La glacial ambigüedad del teatro de Harold Pinter |
A
pesar de que no soy un admirador incondicional de las obras teatrales de
Harold Pinter, y aunque estoy lejos de considerarlo el dramaturgo más
importante del siglo XX, como hacen algunos colegas o críticos
exaltados que olvidan que fue contemporáneo
nada menos que de Chéjov, Ionesco y Williams, entre otros grandes
creadores, valoro el talento
del autor británico para crear climas inquietantes
a través de peripecias mínimas, despojadas de acción dramática
convencional. Siempre
que releo textos como El cuidador, El montaplatos o La colección,
tengo la sensación de que no pertenecen al campo de la literatura
dramática sino al de la poesía. Sus desdibujados personajes
flotan en un ámbito
congelado y ambiguo que puede parecer deliberadamente buscado por el
autor. Pero no es así. El poeta que late en Pinter, los diluye en los
restantes, los despoja de sus caracteres y de sus sicologías profundas y
los integra, como si fueran versos, en un intenso y único poema que
exalta lo oculto, lo enigmático,
lo absurdo y lo incomprensible. En
una conversación común, los personajes de este autor usan rodeos y
subterfugios, se muestran obsesivamente desconfiados de toda comunicación
frontal, y aunque la intentan, son incapaces de lograrla.
Ionesco ha explorado
esa incapacidad con más
talento e inspiración que el dramaturgo británico y, sobre todo, con
mayor fuerza expresiva, como puede advertirse en obras tan notables como La
lección, Las sillas o La cantante calva. Pinter
logra, sin embargo, mostrar con cierto relieve el callejón sin salida de
la incomunicación humana, el dramático desencuentro de las conciencias
que aspiran a aprehenderse y
entenderse sin lograrlo. Sus
diálogos, que han deslumbrado a varias generaciones de actores y
directores, intentan reproducir el habla cotidiana pero están demasiado
elaborados y resultan artificiosos. Sin embargo, nos ilustran sobre la
imposibilidad de conocer la verdad, y nos recuerdan que, por desgracia,
somos irreflexivos, violentos, reprimidos y peligrosos enemigos de
nosotros mismos y de los demás.
Irremediablemente
confinados en sí mismos, los personajes de este autor no pueden salvarse
o redimirse a través de la palabra, de la solidaridad, del amor, de la
comprensión o de la piedad
hacia los otros seres vivientes. El
carácter emparentado con lo poético de las obras de Pinter tiene varias
vertientes. Una de ellas “es
el combate entre la luz y el calor de las habitaciones donde se
desarrolla la acción, y las fuerzas invasoras de la oscuridad y el dolor
que vienen de afuera”.1
En El cuidador, por ejemplo, la amenaza está en la habitación, no
fuera de ella, pero es plasmada a través de una escritura en que los
personajes son secundarios.
Es por eso quizá que muchos espectadores solemos permanecer distantes frente a las propuestas de este autor. Resulta
sorprendente que en casi todas las obras del dramaturgo inglés
cualquiera de los antagonistas podría expresarse del mismo modo
que el otro sin que esta anomalía altere el sentido de la pieza. El
cuidador es buen ejemplo de ello, por ejemplo. Mick:
¿Quiere un sándwich? Davies:
¿Qué? Mick:
(saca del bolsillo un sándwich):
Tome uno. Davies:
No quiero más bromas. En
el transcurso de una obra donde los diálogos son elípticos y tan
confusos para los personajes
que dialogan como para el espectador,
el ofrecimiento del sándwich podría haberlo hecho Davies o Mick,
porque no corresponde a ninguna tipificación sicológica previa de quien
alude a él, como ocurriría, por ejemplo, en una obra de Albee o de
Williams. Esta
característica, que podría interpretarse como una seria limitación,
parece, sin embargo, vinculada, como lo han advertido Del Amo y Pérez
Estremera, a “un sistema expositivo que consigue llevarnos a una forma
de valoración o entendimiento más global”.2
La conclusión de estos ensayistas no es arbitraria, aunque yo cambiaría
el término “conseguir” por “intentar”. Vale
la pena considerar otro ejemplo más ilustrativo aún que pertenece a la
misma obra: Aston:
Bueno, quiero decir... Davies:
Quiero decir que yo tendría que...yo tendría que... Aston:
Bueno, yo podría decirle... Davies:
Eso, eso...¿sabe? ¿Se da cuenta, no? Astopn:
Cuando llegue el momento... Davies:
Lo que trato de decir ... es que... Aston:
¿Qué sería más o menos exactamente lo que usted...? Davies:
Mire, lo que quiero decir...A lo que voy es...quiero decir....¿qué
clase de tareas? Pinter
está interesado en plasmar la incomunicación, el absurdo de la vida, la
violencia, las represiones y
el pánico existencial, y aunque lo logra en cierto sentido, porque es
incuestionable su talento poético, que se advierte con más potencia que
en ninguna de sus obras en Un leve dolor. En esta pieza intensa y
concisa, Edward y Flora, su mujer, descubren a un sucio y silencioso
vendedor de fósforos instalado en uno de los senderos que rodean la
aislada casa en que viven y lo invitan a entrar. Las represiones, la
incomunicación y la crueldad son plasmadas a través de una progresión
dramática, un antagonismo, una eclosión metafórica y una dimensión
intemporal que ni el propio Pinter ni los autores británicos de su
generación han logrado superar. Pero
en la mayor parte de sus piezas no redondea sus propósitos debido a que
los personajes son
