La casa de cenizas |
Esta
obra fue
escrita en
la década de los sesenta. Nunca fue editada ni representada,
aunque en 1974 un jurado
integrado por Carlos Maggi, Eduardo Schinca y Jorge Abbondanza le otorgó
por unanimidad el Premio María Esther de
Mendizábal de la Institución Teatral El Tinglado.
Personajes:
Sonia Antonio
Enrique
Marta
Carlos
Adriana
El ángel
Ámbito
escénico despojado. La escenografía es abstracta. Los personajes tienen
puesta ropa blanca. Salvo el de Sonia y Enrique, los maquillajes son
grotescos. Convendría
que los muebles fueran representados por figuras geométricas. Sonia:
Dije que no. Antonio:
Se quedarán solo una semana. Sonia:
No podría soportarlos ni una hora. Antonio:
Lo lamento, pero son mi hermano y mi cuñada. Así que vas a tener
que aguantarlos. Sonia:
(Con perfidia.) Preparate entonces. Antonio:
¿Estás amenazándome? Sonia:
Sí. Antonio:
Ya veo que tendremos un fin de semana insoportable. Pero estoy
acostumbrado. Sonia:
Pobrecita la víctima. (Pausa.) Antonio:
Explicame por qué no querés verlos. Sonia:
Porque odio a los imbéciles. Tu hermano, por ejemplo, es un
palurdo bien vestido con expresión de triunfador. Y lo invitaste porque
te gusta mutilarme. Sólo querés que sonría, que sea dócil y que diga
“sí, sí, la comida está lista, saludo al gran macho”. No te gustaría
que dijera “saludo al gran macho frustrado”. Antonio:
Te costaría mucho demostrar que soy frustrado. Sonia:
¿Porque sos jefe de personal después de haberte arrodillado ante
el gerente? Antonio:
Ramírez me admira. Sonia:
Claro, le lustrás los zapatos con la lengua. Antonio:
Había tres que aspiraban a ese cargo, pero lo obtuve yo. Sonia:
Te agachaste más y él sintió lástima. Antonio:
Era el más capaz. Por eso logré el puesto. Sonia:
Brindo por tu capacidad. ¡Y larga vida al jefe! Antonio:
(Le arrebata el vaso.) Estás emborrachándote. Sonia:
Eso no te importa, triunfador. Antonio:
Parala, che. Sonia:
¿Te molesta que te diga triunfador? Lo lamento, pero me gusta esa
palabra. (Canta con histerismo.)
El triunfador,
el
triunfador
cobarde,
quiere fingir,
quiere fingir
que
su casa no arde. Antonio:
(Gritando.) ¡No quiero oírte! Sonia:
(Intenta continuar cantando.)
El triunfador,
el triunfador
cobarde...
(Antonio se abalanza sobre ella con ferocidad y le tapa la
boca.) Antonio:
¡Se terminó, estúpida! (Sonia se calla. Pausa tensa.) Y
arreglate un poco. Estás desastrosa. Sonia:
(Burlona.) La señora de García debe estar limpia y
planchada como una sábana. Antonio:
Te convertiste en una loca mugrienta. Sonia:
El señor tiene miedo. Antonio:
Sí, pero de vos. Sos capaz de cualquier grosería. Sonia:
El señor García se asusta de todo. Es una niña temblorosa
disfrazada de hombre. Antonio:
Si fuera tan tembloroso no mandaría a mil hombres. Sonia:
Ahora se ilusiona y hasta cree que es fuerte. Antonio:
Lo puedo demostrar. Sonia:
Fingiendo, dando órdenes con voz grave. ¿Pero qué ocurre del
otro lado de las luces? Cuando saques esa jaula de ahí vas a ser un
hombre.
(Se ilumina
el ámbito donde un actor muy joven que representa a un niño emite
lamentos agónicos. Sonia se acerca. El niño patalea.) Quieta,
bestia. Ya sé que te orinaste encima. (Lo coloca de espaldas al público
y le quita el pantalón.) Basta, animal, o te muerdo el cogote y te
desangro. (A Antonio.) Ayudame. (Antonio se acerca.)
Agarralo. Antonio:
(Al niño, con suavidad.)
