Pequeña sala de un apartamento sobriamente amueblado. Hay un cuarto contiguo, visible para el espectador, que funciona como escritorio. Entra Andrés. Es un hombre de treinta y ocho años. Se quita el saco y la corbata. Se dirige hacia la cocina y regresa con un plato servido. Come con voracidad. Después se sirve una copa, enciende el televisor y un cigarrillo, se recuesta sobre el sofá.
Entra Patricia, su esposa. Es una mujer de treinta y cinco años. También viene de la calle. Entra a uno de los dormitorios.
Andrés: De vez en cuando saludá, mi amor.
Patricia: No empieces.
Andrés: (Burlón.) Una palabra útil es "hola", por ejemplo. Es corta y fácil de pronunciar. ¿No te parece?
Patricia: No te pongas pesado. Estoy cansada.
Andrés: Está bien. (Pausa.) ¿Puedo acercarme?
Patricia: Hacé lo que quieras.
Andrés: ¿Pero qué te pasa, che?
Patricia: Nada. No me pasa nada. (Entra a la cocina para hacerse un café.) Reboté, eso es lo que me pasa. Fui a las seis direcciones que saqué del diario y en ningún lado me tomaron. Había más de cincuenta mujeres antes que yo.
Andrés: Ya vas a conseguir.
Patricia: Sí, voy a conseguir un empleo en un país que se va a pique. A vos no te importa nada, claro. Total, te das la gran vida.
Andrés: ¿Yo la gran vida? Trabajo hasta doce horas en el diario y después sigo el laburo en casa. Hoy, por ejemplo, tengo que terminar aquí la entrevista que le hice a uno de esos economistas latosos que son las estrellas de ahora.
Patricia: Por lo menos conocés gente.
Andrés: Vos no conocés por tu culpa.
Patricia: ¿Y qué querés que haga? ¿Qué toque timbre en las casas y le diga a la gente que quiero conocerla?
Andrés: Llamá a Ana o a Laura. Son tus amigas.
Patricia: (Con tristeza e ironía.) ¿Amigas? Lo que se dice amigas nunca tuve.
Además no quiero ver a la gente que está realizada y es feliz.
Andrés: Tenés treinta y cinco años, Patricia. No podés decir eso.
Patricia: Cuando yo era joven todo era un caos, y no me formaron para tener amigos. Mi madre, que cuando nací tenía cuarenta y cinco años, estaba demasiado deslumbrada por el acontecimiento y era muy frívola como para darse cuenta de qué responsabilidad era tener un hijo. Me dio todo pero me dejó a la deriva. Mi padre hizo lo mismo. Vivió para ganar plata hasta que se fundió y nos dejó en la llaga.
Andrés: No tanto. Tu madre fue bastante astuta. No sé cómo hizo pero puedo guardar plata. Peor me fue a mí, que me crié entre psicofármacos. Mi madre tomaba pastillas para dormir y para despertarse, pastillas para huir de la angustia y pastillas para sentir euforia. Y mi padre se pasó la vida buscando mujeres dominantes y carnales que le permitieran escapar de aquel clima de hospital. Y así terminó también: murió de un infarto en la cama de una prostituta.
Patricia: Te fue mejor que a mí. Si por lo menos hubiéramos tenido hijos, yo ahora tendría una ocupación, una responsabilidad.
Andrés: No empieces otra vez con eso.
Patricia: Tengo razón.
Andrés: No, no tenés razón porque lo discutimos entre los dos. Íbamos a esperar que las cosas anduvieran mejor. ¿Te acordás?
Patricia: Sí, pero se pusieran peor.
Andrés: Más a mi favor. Imaginate lo que hubiera sido alimentar y cuidar a un hijo.
Patricia: Yo solo digo que mi vida tendría más sentido. ¿Así qué hago? ¿Me quedo sentada en casa esperando que mi amo y señor vuelva cuando quiere?
Andrés: Toda esa depre te viene porque no salís a divertirte. Podrías hacer nuevas relaciones por ahí.
Patricia: Si te ocuparas de mí yo no estaría tan aislada.
Andrés: (Burlón.) ¿Qué querés que haga? ¿Que salga del diario a las tres de la tarde para hacerte compañía?
Patricia: (Se levanta molesta y lleva la taza a la cocina.) No seas absurdo. Y bajá la tele.
Andrés: (También molesto.) Está bien: bajo la tele. Y si querés la apago. Pero no me pidas que deje de trabajar para entretenerte.
Patricia: Cuando salís del diario te vas de copas por ahí, a gastar la plata que necesitamos en la casa.
Andres: En esta casa nunca falta nada gracias a mi sueldo y al bicicleteo que hago con las tarjetas de crédito.
Patricia: Por pagar esas malditas tarjetas falta mucho más de lo que creés. Ayer no me alcanzó para comprar jabón y pasta de dientes, por ejemplo. Pero no me ayudás a conseguir un empleo.
Andrés: (Molesto.) Está bien: te dejo sola, me emborracho por ahí, te hago pasar hambre y no te ayudo a conseguir un empleo porque no quiero. Un cretino, eso es lo que soy. ¿Estás contenta? (Llaman a la puerta y Patricia va a abrir.)
Patricia: No, no estoy contenta. (Sale y abre la puerta.) Pase y póngalos ahí. Todavía no sé dónde voy a ubicarlos.
(Andrés se acerca hasta el vestíbulo que está fuera del escenario.) Gracias. Buenas tardes.
Andrés: ¿Qué es esto?
Patricia: ¿Qué va a ser? Un colchón y una cama.
Andrés: ¿Para que los trajiste?
Patricia: Para mamá. Va a venir a vivir con nosotros. No te asustes. Los compré con la plata de ella.
Andrés: ¿Por qué la traés aquí?
Patricia: Decidió venir. No quiere vivir más en el hogar de ancianos. Creo que se peleó con alguien.
Andrés: ¿Y por qué no va a la casa de tu hermana, que tiene cuatro dormitorios?
Patricia: Prefiere este apartamento porque es chico y no le da miedo. Y a mí me conviene que venga, así va a ayudar a afrontar los gastos. Al paso que vamos dentro de poco no tendremos ni para pagar la luz.
Andrés: Pregunto: ¿yo no decido nada aquí? ¿Soy un cero a la izquierda? ¿Por qué no me consultaste?
Patricia: Porque habrías dicho que no. Así que no tenía otra alternativa y tomé la decisión. Después de todo, el apartamento es de los dos.
Andrés: ¿Dónde va a dormir?
Patricia: En el otro cuarto o aquí, en la sala. Eso sí puedo decidirlo contigo.
Andrés: No quiero que tu madre viva con nosotros. Así que no voy a opinar.
Patricia: ¿Pero qué te hizo? ¿Qué tenés que reprocharle?
Andrés: Ando muy estresado, Patricia. El diario está medio fundido, hoy recibimos un mazazo porque despidieron a cuatro compañeros y me temo que en cualquier momento quedo sin empleo. Vos estás nerviosa y nos resulta difícil convivir. ¿Cómo podría compartir el apartamento con una mujer de ochenta años?
Patricia: Va a venir, así que tendrás que aguantarla. (Yendo hacia la cocina.) Estoy muerta de sed. ¿Queda naranjada?
Andrés: La heladera no funciona.
Patricia: ¿Cómo que no funciona? Hoy andaba bien.
Andrés: Pero ahora no anda. ¿Es tan raro?
Patricia: ¿Y por qué no llamaste al técnico?
Andrés: ¿Al técnico a esta hora? Me puede salir una fortuna. A lo mejor mañana me dan el adelanto que pedí.
Patricia: (Histérica.) ¡No puedo vivir en una casa que tiene una heladera que no funciona! Hoy hice pescado y se debe haber echado a perder.
Andrés: No hay más pescado.
Patricia: ¿Me dejaste sin pescado?
Andrés: Sí, sí. Y no armes tanto escándalo.
Patricia: ¿Te comiste todo el pescado y no querés que arme escándalo?
Andrés: Lo comí antes de que se pusiera en mal estado. Si querés voy a comprar un poco de pizza. Para eso me alcanza.
Patricia: No quiero nada. (Se sienta y cavila. Está angustiada.)
Andrés: Está bien: enojate, maltratame y traé a tu madre si querés. Pero atenete a las consecuencias. Yo me voy a trabajar en el reportaje.
(Se dirige hacia el segundo dormitorio, que funciona como escritorio.)
Patricia: Lo primero que tenés que decidir es en dónde vas a trabajar de ahora en adelante.
Andrés: ¿Qué querés decir?
Patricia: Que unas veces escribís en el escritorio y otras aquí. Tendrás que elegir uno de los dos lugares. En algún lado tiene que dormir mamá.
Andrés: ¿Así que el que tiene que sacrificarse soy yo?
Andrés: Desde que nos casamos vivimos en un apartamento de dos dormitorios, Patricia. Nunca pudimos comprar algo mejor. ¿Y todavía pretendés que tengamos menos espacio?
Patricia: (Esforzándose en mantener la calma.) Por favor, Andrés. No hacemos más que pelear. No sé qué pasó entre nosotros y a esta altura creo que no me importa. Combinamos poco, quizá, o somos demasiado egoístas, o tenemos demasiados probAndrés:
(Enciende un cigarrillo y se distiende.) Vos sabés que mi trabajo me pone muy nervioso, y que vos estás insoportable desde que te despidieron y no conseguiste otro empleo, y que...bueno, llega el momento de la crisis y uno se replantea todo y el replanteo arrastra a las personas con que convive.
Patricia: (Lo interrumpe calmosamente.) Pero no creas que yo no me hago replanteos. Tengo treinta y cinco años y no logré nada, no soy nada: solo tu mujer. ¿No te parece crítico?
Andrés: No creas que en el diario yo me realizo. Sólo me gano la vida. Y nunca tengo tiempo para viajar, por ejemplo, o hacer otras cosas que quiero.
Patricia: Pero salís, conocés gente, y en cualquier momento podés toparte con algo imprevisto que sea mejor.
Andrés: Lo que andaba buscando ya lo encontré. (Con ternura.) Sos vos.
Patricia: Salí, no digas pavadas.
Andrés: Hablo en serio. Lo que pasa es que hace tiempo que vivimos como extraños. ¿No te das cuenta de que la presencia de esa vieja va a ser para empeorar todo?
