El mago en el perfecto camino

obra de Ricardo Prieto

Escrita en Buenos Aires en el año 1979.

Estrenada en Casa del Teatro de Montevideo el 12 de abril de 1985 de acuerdo al siguiente reparto:

Ángel Terqui: Roberto Pérez Soto

Pablo Linardi: Gustavo Gomensoro

Escenografía: Andrés Guffanti

Luces: Hugo Mazza

Música: Juan José Ferragut

Dirección: Ricardo Prieto

 

Publicada en la Antología Del Teatro Uruguayo Moderno. Noticia y selección: Walter Rela. Editorial Proyección. Montevideo, 1988.

 

Estrenada en el 8° Encuentro de Teatro Joven, en versión del grupo Ñack, con actuación de Gustavo Bouzas y Horacio Nieves y dirección de Adriana Bouzas (Montevideo, 1998).

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Estrenada el 21 de agosto 1999 por el Grupo Arlequín, con actuación de Oscar Brocco y William Saboredo y dirección de William Saboredo (Paysandú, Uruguay, 1999).

 

Lectura escenificada realizada el 18 de mayo de 1993 en el 2° Festival Iberal realizado en París, con la participación de los actores Francois Frapier, Claude Bazin, Serge Djen y Susana Lastreto. Traducción de Susana Lastreto y dirección de Mirtha Caputi Médeiros.

 

Publicada en CELCIT. DRAMÁTICA LATINOAMERICANA. Nº 144. Buenos Aires, Argentina, 2003.

 

"Antes de entrar en el Sancta Sanctorium debes quitarte

los zapatos, pero no sólo los zapatos, sino todo, ropa

de viaje y equipaje, y, debajo, la desnudez y todo lo que

está debajo de la desnudez, y después el meollo, y el

meollo del meollo, y después el resto y después aun el

reflejo del fuego eterno. Sólo el fuego mismo será

reabsorbido por el santísimo y se deja reabsorber por él,

no se puede resistir a ninguno de los dos."

Franz Kafka

 

Personajes: Ángel Terqui

Pedro Linardi

 

A Eugenio Maxera.

Ad vitam aeternam.

 

La suite de un lujoso hotel de Buenos Aires. Entra Ángel Terqui caminando con lentitud. Tiene puesto un salto de cama y calza pantuflas. Su alucinado rostro trasunta sin embargo equilibrio y serenidad. Se sirve un whisky. Suena el timbre. Ángel abre y entra un joven sobriamente vestido.

Ángel: Ángel Terqui. (Le ofrece la mano.) Mucho gusto.

Pedro: Pedro Linardi. Encantado. (Pausa)

Ángel: Pase, por favor. (Pausa. Lo contempla.) Pero siéntese, siéntese. (Pedro se sienta. Pausa.) ¿Lo envían de Puntual, no es cierto?

Pedro: Sí.

Ángel: Veo que se puede confiar en las agencias.

Pedro: Me pidieron que me presentara a las diecinueve horas.

Ángel: Son en punto. Disculpe mi emoción, pero amo la puntualidad.

Pedro: (Sonriendo.) Yo también.

Ángel: No esperaba a una persona tan joven.

Pedro: Tengo entendido que necesita un intérprete.

Ángel: Sí, sí. Pero usted...(Lo contempla con atención.)

Pedro: Empecé a estudiar idiomas a los seis años.

Ángel: Me alegro. Yo a esa edad vivía en un orfanato.

Pedro: Lo lamento.

Ángel: Más lo lamento yo. (Breve silencio.) ¿Qué edad tiene ahora?

Pedro: Veinticuatro.

Ángel: (Asombrado.) ¿Veinticuatro? Lo felicito. Representa mucho menos.

Pedro: Puede ser.

Ángel: Le juro que no le habría dado más de veinte.

Pedro: Supongo que es una ventaja.

Ángel: Supone bien. Para la gente joven todo es siempre más fácil, ¿verdad?

Pedro: (Con melancolía.) No siempre.

Ángel: Veo que no está muy conforme con la vida.

Pedro: (Irónico.) ¿Hay alguien que pueda estarlo?

Ángel: Por supuesto. Yo, por ejemplo. Aunque se sorprenda soy muy feliz. (Con refinada cortesía.) La vida, por ejemplo, puede producir un encuentro como este.

Pedro: Si lo fundamenta de ese modo no puedo discutirlo.

Ángel: (Riendo.) Eso implica que usted se valora mucho.

Pedro: (Riendo también) Tanto como usted.

Ángel: Perdón: ¿quiere sacarse el saco?

Pedro: Si no le molesta.

Ángel: De ningún modo. Este calor es horrible. (Toma el saco de Pedro y lo cuelga en el armario. Pausa.) Supongo que sabrá para qué vino.

Pedro: Ya le dije que...

Ángel: (Lo interrumpe.) Sí, ya sé. Es intérprete y todas esas cosas. Pero este es un trabajo muy especial. (Se sirve whisky. Pedro contempla la botella con deseo, extrae un pañuelo del bolsillo y se limpia el sudor de la frente.)

Pedro: ¿Podría darme un vaso de agua?

Ángel: Con mucho gusto. (Se dirige a la cocina.) Disculpe que no le haya ofrecido antes. Con este calor, imagino la sed que tendrá. (Regresa trayendo un vaso con agua.) He aquí un poco de deliciosa agua natural.

Pedro: Gracias. (Bebe.)

Ángel: La disfrutará más que a todas esas porquerías que suelen tomarse en los momentos de excitación.

Pedro: (Mintiendo) Detesto el whisky.

Ángel: Así me gusta. Además de ser una bebida cara es muy nociva. (Se sirve otro whisky. Pausa breve.) Veamos. Usted, a los veinticuatro años, debe saber muchas cosas de la vida.

Pedro. (Sonriente.) Algunas.

Ángel: ¿Estará en condiciones de cumplir con la tarea?

Pedro: No me explicaron bien en qué consiste el trabajo.

Ángel: En la agencia no lo sabían.

Pedro: Por eso mismo tengo dudas.

Ángel: Yo necesito una persona segura.

Pedro: Creo serlo.

Ángel: Sin embargo, le pregunté si estaba en condiciones de cumplir con la tarea y respondió que dependía de cuál.

Pedro: Cualquiera hubiera dicho lo mismo.

Ángel: Cualquiera no serviría para esto. (Breve pausa.) Dentro de una hora y veinte minutos, exactamente, voy a recibir un llamado. (Creando misterio.) Llamarán desde el exterior del país, pero no sé en que idioma hablarán.

Pedro: Comprendo.

Ángel: Sí, eso es fácil de comprender. El motivo del llamado no es tan comprensible, sin embargo.

Pedro: Confío en que usted sabrá explicármelo.

Ángel: A eso aspiro. (Repentinamente.) ¿Por qué hace este tipo de trabajo?

Pedro: ¿No es un trabajo como cualquier otro?

Ángel: No me conteste con una idea paralela.

Pedro: (Desconcertado.) ¿Paralela? (Lanza una carcajada.)

