A Tacuarembó

Sylvia Puentes de Oyenard

Es pequeño mi pueblo
y oscura su cintura, 
una gran avenida mece el sueño 
y un cerro propietario lo enamora 
para vibrar en ritmo legendario.
Un tapiz de violetas es su falda 
cuando al jacarandá le florecen las entrañas. 
El Sandú, pequeñito, 
moja sus pies calmos 
y el gran Tacuarembó 
corre en las toscas 
para dejar sus piruetas en el agua.
Se desangra la tarde entre las sombras 
y escapa de la fuente compartida 
la celeste timidez del campanario.
En la plaza, tranquila de nostalgias, 
dibuja la espumilla sus amores 
y la iglesia marca el centro cuya cruz 
es cómplice nocturno con los pájaros.
Amamanta la laguna mil historias 
de seres y carretas que pasaron, 
se descubren las grutas luminosas 
y estalla Valle Edén, incomparable.
En tus barrios, 
en tu sol, 
en tu trasfondo, 
el hombre a Dios descubre 
y canta en el arado. 
Y eso es acá, 
al norte de mi patria chica, 
donde es Tacuarembó el que me nace 
y corre dividido con la sangre.

Uruguay territorio de nácar

Sylvia Puentes de Oyenard

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