Patricia: (Molesta.) Decí mi madre, y no esa vieja.
Andrés: Está bien: tu madre va a complicarnos la vida.
Patricia: ¿Y no es eso lo que estás buscando?
Andrés: (Con ternura.) Si no te quisiera no estaría viviendo contigo, Patricia.
Patricia: (Con sinceridad.) Yo tampoco.
Andrés: Pero no deberíamos convivir con otra persona hasta que no solucionemos nuestros problemas, que ya son muchos. ¿Te imaginás lo que puede pasar aquí con una vie...con una mujer de ochenta años?
Patricia: No empecemos de nuevo, por favor.
Andrés: Está bien, no hablo más.
Patricia: Primero tenemos que decidir de una vez por todas dónde va a dormir.
Andrés: Que duerma en el dormitorio. Que se encierre ahí y que no joda.
Patricia: Correcto: a partir de mañana trabajarás aquí. Así que traé la computadora. En este lugar haremos todo. Y ya está.
Andrés: (Con ironía.) Menos lo que podríamos hacer más veces si vos tuvieras ganas.
Patricia: ¿Otra vez?
Andrés: Sí, otra vez. ¿O querés que tire cohetes al aire? Sabés cómo me siento.
Patricia: Dejate de embromar y ayudame a correr esta cama. Hay que preparar todo para mañana.
Andrés: Claro, viene justo en mi día libre.
Patricia: ¿Qué?
Andrés: Mañana no voy al diario.
Patricia: (Corren la cama.) ¿Qué puedo hacer? Es mañana.
Andrés: (Mientras trasladan la cama, con burla.) ¿Le gustará esta cama a mamá? ¿No querrá que le compren otro colchón o una colcha de seda? A lo mejor le regalamos cianuro.
Patricia: (Suplicante.) Por favor, Andrés.
Andrés: (Con melancolía.) Estás cavando nuestra fosa, Patricia.
(Señala la cama.) Ahí.
Patricia: Dale, dejate de pavadas. (Entran al cuarto transportando la cama. La luz empieza a descender. Sale Andrés. Está confundido y desanimado. Enciende un cigarrillo y lo fuma con nerviosismo.)
Andrés: Y mañana llamá vos para que vengan a arreglar la heladera. No vamos a poder vivir en paz con la heladera rota y una vieja chocha en la casa.
Oscuridad.
- II - La acción se desarrolla en la misma sala. Hay algunos cambios en el ámbito escénico: han puesto una computadora, algunos muebles y objetos pequeños que sacaron del dormitorio que ocupará Hilda.
Es el día libre de Andrés, y a pesar de que está trabajando frente a la computadora, se lo ve displicente y relajado.
Entra Patricia transportando dos valijas y un bolso. La sigue Hilda. Esta es una atractiva, ruidosa, vital, arbitraria y exuberante mujer de edad. También es caprichosa y egocéntrica, como todos los ancianos, pero tiene un peculiar sentido del humor. Se viste de manera extravagante, se maquilla con ostentación, se tiñe el pelo, usa pelucas y trata de parecer más joven de lo que es. Camina con cierta dificultad, pero dejo en poder de la sensibilidad y la intuición de la actriz que la encarne la resolución de este problema que puede sugerirse sutilmente, con delicadeza, sin apretar el pedal sobre él.
Patricia: Llegamos. (Está exhausta y se desploma sobre un sillón.) Sentate, mamá. Descansá un poco. Después te llevo al cuarto.
(A Andrés.) Saludá a mamá, Andrés.
Andrés: (Burlón.) ¿Cómo le va? ¿Contenta? Yo también. La felicidad que siento me da vértigo.
Hilda: ¿Qué es esa música maricona que estás oyendo?
Patricia: Es de Locatelli, mamá.
Hilda: ¡Locatelli voy a quedar yo si sigo escuchándola! Hay olor a encierro y a humedad, nena. ¿No habrá hongos? Hay que abrir la ventana.
(La abre. Trastabilla y está a punto de caerse.) ¡Me caigo! ¡Me caigo!
(Patricia corre hacia ella y la sostiene.)
Patricia: ¡Cuidado, mamá! (A Andrés.) ¿Podrías ayudar un poco?
Andrés: Estoy trabajando, como ves.
Patricia: (La ayuda a sentarse.) No te apures, mamá.
Hilda: Voy a tener que consultar a un nuevo reumatólogo. Las piernas se me aflojan y el asno que me está tratando cree que mi problema es la cirrosis.
(Mirando un cuadro.) ¿Qué pusiste en esa pared?
Patricia: Es de Enrique Badaró, mamá.
Hilda: ¿Eh?
Patricia: "El jinete". Es un cuadro abstracto.
Hilda: ¿Esto es abstracto? Si es un jinete tiene que ser un hombre arriba de un caballo. Este parece un perro sarnoso mirado de atrás. A mí me gustan los cuadros que se entienden. Una flor tiene que ser una flor, no una mancha con forma de vómito.
(Señalando la valija.) Ahí tengo un cuadro con rosas que parecen rosas. Y un jarrón amarillo. ¡Es precioso! Traelo, nena. Vamos a colgarlo.
Patricia: Esperá un poco. Mejor lo colgás en la pared de tu cuarto.
Hilda: ¿Qué clase de marido tenés que nos ve llegar reventadas con todo este equipaje y no es capaz de levantarse para ayudarnos?
Andrés: Estoy trabajando, señora.
Hilda: A este no le gusto nada. Nunca le gusté. (Lo mira con procacidad.) Y es una lástima: no está nada mal.
(Extrae un habano de la cartera y lo enciende.) Este lugar no es feo, Poupée. Yo podría dormir aquí. El otro dormitorio deberían usarlo como comedor diario.
Patricia: Ya vacié el cuarto para ti, mamá. Y no voy a cambiar los muebles de nuevo.
Hilda: ¡A mí me gusta esta sala! En ese cuartucho me voy a asfixiar.
Andrés: (Cáustico.) ¿Más se asfixiaría en la casa de salud, no?
Hilda: (Con orgullo y desparpajo.) En la casa de salud era muy feliz, para que sepas. Tenía unas cuantas amigas y hasta un novio. Yo fui la que se quiso ir a vivir allí y nadie me obligó. A mí no me manejan los jóvenes, como a ciertas sometidas que conozco.
Patricia: (Muy molesta.) Mamá...
Hilda: ¿Sabés lo que le hicieron a Isabel Rojo, Poupée? Los hijos y los yernos la declararon incapaz, se quedaron con todas sus propiedades y la encerraron en una de esas casas de salud de terror, que tienen a cuatro viejas atadas en una habitación. ¡A mí iban a hacerme eso, sí!
Andrés: No: usted los volvería locos antes.
Hilda: Yo hago con mi vida lo que quiero.
Andrés: (Irónico.) ¿Por eso se vino a vivir aquí?
Hilda: Me vine porque una de las viejas libidinosas que viven en el Hogar me sacó mi novio. Salió una noche de su cuarto, se fue para el sector de los varones y se metió en la cama de Pedro. ¡Se quedó toda la noche con él, la degenerada! Lo único que me consuela es que no pasó nada.
Patricia: Por favor, mamá.
Hilda: ¿Por favor qué? ¿O ustedes piensan que los viejos no tenemos vida erótica? Ayer leí en una revista que un hombre de ochenta y cinco años fue padre de un varoncito.
Andrés: (Burlón.) ¿Y qué edad tenía la madre? ¿Ciento quince?
Patricia: (Le reprocha.) Andrés...
Hilda: Dejalo, nena. Este se está proponiendo hacerme enojar. Pero a mí no me sacan de quicio así nomás. No escucho más tonterías. ¡Ya está!
(Se coloca el walkman.) Voy a oír al pastor Márquez. (Mientras oye.) Aleluya, aleluya.
Andrés: (A Patricia, irónico.) Lindo comienzo.
Patricia: Dejate de ironías y ayudame a llevar esto. (Transporta el equipaje de Hilda mientras esta inspecciona el cuarto: abre cajones, palpa los muebles, etc. Abre incluso una carpeta que pertenece a Andrés. Este lo advierte.)
Andrés: ¡Eso no se toca! (Le arrebata la carpeta. Hilda le saca la lengua.)
Patricia: ¿Querés ir a tu cuarto a ordenar las cosas, mamá? Voy a prepararte la merienda.
Hilda: (El walkman le impide oír.) ¿Qué?
Patricia: Pregunté si querés ir a tu cuarto. Voy a preparar la merienda.
Hilda: ¿Me hablaste, nena?
Andrés: (Grita desaforadamente.) ¡Preguntó si quiere ir a su cuarto y dijo que va a preparar la merienda!
Hilda: (Se saca el walkman y sentencia jocosamente.) Nena: si tu marido siempre grita así yo no voy a poder vivir en esta casa.
Patricia: Vamos, mamá. Quiero que conozcas tu habitación.
Hilda: (Yendo al cuarto.) Si me hablan con suavidad, es otra cosa. Y este clima de velorio me está poniendo nerviosa. Al cuarto le falta pintura. ¿Qué pasa? ¿Están tratando de ahorrar?
( Patricia e Hilda entran al cuarto. Pausa.)
Andrés: (Cuando Patricia regresa.) ¿La acostaste?
Patricia: (Con rabia.) Se acuesta sola y cuando quiere. (Entra a la cocina. Pausa.)
Hilda: (Grita desde el cuarto.) ¡Patricia! ¡En la cama hay pulgas! ¡No puedo dormir aquí!
(Regresa a la sala.)
Patricia: En esta casa nunca hubo pulgas, mamá.
Hilda: Acabo de ver dos, así que no me lo discutas. (Andrés sube el volumen del equipo.) Además los zócalos de mi cuarto están rotos y las tablas del parquet despegadas. Aquí todo es un desastre. Hay que tapizar ese sofá. Y hay mucha luz de arriba. ¿Por qué no usan más lámparas? La luz de abajo es más excitante y misteriosa. Y es más suave.
(Exasperada.) ¡Abran esas ventanas, por favor! Me estoy ahogando.
Patricia: Hace frío.
Hilda: Yo no tengo frío.
Andrés: Yo sí.
Hilda: (A Patricia.) Dame agua con hielo, nena.
Patricia: ¿Agua con hielo? Estamos en julio, mamá.