Ángel: (Asombrado.) ¿Se ríe?

Pedro: Perdone.

Ángel: Parece que no conoce bien el castellano.

Pedro: Lo estudié bastante.

Ángel: ¿Lo conoce mejor que a los otros idiomas?

Pedro: No.

Ángel: Me alegro. Si me hubiese dicho que lo conoce mejor tendría que prescindir de sus servicios. (Breve pausa.) Repito: no me conteste con una idea paralela. Le pregunté por qué hace este tipo de trabajo y sugirió que es un trabajo como cualquier otro. Debió haber respondido porque y no POR-QUE.

Pedro: (Más desconcertado.) No comprendo.

Ángel: (Lo interrumpe autoritariamente.) ¿Por qué no tiene un empleo fijo?

Pedro: Porque hay poca oferta de trabajo y excesiva demanda. No es fácil ingresar a una empresa.

Ángel: ¿Nunca tuvo un empleo estable?

Pedro: Fui destituido.

Ángel: ¿Por qué?

Pedro: (Evasivo.) Problemas.

Ángel: (Autoritario.) ¿Qué clase de problemas?

Pedro: Me oponía a la arbitrariedad de algunos de mis superiores.

Ángel: Será mejor que aquí no se oponga a nada. No tolero la desarmonía entre seres que tienen que compartir mucho tiempo.

Pedro: Tengo entendido que este es un trabajo por dos horas.

Ángel: Nunca se sabe cuánto tiempo se necesita para realizar cualquier tarea.

Pedro: Hasta hoy, cuando me enviaron a trabajar por una hora sólo me necesitaron una hora.

Ángel: Hasta hoy era hasta hoy. Después de hoy es...AHORA. (Pausa breve.) Vamos al grano. Yo hablo bastante bien algunos idiomas.

Pedro: No lo sabía.

Ángel: Se preguntará entonces por qué está aquí.

Pedro: En absoluto.

Ángel: Sí, se lo está preguntando. Estará pensando que yo soy uno de esos viejos histéricos, solitarios o ambiguos que llaman a las agencias solicitando intérpretes para hipotéticas llamadas que jamás se producirán. (Un silencio.) Pero esta llamada, estimado joven, va a producirse. Es vital para el mundo y para usted. (Se sirve otro whisky.) ¿Otro vaso de agua?

Pedro: Aceptaría. (Ángel sale. Pausa.)

Ángel: (Regresando.) Sírvase.

Pedro: Gracias.

Ángel: ¿Está bien así? ¿O prefiere con hielo?

Pedro: Está bien. No se moleste.

Ángel: Correcto. (Breve silencio.) Vayamos por partes. En primer lugar, ¿qué clase de políglota es usted?

Pedro: (Con humildad.) Conozco tres idiomas, además del castellano: francés, alemán e inglés.

Ángel: ¿Los conoce exhaustivamente?

Pedro: Escribo y hablo a la perfección en cualquiera de ellos.

Ángel: ¿También capta los subtextos?

Pedro: ¿Los subtextos? No entiendo.

Ángel: Es demasiado joven y me pregunto si servirá.

Pedro: Tengo entendido que la agencia respondió por mí.

Ángel: La agencia sería capaz de decirme que egresó de un monasterio, a pesar de la facha que tiene. Perdón: ¿nació aquí, en Buenos Aires?

Pedro: Sí, en San Telmo.

Ángel: Quise decir que usted no haría un buen papel en un monasterio, y en la capital sí. Vamos al grano. ¿Cuáles son sus proyectos en la vida? (Pedro se impacienta y empieza a ponerse nervioso.)

Pedro: Estábamos hablando de la llamada.

Ángel: Todo está relacionado.

Pedro: Usted dijo que esta llamada puede ser vital para mí, pero yo no lo creo.

Ángel: Trate de no creer en nada por ahora. (Un silencio.) Repito: ¿cuáles son sus proyectos en la vida?

Pedro: Es una pregunta difícil de contestar.

Ángel: Haga un esfuerzo.

Pedro: Bueno, no sé. Quisiera casarme.

Ángel: ¿Tiene novia?

Pedro: (Luminoso.) Sí, se llama Ana.

Ángel: Continúe.

Pedro: Quiero que Ana y yo vivamos siempre juntos, y tener chicos, tres, cinco, seis, no importa cuántos. También sueño con tener una casa grande, rodeada de un jardín lleno de árboles.

Ángel: Muy loable. ¿Algo más?

Pedro: Sí, quisiera tener plata. Estoy harto de pasarme corriendo de un lado a otro detrás del dinero.

Ángel: ¿Desea una posición, verdad?

Pedro: Sí, por supuesto.

Ángel: ¿Qué más?

Pedro: No sé...Querría que no me faltase trabajo, un puesto seguro ¿sabe?. Y gozar de salud, y vivir mucho tiempo.

Ángel: ¿No tiene otros anhelos?

Pedro: ¿Otros? En realidad...

Ángel: (Lo interrumpe.) Ninguno.

Pedro: Sí, creo que ninguno. Me conformo con lo necesario. No aspiro a ser famoso ni multimillonario. No tengo ningún proyecto descabellado. Podría agregar, quizás, una casa propia y un auto. Para salir ¿sabe? Para huir los fines de semana hacia el campo y el aire puro.

Ángel: ¿Eso es todo lo que desea?

Pedro: Creo que sí.

Ángel: Hoy se le va a brindar la posibilidad de obtener algo más grande que todo eso. (Pedro ríe. Está nervioso.)

Pedro: ¿Hoy?

Ángel: Sí, fue elegido para que logre algo mucho más hermoso que cualquiera de esos deseos.

Pedro: Me parece difícil que haya algo más hermoso.

Ángel: Casi siempre se desea lo que se conoce.

Pedro: No puedo desear lo que no conozco.

Ángel: ¿Está seguro? (Pedro sonríe con burla pero su nerviosismo se acrecienta.)

Pedro: Completamente. (Algo extraño y de índole sobrenatural se instaura en el ámbito escénico.)

Ángel: Paso a paso, Pedro. Paso a paso. ¿Comió?

Pedro: No.

Ángel: Veré si quedó algo. Cuando usted llegó yo acababa de cenar.(Desde la cocina.) Hoy sentí mucho apetito.

Pedro: No se moleste.

Ángel: No es ninguna molestia. (Regresa trayendo un plato.) Y tuvo suerte, hay una pata aún.

Pedro: ¿Pata?

Ángel. De pollo. No me diga que no le gusta el pollo.

Pedro: Me encanta.

Ángel: Siéntese y póngase cómodo. Mientras come le explicaré bien el trabajo. (Pedro contempla con estupefacción la miserable pata de pollo parcialmente mordida.)

Pedro: Creo que en realidad...

Ángel: Le traeré más agua. (Lo observa detenidamente.) ¿Qué pasa?

Pedro: (Tratando de disimular el asco.) Nada.

Ángel: ¿Por qué no empieza a comer? ¿Le da asco que yo la haya mordisqueado un poco?

Pedro: En absoluto.

Ángel: Entonces empiece.