Mamá va a limpiarte. Sonia:
Sí, mamá va a limpiarlo. Decilo con esa dulzura nomás. ¿No ves
que quiso pegarme? Antonio:
Vos lo irritás. Sonia:
Porque me desafía. (Al niño.) Venga aquí, poquita cosa de
Dios. Vamos a sacarle la porquería. (Con burla.) Y no vuelvas a
mearte, querido, mamita está muy ocupada. Hay tanta mugre en esta casa. (Finge
sumisión.) Y mi marido, tu padre, absorbe tanto. (Ríe de manera
diabólica.) Hoy no abrí las ventanas y el día es tan oscuro. (Con
angustia.) No tendremos sol, me parece. (Enrique, el niño, intenta
agredirla de nuevo.) Antonio:
(Lo contiene.) Quieto, querido. Sonia: Sí, quieto inmundicia. Podrías orinar menos para que yo no sufra. Y cuando seas un ejecutivo como el papito, no olvides que mamá te limpiaba la inmundicia mientras la mirabas como un idiota. Antonio:
No le hables de ese modo. Sonia:
(Siempre a Enrique.) ¿Viste, nene? Tu padre no quiere
admitir que estamos en el infierno. (El niño llora. Antonio lo abraza.) Antonio:
(A Enrique, con ternura.) No llores. Papá está contigo. Sonia:
Cuanto más lo abraces, más odio y asco voy a sentir
por él. Vamos, señor García. Abrace el sentido de su vida.
Acaricie el cuerpo que engendró mientras yo lo destruyo. (Empieza a
castigar a Enrique pero Antonio la detiene.) Antonio:
¡No lo tortures más! (La aparta con brusquedad del niño. Se
arrepiente. Con angustia. Pausa extensa.) ¿Qué es esto, Dios
mío? Sonia:
(Con odio, sin levantar la voz.) ¿Cuándo voy a verte
muerto?
Oscuridad.
II Entra
Carlos, el hermano de Antonio. Lo acompañan Marta, su mujer, y la hija de
doce años, que debe ser interpretada por una actriz joven. Vienen
de un mundo equilibrado y pulido y parecen pétreas esculturas. Sonríen
con ternura. Sus gestos son suaves y refinados. Dan
la impresión de ser tres escolares en el primer día de clase. Carlos:
(Al público,) Yo soy el hermano. Marta:
Y yo la cuñada. (Impulsa a la hija a presentarse.) Adriana:
(Se inclina.) Yo soy la sobrina. (Se oye un gemido
siniestro.) Antonio:
(Se acerca.) Recién estábamos hablando de ustedes. (Los
abraza.) Le decía a
Sonia que sería bueno que se quedaran más de una semana. Carlos:
No puedo. El lunes, a las ocho en punto de la mañana, debo estar
en la compañía. Antonio:
Me parece bien. Hay que ser puntual. Marta:
Hay que cuidar el trabajo, que es otra cosa. Antonio:
Siéntense, por favor. Póngase cómodos. (Llama.) Sonia. ¿Dónde
se habrá metido? ¿Me oíste, querida? Antonio:
(A Carlos.) Debe estar arreglándose. (A Sonia,
levantando la voz.) Ya llegaron, querida. Marta:
No la apures. Tenemos tiempo. (Pausa.) Antonio:
(A Carlos.) ¿Cómo marchan esos negocios? Carlos:
(Exaltado.) Mejor imposible. Según mis cálculos, dentro de
un año seré el gerente general de la empresa. Antonio:
¡Bravo! Marta:
Tendrá que mover algunos hilos, por supuesto, pero ya le sugerí cómo
hacerlo. (Ríe de manera entrecortada y estúpida. A Carlos.)