Hilda: Es lo único que me ayuda a mover el intestino. Hace tres días que estoy constipada. ¡Dale! ¡Movete! Está por producirse el acontecimiento y el agua ayudará.
Andrés: (Con burla.) Si está por mover el vientre vaya al baño, por favor.
Hilda: (Riendo.) ¿Al baño? ¡Qué gracioso! (A Patricia, mintiendo.) ¿No le dijiste que casi nunca llego al baño a tiempo?
Patricia: ¿Por qué mentís, mamá? Vamos a tu cuarto.
Hilda: Ya voy, ya voy.(Siempre riendo.) ¿No puedo hacer una broma? ¿Por qué querés hacerme pasar por una vieja amargada?
Patricia: Si creyera que sos una vieja amargada no te habría traído a mi casa.
Hilda: ¿Sabés una cosa? Sí. Me voy al cuarto. Y sola. (Señala el cuadro abstracto.)
No quiero ver más ese bicho.
Patricia: (Le ofrece el brazo.) Vení, mamá.
Hilda: (Se apoya en el brazo de Patricia.) ¡Sólo Dios sabe en dónde caí! (Lloriquea.) ¡Vaya a saber uno lo que tendré que soportar aquí! ¡Y todo por ese sinvergüenza que me fue infiel con la vieja más fea del Hogar!
Patricia: No sigas, mamá.
Hilda: ¡Sigo! ¡Sigo! Y esta noche no voy a cenar. Estoy de duelo por la mudanza y extraño a Pedro.
Patricia: Irás a verlo.
Hilda: No. No se lo merece.
Patricia: Bueno, no te angusties: todo va a pasae. (Salen.)
Andrés: (Al público) ¿Todo va a pasar? (Tira al suelo con furia los objetos que están sobre la mesa.) ¡No puedo concentrarme!
Patricia: (Entrando.) ¿Qué te pasa? ¿Por qué hacés este escándalo?
Andrés: (Gritando.) ¿Y qué querés que haga? ¿Qué me ría a carcajadas? ¡En menos de diez minutos esta casa se transformó en un infierno!
Patricia: (Tratando de conservar el equilibrio.) Calmate y tratá de adaptarte a la nueva situación y no me hagas la vida imposible. Ahora me voy. Tengo una entrevista por trabajo.
(Entra al cuarto de Hilda llevándole la merienda. Desde allí.) Si querés comer o tomar algo más servite vos misma, mamá. Vengo dentro de un rato. ¿Me escuchaste? ¡Qué va a escuchar!
(Toma la cartera y el saco.) Hasta luego.
Andrés: Hasta luego. (Patricia sale. Andrés camina con nerviosismo enciende un cigarrillo, se sirve un
whisky.)
Hilda: (Grita.) ¡Patricia! ¡Patricia! (Andrés camina con rapidez hacia el cuarto de Hilda y cierra la puerta con llave. Después pone la música a todo volumen y empieza a escribir. La luz desciende mientras Hilda da puñetazos sobre la puerta.) ¡Abran! ¡Abran!
Oscuridad.
- III - La acción transcurre quince días después. Entran Patricia y Andrés. Vienen de la calle. Patricia se sienta y Andrés se sirve un coñac.
Andrés: ¿Te sirvo?
Patricia: No, gracias. Voy a hacer café. ¿Querés?
Andrés: No, gracias.
Patricia: No se puede comer tanto antes de acostarse.
Andrés: Ese pollo era viejo.
Patricia: Es un buen restaurante. Allí no sirven comida vieja.
Andrés: Claro, porque lo elegiste tú. Cuando yo elijo es un tugurio de mierda.
Patricia: (Entra con el café.) No empecemos. No tengo ganas de discutir.
Andrés: Yo tampoco.
Patricia: (Pausa. Andrea termina de beber el café. Andrés se acerca a la mesa, toma algunos papeles y los revisa.) ¿Tenés que trabajar?
Andrés: No, por suerte ya terminé. (Enciende el televisor y busca en los diversos canales. Lo apaga.) Pura inmundicia.
Patricia: (Se despereza.) ¡Qué sueño!
Andrés: (Sentándose a su lado . Pausa.) Estás muy linda.
Patricia: (Con humor.) ¡Salí!
Andrés: (Breve silencio.) ¿Te dije que si el diario no se funde y me dan el puesto de jefe de internacionales voy a ganar cinco mil pesos más?
Patricia: Ojalá.
Andrés: Podríamos viajar a Río y pasar allí todo el carnaval, por ejemplo.
Patricia: ¿Qué haríamos con mamá?
Andrés: Puede quedarse sola.
Hilda: (Desde el cuarto.) ¡Patricia!
Andrés: Se acabó la tranquilidad.
Patricia: Voy a ver qué quiere.
Hilda: (Grita con exasperación.) ¡Patricia! ¡Patricia!
Patricia: Ya voy. No te pongas nerviosa. (Sale.)
Andrés: (Gesto de desánimo.) ¡Esta vieja nos va a liquidar a los dos!
Patricia: (Entrando.) Se le descompuso el televisor.
Andrés: ¿Y qué querés que haga? No soy técnico.
Patricia: Quiere venir a ver en éste.
Andrés: Ah no, eso no. Estoy contigo y no quiero que me moleste.
Hilda: (Desde el cuarto, con más exasperación.) ¡Vení, Patricia! ¡Tengo una pulga en mi cama!
Patricia: Ya te dije que aquí no hay pulgas, mamá.
Hilda: ¡Sí hay! ¡Vení! ¡Mirala!
Patricia: (Se acerca al televisor e intenta desplazarlo.) Voy a llevarle el televisor.
Andrés: (Se lo impide.) De ningún modo, querida. Voy a usarlo yo.
Patricia: Recién lo apagaste.
Andrés: Porque no había nada interesante. Pero está por empezar el informativo de las once.
Hilda: ¡La maté! ¡Vení, nena! ¿Qué estás haciendo?
Patricia: Voy. (A Andrés, con nerviosismo.) ¿Qué hago entonces?
Andrés: Hacé lo que quieras.
Patricia: No, lo que quiera no. No quiero tener problemas con ella ni contigo.
Andrés: Está bien, que venga a ver aquí. (Patricia sale refunfuñando.) ¡Pero si llega a molestarme la aplasto como a otra pulga!
(Pausa. Entra Hilda apoyándose en el brazo de Patricia. Tiene puesto un salto de cama espectacular, más juvenil de lo que podría esperarse. Fuma un habano muy oloroso. O en pipa. Patricia enciende el televisor. Otra pausa. Andrés empieza a dar muestras de que el olor del tabaco le molesta.)
Patricia: ¿Qué querés ver, mamá?
Hilda: Poné la novela.
Andrés: ¡Lo que faltaba! Va a empezar el informativo.
Hilda: Está bien. (Plañideramente.) Vean lo que quieran y hagan lo que quieran. Los viejos somos un cero a la izquierda.
(Andrés se levanta y abre la ventana.)
Patricia: ¿Estás loco? Hace mucho frío.
Andrés: Ese cigarro tiene un olor espantoso.
Hilda: (A Andrés.) ¡A mí no me gustan esos informativos que sólo muestran crímenes y desgracias, y sin embargo lo voy a mirar! ¡Así que tú te aguantás el olor de mi cigarro!
Andrés: Estoy en mi casa y ese es mi televisor, por lo tanto deje de quejarse. No es usted la que molesta, es ese cigarro inmundo.
Hilda: (Indignada.) ¿Inmundo mi cigarro? ¿Oíste, Poupée? ¿Oíste?
Patricia: Sí, oí. Y no me llames más Poupée. Odio ese apodo.
Hilda: ¿Vas a justificar todas las groserías de tu marido? ¿Vas a permitirle que me maltrate y que me haga la vida imposible, Poupée?
Andrés: (A Patricia.) ¿Y a ella le vas a tolerar cualquier cosa?
Patricia: (A los dos, histérica.) ¿Se pueden callar, por favor?
Hilda: Me callo. Pero no apago el cigarro. Y voy a seguir llamándote Poupée porque me gusta ese nombre.
(Se emociona.) Te llamaba así cuando eras una nena y la gente tenía buenos modales.
(Mira a Andrés con rencor.) En aquellos tiempos nadie era capaz de encerrar a la suegra con llave en una habitación.
Patricia: (Asombrada.) ¿Qué dijiste, mamá?
Hilda: Que hace exactamente catorce días, cuando llegué a esta casa, ese señor esperó a que te fueras y me encerró en mi cuarto. Me cansé de esperar a que me abriera.
Patricia: (Estupefacta, a Andrés.) ¿Fuiste capaz de hacer eso?
Andrés: ¡Miente!
Hilda: (Satisfecha.) Yo nunca miento. Y mi hija lo sabe.
Patricia: Estoy segura de que lo hiciste.
Andrés: Está bien: sí, lo hice. Y podría hacerlo de nuevo.
Patricia: (Furiosa.) ¡Sos un cretino! (A Hilda.) ¿Por qué no me lo dijiste, mamá?
Hilda: No quería que te pelearas con tu marido por mi culpa.
Andrés: ¿Y por eso se lo dice ahora, verdad?
Hilda: (Con orgullo.) Yo perdono pero no olvido. Y estoy bien preparada para la guerra. Yo soy de otros tiempos, mi hijito. ¡Nosotros no necesitamos plidex para dormir, ni coraje para querer, ni psicólogos para curarnos! .
Andrés: Está bien. Siga fumando esa porquería y convirtiéndose en la dueña de esta casa. Yo me voy.
(Entra a su cuarto dando un portazo.)
Hilda: ¡Qué modales! ¿No te parece? (Patricia golpea la mesa con el puño cerrado.)
Poupée...
Patricia: (Gritando.) ¡No me llames Poupée! ¡Te lo pido por última vez!
Hilda: Calmate, nena. Yo me siento muy bien aquí. La casa de tu hermana es demasiado grande y me produce pánico. ¿Sabés lo que es el pánico, querida?
(Patricia se levanta con furia y entra a la cocina dando un portazo. A Patricia, elevando la voz.)
¡Siempre te llamé Poupée porque eras igual a una muñeca del mismo nombre que tenía cuando era niña!