Pedro: No sé...No veo carne.

Ángel: ¿Está insinuando que le di un hueso?

Pedro: No, por favor.

Ángel: Yo sería incapaz de una grosería así. (Pedro intenta comer la carne que no ve.) ¿Vio como lo que parece despreciable puede ser muy apetitoso? (Pausa. Ángel observa con delectación su manera de comer.) Me ha dicho que tiene novia. ¿Se puede saber por qué?

Pedro: (Asombrado.) ¿Por qué?

Ángel: Sí, por qué.

Pedro: Supongo que porque quiero.

Ángel: Lo que acaba de decir es demasiado obvio.

Pedro: ¿Qué quiere que diga?

Ángel: Que no hay que atarse a nada ni a nadie. (Pedro se arrepiente y trata de justificarse.)

Pedro: Creo que no entendió...

Ángel: (Lo interrumpe.) Tiene una extraña tendencia a no contestar con claridad. ¿Qué hará cuando Él le haga preguntas concretas y sutiles?

Pedro: (Muy sorprendido.) ¿Él? ¿Quién es él?

Ángel: ¿Olvidó que vino a atender una llamada?

Pedro: Tiene que explicarme mejor. No sé con quien voy a hablar ni por qué.

Ángel: Me pregunto si la agencia habrá sabido elegirlo. Ya les expliqué que esta tarea es muy compleja. (Pero se siente herido en su orgullo y cierta insolencia aflora en él.)

Pedro: Soy el mejor intérprete que tienen.

Ángel: Veremos. (Retira el plato.) ¿Le gustó?

Pedro: (Con esfuerzo.) Delicioso.

Ángel: ¿Un poco de postre?

Pedro: (Con cautela.) Aceptaría.

Ángel: (Mientras sale.) Hay unos gajos de mandarina que no quise comer. (Pausa breve. Mientras regresa.) Alquilo una habitación en este hotel de vez en cuando. ¿Lo sabía?

Pedro: No.

Ángel: ¿Está mintiendo?

Pedro: ¿Por qué habría de mentir?

Ángel: ¿Cómo es posible que lo ignore todo sobre mí?

Pedro: La agencia no conoce la vida privada de sus clientes.

Ángel: ¿Y usted acepta una agencia así?

Pedro: (Desconcertado.) No entiendo.

Ángel: Me decepciona que no intente informarse sobre la persona para la cual va a trabajar.

Pedro: ¿Cómo podría informarme? Es imposible.

Ángel: ¿No vino a mi hotel?

Pedro: No veo que tiene que ver.

Ángel: Aquí hay conserje, ascensoristas, porteros.

Pedro: (Muy nervioso.) Sí, sí.

Ángel: ¿Por qué no indagó entonces?

Pedro: Nunca indago sobre lo que no me incumbe.

Ángel: ¿Y esa prescindencia lo enorgullece, verdad?

Pedro: Sí.

Ángel: Disculpe, Pedro, pero creo que usted no sirve y que todo va a salir mal.

Pedro: No entiendo por qué.

Ángel: Usted se apura y no sabe caminar con cautela por este universo lleno de peligros y hechizos. Hay que avanzar sintiendo cómo se deposita el pie en el suelo y levantarlo observando cómo se instala en el aire. ¿Para qué tiene ojos, boca, inteligencia? Para usarlos como si fuesen pinzas en el cotidiano trabajo de espionaje analítico. Tenemos que estar siempre al acecho, observándolo todo. Esa es la única forma de abrir el Todo como si fuese un fruto y extraerle la pulpa.

Pedro: No entiendo qué tiene que ver eso con mi trabajo de intérprete.

Ángel: Si no le importó demasiado venir a donde venía, ¿puede importarle acaso hablar con quien va a hablar?

Pedro: Lo único que me importa es traducirle el mensaje de manera correcta.

Ángel: Quizás el que va a llamar tiene más interés en que sea un buen intérprete de lo que va a decirle a usted. (Pedro se ríe nerviosamente.)

Pedro: ¿Qué tiene que decirme a mí alguien que ni siquiera conozco?

Ángel: No sea realista. Trate de sentir el misterio. (Pedro se impacienta. Su desagrado y su molestia se acrecientan.)

Pedro: Vine a hacer un trabajo que me absorbería dos horas. Hablo varios idiomas, como usted quiere. ¿Qué más debo saber?

Ángel: Olvídelo por ahora. (El rostro de Ángel es surcado repentinamente por algo parecido a la ternura. Empieza a circundarlo una especie de desolación.) Contésteme sinceramente: ¿podré confiar en usted?

Pedro: ¿En qué sentido?

Ángel: ¿Puedo estar seguro de que llegará hasta el final con el corazón abierto, la mente humilde y el profundo deseo de escuchar?

Pedro: Sí, pero tiene que explicarme mejor una cantidad de cosas.

Ángel: ¿Cuáles?

Pedro: Quién es Él, quién llama a quién y además por qué.

Ángel: ¿Quién llama a quién?

Pedro: ¿Fue usted el que pidió la comunicación?

Ángel: Por supuesto.

Pedro: ¿Cuál es el propósito de la llamada?

Ángel: En primer lugar, y disculpe, habrá que ver qué es lo que usted llama propósito.

Pedro: Un propósito es un propósito.

Ángel: Y un gajo es un gajo. (Come el gajo con voracidad.) Hay propósitos y PROPÓSITOS. (Pedro ríe. Se divierte pero sigue nervioso y confundido.)

Pedro: Todo esto está empezando a resultarme cómico. Usted dijo...

Ángel: (Lo interrumpe.) Que hay propósitos y PROPÓSITOS. Cuando pedí la comunicación yo tenía uno de estos últimos.

Pedro: (Con ironía.) Parecen la misma cosa.

Ángel: Ya verá que no lo son. (Breve silencio.) Hay propósitos pequeños que son desatinados y superfluos y solo pueden producir sufrimiento. No fue uno de estos propósitos el que me indujo a llamar. ¿Entendido?

Pedro: (A pesar de que no entendió nada.) Bueno, sí, entendido.

Ángel: Pero también hay grandes propósitos. Cuando uno llama guiado por ellos está invocando a la fuerza suprema que rige el universo. ¿Comprende ahora?

Pedro: No entiendo qué tengo que ver yo con todo eso.

Ángel: Tendrá el privilegio de escuchar.

Pedro: ¿Qué?

Ángel: Lo que le digan, Pedro. ¿Qué sé yo qué pueden decirle a usted?

Pedro: ¿Entonces a usted no le importa esta llamada y sólo me contrató para que yo escuche lo que van a decirme a mí?

Ángel: Se equivoca. Yo llamé para que usted escuche y hable. Soy el intermediario y mi función es servir. Y no crea que es fácil. (Retira el plato de postre y lo lleva a la cocina mientras continúa hablando.) No olvide que casi todo el mundo se resiste a pasar por la gran prueba. Por eso piensan que soy loco, destructivo o sádico. No saben que nunca hay que confundir con lo angélico lo que proviene del demonio, y que jamás hay que vincular al demonio lo que viene de Dios. (Regresa con una taza de café.) Es para los dos. Aunque vivo en este hotel soy bastante pobre. (Empiezan a tomar el café de manera alternativa. Pedro está convencido de que se encuentra frente a un loco. El actor que lo encarna debe proyectar esa certeza con sutileza.)

