántaro de frescura, refleja la realidad y,
con suspicacia, pinta situaciones que involucran su profesión, como en el
cuento donde alude a lo que cobran sus colegas. Detengámonos en su
lectura y disfrutemos las peripecias del diálogo entre dos paisanos
cuando uno vuelve “de las casas amontonadas” y cuenta lo que pasó:
Esquila
en el pueblo
-Adiós amigo Machao, ¿dende cuando por el pago?
-Cómo le va Ño Agapito? ...hace una docena de días
que ando relinchando en la querencia.
-¿Y qué tal le fue por el rodeo de las casas
amontonadas?
-No me toque en ese lao, que me ha salido un nacido. Por
mas que le meta talón, Ud no es capaz de endevinar los pantanos en que me
he zambullido.
-Baje las trancas y déle puerta.
Cuando se resuella en el poblao, siempre se encajan en las maletas
algunas cosas raras con que noticiar a los amigos.
-Puede que haya embocao; pero, si se embretan apuros
medios amargos, se pone la lengua reculadora y le cuesta caer al cuento.
-Déjese de mañerear y tírese al paso. Gomite lo que
trae entre pecho y lomo, que descargando la carreta los güeyes
tiran mejor.
-Pues no me ha de señalar como paisano rogao.
-Le voy a soltar sin hacer partidas.
-Largue de un viaje.
-Llegué con la tropa, dentré a la Tablada, vendí con bagualas ventajas, encerré en el
potrero del cinto las doradillas y me largué a la fonda, donde churrasquié
a lo cajetilla y me acosté pa refrescar la osamenta.
-Hasta ese pedazo no veo tiento ramaliao.
-Aura comienza lo desparejo. Cuando disperté tenía los
caracuces como retobaos en puñaladas, por titos costaos salían dolores,
la cabeza estaba cargada de barreniadores que le metían maniobra con
empuje y por el cuero me corría un dolor machazo, como si el sol se me
hubiese arrimao a pegarme un soplido.
-Dejuro, alguna peste le había entrao sin pedir
permiso.
-Verá. Vino
el fondero, me vido, quedó de asustao pa arriba, dijo que tenía que
avisarle a un Comisario de no sé que pueblo, y que iba a trair un médico.
Yo le retruqué que eso no le importaba al Comisario, pero el
hombre no me hizo caso y se mandó mudar, naquianao hasta las liendres.
-¿Es decir que allá no puede uno enfermarse sin dir al
cepo?
-Asigún el de la fonda , parece que sí.
Yo me envolví como cigarro en el poncho y aguardé.
Al rato cayó el fondero con un galerudo muy serio, con vidrieras
ensartadas en la naríz pá mirar mas lejos y un palo negro en la mano del
lao de enlazar.
-Carrero de á pié.
-Sujete que hay cerco...era el dotor que traiba el
fondero de tiro pá que me desanimase.
-¿Hágame montar de salto! ...¿y pá que era el palo?
-No me animé a preguntarle. El dotor se arrimó despacio, pidió una silla, acomodó en
ella la sombrera y el garrote, se golpió la zurda con la de escribir y me
miró por detrás de las vidrieras , amacando los ojos.
-De siguro que le estaba tomando reclaraciones a la
enfermedá.
-Dispués tosió lerdo y me preguntó si mi padre me había
comido pasteles en Viernes Santo ó en la fiesta de alguna trilla.
Se acercó receloso a la cama y me manotió por la muñeca.
Carculé que ya estaba preso y esperé el aviso.
Peló el reló y miró un güen rato.
Me afiguré que aquello era pa apuntar el momento en que me había
prendido.
-Quien sabe si era reló; talvez juese maquinaria de
descubrir pestes.
-Por juera era como reló. ¡quién va a saber lo que tenía adentro! Me acomodó un
tubo de vidrio en el sobaco, me pegó unas trompadas en la barriga y se me
acostó en el lomo a escuchar lo que yo podía conversar solo. ¡Viera mi
apuro, pensando que el hombre iba a descubrir mis secretos!