Tiene dos competidores terribles. Carlos:
Sí, claro. Pero no les temo. Mirá, hace unos días, mister Morris,
el presidente del directorio, me dijo que soy el candidato más seguro. Antonio:
Te felicito. Marta:
(Lo mira con embeleso. A Antonio) ¿No es mágico? Pero
tiene una mujer que vive empujándolo. Antonio:
Papá siempre decía que vos y yo llegaríamos lejos. (Extraño
silencio.) Carlos:
¿Cuándo vas a mudarte? Antonio:
Sonia no quiere irse de aquí. Marta:
Qué horror. Esta casa es muy lúgubre. Carlos:
Y vieja. Antonio:
A ella le parece la mejor vivienda del mundo. No es fácil sacarla
de aquí. Marta:
Si dijéramos que no pueden. Mirá tu hermano: todavía no es
gerente y ya vive en un barrio residencial, y en un chalet moderno. Yo jamás
hubiera permitido que me llevara a un barrio como este. Adriana:¡Papá
compró una casa! ¡Papá compró una casa! Marta:
(A Adriana.) Sí, mi vida, y tendrá muchas cosas más, así
mi ricurita será la niña más envidiada. Dentro de un año pensamos
comprar un apartamento cerca del río. Carlos:
(Riendo.) No te entusiasmes, querida. Tiempo al tiempo. (Risas
tensas de los tres.) ¿Y Enriquito? Marta: ¿Dónde está? Nos habíamos olvidado de él. Antonio:
Está jugando. (Lo llama.) Vení, Enrique. Llegaron tus tíos.
(Enrique se acerca y empieza a danzar en torno a ellos. En sus gestos y
en su expresión hay patetismo. Todos lo miran consternados.)
Saludá a las visitas, querido. (Enrique se niega.) Vamos, hay que
ser educado. (El niño
corre. Adriana lo sigue. De pronto empiezan a jugar en el ámbito de la
jaula imaginaria.) Es un niño tan caprichoso. Marta:
Dejalo. Necesita jugar. Y Adriana también. Están en una edad
terrible. Carlos: Sí: nuestra hija tampoco es fácil. Y eso que no es de las peores. Antonio: No se imaginan cómo me preocupa este niño. (Llama.) ¡Sonia! No entiendo por qué demora. Sonia:
(Sin moverse.) Ya voy, renacuajo. (Ríe a carcajadas.) Antonio:
(Muy turbado, a Carlos y Marta.) Está bromeando. Le gusta
usar un lenguaje sorprendente. (Marta y Carlos ríen con nerviosismo.)
Vivo diciéndole que no haga eso porque después Enrique la imita. Qué
puedo hacer, ella es así. (Entra Sonia. Camina con lentitud y
elegancia. Su expresión es
demoníaca. ) Sonia: (A Antonio.) Servime un gin. Antonio: (A Carlos y Marta.) ¿Qué toman? Sonia:
Whisky. Carlos: Yo también. Sin hielo. Antonio: (A Sonia.) ¿Viste qué bien están Marta y Carlos? Parecen más jóvenes. Sonia: ¿Tienen hijos? Antonio: (Tratando de parecer divertida.)¿Olvidaste que tenés una sobrina, querida? Marta: (Tratando de limar asperezas.) Nos vemos tan poco... Sonia: Me parece increíble que tengan un hijo. Antonio: (A Marta, sonriendo mientras le ofrece la bebida.) Bromea. Marta: (Nerviosa.) Me imagino. Carlos: (Con falsedad.) Tu mujer es muy divertida. (Pausa muy tensa.) Marta: (Por decir algo.) Cómo nos costó encontrar la calle. Nos perdimos. Sonia: Este barrio no existe en los planos de la ciudad. Antonio:
(Fingiendo diversión.) ¿Qué estás diciendo? Eso es un
disparate. (Pausa breve y tensa.) Marta: (A Sonia.) ¿Por qué no te vas de esta casa? ¿No te parece demasiado vieja? Sonia: Me gusta porque es oscura y está muy sucia. Antonio: (A Carlos y Marta.) Bromea. Sonia: (Con brutalidad.) No bromeo, imbécil. Dame un cigarrillo. (Antonio le da un cigarrillo. Un silencio muy tenso.) Sólo un incendio podría salvarnos. Antonio: (Con contenida agresividad.) Estás un poco deprimente, querida. Sonia: (A Carlos y Marta.) Soy así. (Pausa tensa. A Carlos, con burla.) ¿Y? ¿Cómo anda todo? Carlos: (Con