(Baja la voz, y aunque reflexiona en voz alta parece que estuviera hablándole a Patricia.) Era rubia y de porcelana y tenía unos ricitos primorosos.
(Con ternura.) ¡Me gusta tanto llamarte así! (Con el rostro transfigurado por la emoción.)
Me recuerda los viejos tiempos, los buenos modales, la dulzura de
vivir...(Se introvierte. Pausa extensa. De pronto cambia de canal y se sienta a mirar un programa fumando con satisfacción. Después extrae del bolsillo una pequeña botella de whisky y se bebe un trago largo. Entra Andrés.) Podés ver la película conmigo, si querés. No me molesta.
(Andrés no responde y entra al baño. Pausita. Sale del baño y entra a la cocina, donde inicia una áspera discusión con Patricia.) ¡Qué gente! Viven peleándose.
(Sube el volumen del televisor para no oír la discusión. Bebe con avidez otro sorbo de whisky.)
No voy a oír más discusiones. A esta altura de mi vida quiero vivir en paz.
(Andrés sale de la cocina, entra al cuarto, toma el saco y se va a la calle dando un portazo. Entra Patricia. Está furiosa.)
Patricia: ¡Mamá!
Hilda: (Con deliciosa y subyugadora inconsciencia.) ¿Sí, querida?
Patricia: (Contiene su ira y decide no abordar el tema. Sollozando casi.) ¿Estás contenta aquí?
Hilda: (Con el rostro iluminado.) ¡Claro! Estoy muy contenta . A ti, en cambio, no te noto muy feliz. ¿Me podrías decir por qué, Poupée?
Patricia: (Grita con ira.) ¡Porque estoy harta! ¡Harta! ¡Harta!
(Sale apresuradamente.)
Hilda: ¡Y ahora? ¿Qué le pasó?
Oscuridad.
- IV - La acción transcurre en el mismo lugar. Hay un motociclo flamante arrimado contra una de las paredes. Patricia está en la cocina. Entra Andrés.
Patricia: ¿Sos vos, Andrés?
Andrés: (Fatigado.) Sí, soy yo. (Se quita el saco, se sienta y enciende un cigarrillo.) ¿Estás sola?
Patricia: Mamá está viendo "La belleza y el poder"otra vez . La repiten por cable.
Andrés: (Aflojándose.) Me parece mentira estar un sábado en casa.
(Breve silencio.) Hoy la redacción fue un infierno. Le hice un reportaje a Mujica y salió con la foto de Sánchez Padilla. ¿Te imaginás la que se armó?
Patricia: ¿Ya salió?
Andrés: Sí, claro, hoy.
Patricia: ¿Y de quién fue el error?
Andrés: Del archivo. Pero el jefe de página se lo comió. Van a cortarle la cabeza a alguien, estoy seguro.
Patricia: Pobre tipo. (Pausa.)
Andrés: ¿Qué estás cocinando?
Patricia: Milanesas.
Andrés: Todos los sábados hacés milanesas. (Descubre con estupor el motociclo.) ¿Qué es esto?
Patricia: Lo compró mamá para hacer gimnasia.
Andrés: (Con crueldad.) ¿Se está muriendo y quiere hacer gimnasia?
Patricia: No se está muriendo, que yo sepa.
Andrés: No creo que ningún médico se lo haya indicado.
Patricia: Por lo menos la autorizó. Dijo que las motivaciones de los ancianos deben ser respetadas. La actividad física le alargará la vida.
Andrés: (Burlón.) ¿Más todavía?
Patricia: (Indignada.) ¿Qué dijiste?
Andrés: Nada. Voy a llevarle este armatoste a su cuarto.
Patricia: No cabe: está repleto.
Andrés: ¿Y la tengo que aguantar aquí, mientras trabajo, haciendo ruido con la bici?
Patricia: No hay otro lugar.
Andrés: Entonces yo me voy. Tengo mil lugares donde vivir.
Patricia: No seas bobo, Andrés. Ella no va a hacer gimnasia cuando vos estés trabajando.
Andrés: ¿Cómo podés estar segura? Le encanta torturarme.
Patricia: (Recalca.) Dije que no va a hacer gimnasia cuando estés trabajando.
Andrés: Quiero un documento firmado.
Patricia: No seas ridículo.
Andrés: ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¡No tengo comedor diario! ¡No tengo escritorio! ¡El olor de esos habanos apesta! ¡Y todavía se pone a hacer ciclismo en el living! ¿Por qué Dios, si hay Dios, me castiga tanto?
(Después de una pequeña pausa.) Esto no va más, Patricia, y me voy de esta casa. Te estoy hablando en serio.
(Toma el saco y se dirige hacia la puerta.)
Patricia: ¿Sabés qué? Hacé lo que quieras.
Andrés: ¿Así que no te importa?
Patricia: Claro que me importa. Pero no voy a detenerte. Mamá es mamá y vos sos vos. ¡Y yo estoy enloqueciendo aquí dentro! Así que no te olvides de llevarte toda la ropa y la pasta de dientes. Ah: y la máquina de afeitar.
Andrés: No me voy a ir todavía, aunque eso sea lo que querés. Voy a tomar un café por ahí y a reflexionar. Pero volveré.
(Recalca.) A mi casa. (Sale. Gesto de Patricia que revela impotencia. Entra Hilda.)
Hilda: ¡Ese hombre es una pesadilla!
Patricia: (Molesta.) ¿Estabas escuchando, mamá?
Hilda: Yo siempre oigo todo, mi hijita. Ya lo sabés.
Patricia: (Angustiada pero también harta.) No podés ponerte a escuchar.
Hilda: (La interrumpe.)¡Yo no escucho detrás de las puertas! Oigo lo que la gente quiere que oiga. Si tu marido fuese un hombre fino no gritaría de ese modo. ¿Dónde se vio? ¡Prohibirme el motociclo a mí, que soy diez mil veces más fuerte y valiente que él!
(Sube con cierta dificultad al motociclo.)
Patricia: (Se resigna porque no quiere discutir.) Está bien, mamá, pero tené cuidado. Podés caerte.
Hilda: ¡Son ustedes los que pueden caerse! A tu edad yo hice natación y jugué al golf. Hasta levanté pesas. ¡Sí, aunque no lo creas!
Patricia: Voy a seguir con las milanesas. (Se va.)
Hilda: (Pausa. Sigue pedaleando.) Cuando salgas comprame habanos porque se me terminaron. Sacá plata de mi cartera.
Patricia: Está bien.
Hilda: Mañana vendrá una amiga a tomar el té.
Patricia: (Desde la cocina.) ¿Quién es?
Hilda: Adelita, la única amiga mía que se casó tres veces. ¿Te acordás de ella? También vive en el Hogar.
Patricia: Si está Andrés no podés recibirla en la sala.
Hilda: No te preocupes, querida, tengo un cuarto. (Continúa pedaleando con entusiasmo.) ¡Tengo tantas ganas de ver a Adelita!
(Pausa.) Anoche me llamó por teléfono. ¿Me oíste hablar con ella?
Patricia: Yo no te espío, mamá.
Hilda: (Con orgullo.) Pues sí, me llamó. Todavía tengo amistades. Mis amigos no están todos muertos, como creen ustedes. A mí me llaman. A ti y a tu marido, en cambio, nunca los llama nadie. Y eso les pasa por ser unos avinagrados.
Patricia: No me interesa la vida social.
Hilda: ¿Y por qué no te interesa?
Patricia: Porque tú me educaste así: huraña, introvertida
Hilda: ¿Me lo estás reprochando? Es la historia de siempre: los demás son culpables de lo que ustedes no quisieron hacer. La carrera de medicina, por ejemplo. ¿Por qué no la terminaste?
Patricia: Me casé, entre otras cosas.
Hilda: Y tu marido te cortó las alas.
Patricia: Me faltó empuje. Me costaba concentrarme en los estudios. Y además veía a los médicos corriendo de un lado a otro para sobrevivir. No sé qué me pasó.
Hilda: ¿Ves? Ese es el problema de los jóvenes: miran hacia el costado en lugar de mirar hacia adelante. Y así están.
(Desciende del motociclo y se cae.) ¡Patricia, me caigo!
Patricia: (Entra con rapidez. Está alarmada.) ¿Qué pasa, mamá?
Hilda: Me caí.
Patricia: (La ayuda a levantarse. Con ironía.) Eso pasa por "mirar hacia el costado". Ya te dije que esta bicicleta es un peligro. ¿Por qué no te quedás quieta en alguna parte?
Hilda: ¡No voy a quedarme quieta hasta que esté en el cajón!
Patricia: (Con paciencia.) ¿Te lastimaste?
Hilda: No.
Patricia: ¿Querés ir al dormitorio?
Hilda: No.
Patricia: ¿Qué vas a hacer aquí? Yo tengo que salir.
Hilda: Voy a esperar al insolente de tu marido.
Patricia: (Alarmada.) ¿Para qué?
Hilda: Por gusto nomás, para que me vea.
Patricia: Te pido por favor que no lo exasperes . Está muy nervioso. El diario va a cerrar. Yo no tengo empleo, el país está en crisis, los problemas económicos nos superan y hace tres meses que no pagamos la cuota del apartamento.
Hilda: Yo te estoy ayudando: hice varios surtidos y pagué la luz y el teléfono. Además voy a pagarte esas cuotas. Yo puedo, gracias a Dios. A mí no me metieron como a cualquier gallina tarada en el corralito: tengo la plata en un banco extranjero.
Patricia: (Irónica.) Está bien. ¡Gracias, gracias, gracias! (Sale furiosa.)
Hilda: (Con notable frivolidad.)¿Qué es lo que te molesta de mí?
Patricia: Nada.
Hilda: ¿Querés que me vaya de tu casa?
Patricia: No.
Hilda: Vamos, hablá.
Patricia: (Agresiva, regresando.) Está bien. Sí: algo me molesta y voy a decírtelo.
Hilda: (Con histrionismo.) Soy toda oídos.
Patricia: Seguís siendo tan caprichosa y autoritaria como antes, cuando yo era chica.
Hilda: (Con orgullo.) Sé muy bien lo que hay que hacer en cualquier circunstancia.
Patricia: ¿Ves? Esa es una pedantería.
Hilda: Cuando me dijiste que te casarías con ese hombre te dije que era un mediocre.
