¡Qué aroma, madre tendido
en la espiga de tus labios!
¡Qué madreselvas airosas
se enredaron en tus brazos!
¡Qué acento el de tus palomas
prisioneras de los astros!
¿Qué duende vivió en tus alas
sembrador de vuelos mágicos?
Por la garganta de mimbre
se treparon los naranjos
para endulzar el susurro
sobre mi cuna de estaño.
En tu piel se embrujó el aire
misterioso de los nardos
y en tu cintura de junco
arrulló el amor sus pájaros.
La luna te regaló
el color de sus pestañas
para dejar en tu pelo
el vuelo de sus nostalgias.
Tu paso, madre, fue hechizo,
de rosa y abrazo largo
que dejó en el corazón
las palabras del remanso.
Yo quiero mirarte, madre,
con los ojos de mi canto
apagando sobre el pecho
los girasoles del llanto.
Yo quiero mirarte, madre,
crecida de aquel misterio
que se engarzara en el sueño
transparente de los álamos.
Yo quiero, madre, tu risa,
de fuegos y de geranios
para dormirme con ella
en el jardín de los años.
Premio
Internacional Alfonsina Storni, 1976. |