Pedro: ¿Quién es la persona con la que voy a hablar? (Ángel sonríe y no responde enseguida, pues trata de producir expectativa.)

Ángel: No podría describirla.

Pedro: ¿No la conoce?

Ángel: (Dirigiéndose hacia la cocina.) Sí lo suficiente como para saber lo que no le gusta. (Regresa con una palangana y una toalla y se detiene frente a Pedro.) Lávese las manos, por favor.

Pedro: (Lo mira consternado) ¿Las manos?

Ángel: Láveselas. Para que el trabajo sea limpio debemos estar limpios.

Pedro: (Está desconcertado y responde con gran esfuerzo.) Si quiere...(Empieza a lavarse.)

Ángel: (Contempla a Pedro. Está emocionado.) Cada vez intente hacer algo que requiera cierto grado de pureza lávese las manos. También el rostro y, si quiere, las partes genitales. El agua es mágica y destruye las vibraciones negativas, el polvo y la ansiedad. ¿Está ansioso usted?

Pedro: Un poco.

Ángel: Trate de serenarse. El trabajo debe salir bien. ¿Tomaría otro vaso de agua?

Pedro: No, gracias.

Ángel: ¿Comería algo más?

Pedro: Con mucho gusto.

Ángel: Es una pena: no hay nada más. Aquí solo hay comida cuando la pido. Pero voy a servirle unas cuantas semillas de zapallo. (Se dirige hacia la cocina.) Son nutritivas y laxantes y combaten los oxiuros.

Pedro: No tengo oxiuros.

Ángel: Mejor para usted.

Pedro: Eso creo.

Ángel: Eso cree a pesar de que nunca vio un oxiuro. (Se justifica sonriendo.) Disculpe si soy un poco laberíntico. Mi misión consiste en poner a la gente entre la espada y la pared.

Pedro: (Con ironía.) Mientras nos paguen por eso.

Ángel: (Imperativo.) Coma.

Pedro: (Después de una transición, con brusquedad e impaciencia.) Pongámonos de acuerdo, señor Terqui. Si continúa hablándome de esa manera no vamos a avanzar nada. En cualquier momento sonará ese teléfono y yo no sabré qué decir.

Ángel: ¿A qué términos se refiere?

Pedro: ¿Vine para hacer un trabajo de intérprete, no?

Ángel: De acuerdo.

Pedro: ¿Por qué sale hablándome de ángeles y demonios?

Ángel: Porque la única obligación que tenemos es la de descubrir el Plan.

Pedro: (Ríe.) ¡Ahora me habla de un plan! Mi obligación no es la de descubrir sino la de traducir. No vine aquí a pensar.

Ángel: Ese es su error. Tiene la veleidad de creer que es posible dejar de pensar, que uno puede librarse de ese horrible lastre. (La impaciencia y el nerviosismo de Pedro aumentan.)

Pedro: Usted lo complica todo.

Ángel: Y usted lo simplifica.

Pedro: Si supiera hacer algo más complicado que traducir no estaría aquí.

Ángel: ¿Cree que traducir es muy simple?

Pedro: No se necesita ser Platón para poder hacerlo.

Ángel: Ahora sobrestima a Platón, habla de él como si fuera Dios. Pero sólo era un grano de inteligencia en el vasto universo inteligente. Sólo era un impedido más entre todos los impedidos.

Pedro: (Parece disgregado y exhausto.) No siga confundiéndome, por favor. Salí muy temprano de casa y estoy muy cansado. Además es tarde y hace calor. Ya le dije que si esto continúa haré mal el trabajo. No creo que eso le convenga. (Un silencio.)

Ángel: Admito que me conmovió, a pesar de que yo también me levanté muy temprano. Pero no salí de una casa porque no la tengo, sino de otro hotel. (Extensa pausa. Ángel se esfuerza por acrecentar la expectativa de Pedro.) Empecemos. Qué contestaría si Él le preguntara: "¿Está el mago en el perfecto camino?"

Pedro: (Muy sorprendido.) No lo sé.

Ángel: ¿Estropeará con su ignorancia una comunicación que pedí para usted? Vamos, Pedro, piense un poco. ¿Qué respondería?

Pedro: (Con angustia.) ¿Pero por qué? ¿Por qué?

Ángel: ¿Por qué, qué?

Pedro: ¿Por qué tengo que ser yo quien contesta si no sé de qué mago ni de qué camino me hablan? (Tratando de conmoverlo.) Ya le dije que vine a traducir y no a contestar lo que no sé.

Ángel: (Ofuscado.) ¡Yo le pedí a la agencia alguien eficiente y capaz de resolver cualquier situación!

Pedro: (Gritando.) ¡Soy capaz de resolver cualquier situación! (Recalca.) Como intérprete.

Ángel: (Fuera de sí.) ¡Se empecina en ser un intérprete!

Pedro: ¡Es lo que soy!

Ángel: (Amenazador.) Va a sacarme de quicio, Pedro. (Breve silencio.) Va a sacarme de quicio.

Pedro: (Con determinación.) Está bien. Supongamos que no necesita un intérprete, que sólo quiere a alguien que sepa hablar en diversos idiomas y que conteste correctamente cualquier pregunta hecha en francés o en inglés. ¿Es eso lo que desea, señor Terqui?

Ángel: Precisamente.

Pedro: Lo mínimo que puedo exigirle entonces es que me diga sobre qué deberé contestar. ¿Quién es el mago? ¿Cuál es el camino? ¿De qué me están hablando?

Ángel: Serénese, Pedro. Cálmese. No permita que el calor lo ponga nervioso. Siéntese. (Pausa.) Temo que no entendió. Yo no puedo explicarle nada. Debo apelar a su intuición. Por eso pedí que mandaran a alguien competente.

Pedro: ¿Quiere hacerme creer que no sabe de qué van a hablarme?

Ángel: No lo sé con certeza, pero lo presiento.

Pedro: Esto es muy extraño.

Ángel: Anímese, confíe en usted mismo, intente pasar por esta prueba. De cualquier manera, y ocurra lo que ocurra, le pagaré más de lo estipulado. ¿Qué le parecen veinte mil pesos por este trabajo?

Pedro: ¿Veinte mil pesos?

Ángel: Veinte mil.

Pedro: ¿Escuché bien? Me habían dicho dos mil.

Ángel: Escuchó bien.

Pedro: ¡Me parece fantástico!

Ángel: Probemos de nuevo. (Un silencio.) ¿Está el mago en el perfecto camino?

Pedro: (Con esfuerzo supremo, pues no sabe qué contestar. Vacila, transpira, sufre.) Creo que no.

Ángel: (Lo contempla con desprecio.) Usted es un desastre.

Pedro: (Desesperado.) ¿Qué hice mal?