Patricia: (Con rabia.) ¡Andrés no es ningún mediocre! Está agotado, nada más.
Hilda: ¡Más agotado estaba tu padre, que en paz descanse, pero siempre me hizo sentir como una reina! ¡Y al año de casados me llevó a Europa!
Patricia: ¿De qué época estás hablando? Vivimos en otro país y en otro mundo. ¡La gente se muere de hambre, no tiene para remedios ni para el ómnibus! ¡No van a Europa a festejar, van a buscar trabajo y comida! ¡Y los que no pueden irse se suicidan, como el vecino de abajo, que se quedó sin trabajo y se pegó un tiro!
Hilda: (Se persigna horrorizada.) ¿En qué país vivís tú? Yo no conozco a ningún suicida, gracias a Dios.
Patricia: Claro, vos seguís viviendo en el país de las vacas gordas, donde fuiste muy feliz.
Hilda: ¡Tú también fuiste feliz!
Patricia: Estás tan equivocada.
Hilda: (Estupefacta.) ¿Así que tampoco fuiste feliz? ¿Y se puede saber por qué?
Patricia: Porque para vos era más importante salir, comprarte ropa e ir a la peluquería que llevarnos a pasear o preguntarnos por qué estábamos tristes o confundidas. Ya es hora de que dejes de lado las frivolidades. ¿No te parece, mamá? Tenés ochenta años. Sos una anciana.
Hilda: (Escandalizada.) ¿Anciana yo?
Patricia: Sí, mamá.
Hilda: (Con cierto humor.) ¿Oí bien? Sí, oí bien, Pero no vas a sugestionarme. Yo me siento más joven que tú. ¡Y soy más joven! ¡Tengo sangre en las venas! ¡Estoy enamorada, me perfumo, me pinto, me encanta bailar y tengo ganas de vivir!
(Eufórica.) ¡Ojalá la vida durara mil años!
Patricia: Hablá por vos. Yo no quiero vivir mil años en este país sin futuro. ¡Odio a la gente que nos gobierna!
(Inicia el mutis.)
Hilda: (Autoritaria.) ¡Y ahora, encima, anarquista! Arrancá de tu mente esos pensamientos turbios. ¿Me escuchaste?
Patricia: Sí, te escuché.
Hilda: (Se peina y retoca su pintura labial. Se sirve un whisky. Con cómica inconsciencia.) ¿Qué te está pasando, nena? ¡Te noto agresiva e intranquila!
Patricia: (Irónica pero dolorida.) Nada, mamá. Nada. ¿Qué me va a pasar? La vida es perfecta. Hasta luego. (Toma el saco y la cartera y sale.)
Hilda: (Pausa. Reflexiona en voz alta.) ¡Qué carácter! (Bebe el whisky con avidez y se sirve otro. Se sienta y pone la botella a su lado. La luz empieza a declinar. Sigue riendo. De pronto queda absorta y su expresión se vuelve patética, pero toma el teléfono con ímpetu y disca.) Con Adela, por favor.
(Con alegría.) ¡Soy yo, Adelita! ¿Que qué me pasa? ¡Tengo la botella al lado, nena! ¿Cómo estás tú? ¿Deprimida? ¡No te dejes devorar por la depresión, querida! ¡Ça n'existe pas!
(La luz sigue declinando.) ¿Dónde está ese viejo verde que me hizo sufrir tanto?
(Autoritaria.) ¡Dame con él! (Pausita. Se prepara para seducirlo vocalmente. De pronto se arrepiente y habla con aspereza.) Alo, alo. Buenas noches, Rasputín. ¡Te llamé para decirte que te odio!
(Cuelga y empieza a reír a carcajadas.)
Oscuridad total
- V - La acción transcurre en el mismo lugar. Hilda se acerca a la computadora y se sienta frente a ella.
Hilda: Vamos a ver dónde está ese ratón del que siempre hablan.
(Toca botones, prueba, etc.) Bah. Aquí no veo nada.(Descubre que el sillón en que está sentada posee ruedas y empieza a desplazarse sobre él. Entra Andrés. Se saca el saco. Su semblante denota el disgusto que le produce descubrir a Hilda jugando en su sillón.)
Andrés: ¿Está linda la calesita, no?
Hilda: (Cortante.) Buenas noches. Estoy aquí porque en mi cuarto había una cucaracha.
Andrés: Nunca hubo cucarachas en este edificio. (Pausa. Andrés va hacia su cuarto. Después sale y entra a la cocina. Regresa, extrae unos papeles del portafolio y los coloca sobre la mesa. Examina las carpetas y efectúa algunas anotaciones.)
Andrés: ¿Patricia salió? (Hilda no responde.) Pregunté si Patricia salió.
Hilda: En la casa no está ¿no?
Andrés: ¿Adónde fue?
Hilda: Qué sé yo. Podés hacerte unas milanesas.
Andrés: No tengo ganas de comer. (Vuelve a la cocina. Hilda abre la ventana. Pausa.) ¿Quién se tomó todo el café?
Hilda: Yo. Mañana voy a comprar.
Andrés: (Regresando.) ¿Y ahora qué tomo?
Hilda: Té. Es más sano. El café lo había comprado yo. Lo aclaro por las
dudas.(Enciende un habano.)
Andrés: Yo no necesito que usted compre el café. (Abre la ventana.)
Hilda: ¿Qué hacés? (Intenta cerrarla.)
Andrés: (Impidiéndoselo.) ¡Deje esa ventana como está!
Hilda: ¿Estás empeñado en que me vaya a mi cuarto? Bueno, me voy, pero cuando llegue Patricia voy a decírselo.
Andrés: ¿Eso es lo que quiere, verdad? ¿Enemistarme con Patricia y lograr que nos separemos?
Hilda: ¡No me grites!
Andrés: (Continúa gritando.) ¡Grito todo lo que quiero! ¡Estoy en mi casa!
Hilda: ¿Puedo hacerte una pregunta? (Andrés no responde.) ¿Por qué me querés hacer la vida imposible?
Andrés: Por su culpa estoy perdiendo a mi mujer.
Hilda: Ah no, hijito, los problemas de ustedes no tienen nada que ver conmigo.
Andrés: Es agresiva y arbitraria y le molesta que su hija viva conmigo. En el fondo está celosa.
Hilda: ¿Celosa de qué? Yo soy feliz. Y tú, a los treinta y ocho años, sos un amargado y parecés un viejo frustrado. No te gusta tu trabajo. Te sentís pobre y limitado. Te gustaría viajar a Brasil pero no podés hacerlo. Yo creo que ni siquiera hacés feliz a tu mujer en la cama.
Andrés: A su edad no tendría que pensar más en la cama. (Con odio.) Salvo para morir.
Hilda: (Muy herida. Después de una dolorida pausa, con dignidad.) Jamás voy a olvidarme de esa grosería. Te lo juro.
(Se dirige a su cuarto, pero al pasar junto a la mesa vuelca deliberadamente un vaso lleno de whisky sobre las carpetas de Andrés.)
Andrés: (Estupefacto.) ¿Qué hizo?
Hilda: (Con maldad.) Se me cayó.
Andrés: (Con ira.) ¡Me estropeó el trabajo!
Hilda: (Muy serena.) Hacelo de nuevo.
Andrés: (La empuja.) ¡Salga de mi vista! ¡Maniática! ¡Chiflada! ¡No quiero verla nunca más!
Hilda: ¡Soltame, ordinario!
Andrés: (La arrastra hacia el cuarto.) ¡Vamos a terminar de una vez por todas con las cretinadas!
(Entra Patricia y observa la situación con espanto. Hilda advierte la presencia de la hija y empieza a dramatizar.)
Hilda: ¡Vas a lastimarme!
Patricia: ¿Qué pasa?
Andrés: Tu "mamita" quería ir al cuarto y yo la estaba llevando.
Hilda: (Desgarradamente.) ¡Me empujó, Poupée! ¡Y me insultó!
Patricia: (A Andrés.) ¡Sos un cretino! (Se arrodilla para ayudarla.) Mamá, mamita...¿Te sentís
bien?(A Andrés.)
Andrés: ¡Me tiene podrido tu querida mamá! ¡Y si no se va de esta casa voy a irme yo! Patricia:
(Gritando también.) ¡Andate cuando quieras! ¿Me oíste? ¡Si sos capaz de maltratar a una anciana andate ahora mismo! ¡Ya!
Andrés: Está bien: me voy. ¿Pero sabés qué hizo esa "anciana"? (A Hilda.) ¡Cuéntele qué hizo!
(A Patricia.) ¡Derramó el whisky sobre mi trabajo y lo hizo a propósito!
Patricia: ¿Por qué hiciste eso, mamá?
Hilda: (Fingiendo que llora.)¿Vas a defenderlo? ¡Andate con él entonces! ¡O quédense juntos y llévenme de nuevo al Hogar! En el fondo eso es lo que quieren.
Patricia: (Con furia, gritando.) ¡Estoy harta! ¡Harta de los dos!
(Andrés intenta acariciarla.)
Patricia: ¡Dejame! (Andrés está apunto de atacarla pero se contiene y entra a su cuarto dando un portazo.)
Patricia: ¡No podemos seguir así, mamá! ¿Por qué te empeñás en complicarlo todo?
Hilda: Yo te dije que no quiero quedarme sola con él, Poupée.
Patricia: (Furiosa.) ¡No me llames Poupée!
Hilda: (Sigue fingiendo que llora.) Está bien, nena. Está bien. ¿Sabés por qué me odia tu marido? ¡Porque soy irresistible, me visto bien, tomo whisky, mi colesterol es normal y tengo adoradores!
Patricia: (Resignada pero con hastío.) Sí, mamá. Tenés razón. Los dos tienen razón.
(Se dirige a su cuarto.)
Hilda: Claro que tengo razón. Yo nunca miento. ¿Adónde vas? (Patricia entra al cuarto.) ¡Casi no puedo caminar de dolorida que estoy! ¡Llevame a mi habitación!
(Pausa.) ¿Qué están haciendo? ¿Se estarán reconciliando? Se están besuqueando, seguro.
(Silencio.) Está bien. Allá ellos. A veces hay que poner mano dura con estos jovencitos.
(Enciende el televisor, prende un habano y se sirve de su botella de whisky.) No voy a hacerme mala sangre.