inconsistentes, la acción dramática no existe, el antagonismo es débil
y él es un autor sin capacidad de desdoblamiento. A veces, el lector o
espectador tienen la rara sensación de que se enfrentan a la obra de un
dramaturgo cuyos conflictos personales –tierra nutricia en que se apoya
la escritura para el teatro- no logran transmutarse con fuerza propia y no se despegan
nunca del autor. Sin
embargo, Pinter se regodea en su visión del pánico y trata de recrearlo
en sus piezas. En
el lúcido y exhaustivo estudio mencionado, 3
y refiriéndose a Viejos tiempos,
Álvaro del Amo y y M. Pérez Estremera han explicado de este modo
el deterioro del concepto tradicional de personaje que aflige a las obras
de Pinter: “Se da la vuelta a la definición psicológica tendiente a
precisar el personaje y sus matices para poder insertarlo así en la
clarificación de una sistemática colectiva, es decir, toda la ambigüedad
y complejidad de matizaciones que encierra el mundo de las relaciones
humanas (elemento de trabajo máximo en la obra pinteriana que, como es
natural, abarca por extensión muchos otros) se nos ofrece como
protagonista, y es a través de la manipulación de este sustrato como se
llega a una narrativa. De ahí el deterioro del concepto tradicional de
personaje. (......) “Kate puede ser Ana y viceversa, las dos representan
mecanismos de la vitalidad femenina burguesa; Deeley no es un hombre
concreto...” ¿Qué
clase de drama es este, nos preguntamos? ¿Cómo estos personajes podrían
insertarse “en la clarificación de una sistemática colectiva”,
cuando carecen de identidad y son
fragmentos de un poema enigmático que intenta plasmar la
incoherencia, como si solo esta pudiera representarnos y conmovernos? El
temor a las fuerzas invisibles que regulan nuestras vidas, pocas veces ha
sido plasmado en el teatro del siglo pasado con tanta intensidad como en Delicado
equilibrio, de Edward Albee,
esa obra mayor de un dramaturgo impar, también autor de la
magistral Historia del zoo. Comparemos el fragmento de una de las
escenas de esa pieza, con cualquiera de los textos de Pinter que intentan
reflejar el pánico. En una
reunión familiar en la que participan un hombre, su esposa, la hija y una
cuñada, irrumpen Harry y
Edna, un matrimonio maduro acosado por el atávico temor que lo impulsa a
refugiarse de manera repentina en la casa de sus amigos. Sólo desean
pernoctar en la residencia para protegerse de las malignas fuerzas
internas o externas que, según creen, podrían destruirlos. Harry
(mira a Edna).- Yo...yo no sé muy bien lo que pasó entonces;
nosotros...nosotros estábamos muy...todo estaba muy tranquilo y estábamos
completamente solos....(Edna comienza a llorar, silenciosamente. Agnes
lo nota, los demás no; Agnes no hace nada)...Y luego...no pasó nada,
pero...(Edna está llorando más abiertamente ahora)...No pasó
nada en absoluto, pero... Edna:
(llorando abiertamente; dice alzando la voz).-Tuvimos,,,miedo. (Sollozo
abierto; nadie se mueve.) Harry:
(asombro tranquilo, confusión) Nos sentimos asustados. Edna:
(en medio de sollozos).- Estábamos...atemorizados. Harry:-
No había pasado nada...pero estábamos realmente asustados. (Agnes
tranquiliza a Edna, que está sollozando angustiadamente. Clara vuelve a
acostarse lentamente sobre el piso.) Edna.-
Nos sentimos ...aterrorizados. Harry.-
Teníamos miedo. (Silencio; Agnes tranquiliza a Edna. Harry está
tieso. Con un afecto casi inocente, casi infantil.) Era como estar
perdidos: muy jóvenes otra vez, en la oscuridad, y perdidos. No había
nada...ninguna cosa...de qué tener miedo, pero... Edna.-
(lágrimas, histeria silenciosa).- Estábamos asustados...Y
no había ningún motivo. (/Silencio en el
cuarto.) Harry.-
No nos podíamos quedar ahí, y entonces vinimos. Ustedes son nuestros
mejores amigos. Harold
Clurman, quizás el crítico de lengua inglesa
más importante del siglo pasado, afirma refiriéndose a El
cuidador, una de las piezas más famosas de Pinter: “Obras como El
cuidador deben algo de su fascinación a la ambigüedad. Pero esta
ambigüedad cubre lo que es inherentemente un proyecto simple, tal vez
demasiado simple. De aquí que ellas nos inquieten sin realmente
conmovernos. El plan artístico es más estrecho de lo que simula ser; la
ambigüedad es un artificio espiritual inconsciente por medio del cual el
autor, no comprometido en su alma con el azoramiento y la angustia que la
vida le provoca, permanece congelado en su incertidumbre, una situación
que después de todo puede ser más fácil que una decisión directa sobre
cómo resolverla o cambiarla”. 4 ¿No podría aplicarse esta aguda y reveladora conclusión a casi todas las obras de Pinter? Referencias: 1 “Introducción al teatro de Harold Pinter”. Por Álvaro del Amo y Manuel Pérez Estremera. Editorial Cuadernos para el Diálogo. Edicusa, Madrid, 1972, Libros de Teatro. 2 Álvaro del Amo y Manuel Pérez Estremera. op.cit. Págs 85 y 86. 3 Álvaro del Amo y Pérez Estremera. op.cit. Págs. 86 y 87. 4 Harold Clurman. “Teatro Contemporáneo”. De Brecht a Pinter, de Nueva York a Tokio. Editorial Troquel. Buenos Aires, Argentina, 1972. |
por Ricardo Prieto
Este artículo fue publicado en el No 33 de la revista TEATRO-CELCIT, Buenos Aires, 2008.
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Ricardo Prieto en Letras Uruguay
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