Ángel: (Paternal y bonachón.) No puede contestar de ese modo a una pregunta tan compleja.

Pedro: ¿Por qué?

Ángel: Porque Él quiere saber si usted siente cómo marcha el Mago, desde los lejanos tiempos, hacia la perfección.

Pedro: No comprendo nada.

Ángel: ¿Qué ha hecho esta agencia? (Camina nerviosamente.) ¿Por qué me lo enviaron? ¡Haremos el ridículo! (Después de breve silencio.) Sáquese los zapatos.

Pedro: (Horrorizado.) ¿Los zapatos?

Ángel: Sí, los zapatos y las medias. Así podrá inspirarse.

Pedro: (Está muy nervioso y no atina a moverse.) No entiendo...

Ángel: (Suplicante.) No me haga perder más tiempo. ¿O quiere irse sin cobrar? (Se dirige hacia la cocina. Pausa breve. Pedro se quita los zapatos y las medias lentamente. Ángel regresa con la palangana, se arrodilla y empieza a lavarle los pies. Su semblante denota humildad y sumisión.) Gracias. No se resista a mi ayuda. Sólo quiero convertirlo en un ser apto para recibir el mensaje. No me niegue la posibilidad de servirlo con humildad.

Pedro: (Confuso y angustiado. Aunque sigue creyendo que Ángel es un loco, ahora presiente que está frente a alguien abismal pero coherente.) Ya le dije que no entiendo todo esto...

Ángel: (Con ternura.) Contemple la mugre que sale de su piel.

Pedro: Hoy de mañana me bañé.

Ángel: La mugre es incesante. Nunca está quieta. No nos da tregua.

Pedro: (Luchando para contener la agresividad.) Por favor. Le suplico que no me ponga más nervioso.

Ángel: No sea infantil.

Pedro: ¿Soy infantil porque le pido que actúe con un poco de cordura?

Ángel: (Amenazador.) No se ponga así porque le lavo los pies cuando faltan pocos minutos para mantener una difícil conversación con alguien que puede salvar el mundo. (Pausa.) Sigamos.

Pedro: ¡No! (Empieza a secarse los pies con rapidez. Después se pone las medias.) ¡Pongámonos de acuerdo! Antes de seguir pongámonos de acuerdo.

Ángel: (Reprendiéndole.) Pedro...

Pedro: ¡Terminemos con este juego de una vez por todas!

Ángel: (Se dirige hasta la puerta y la abre.) ¿Quiere irse?

Pedro: (Con pánico.) ¿Me está expulsando?

Ángel: ¿No le agrada la idea, verdad? Entonces deje de pedirme lo imposible. De lo contrario se irá sin cobrar ni tan siquiera el tiempo que lleva aquí.

Pedro: (Adquiere conciencia del dinero.) No quisiera...

Ángel: No me gustan las chiquilladas. Soy muy bueno y gentil hasta que dejo de serlo. (Con suavidad.) Comprenda de una vez por todas a quien represento. (Un silencio.) ¿Quiere irse aún?

Pedro: No.

Ángel: (Cierra la puerta.) Ahora piense en la conversación que deberá mantener.

Pedro: ¿Cómo quiere que piense en una conversación que no sé con quién será ni sobre qué?

Ángel: Concéntrese. Es la mejor forma de resolver una situación inesperada.

Pedro: Lo haré. (Más perdido y confuso.) Pero explíqueme antes una cosa.

Ángel: Si puedo.

Pedro: Cuando usted levante el tubo...

Ángel: ¿Quién le ha dicho que yo voy a levantar el tubo? Será usted quien hará eso.

Pedro: (Desconcertado.) ¿Yo? ¿Pero qué puedo decir yo? ¿Qué puedo hacer?

Ángel: Simplemente hablará.

Pedro: Me preguntarán por usted.

Ángel: Dirá que yo no estoy.

Pedro: ¿Cómo puedo decirle eso a alguien que usted llamó a otro país?

Ángel: ¿Por qué no? Ya le dije que desea hablar con usted. Yo no le intereso.

Pedro: ¿Pero en qué idioma van a hablarme?

Ángel: No lo sé.

Pedro: (Se agarra la cabeza con exasperación. Está harto.) ¡Esto es insoportable!

Ángel: Lo único que puedo decirle es que mi llamado obtendrá respuesta.

Pedro: ¿Desde que país? No me diga que ni siquiera lo sospecha.

Ángel: Exactamente.

Pedro: (Suplicante.)Tiene que ayudarme, por favor. Necesito saber qué idioma va a utilizar esa persona.

Ángel: Podría ser sánscrito.

Pedro: ¡Yo no conozco el sánscrito!

Ángel: El interlocutor conoce todos los idiomas.

Pedro: ¿Por qué dijo sánscrito entonces?

Ángel: Se me ocurrió. (Pausa.) No se preocupe, Pedro. Él puede comunicarse con cualquiera, incluso sin hablar.

Pedro: (Está agobiado y transpira desmedidamente.) Disculpe, ¿podría pedirle otro vaso de agua?

Ángel: Con mucho gusto. (Apenas Ángel sale, Pedro mira el reloj, vacila, lucha con fuerzas antagónicas que lo impulsan a irse pero también a quedarse. Se decide repentinamente y corre a buscar el saco. En ese preciso instante Ángel regresa con el agua. Ángel advierte el intento de huida pero no alude a él.) ¿Qué contestaría entonces si alguien le preguntara: ¿Está el mago en el perfecto camino? No olvide los veinte mil pesos.

Pedro: Le contestaría...(No finaliza su parlamento. Baja la cabeza apesadumbrado. Es la imagen misma de la aflicción. Ángel lo observa. Hay un breve silencio.)

Ángel: ¿Qué le pasa?

Pedro: (Fuera de sí.) ¡No soporto más esta situación!

Ángel: Además de ser histérico es un cobarde. ¿Cómo puede tener tanto miedo en un momento como este?

Pedro: (Reponiéndose.) ¿Qué quiere que haga? ¿Qué me ponga a reír?

Ángel: Quiero que tenga fe.

Pedro: (Desolado, con angustia.) ¿Fe en quién? Hoy me pasé todo el día sin comer, buscando trabajo. Mi padre perdió su empleo y mi madre está enferma. Necesito el dinero. Llegué a esa agencia a las tres de la tarde y me preguntaron si podía encontrarme con usted a las siete. Cuando me dijeron lo que me pagaría por mi trabajo de intérprete creí que estaba soñando. Nunca había ganado tanto. (Pausa muy breve.) Le digo esto para que entienda que no puedo sentirme bien si me trata de esta manera.

Ángel: ¿Cómo lo trato?

Pedro: Me pone nervioso, me tortura.

Ángel: ¿Lo torturo? ¿Yo, que voy a pagarle veinte mil pesos por una hora de trabajo, que le ofrecí pollo, gajos de mandarina, semillas y hasta agua? ¿Que le estoy enseñando a tener fe en el momento supremo de la llamada?

Pedro: (Angustiado y suplicante.) ¿Qué quiere de mí?

Ángel: Que confíe en Él y en la parte de usted mismo que necesita escucharlo.