- VI - La acción transcurre en el mismo lugar. En el escenario no hay ningún personaje. Suena el teléfono.
Patricia: (Desde el baño.)Atendé, Andrés. Me estoy bañando.
Hilda: (Sale de su cuarto fumando un habano.) No te preocupes: atiendo yo.
(Atiende.) ¿Aló? (Se le ilumina el rostro de alegría.) ¡Pedro! ¡Sos tú! ¿Cómo estás? Yo, bien. ¿Qué voy a decirte? Era más feliz allí. No, no estoy reprochándote nada. Es mejor no hablar del pasado.
(Entra Andrés. Se sienta a la mesa y se pone a trabajar.) No, Pedro. Bueno, sí, Pedro. ¿Y tú cómo andás? ¿Tomás todos los remedios? ¿Movés el vientre todos los días? ¿Cómo una vez por semana? ¡Eso es muy peligroso, querido! Hablá enseguida con el doctor. Ah. ¿Y qué te dijo? ¿Estás seguro? ¿No se habrá equivocado? Mirá que los médicos de ahora son un desastre y nacieron para matar. Uno tiene diarrea y lo operan de peritonitis. ¡Ay, Pedro!
(Ríe.) No seas pícaro. (Ríe a carcajadas. Andrés la mira con ira.) Sí, hoy viene Adelita a tomar el té. Está por llegar. ¿Por qué no venís tú también?
(Mirada agresiva de Andrés.) ¡No es tan tarde! Son las cinco. Vamos, querido, no te hagas el viejo chocho. ¿Cómo? Bueno, está bien. ¡Pero se me ocurre una idea mejor! Mañana es sábado y podrías venir a almorzar con nosotros! A mi hija le encantará.
(Andrés la fulmina otra vez con la mirada y golpea en la mesa. Hilda lo mira con satisfacción.) Sí, Pedro, sí.
(Se emociona.) Soy una boba pero te perdoné. Te espero mañana a la una. Y gracias por llamar Chau, querido. Adiós, Pedro.
(Cuelga. Está muy emocionada y se siente muy feliz. A Andrés.) Era Pedro.
Andrés: Ya sé que era Pedro. Lo nombró treinta veces por lo menos.
Patricia: (Sin salir.) ¿Quién llamó?
Andrés: (Al mismo tiempo que Hilda.) Pedro.
Hilda: Pedro. (A Patricia.) Ah, mañana viene a almorzar. ¿Qué te parece que podríamos hacer?
Andrés: (Con burla.) Milanesas.
Patricia: ¿Qué pasa con mis milanesas?
Andrés: (Molesto porque Hilda cambia de canal.) ¿No tiene televisor en el cuarto?
Hilda: ¿Oíste, nena?
Patricia: Mamá, no quiero discutir. (Se asoma. A Andrés) Y vos no embromes con el televisor. Nos vamos en seguida.
(Entra a su cuarto. Suena el timbre.)
Hilda: (Autoritaria.) Abro yo. (Camina hasta la puerta con cierta dificultad. Abre. Entra una anciana muy emperifollada. Tiene puesto sombrero, se ha teñido el cabello, está llena de alhajas y se pinta, se peina y se viste como una mujer de treinta años menos.)¡Adelita!
(Se abrazan.)
Adela: Estás preciosa, nena. Nunca imaginé que iba a encontrarte tan estupenda.
Hilda: Tú también estás elegantísima. Vení, querida. Sentate. Recién me llamó Pedro.
Adela: ¡Qué romance! ¡El de ustedes me hace recordar a "Lo que el viento se llevó"!
Hilda: (Sube la voz.) ¡Llegó Adelita, nena! (Cambia el tono de intención para señalar a Andrés.) Ese es mi yerno.
Adela: (Lo mira embelesada y se acerca a él con un cigarrillo en la mano.) Encantada, joven. ¿Tiene fuego? (Andrés le enciende con burla el cigarrillo.) Gracias.
Hilda: Vení, voy a mostrarte mi cuarto.
Adela: (A Hilda, bajando la voz.) ¡Es un bombón! Una mezcla de Clark Gable con Gary Cooper.
Hilda: ¿Te parece, che?
Adela: No me discutas. Clark Gable y Gary Cooper fueron los hombres que más amé en mi vida. Más que a Ruben, mi primer marido. Más que a José Enrique, el segundo. Del tercero, Luis Ernesto, mejor no hablar. Y ahora vamos a ver qué pasa con Luis Castrillón, el cuarto.
Hilda: ¿Estás comprometida de nuevo?
Adela: Sí, mi amor, y voy a casarme dentro de dos meses. Por eso hago tanto ejercicio.
(Mirando la ropa extendida sobre la cama.) ¿Pero qué es todo este despliegue?
Hilda: Lo invité a Pedro a almorzar.
Adela: ¿Y va a venir?
Hilda: Claro. Pero no sé qué ponerme.
Adela: Tenés que estar despampanante. Si querés te presto algo.
Hilda: No, no. Vos tenés más gorditas las caderas.
Adela: Luis no quiere que adelgace las caderas. Pero yo igual hago footing. Hoy fui desde la plazoleta Suárez hasta el Rosedal. ¿Tú no hacés gimnasia?
Hilda: Claro, en el motociclo. Vení a verlo. (Salen a la sala y se encuentran con Patricia, que está preparando la mesa.)
Patricia: Hola, Adela. (La besa.)
Adela: ¿Cómo estás, querida? Ya veo que preciosa, como siempre. (Con picardía.) Y te felicito por el marido. ¡Es un bombón! Me dejó flechada.
Patricia: (A Hilda.) Los sandwiches están en la heladera, mamá. (A Andrés.) Vamos, Andrés. Es tarde.
Andrés: (Con maldad.) Sí, vamos a respirar un poco de aire puro.
Adela: (A Andrés, coqueteando.) No me diga que usted es uno de esos psicóticos furiosos que persiguen a los fumadores. ¿No le gusta el humo?
(Expele ostentosamente el humo de su cigarrillo.)
Andrés: No me gusta el humo que despiden los habanos.
Patricia: (Impaciente.) Vamos, Andrés.
Hilda: Que te divierta, nena. Y tú, querido, cambiá esa cara: no te vamos a incendiar la casa.
Patricia: (Andrés intenta replicar pero lo interrumpe con agresividad.) Vamos. Hasta luego, Adela. Chau, mamá.
(Salen discutiendo. Pausa breve.)
Hilda: ¡Al fin solas! ¡A disfrutar de la vida!
Adela: ¡Estoy tan contenta! ¿Sabés que mi novio es una especie de elefante grande y morrudo? Me abraza y me siento como una plumita.
Hilda: ¿Qué edad tiene? ¿Qué hace?
Adela: Tiene ochenta y tres años. Es un empresario viudo y jubilado y lo conocí en el baile que se hizo en el Hogar .
Hilda: ¿Hicieron un baile en el Hogar?
Adela: Claro, la semana pasada. Acababan de internar allí a su hermana y él fue de visita. Ah, le dieron tu habitación.
Hilda: ¡Contame de Pedro! ¿Sigue viendo a la chiruza esa?
Adela: ¡Estás atrasada de noticias, querida! Quedó parapléjica.
Hilda: ¿Qué?
Adela: Después de la pelea que tuviste con ella por aquel asunto turbio, le dio como un ataque. Ya no reconoce a nadie, ni siquiera a Pedro.
Hilda: ¿Querés que te diga una cosa? Se lo merece.
Adela: A mí me da lástima. Sólo tiene ochenta y tres años.
Hilda: A Dios no le gustan las cosas chanchas.
Adela: ¡Y él te extraña tanto!
Hilda: ¿Te comentó algo?
Adela: Me pidió el número de tu teléfono. (Después de una transición.) Bueno, contame cómo te sentís.
Hilda: Mal no estoy.
Adela: (Asombrada.) ¿Aquí?
Hilda: Me tratan como a una reina.
Adela: (Viperina.) ¿Tu yerno también?
Hilda: (Miente con descaro.) Él es encantador conmigo. Pero toma muchos medicamentos. Es paranoico y se asusta de todos los desconocidos. Cuando entraste sintió pánico.
Adela: Algo raro noté. ¡Pobre chico! ¡Con lo lindo que es! Soy capaz de matar a mi gordo con tal de tener un romance con un bomboncito así.
(Hilda ríe..) ¡Brindemos por la belleza masculina! (Chocan los vasos. Pausa.) ¿Nunca vas a volver al Hogar? ¡Te extraño tanto!
Hilda: Volvería si me casara con Pedro.
Adela: Podrías compartir la habitación con él, y asunto solucionado. ¡Mi novio y yo podríamos hacer lo mismo! ¡Y los domingos saldríamos juntos y mataríamos a todo el mundo de envidia!
(Beben más whisky.) Pero Luis no va a querer. Detesta el Hogar. Le produce es-pan-to.
Hilda: Yo, en cambio, creo que ese fue el único lugar en que fui feliz.
Adela: ¿Más que aquí, con tu hija?
Hilda: (Se levanta para desviar la conversación.) Vamos a seguir con aquella botella.
(Trae otra botella y sirve. Empiezan a embriagarse.)
Adela: Tenés razón. (Refiriéndose al nuevo whisky.) Este es delicioso.
Hilda: Me gusta más el Johnny. Pero a falta de pan, buenas son tortas.
Adela: Hay que hacer base.
Hilda: (Muy confidente.) ¿Tú pensás que Pedrito, en la noche de bodas...?
Adela: ¡Es increíble la casualidad! ¡Yo vivo preguntándome lo mismo de Luis!
(Ríen a carcajadas.)
Hilda: Yo creo...
Adela: Sí, yo también creo. (Ríen a carcajadas.) ¿Importa acaso?
Hilda: ¡Tenés razón! ¡ Con tal de dormir acompañada!
Adela: ¡La vida es una fiesta, nena! ¡Vamos, chiquilina! ¡ Mirá lo que me dio Pedro!
(Saca un casete de la cartera.) Es de Celia Cruz. Esta es la música que quiere bailar en el casorio.
(Coloca el casete en el equipo y empieza a bailar.) A mí no me gusta mucho la salsa, pero voy a darle el gusto.
(Mientras baila, le da la mano y la incita a acompañarla. La situación es muy divertida porque están embriagadas.)
