Padre:
Siento tu voz trepándose en el patio,
la algazara ondulante de mis niños
y tu risa de otoño enamorado
con costumbre de se miel y manzano.
Presiento ya el amor que en tu mirada
se ve pequeño ser, viento, campana.
un barco de papel, mar constelado,
la vida que tu cielo ha conquistado.
Yo conocí en tus dedos el molino
que desgranaba el pan cada mañana,
sentí en tu cuerpo el trigo y en las manos
un racimo de frutos perfumado.
Abriste en cada sol una granada,
fuiste el germen, la trilla y el arado
buscando en tu estatura el don sagrado
que hiciera fértil siembra en cada grano.
¿Cuántas veces el sol hirió tu espalda
y por cuántas la luna te ha velado?
¿Cuántas veces tu párpado caído
hizo a la vela consumir su savia?
En tu pecho de sueños vivió un río
que derramó su luz regocijado,
fue tu brazo universo y tu comarca
un estuario de amor tibio y callado.
Me diste, padre, un corazón abierto,
un puñado de soles trasegados,
una lluvia de paz en las raíces
y este aroma de nardos, deslumbrado.
Me enseñaste que amar es ver a Dios
en cada cosa en la ciudad que andamos,
que la provincia azul es dar la mano
y compartir el pan que me ha tocado.
Me mostraste que el odio malherido
tiñe en sangre y dolor a nuestro hermano
y solo en el amor vive el amigo
que hace del perdón surco sembrado.
He sentido tu voz, padre, en el patio,
vi a mis hijos buscando tus orillas
y encendí los secretos resplandores
que bebieron la luz en tus gavillas. |