Es pequeño mi pueblo
y oscura su cintura,
una gran avenida mece el sueño
y un cerro propietario lo enamora
para vibrar en ritmo legendario.
Un tapiz de violetas es su falda
cuando al jacarandá le florecen las entrañas.
El Sandú, pequeñito,
moja sus pies calmos
y el gran Tacuarembó
corre en las toscas
para dejar sus piruetas en el agua.
Se desangra la tarde entre las sombras
y escapa de la fuente compartida
la celeste timidez del campanario.
En la plaza, tranquila de nostalgias,
dibuja la espumilla sus amores
y la iglesia marca el centro cuya cruz
es cómplice nocturno con los pájaros.
Amamanta la laguna mil historias
de seres y carretas que pasaron,
se descubren las grutas luminosas
y estalla Valle Edén, incomparable.
En tus barrios,
en tu sol,
en tu trasfondo,
el hombre a Dios descubre
y canta en el arado.
Y eso es acá,
al norte de mi patria chica,
donde es Tacuarembó el que me nace
y corre dividido con la sangre. |