Hilda: ¡No! ¡No! ¡No me dan las piernas!
Adela: ¿Que no te dan? ¡Mirame a mí! Dale, nena! ¡Arriba! (Hilda se levanta y empiezan a bailar desaforadamente siguiendo el compás de "La vida es un carnaval"cantado por Celia Cruz.) ¡Vamos a hacer puré a esos dos viejos!
La luz declina con lentitud.
- VII - La acción transcurre en el mismo lugar. Patricia está arreglando una mesa para recibir a Pedro. El único indiferente al respecto es Andrés, quien expresará con sus gestos y su ironía el desagrado que le produce la visita.
Patricia: (Entra trayendo un mantel. A Andrés.) Alcanzame ese candelabro.
Andrés: ¿Este?
Patricia: Si. Mamá quiere ponerlo en la mesa.
Andrés: (Burlón.) ¿Tan pronto va a ser el velorio?
Patricia: No seas bruto.
Andrés: Sabés bien que soy claustrofóbico, y que no aguanto este apartamento lleno de gente, y que...
Patricia: (Lo interrumpe.) No te hagas el neurótico y tratá de no perturbar esta reunión inofensiva. Andá, traeme las copas de vino, por favor.
(Andrés obedece.) Desde que ella vive aquí tenemos más plata. No te podés quejar.
Andrés: Si sólo viniera de visita hasta la querría un poco.
Patricia: Por lo menos tratá de no ser negativo..
Hilda: (Grita desde el baño.) ¡Nena! ¡Me salió un grano rosado en el muslo! ¿Estaré infectada?
Andrés: (Subiendo la voz.) ¿Sabe qué pasa? Después de los sesenta años la sangre se congela y el cuerpo se llena de agua.
Patricia: (A Andrés, molesta.) ¿Podrías callarte?
Andrés: Era una broma.
Hilda: (Desde el baño.) Dejalo, querida. Ya se sabe que el pobre salió medio imbécil.
Andrés: (Acercándose al baño.) ¿Así que yo soy imbécil?
Hilda: (Sale del baño. Está llamativamente vestida, más pintada que nunca y llena de alhajas. El atuendo es más apropiado para ir a una fiesta que para recibir en la casa a un amigo.) Sí. Sos el bobeta más grande que conocí en toda mi vida.
Patricia: (Tratando de calmarla.) Por favor, mamá...
Hilda: ¡Estoy harta de tanta agresividad! ¡Exijo que se me respete!
Andrés: (Con burla.) Muy bien, excelencia. Será obedecida. (Se inclina. Suena el timbre. Patricia va a abrir.)
Hilda: (Exaltada.) ¡No abras todavía, nena! ¡Quiero estar sentada cuando él entre! Vení, ayudame.
(Patricia la ayuda a trasladarse hasta el sillón. Hilda se sienta, se arregla los pliegues del vestido y trata de lucir despampanante.)
Gracias.(Parece una gran diva.) ¿Cómo luzco?
Patricia: Estás espléndida, mamá. (Andrés ríe con disimulo. Suena el timbre otra vez.) Voy a abrir.
(Abre la puerta y entra un anciano rebuscadamente elegante. Tiene puesto un traje cruzado, una sombrero y moña en el cuello. Trae un ramo de flores.) Buenas tardes, Pedro. Yo soy Patricia, la hija de Hilda.
Pedro: Me lo imaginé: es tan bonita como ella. (A Andrés.) Buenas tardes.
(Andrés inclina la cabeza. Pedro mira a Hilda y su rostro se ilumina. Se acerca, le besa la mano y le entrega las flores.) ¡Hilda!
Hilda: (Emocionada.) ¡Pedro! (Pausa. Se contemplan con embeleso.)
Pedro: Te ves preciosa.
Hilda: No, no. Estoy horrible. (Con melancolía. Después con repentina vitalidad e intención.) Pero ya me estoy recuperando.
(Muy feliz.) Soy indestructible. (Lo mira con afecto.) Tú también te ves espléndido.
Pedro: Uno hace lo que puede.
Hilda: (Huele las flores.) ¡Qué aroma! Nena: ponelas en mi florero.
Patricia: Sí, mamá.
Andrés: (Sin perder el tono irónico.) ¿Se sirve algo?
Pedro: Soy abstemio, pero en ocasiones como esta me gusta la bebida fuerte. ¿Qué hay para tomar?
Andrés: ¿Quiere un martini?
Pedro: ¿Martini? (Ríe a carcajadas.) Esa es bebida para señoritas. Quiero vodka.
Andrés: Vodka no hay. Puedo darle whisky.
Pedro: Bueno, si no hay más remedio.
Patricia: ¿Qué tomás vos, mamá?
Hilda: On the rock. (A Pedro.) ¿Cómo anda tu colesterol?
Pedro: Muy bien. El último examen me dio normal.
Hilda: ¿Y el de próstata?
Pedro: No hay que operar.
Hilda: ¡Qué alegría!
Andrés: (Con perfidia.) Brindemos por la próstata.
Hilda: (Exagerada y teatral.) ¡Estoy tan contenta de verte! ¡Más que contenta!¡Estoy extasiada, deslumbrada!
(Andrés se tienta.)
Patricia: (A Andrés, molesta.) ¿Podrías traer la bandeja que está en la cocina?
Andrés: (Con burla.) Con mucho gusto, madame. Sus deseos son órdenes.
(Sale recitando.) La vida es una milonga y hay que saberla bailar.
(Silencio tenso.)
Patricia: ¿Cómo anda todo, don Pedro?
Pedro: Se vive. Soy un hombre sano y feliz, y estoy enamorado. (Mira a Hilda con arrobo.)
Hilda: (Acariciándole la mano. Está muy emocionada.) Querido...
(Entra Andrés con la bandeja.)
Andrés: (Siempre burlón.) Comida para los tortolitos.
Patricia: ¿Podrías ser menos ordinario y sacar ese repasador de la bandeja?
Andrés: Pedro no se va a morir porque vea este repasador. Lo traje porque mojó la mesa con el vaso y quería limpiarla.
Patricia: Me molesta que no tengas el menor sentido estético.
Andrés: (A Hilda.) ¿Y a usted, suegra amorosa ,tampoco le gusta el repasador en la bandeja?
Hilda: (Exagerando.) Me parece bochornoso.
Andrés: (Burlón pero con ira.) ¿Y a usted, imbatible caballero?
Pedro: A esta altura de mi vida yo no opino sobre nada. Odio las discusiones.
Andrés: Vamos, defínase un poco. ¿Le gusta o no le gusta?
Pedro: (Con cautela.) En realidad no me molesta.
Andrés: (Golpea el sillón con el repasador.) ¡A mi tampoco! ¡Y estoy harto de que me jodan la vida por pavadas!
Patricia: ¡Parala, che!
Andrés: ¡No paro nada! ¡Estoy podrido de que te hagas la finoli y la regia, y de que vivas preocupada por el protocolo mientras la casa arde! Ya me estropeaste el sábado. Y estaba bien. Juro que estaba casi bien.
Patricia: No voy a seguir oyéndote.
Andrés: ¡Vas a oírme! ¡Porque si yo no me reventara trabajando diez horas al día no tendrías ni siquiera un maldito repasador! ¿Oíste?
Patricia: (Con ira.) ¡Callate, por favor! ¡Callate! ¡No te aguanto más! ¡No quiero verte más!
Andrés: (A Pedro, quien los mira azorado.) Ella no quiere verme más. Pero sería capaz de pedirme de rodillas que me quedara.
Patricia: Andate cuando quieras. Puedo arreglarme sola.
Andrés: ¡Estoy en la casa que compré y voy a quedarme a vivir acá y a poner los repasadores donde se me cante!
Patricia: (Grita con más fuerza.) ¡Poné los repasadores en el piso, si querés! ¡Destruí la casa, incendiala! ¡Pero dejame tranquila!
(Sale intempestivamente hacia el dormitorio. Pausa tensa y extensa.)
Andrés: Necesito tomar aire. (Sale hacia la terraza. Pausa. Pedro mira a Hilda. Está estupefacto.)
Pedro: ¿Qué significa esto, querida?
Hilda: Viven así, como perro y gato. (Con ternura.) ¿Tú y yo jamás llegaremos a esos extremos, verdad?
Pedro: (Le besa la mano.) Nunca, mi amor. Nosotros ya sabemos que lo único importante es la armonía. Los conflictos quedaron muy lejos, y gracias a Dios nuestra memoria es muy débil y sólo tenemos pocos recuerdos desagradables.
(Se levanta y le extiende el brazo.) ¿Qué te parece si nos vamos a pasear? Hay una hermosa plaza a dos cuadras de aquí. Y tenemos que hacer planes.
(Salen caminando con lentitud. Hilda apoya la cabeza sobre el hombro de él.) Porque tú y
yo...(Salen. La luz empieza a declinar. Pausa. Entra Andrés. Está muy nervioso y se sirve un whisky. Casi enseguida entra Patricia con un bolso.)
Patricia: ¿Dónde está mamá?
Andrés: No sé. Salí a la terraza y cuando regresé se habían ido.
Patricia: Le aguaste la fiesta. (Llora.)
Andrés: (Patético.) Perdí el control...Con ella siempre lo pierdo. (Desgarrado.) Perdoname.
Patricia: No quiero verte más. (Sollozando.) ¡Nunca más!
(Patricia sale con precipitacion hacia la calle. La luz declina mientras Andrés la mira con expresión atribulada.)
- VIII - La acción transcurre en el mismo ámbito. El escenario está en penumbras. Entra Andrés. Deja el portafolio sobre un sillón, se quita el saco y se sienta. Está triste y cansado. Cavila. De pronto descubre que la mesa está servida para una persona, se levanta, se sienta y empieza a comer. Pausa. Entra Hilda. Ha bebido bastante, y aunque no debe parecer ebria, jugará la escena con esa sutileza etérea y ese vuelo que poseen los seres muy sensitivos después de haber bebido mucho. Andrés la mira con indiferencia. El cansancio parece neutralizar la contrariedad que le produce su presencia.
Hilda: Buenas noches. (Andrés no responde. Pausa.)
Está lloviendo.
Andrés: Qué novedad.
Hilda: ¿Te mojaste?
Andrés: (Despectivo.) Está borracha.
