Niñas con niñera
cuento de Ricardo Prieto

Serias y lejanas, las dos niñas beben el helado sin mirar a nadie. Ya están cansadas de esa nueva niñera estúpida que por primera vez las ha sacado a pasear, cansadas de tener que salir todos los sábados a "hacer algo", ir al cine o al circo, sentarse a comer caramelos en una plaza, tomar chocolate en alguna aburrida confitería sugerida por "mamá" con sus voz turbia y autoritaria.

Ahora están cerca de su casa, en una heladería de Pocitos en la que acaban de recalar después de haber ido a "ver" el Obelisco. "Solo esta idiota puede llevarnos a ver el obelisco", pensó Beatriz cuando la niñera le dijo a donde irían. Ese obelisco que habían visto cien mil veces, ese aburrido cuchillo de piedra que no vinculaban a los juegos ni a las bebidas dulces ni a las tortas.

A pesar de que son las tres de la tarde de un sábado la heladería está desierta. Un hombre gordo y maduro dormita frente a la caja registradora mientras el joven que sirve los helados espera detrás del mostrador. Es muy alto y tiene modales ordinarios. Sus ojos azules y burlones miran con inquietud hacia la calle o se posan con curiosidad sobre las niñas y la acompañante.

En ese preciso momento "mamá" está jugando a la canasta con sus amigas, piensa Beatriz; estará luciéndose entre las lámparas y los cuadros de la sala como una reina, gesticulando con agitación, ostentando el increíble rostro ojeroso y embadurnado de polvo y carmín. Libre de ellas está "mamá", y porque nunca ha ocultado que su obsesión es desentenderse de las dos hijas, Beatriz sorbe el helado sintiendo que la crema y el chocolate son como lágrimas blancas y marrones que, después de haberse espesado fuera de sí misma, ingresan a su cuerpo otra vez.

La nueva niñera no bebe helado porque "mamá" es incapaz de darle dinero para ello, pero compensa su frustración coqueteando con el empleado más joven, sonriéndole como una estúpida, incitándolo de una manera rara y complicada. "Parece un perro moviendo la cola", piensa Beatriz. A esa altura, el amo de aquella perra, el muchacho apostado detrás del mostrador, habla en voz baja con el cajero mientras mira con burla a las niñas y a la niñera. Esto no es advertido por Ana, quien suele ser distraída, pero es captado por Beatriz, que es una niña hipersensible y observadora y siente que el helado se le atraganta en el estómago y hasta está a punto de huir para alejarse de aquella mirada socarrona.

La niñera sigue mirando, coqueteando, mostrando su sonrisa al muchacho, a otras personas, al aire y a las paredes. Está muy nerviosa y a Beatriz le parece que se ha convertido de repente en una mujer desconocida, más blanca, más gorda, más amable. Sus pequeños ojos brillantes destilan inquietud y avidez. De cuando en cuando mira a las niñas y hace algún comentario estúpido: "No te ensucies el vestido, Ana", o "No te apures", Beatriz. Pero Ana no presta atención. Beatriz, en cambio, después de oírla termina de beber el helado con rapidez. Odia a aquella mujer grotesca y mal vestida, detesta sus labios pintarrajeados y sus pulseras de chafalonía, tan diferentes de las que usa "mamá". En realidad ha detestado siempre a sus niñeras. El hecho de que "mamá" las hubiese elegido era un índice de que eran malas, capaces de maltratarla y traicionarla, capaces, como la nueva, de hacerla llorar. "Ustedes no tienen padre y su madre no quiere cuidarlas. Tendrán que obedecerme a mí", les había dicho una semana atrás, pocos días después de haber sido contratada. Y cuando Ana gritó llorando: "¡Tengo padre! ¡Tengo padre!", y Beatriz dijo que el padre continuaba ocupándose de ellas a pesar de haberse divorciado de la madre, la niñera había exclamado con firmeza: "Sos una mentirosa". Después de oír la palabra "mentirosa" Beatriz había corrido a contarle a mamá lo sucedido, pero esta se había limitado a decir con su voz ronca e inexpresiva: "La niñera tiene razón".

Ahora la niñera mira al muchacho con un frenesí malsano, como si el solo hecho de mirar lo justificara todo: haber nacido, ser sirvienta, estar mal vestida, ganar poco, no comer el helado, ser maltratada, morir. "Si no me obedecen van a morirse", les había dicho la noche anterior, y desde ese momento a Beatriz la palabra muerte le pareció terrible.

De pronto, el muchacho se acerca al cajero, le habla en voz baja y este se ríe. Después camina hasta la entrada de un sótano y desciende por la escalera no sin antes hacerle a la nueva niñera una seña que Beatriz registra con asombro. Maquinalmente, como si acabara de recibir una orden, la mujer se levanta diciendo:
-Quédense quietas que enseguida vuelvo. Voy a hacer pipí.

Con más asombro aún, Beatriz advierte que la niñera no entra al baño sino que se dirige hasta el sótano y desciende por la escalera, detrás del hombre. Está a punto de gritar: "El baño no es allí, es por ahí", pero se contiene porque está desconcertada, tiene la sensación de que ha quedado a la deriva y siente angustia. Ana permanece indiferente y ajena, como siempre, y tampoco dice nada; se limita a lamer el helado con una especie de fervor.

Durante un rato interminable Beatriz se siente sola y abandonada. Ana pregunta si puede tomar otro helado pero Beatriz contesta que hay que esperar a la niñera. Entran dos mujeres y un niño, y el cajero, después de cobrarles, les sirve él mismo los helados.

De pronto, y sin saber por qué, Beatriz siente pánico y está a punto de pedirle al cajero que llame a "mamá". No se anima a hacerlo, sin embargo, pues tiene miedo de que esa mujer terrible se enfurezca con ellas y no con la niñera, que grite e insulte, como ha hecho otras veces, o diga: "Estoy jugando a las cartas. ¿Por qué me molestás?"

Pasa el tiempo y la niñera no aparece. Entran nuevos clientes que pagan, consumen y se van. Beatriz tiene la sensación de que están transcurriendo horas, meses, años, y Ana, a pesar de que parece ausente, se pone a llorar. El cajero mira a las niñas de manera complacida, casi divertido. Después se acerca con lentitud y le dice a Ana que no debe asustarse y que mamá vendrá enseguida.

-No es mamá, es "mi" niñera- exclama Beatriz con indignación.

Entonces el hombre les ofrece otro helado. Ana Acepta, pero Beatriz rehúsa la invitación y se pregunta qué estarán haciendo en el sótano el muchacho y aquella estúpida. Si Ana no estuviera a su lado caminaría hacia la calle, saldría y se perdería entre la multitud. ¿Pero qué hace una niña sola en este mundo? ¿Adónde puede ir? Está haciéndose esa pregunta cuando ve a la mujer salir del sótano. Viene ordenándose la ropa y arreglándose el peinado. El muchacho sale tras ella como un perro apaleado y se acerca a la caja para cuchichear con el otro hombre. Después empiezan a reír.

La nueva niñera se sienta con expresión triunfante junto a las niñas. Está más rosada y contenta y hasta parece dulce y comprensiva.

-¿Me extrañaron mucho? No, supongo que no. Dos señoritas como ustedes no pueden extrañar a nadie.

cuento de Ricardo Prieto
de
"Donde la claridad misma es noche oscura" 
Editorial de la Banda Oriental - 1994

 

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                     Ricardo Prieto en Letras Uruguay

 

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