Pero me dio coraje, porque dispués de sestiar sobre mis costillas,
me hizo que le sacase la lengua.
-Eso era pa darle confianza.
-Quién sabe. Escrebió en un papel , me dijo que lo
tomase, se acomodó la de criar piojos, cazó el tramojo y sin decir
:hasta luego, se hizo perdiz on vidrieras y maquinaria.
-¿Y usté se tragó el papel escrebido?
-¡Diaonde!...el fondero se lo llevó y volvió al rato
con 18 frascos y 4 jarros con unguentos. Yo me lo puse rienda arriba y le hice saber
que había errao el tirón, que no estaba dispuesto a tragarme aquellas
porquerías, que mi panza no era gasurero pa encajarle las sobras de su
boliche y que se guardase los ungüentos pa refregrarse el umbligo cuando
lo atropellase la sarna.
-Poco pero feo. Es claro que el fondero no le habrá
entendido.
-Me parece que comprendió, porque se dio güelta y
abollo la puerta con la punta de una herradura.
-¿Y el frasquerío?
-Quedó allé en espera de un zonzo que lo vaciase. Yo
me levanté y escondí aquella carga de aguas sucias debajo de la cama, pa
que no golviese el de la fondo a empezarse en hacermelas tomar.
-Y
su pidemia, ¿cómo andaba?
-Con
la faina de arreglar el frasquerío , se me empezaron a retorcer las
tripas , se me subió al tragadero tuita la carga de los chinchulines y
comenzó a salir inmundicia por la boca!
¡Qué cosa de llamar gente pa que viese! ...¡ como pipa y media!
...
-Si hubiese sido en el campo crecía el arroyo.
-Y se augaba el ganso.
Al otro día, vino el dotor, vido que estaba mejor y me vomitó
este consejo: siga con lo mesmo.
-Dispués de agarrar rumbo, cualquiera se hace baquiano.
-Ansina estuvo mirándome quince días y al último yo
me remangué a decirle que me iba pa ajuera, que ya estaba güeno y que me
pasaba de hambre. El dotor se
puso mas serio y me alargó un papel apadrinao con estas palabras: -Esta
es la cuenta. No son más que cien pesos.
-Se lo levantó en la jerga
como cascarón de mata.
-Y en ancas al fondero con otro papel y el apunte de la
frasquería.
-Lo habían maniao en la cancha y se lo iban a esquilar.
-Pero, el carnero se desmanió y enderezó campo
ajuera... Salté de la cama, hice culebriar el cinto, les tiré unas
monedas, como soquete a los perros , y les dije que se conformasen, que
entuabia les daba de más, que la oveja les había
salido criolla y de barriga pelada y que si querían otras
explicaciones que aguardasen al invierno, si eran muy guapos....pa el frío.
-Y como acabó la penca?
-De este modo. Yo levanté el campamento y ellos se
quedaron haciendo la
repartija.
-¡Ánima de Dios!... ¿y usté se curó con los humos
del frasquerío?
-No sea mula que lo enfrenan. Yo me curé con la
lanzada... En
1979 don Julio da Rosa intentó recobrar parte de un legado literario que
se estaba debilitando al editar Cuentos criollos, y ante la
pregunta a sus familiares de porqué no estaba Regules, reaccionaron con
asombro: “-No sabíamos que hubiera escrito cuentos.” Esta es nuestra invitación: reeditar a Regules con sus mejores versos y sus cuentos. La crítica debe imponer un nuevo espacio de reflexión para el tema de la literatura rural o no urbana y reivindicar, como se hace hoy, el nombre de un patriarca que dio lo mejor de sí, entre sus múltiples tareas, para cantar con alma de zorzal y temple heroico: |
“Vivo feliz con sangre americana, yo no tengo vergüenza de mi raza”. |
Muchas gracias. |
Dra.
Sylvia Puentes de Oyenard, 21 de marzo de 2006.
Paraninfo de la Universidad de la República.
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