Hilda: Una mujer como yo no se emborracha, querido. Sólo estoy embriagada.
(Con orgullo.) De vez en cuando me gusta volar un poco ... (Emocionada.) Vuelo, y planeo sobre el mundo, y bendigo la vida entera.
Andrés: (Cáustico.) Veleidades de grandeza.
Hilda: (Con plenitud.) Quizá. Pero me siento muy feliz. ¿Te molesta eso?
Andrés: No. ¿Por qué habría de molestarme? (Pausa extensa. Ella sigue bebiendo.)
Hilda: Hoy hablé con Patricia. (Otro silencio.) ¿No te interesa saber lo que me dijo?
(Breve silencio.) Creo que te extraña y que siente nostalgia de este apartamento tan lindo.
Andrés: (Con frialdad.) Nadie le pidió que se fuera.
Hilda: Si pudieras ver más allá de tus narices comprenderías que tu mujer te necesita y que yo solo fui la excusa para que ustedes comprendieran que se quieren muchísimo.
Andrés: Linda excusa, usted. Hizo todo lo posible para separarnos.
Hilda: (Recalca.) Ella se fue por tu culpa.
Andrés: Prefiero no hablar. (Se levanta de la mesa.) Estoy muy cansado.
Hilda: (Con melancolía.) Algún día te mirarás al espejo y verás un rostro como éste. De eso nadie se salva.
Andrés: Falta mucho todavía.
Hilda: ¡Ya verás cómo vuela el tiempo, querido! Después que uno abre los ojos por primera vez, cada parpadeo es como un relámpago. En el primero somos niños. Después nos convertimos en jóvenes desconcertados pero llenos de esperanza. Al tercer parpadeo uno es un adulto triste y decepcionado. Al cuarto se arruga y ¡zas!
(Tenso y emotivo silencio. Bajando la voz.) Patricia está en tu cuarto.
Andrés: (Estupefacto.) ¿Patricia aquí?
Hilda: Regresó y yo tuve algo que ver. Una mujer no debe abandonar a su marido. Yo tampoco voy a abandonar al mío.
(Con regocijo.) ¡A mí también me espera una nueva luna de miel!
(Después de un silencio, con ternura.) Andá a verla.
Andrés: No creo que haya vuelto.
Hilda: La fui a buscar yo misma a la casa de ese otro yerno mío rico y egocéntrico. Ese sí que no tiene corazón.
(Se enternece.) Pero tú y Patricia se quieren y eso me llena de alegría.
(Breve silencio.) Por eso te compré un regalito. (Le entrega un sobre.) Son dos pasajes para que vayan al Brasil.
(Andrés se conmueve y no atina a decir nada.) No me agradezcas y andá a verla. Te está esperando.
Andrés: (Emocionado y balbuciendo.) No sé qué decirle... (Con esfuerzo.) Creo que fui bruto y desconsiderado... Pero no me sentía bien. Estoy muy nervioso, y me destruyó que no me ascendieran, y vivo temiendo que me despidan, y... .
Hilda: (Lo interrumpe.) Yo no voy a permitir que pasen hambre. (Con ternura.) Entrá a ese cuarto. ¡Y feliz noche de amor!
(Con humor.) Esta vieja insoportable se va a tomar unos cuantos whiskies y a ponerse los walkman para no oír nada.
(Levanta el vaso y brinda. La luz empieza a declinar.)
Patricia: (Desde su dormitorio.) Mamá...
Andrés: Ya voy, Patricia. Ya voy. (Camina hacia su dormitorio. Hilda se dirige tambaleándose, feliz , canturreando y embriagada hasta su cuarto.)
Oscuridad total.
- IX - La acción transcurre en la misma sala. Ha pasado una semana. Patricia sale del cuarto de Hilda transportando dos valijas. Suena el teléfono y ella atiende.
Patricia: ¿Hola? Ah, ¿Qué tal, Lucía. Bien. Bueno, bien es un decir. No, de trabajo nada. Estoy cansada de mandar cartas . Pero después te cuento. Ahora estoy muy apurada. Mamá se va de casa y están por venir a buscarla. Te llamo más tarde. Un abrazo. Chau.
(Cuelga.)
Hilda: (Desde el cuarto.) ¿Era Pedro?
Patricia: No, es una amiga.
Hilda: ¿Pusiste el cuadro en la valija?
Patricia: Sí, mamá.
Hilda: ¿Y la radio de bolsillo?
Patricia: También la guardé.
Hilda: ¿El Horóscopo Chino?
Patricia: En la valija azul. (Se sirve un poco de whisky y suspira.)
Hilda: ¿Estás segura? Mirá que este es el año del mono y quiero saber todo lo que me va a pasar.
Patricia: Sí, mamá; estoy completamente segura.
Hilda: (Impaciente.) ¡Nena! ¿Dónde estás? ¡Se hace tarde!
Patricia: Estaba tomando un poco de whisky, mamá.
Hilda: No te emborraches a esta hora.
Patricia: Yo nunca me emborracho.
Patricia: ¡Ay nena! ¡Me siento horrible!
Patricia: (Se dirige alarmada al cuarto de Hilda.) ¿Qué te pasa?
Hilda: Vení, ayudame. Estoy más inestable que nunca. (Patricia acude.) Voy a despedirme de esas paredes.
(Aparecen las dos.) Pero yo le tomo cariño a todo. (Se ha vestido de manera espectacular, como para ir a una fiesta de gala. Se sienta y mira en torno suyo.) El lugar no es feo, lo admito. Pero para mí hay hongos.
(Con emoción y ternura.) Aquí me reconcilié con Pedro y pude conocerte más. ¿Sabés una cosa? Necesitaba vivir un tiempo contigo y descubrir que eras capaz de defenderme y quererme como yo te quiero.
Patricia: (Molesta.) No hablemos más de eso, mamá.
Hilda: ¡No! ¡Quiero hablar! Porque es cierto que cuando tú y tu hermana eran niñas las abandoné más de lo debido. ¡Era tan frívola y necesitaba tanto viajar, dar fiestas y salir a divertirme!
(Con sinceridad, conmovida.) ¿Me vas a perdonar?
Patricia: (Tensa.) Sí, mamá; voy a hacerlo. Ya lo hice hace tiempo.
Hilda: (Feliz y explosiva.) ¡Estoy tan contenta! Y tú también tenés que estarlo. Hiciste todo lo posible para que aquí me sintiera cómoda, y hasta lograste que tu marido me aceptara un poco. Ahora no es una hiena, es un osito gruñón.
(Con humor y cierto empaque teatral.) ¡Después de todo, no es fácil querer a una mujer tan fascinante como yo!
Patricia: (Con emoción.) No me gusta que te vayas.
Hilda: Quiero que convivas con tu marido sin testigos. ¿No fue lo que hicimos tu padre y yo? ¡Y fui muy feliz!
(Con picardía, bajando la voz.) ¿Puedo decirte algo muy confidencial?
Patricia: Por supuesto.
Hilda: Si hubiera tenido en casa a mi suegra la habría estrangulado. La odiaba.
(Ríen las dos.)
Patricia: ¡Si el apartamento fuera más grande me gustaría tanto que te quedaras!
Hilda: No digas pavadas. Me voy porque Pedro me está esperando y yo también tengo que encerrarme con él entre cuatro paredes. La vejez es un asunto muy serio, y cuanto más se desarrolle en privado mejor es.
(Con melancolía.) Hay que saber irse de este mundo en silencio, y con elegancia.
(La contempla con profundo amor maternal.)
Patricia: (La abraza.) ¡Mamá!
Hilda: La vida es hermosa, a pesar de todo. Te lo dice una mujer que supo vivirla sin miedos y sin arrepentimientos.
(Breve silencio.) Tú querés mucho a ese hombre y él te quiere. ¿Quién puede saber cuántas cosas magníficas les esperan?
(Se yergue.) ¡Arriba! No perdamos más tiempo. Mi "viejo" debe estar esperándome muerto de frío en el zaguán. Voy a pedirle a esa taimada de la directora que no sea amarreta y que ponga una estufa.
(Contempla el apartamento con emoción.)
Patricia: (También emocionada.) Tu cartera. (Se la da.)
Hilda: Gracias.
Patricia: El televisor.
Hilda: Te lo regalo. (Con picardía.) No lo voy a precisar. (Mira a Patricia con admiración.) Estás muy linda.
Patricia: Gracias. Vos también.
Hilda: (Con sofisticación algo patética.) ¡Yo siempre estoy linda!
(Suena el timbre.) Ya vinieron a buscarme. (Se mira al espejo, retoca el cabello y se pinta de nuevo los labios.)
Patricia: Andrés, se va mamá. (Entra Andrés. Oculta una pequeña bolsa. Pausa tensa, extensa y cargada de emoción. Los tres se miran.)
Hilda: (Quebrando el hielo con humor.) Bueno Andrés, esta chica se va. Gracias por tu hospitalidad.
Andrés: (Con torpeza, sin entusiasmo, mirando para otro lado, le entrega el regalo que ocultaba. La situación es jocosa.) Quiero darle esto.
Hilda: (Deslumbrada, después de abrirlo.) ¡Un regalo! ¿Viste Poupée? ¡Vamos a terminar siendo amigos entrañables!
(Abriendo la bolsa.) ¡Habanos! (Huele el aroma largamente, con sensualidad. Después mira a Andrés con agradecimiento y lo besa.) Gracias, querido.
(Se pone un cigarro en la boca y mira a Andrés, esperando. Él se acerca y lo enciende. Suena el timbre de nuevo. Hilda extiende el brazo con coquetería.) ¿Me acompaña hasta el ascensor, caballero?
(Andrés se acerca, le ofrece el brazo y sale con lentitud junto a ella. Patricia lleva las valijas. Pausa muy extensa.. Entran caminando con lentitud y se miran. Están uno frente al otro. La luz empieza a declinar con suavidad.)
Andrés: ¿Y ahora? (Patricia mira con ternura hacia la habitación de la madre. Andrés también. No se tocan. Después recorren la casa con los ojos. Ambos (y también los espectadores) deben sentir que el alejamiento de Hilda ha producido un vacío en la casa y en el mundo. La luz sigue cayendo mientras se miran con gravedad, un poco confusos, tratando de sentir ternura. Oscurece mientras dirigen la mirada con gravedad hacia la platea.) |