Pedro: Habla de esa llamada como si fuese más importante para mí que para usted.

Ángel: Así es.

Pedro: ¿Por qué? Yo no soy nadie, no significo nada.

Ángel: Alguien lo ama. O algo. Llame como quiera a esa fuerza. Porque usted es más amado que muchos otros, fue convocado aquí para que se purifique y escuche. Ya sé que está sufriendo, pero el dolor que nos envían es para nuestro bien. Fue elegido para sufrir porque usted necesita eso. Se lo dice alguien que sabe qué es el dolor.

Pedro: (Con ira.) ¡Jamás aceptaré algo tan monstruoso!

Ángel: ¿Cree que fue traído a este planeta para ser dichoso? ¿Es posible que no sepa que los seres dichosos no vienen aquí? El espacio es tan inconmensurable como la felicidad de algunos seres que lo pueblan.

Pedro: (Acosado, confuso, sin saber qué decir o qué hacer.) No entiendo nada de eso, nada.

Ángel: ¿Se aburre, verdad?

Pedro: Estoy cansado.

Ángel: Es flojo.

Pedro: Me duele la cabeza.

Ángel: (Lo contempla con tristeza.) Se niega a aceptar la verdad.

Pedro: La verdad es que quisiera irme a casa después de haber hecho el trabajo de manera eficiente.

Ángel: Usted es su trabajo y no quiere ser nada más que eso. Fue elegido para perfeccionarse. ¿Desaprovechará esa oportunidad? (Pedro no responde. Un breve silencio.) Claro que sí, lo hará. Los otros también lo hicieron y pagaron las consecuencias.

Pedro: (Empieza a aflorar su contenida agresividad.) No me amenace, señor Terqui.

Ángel: Nadie lo amenazó. Le advertí, simplemente, que no se puede huir del dolor como de la peste. Eso se paga caro. No se asombre entonces si yo me vuelvo un poco violento. No seré yo sino quien me usa, alguien que me ha dado órdenes que usted se niega a cumplir.

Pedro: ¡Detesto que me torturen, sobre todo cuando trabajo! ¡Conozco mi oficio!

Ángel: Porque es lo único que aspira a conocer.

Pedro: (Desafiándolo. Con orgullo y serenidad.) Quizá.

Ángel: Me da mucha pena que no quiera ser su subalterno.

Pedro: (Con rabia.) ¡Yo no soy un subalterno! ¡Soy un intérprete! ¡El mejor de Puntual! ¡El más eficiente!

Ángel: ¿Qué pretende? ¿Qué me arrodille ante el egregio intérprete y le diga "disponga señor"?

Pedro: Nadie pide eso.

Ángel: Todavía no comprendió que está desaprovechando la más hermosa oportunidad que le dieron nunca. Si fuera un profesional de la verdad...

Pedro: (No comprende nada y se exaspera como un necio. Interrumpe a Ángel gritando.) ¡Soy un excelente profesional! Y si no necesitara los veinte mil pesos que me va a pagar ya vería que además de un buen profesional soy...

Ángel: (Burlón, sin perder el control.) ¿Qué, Pedro? ¿Qué?

Pedro: Mejor me callo.

Ángel: Vamos, hable, revele al fin cómo es realmente. No crea que me embaucó. Sé bien que no es manso y sumiso. Muestre las uñas. Sáquese esa expresión de bondad.

Pedro: Cualquiera se volvería agresivo en un manicomio.

Ángel: ¿Así que piensa que este lugar es un manicomio?

Pedro: Se parece bastante.

Ángel: ¿Le abro la puerta otra vez?

Pedro: (Arrepentido.) No, no quiero eso.

Ángel: Entonces cálmese y deje de pensar.

Pedro: Lo intentaré.

Ángel: ¿Otro poco de agua?

Pedro. Por favor.

Ángel: (Dirigiéndose a la cocina.) Si vamos a compartir más tiempo es necesario que aprendamos a conocernos. (Pausa. Regresa.) Sírvase.

Pedro: Gracias. (Agarra el vaso pero se le cae.) Perdón.

Ángel: ¿Comprende ahora por qué me impaciento con usted? Se equivoca en algo tan simple, tan...

Pedro: (Lo interrumpe.)¡Ya le dije que estoy nervioso!

Ángel: ¡Y dale con los nervios! (Continúa hablando mientras va a buscar un trapo para limpiar.) Cualquiera que le oye pensará que estoy haciéndole daño, a pesar de que sólo le hago un bien. (Se arrodilla para limpiar.)

Pedro: Permítame hacerlo a mí.

Ángel: (Empieza a limpiar.) De ningún modo. Aquí soy yo el que sirve. (Pausa breve.) No piense en nada, Pedro. Pare la mente. Imagine que ella es una máquina vieja e inservible. No intente comprender.

Pedro: (Camina nerviosamente.) Son las ocho y veinte y todavía no me explico nada. ¿Cómo quiere que hable con ese desconocido? ¡Me equivocaré, estoy seguro, y después llamará a la agencia para desprestigiarme! ¡Y no me pagará!

Ángel: Confíe, no sea escéptico.

Pedro. ¡Nadie puede hacer lo imposible! Y yo necesito el dinero.

Ángel: Usted es irrecuperable, Pedro. Y el hecho es que son efectivamente las ocho y media y no parece ser muy eficiente.

Pedro: No, la verdad que no. Estoy muy nervioso.

Ángel: Será mejor que se concentre en la llamada y piense que le diría a un eslavo o a un nigeriano, por ejemplo, cuando le pregunten si está el mago en el perfecto camino.

Pedro: ¿Un eslavo? ¿Un nigeriano?

Ángel: Le advertí que pueden hablarle en cualquier idioma.

Pedro: Hoy dijo que podrían hablarme en sánscrito. No creo que un nigeriano conozca ese idioma.

Ángel: Dije nigeriano pero podría haber dicho sueco o español. ¿Quién puede saber qué idioma usará Él? Podría hablar en latín.

Pedro: ¡Esto es terrible!

Ángel: ¿Por qué quiere aferrarse a cosas seguras? No busque referencias, no ambicione definiciones. No sea inmaduro.

Pedro: (Con ira. Ya no soporta más.) ¿Inmaduro porque quiero saber cómo se hace un trabajo?

Ángel: (Irónico.) ¿No era el mejor traductor de Puntual?

Pedro: Sí, no hay duda posible.

Ángel: ¿Qué teme entonces?

Pedro: Ningún traductor puede traducir lo intraducible.

Ángel: (Con gravedad.) Le advierto que si en el transcurso de la conversación llega a incurrir en el más leve error las consecuencias serán graves. Es terrible lo que está en juego, sobre todo para usted.

Pedro: (Muy nervioso.) Ya lo sé.

Ángel: Algún día va a entender la importancia de este momento. Su plenitud futura depende de lo que haga cuando levante el tubo y escuche. Tendrá la oportunidad que millones de seres anhelan. Alégrese, por favor.

