Recordando a Julio Ricci El cazador oculto por Ricardo Prieto |
Dicen los iniciados en las ciencias ocultas que no hay razón para llorar a los muertos porque ellos tienen la dicha de haber trascendido el mundo material y han logrado abarcar gozosamente la esencia de todo. En
“Gritos y susurros”, una de las obras de arte concebidas por
Ingmar Bergman, es el sacerdote que debería orar por la mujer que agoniza
quien le suplica a ésta que rece por él y los otros seres encarnados que
continuarán padeciendo en la tierra. Los
que tuvimos el privilegio de ser amigos de Julio Ricci podríamos haberle
pedido lo mismo a él. No era un místico, sin duda, ni un hombre
inclinado a los transportes esotéricos. Pero fue capaz de identificarse
–con más ímpetu que muchos de sus coetáneos imbuidos de pretensiones
seudo religiosas y seudo revolucionarias- con el dolor de los seres
humanos que lo rodeaban, con sus búsquedas, con sus ínfimos logros y sus
grandes derrotas. La obra y la vida de Ricci podrían confirmar este
aserto. En la primera, la compasiva mirada sobre seres
solitarios, frustrados, maniáticos, despistados y errabundos
revela una espiritualizada capacidad para registrar, con simpatía y
ternura capaces de equilibrar la visión crítica y controvertida, los
aspectos más sutiles y laberínticos del siquismo humano. No el de los
seres sórdidos y patológicos, como ha dicho erróneamente algún
cronista superficial, sino el de todos nosotros, demasiado necios y ególatras
como para que osemos mirarnos sin temor en ese espejo que son sus libros
magistrales: Los mareados, Cuentos de fe y esperanza,
Los maniáticos, El grongo, Ocho modelos de felicidad, Los perseverantes,
Cuentos civilizados, etc. Siempre
me pareció admirable el estrecho
vínculo que la vida de Ricci mantuvo con su obra. Pocos escritores, críticos
o profesores tenían su rigurosa y clásica formación académica. Pero a
diferencia de casi todos sus colegas de la generación del 45,
el Ricci lingüista, docente y políglota de cultura vasta y
refinada convivía con el hombre vivencial, capaz de explorar in situ los
dolorosos sub mundos que nos cercan. Aquel escritor cáustico, escéptico,
sensible e inquisitivo, de voz gangosa y aire balbuciente, se desplazaba
como un cazador oculto por una ciudad que le parecía fecunda e
inagotable, buscando imágenes de la desdicha, la locura, el absurdo o la
desesperación. La
insólita corte de los milagros que siempre rodeó a Ricci
–extravagantes, solitarios o desquiciados seres humanos a los que
amparaba con el inconfesado fervor de un cristiano auténtico - demuestran
que aquel hombre, que por eso mismo era un gran escritor, fue capaz de
renunciar a las cátedras momificadas y a las bibliotecas cristalizadas
para empaparse de calle y de dolor. Su notable obra literaria así lo
atestigua. En un país como el Uruguay, en el que casi todo lo que parece no es, y en el que lo que realmente es suele ser soslayado; en un país en el que están desorganizados y dispersos los espacios reflexivos de la crítica y el público lector, y en el que hasta los propios escritores se desconocen más de lo conveniente, la obra de Julio Ricci es un paradigma en el que deberían abrevar los que aman la gran literatura.
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por Ricardo Prieto
Montevideo, 3 de octubre de 1995
Este texto fue cedido, a Letras Uruguay, por el muy querido amigo Ricardo Prieto. Este prestigiosa escritor era muy valorado por Ricardo, al cual consideraba injustamente poco promocionado. Por supuesto Letras Uruguay está abierta a trabajos sobre la labor del escritor.
Ver, además:
Ricardo Prieto en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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