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La luna no se escondía
por brindarles su lucero,
madrugada de alas dulces
iba naciendo a su vuelo,
A la tierra de los sauces
llevaban nuestro desvelo
y el sol se abría a su paso
por los ramas del romero.
Desde los ceibos sangrientos
saludaron el sendero
los cocuyos, la torcaza,
la calandria, el benteveo,
Los encinares giraron
para ordenar un floreo
y en el río suspiraba,
vidalitay, un deseo,
¡Qué aurora de soledades
llevaba Artigas del suelo!
|Que ardida noche su frente
por el clarín de su anhelo!
Brillaba por sus pupilas
un sordo eco guerrero
y en su carne presentía
lo crecido de su duelo.
Por la falda de los cerros
marchaba aquel pueblo entero
encendiendo las campanas
de su ácido desvelo.
No era uno, sino miles,
que doblegaban su fuego.
eran pobres y eran ricos,
eran blancos y eran negros,
era el gaucho y los soldados,
el capataz y el labriego.
Eran mujeres y niños
era el padre y el abuelo,
eran madres que soñaban
con las luces de otro cielo.
Las carretas avanzaban
y mordía su jadeo
la huella que en el camino
sangraba en el pie viajero.
Unos tenían de propio
sólo el poncho y el facón,
otros habían dejado
sobre su rancho el valor,
quemando muebles y cosas
por no dárselo al traidor.
Por igual el hambre anduvo,
la caravana azuzó,
y en un destino de sombras
el pueblo labró su honor.
Las mentes todas soñaban
la patria en nuevo clamor,
el alba entera querían
para crecer en su flor,
del sol los destellos todos
abriendo surcos de amor.
Del pájaro el vuelo aspiran,
aunque en él pierdan la voz.
Los hombres no miden penas,
ni atienden al corazón
que entre silbos les recuerda
cuchillas, mate y fogón.
Artigas tienen por Jefe.
Artigas, El Protector,
de los libres, mensajero,
del oprimido, la voz,
amigo de la Justicia,
de los hombres, gran señor.
Con él comulgan la causa.
con él templan su dolor.
con él se juegan la vida
y, si vencidos, honor.
En el Ayuí acampados
la independencia surgió.
la patria abrió sus brazos
en alas de un ruiseñor.
Hoy inclina la redata
en la historia su aguijón
y sus bravos son la sangre
y el pulso de nuestro honor.
¡Qué aurora de soledades
la piel del tiempo acunó!
Por los cerros se prendieron
los sueños del corazón.
La luna no se escondía
y el lucero se quedó,
el alba fue cielo abierto
que en Uruguay fulguró. |
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