Pedro: (Desgarrado. Con profunda melancolía.) ¿De qué podrá alegrarme? La cabeza me da vueltas, estoy mareado...(Breve silencio.) Siento algo parecido al hastío...un vacío inmenso...una pena inmensa. (Con esfuerzo.) Creo que necesito ayuda.

Ángel: (Con ternura y compasión.) Está descubriendo el vacío que lo rodea y el abismo que hay en usted. Empezó a comprender que tiene necesidad de algo más grande que toda las cosas del mundo. Recién ahora está preparado para escuchar esa Voz.

Pedro: (Con angustia.) ¿Preparado? ¿Ahora? No me haga reír. No me haga sentir más pena.

Ángel: (Intenso pero sin parecer alucinado.) Estará solo cuando la operadora llame y se establezca la comunicación. De usted dependerá todo. Yo no podré hablar más ni hacerle señas o sugerencias. (Invocando a la Fuerza Suprema.) ¡Ruego que su alma se expanda, y absorba la Voz, y viva después para la Voz!

Pedro: (Escindido y confuso.) Señor Terqui: creo que este asunto...la llamada...todo, es como una pesadilla. Discúlpeme pero tengo que irme. (Intenta ponerse los zapatos.)

Ángel: ¿Pretende abandonarme ahora?

Pedro: Me siento enfermo y estoy muy nervioso. Compréndame. Todo saldría mal.

Ángel: Es demasiado tarde para volverse atrás. (Cierra la puerta con llave.) Fui elegido para salvarlo y no lo dejaré irse.

Pedro. (Asustado.) Le suplico que me permita salir.

Ángel: Soy yo quien le suplica que no se resista, que no huya de quien lo ama, que no abandone a quien lo busca. (Con fervor.) ¡Si responde con fe al llamado todo cambiará!

Pedro: ¡No podré, estoy seguro! ¡No podré!

Ángel: ¡No se niegue a escuchar esa voz!

Pedro: ¿Por qué quiere que la escuche? ¿Para qué?

Ángel: ¡Destruya su razón!

Pedro: ¡No puedo dejar de pensar!

Ángel: No tendrá más remedio.

Pedro: (Grita.) ¡Déjeme ir! (Corre hacia la puerta.)

Ángel: (Lo detiene.) ¡No debe abandonarme ahora!

Pedro: (Con desesperación.) ¡Abra esa puerta!

Ángel: No tenga miedo.

Pedro: (Con angustia.) No sabía que no puedo hacerlo...No sabía lo que era...(Corre hacia la ventana y abre los postigos.) ¡Me ahogo! ¡Necesito aire!

Ángel: Qué débil es. (Un silencio. Imperativo.) ¡Sáquese la camisa!

Pedro: ¿Qué? ¡Está loco! ¡No me sacaré nada!(Ángel se acerca e intenta quitársela. Pedro lucha, se defiende, trata de impedir que se cometa el atropello.)

Ángel: ¡Veremos! ¡Estoy cansado de todas sus bravatas!

Pedro: ¡Déjeme!

Ángel: (Siempre luchando para despojarlo de la camisa.) ¡No permitiré que siga perjudicándose! (Gritando.) ¡Levante el brazo!

Pedro: (Grita también.) ¡No! (Ángel le arranca la camisa y cierra la ventana de un golpe. Pedro solloza. Pausa.)

Ángel: Es absurdo que se arrodille como un niño y solloce como una mujer, justo unos minutos antes del momento decisivo.

Pedro: (Suplicante.) ¡Déjeme ir!

Ángel: Cálmese y prepárese interiormente. (Se oye una melodía escatológica que parece salida de ultratumba. Ángel enciende dos candelabros. La luz declina.)

Pedro: (Con pánico.) ¿Qué hace?

Ángel: (Con emoción mística.) Preparo la ceremonia. ( Breve silencio. Aumenta el volumen del sonido. La luz sigue declinando.) Todo en el mundo es magia, todo es maravilloso ritual. Todo es celebración de las fuerzas ocultas, de las leyes que Él imparte. Se ofendería si aguardáramos su voz con las luces encendidas, sin el fuego que lo celebre, sin la oscuridad que lo revele, sin la música que lo introduzca en nuestra noche. Desde el lugar en que habita, Él amará nuestra preocupación.

Pedro: (Aterrorizado.) ¡Dios mío!

Ángel: Faltan sólo minutos para el momento decisivo y la comunicación se establecerá con Londres, Venus, Singapur, cualquier lugar del universo.

Pedro: (Con angustia.) ¿Dónde estoy? ¿Dónde me han mandado?

Ángel: Sáquese el pantalón.

Pedro: (Estupefacto.) ¿Qué?

Ángel: Para recibir el mensaje hay que estar sin lastres y desnudos como cuando llegamos a este mundo. ¡Vamos! ¡Sáqueselo!

Pedro: ¡Está loco! ¡Loco!

Ángel: Y sobre todo no me llame loco. A Él no le gustaría. (Con violencia.) ¿No me escuchó? ¡Sáquese toda la ropa! (Se abalanza sobre él para quitarle el pantalón.)

Pedro: (Desesperado.) ¡¡¡No!!! (Luchan. Ángel intenta dominarlo y despojarlo de la ropa.)

Ángel: ¡No se resista!

Pedro: ¡Déjeme!

Ángel: ¡Vamos! ¡Obedezca! (Siguen luchando. Angel empieza a imponerse.)

Pedro: ¡Suélteme, hijo de puta!

Ángel: ¡Quieto! (Le quita el pantalón y el calzoncillo y lo deja completamente desnudo.) Ya está.( Pausa extensa. Pedro está ovillado en el piso. Se siente humillado y parece ínfimo.)

Pedro: (Con inmensa angustia.) Ya está, sí. ¿Qué más quiere ahora? ¿Qué me arranque la piel y me corte las manos? (Sube la voz.) ¿No le alcanza eso? ¿Quiere mi alma? (Patético, fingiendo humildad.) Disculpe. No puedo dársela. ¡Nunca la vi! De lo contrario se la daría. ¡Con tal de que me pague los veinte mil pesos se la daría!

Ángel: (Con fatiga.) No haga tanto escándalo. Sólo quiero salvarlo.

Pedro: ¿Quiere salvarme? ¡Si esta es la clase de salvación que me ofrece me niego a ser salvado! (Gritando.) ¡Me niego! ¡Me niego! (Breve silencio.) No me interesa lo divino. Sólo conozco esto que soy.

Ángel: (Con hastío.) Sólo cree en lo que ve.

Pedro: ¿Le molesta?

Ángel: Sí, y me da rabia y pena. ¡Tantos hubieran querido estar aquí!

Pedro: ¿Para qué? ¿Para comer semillas y huesos sin carne? ¿Para tomar agua?

Ángel: (Está harto de la incapacidad de Pedro para trascender lo puramente material.) El agua que le serví era pura. Las semillas crecieron en la tierra y lo que proviene de ella nunca es malo. Admito que la pata de pollo era magra, pero era lo único que tenía para comer. Ya le dije que no soy rico. Mi misión en la vida excluye la riqueza material.

Pedro: ¡Su misión! ¡Quisiera saber cuál es! ¡Quisiera saber a quien representa usted!

Ángel: Represento a todos y a Todo. Tengo el Poder.

Pedro: (Con ira.) ¿De qué todo está hablando? ¿De los torturadores? ¿De los dementes? ¡Esos no me representan! ¡Estoy aquí porque necesito plata! ¡Por eso tiene el poder! ¡Por eso me humilla!

Ángel: Se niega a caminar por el perfecto camino.

Pedro: Sí.

Ángel: Desea una casa, un buen empleo, un lindo auto. Los proyectos mediocres lo ayudan a sentirse menos solo.

Pedro: En este momento ni siquiera eso me importa. (Con hastío.) Deseo irme y olvidar todo esto.

Ángel: ¿Para seguir viviendo a la deriva, como un autómata, sin escuchar las maravillosas palabras que le dirán?

Pedro: ¡No me interesan esas palabras! ¡No creo en esa llamada que jamás se producirá!

Ángel: (Con tristeza.) Está perdido, Pedro. Se niega a escuchar la Voz.

Pedro: ¡Sí!

Ángel: Pero no lo dejaré ir. Mi misión debe cumplirse. (Breve silencio.) ¿Sabe a qué me dedico? Soy maestro. Y me desespero por hacerles comprender a mis alumnos que el universo es perfecto a pesar de sus contradicciones y su crueldad aparente. (Con angustia.) Pero solo son niños, y cuando me detengo en medio de la clase para decir que hay voces que nadie oye, excepto yo, se ríen de mí, y después se quejan a sus padres, quienes me calumnian y me persiguen. (Breve silencio.) Pronto perderé el puesto. ¡Entonces se habrá acabado este hotel y no podré hacer nada más por los seres como usted! (Pausa. Pedro está aterrado. Angel parece víctima de una alucinación.) Si a veces soy cruel es en nombre de algo más grande que la crueldad. Alquilé esta suite y junté con mucho esfuerzo el dinero que voy a pagarle. Sólo le pido que se entregue. (Patético.) Míreme con ojos más puros que los de esos pequeños diablos que van a la escuela a burlarse de mí. (Suplicante.) ¡Ayúdeme!

Pedro. (Con determinación.) Devuélvame la ropa.

Ángel: ¿Es posible que no entienda?

Pedro: ¡No me importan sus discursos! ¡Quiero irme de aquí!

Ángel: No podrá.

Pedro: ¡Devuélvame los zapatos y el pantalón!

Ángel: (Amenazador.) ¡Atrévase a tocarlos!

Pedro: (Con violencia.) ¡Vamos! ¡No me enfurezca!

Ángel: No le temo.

Pedro: Hoy dijo que no creía que yo fuera manso y tranquilo. No se equivocó. No soy manso. En este momento creo que tampoco soy bueno. (Con ferocidad.)¡Devuélvame la ropa!

Ángel: Dije que no.

Pedro: ¡No voy a esperar más! (Breve silencio.) ¡Vamos! ¡Haga lo que le pido! (Ángel toma la ropa y se dirige hasta la ventana para tirarla.) ¿Qué va a hacer?

Ángel: A deshacerme de todo esto, a separarlo de sus hábitos.

Pedro: ¡No lo haga! (Ángel tira la ropa a la calle. Después ríe prolongadamente. Pedro se apodera de un cuchillo y se lo hunde en el pecho. Ángel caer herido de muerte. Pausa muy extensa.)

Ángel: (Agoniza con angustia.) El mago...está...en el...perfecto...camino. (Muere. Suena el teléfono. Pedro está asustado y no sabe qué hacer. Corre hacia el teléfono y después retrocede. Camina nerviosamente. Se retuerce las manos. Los sonidos aluden al orden esotérico. El teléfono continúa sonando. Pedro mira su reloj. No se decide. De pronto se acerca nuevamente al teléfono y levanta el tubo lentamente mientras la luz empieza a declinar hasta llegar a la oscuridad total.)

obra de Ricardo Prieto

Buenos Aires, 1979

Todos los derechos reservados

 

Ver, además:

 

                     Ricardo Prieto en Letras Uruguay

 

Dijo la crítica:

 

"Esta pieza de Prieto no se suma a esa "devaluación del lenguaje" que tantas veces se ha visto en el centro del teatro del absurdo, de manera que –como en la más clásica literatura dramática- todo está aquí en la palabra. Todo, siempre que no se pierda de vista –y viene a cuenta la segunda observación- que un texto puede contener un subtexto al cual también es necesario leer. Sería insensato echar en saco roto esta evidencia que recuerda el propio Prieto, como igualmente pasar por alto que, en el momento culminante de este diálogo, se oye música escatológica"

 

 

Jorge Albistur ( Fragmento del texto publicado en el programa correspondiente al espectáculo.)

 

"Dos personajes esperan. Uno, aguarda el llamado que hará un ser omnisciente "que habla todas las lenguas" (se piensa en Godot de Beckett). El otro, el pago vulgar por su trabajo de intérprete. Esta mutua incomprensión se acrecienta y acaba en un asesinato. ¿Cómo los admiradores uruguayos de Ricardo Prieto han entendido este texto? Misterio. Pero es sin duda apasionante para nuestros espectadores descubrir un teatro que a la vez es próximo y lejano"

Francoise Barthélemy (Espaces LATINO-AMERICAINS-París, Francia, Été 1993.

 

"Un texto original, imaginativo e inquietante con el cual Prieto retoma el camino iniciado con "El huésped vacío".

Magdalena Gerona ("EL DÍA. 11/4/1985.)

 

"Una excelente ocasión para que se deguste una obra de intenso contenido, que sin duda marca un hito dentro de las tendencias dramaturgia nacional."

Cristina Landó (Guía del Ocio.)

 

"La puesta en escena obedece al pautado ritmo del ritual, a aquellas acciones que de alguna manera aluden a símbolos universales: la purificación por el agua, la cena miserable, el mítico lavado de manos, la propia desnudez total y en escena de uno de los agonistas."

Víctor Manuel Leites (La Democracia. 18/4/85)

 

"Pero será Ricardo Prieto en "El mago en el perfecto camino" quien (casi insólito en un uruguayo) se atreva a dar, no el paso, sino el salto siguiente, echando una mirada todavía más larga sobre un paisaje inquietante y desconocido, no menos real aunque –por esencial- parezca invisible, inabordable, o, aún, peligroso."

Ángela Cáceres ("Diez años de teatro nuestro", JAQUE. 17/8/1988.)

 

"Prieto obtiene de ese duelo que empieza por ser verbal para culminar en los hechos, un desarrollo de creciente intensidad que está muy bien medido."

Roger Mirza (LA SEMANA de EL DÍA. 11/5/1985.)

" Un hecho aislado y de interés dentro de la pobreza clásica del autor nacional. Un ejercicio de prestidigitación en el que hasta las ropas de Gomensoro desaparecen.

Luis Viale ("EL PAÍS. 26/4/1985.)

 

Ver, además:

 

                     Ricardo Prieto en Letras Uruguay

 

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