entusiasmo.)Bárbaro. Nuestra compañía acrecentó su influencia en todo el mundo. Facturamos miles de millones de dólares por mes. Sonia: (Siempre con burla.) Qué interesante. (Un silencio.) Quiero oír música. Antonio: ¿Por qué no esperás un poco? Primero vamos a cenar. Sonia: Quiero oír música ahora. Estoy en guerra con el mundo y necesito aislarme. Antonio: (Con suavidad.) Tenés visitas. Sonia: Me cago en las visitas. Carlos: (A Antonio.) Dejala. Quizás se siente mal. Marta: (A Antonio.) No te preocupes por nosotros. Sonia: ¿Cómo tenés amueblada tu casa, querida? Marta: Tengo muebles muy modernos. Pero pienso cambiarlos y estoy dudando entre varios estilos. Sonia: Quemalos y no compres más muebles. Y poné cruces en las paredes. Marta: (Tratando de parecer divertida.) ¿Y dónde nos sentamos? Sonia: En el suelo. Marta: (Ríe con nerviosismo.) Eso es muy original pero no me parece lógico. (A Carlos.) ¿Te imaginás desayunando en el piso, como los japoneses? Sonia: (Con angustia.) Algún día ni cruces habrá a tu alrededor. Todo estará vacío y blanco y buscarás con desesperación una silla. Y no vas a encontrarla, te lo seguro. Marta: (Con frivolidad.) ¡Qué graciosa! En casa sobran las sillas. Sonia:
(Con burla.) ¿No me digas? (Se escucha
“La doncella de las rosas” de la suite “El cisne blanco” de
Sibelius. Sonia se sienta. Todos están tensos e impávidos.) Antonio: (A Sonia, con velada agresividad.) ¿Por qué no te acostás, querida? Yo me ocupo de la cena. (A Carlos y Marta.) Perdónenla. Está muy cansada. Marta: (Con falsedad.) No te preocupes. Es muy interesante conversar con ella. ¿Verdad, Carlos? Carlos: (Nervioso,) Claro, claro. Antonio: (A Sonia.) Será mejor que vayas a descansar. Sonia: ¡No quiero descansar! ¡Y no me miren como si fuera una loca! (Recalca con agresividad.) Voy a preparar el guiso. Carlos: (Estupefacto.) ¿Qué guiso? Marta: Gracias, pero nosotros ya comimos. ¿Dónde están los niños? Antonio: No te preocupes por ellos: fueron a jugar. A Enriquito le hace falta porque vive muy encerrado. Sonia:
(Con pánico.) ¿Quién lo dejó salir de la jaula? Carlos: (Asombrado.) ¿De qué jaula está hablando? Antonio: No le des importancia. Está nerviosa. Sonia:
(Toma el látigo.)
¿Dónde está? (Antonio se acerca y le arrebata el látigo. Después
se alejan y quedan inmóviles
al costado del escenario, como si abandonaran el juego. La luz se desplaza
hacia el ámbito de la jaula imaginaria.) III Adriana: ¿Vas a la escuela? Enrique: No. Adriana: ¿No te da vergüenza? Sos bastante grande. Enrique: No necesito ir a la escuela. Ya sé muchas cosas. ¿Sabías que tus padres y los míos se odian y quieren matarse? Adriana: Eso no es cierto. Enrique: Ya vas a aprenderlo. (Adriana ríe. Pausa.) Yo hubiera querido ser un ángel. Adriana: ¿Por qué? Enrique: Porque los ángeles no juegan ni huelen la mugre. (Un silencio.) ¿Vos jugás mucho? Adriana: (Radiante.) Sí. Enrique: Yo no. Cuando quiero hacerlo mi madre me escupe o me azota. Adriana: ¿Y por qué no se lo decís a tu padre? Enrique: Porque a él no le importaría. Adriana: Entonces no te quiere. Enrique: No. (Pausa.) Adriana: Voy a quedarme hasta el lunes. Enrique: Por mí... Adriana: ¿No te importa? Enrique: Sólo querría no estar en la jaula. Adriana: ¿Qué es eso? Enrique: ¿Cómo qué es eso? Allí está. Es esa prisión donde me encierran. Adriana: No la veo. Enrique: ¿Sos ciega? Yo duermo y como allí. Adriana: ¿Por qué tus padres son tan malos? Enrique: No sé. Son los únicos padres que conozco. ¿Los tuyos no te encierran? Adriana: No. (Breve silencio.) Enrique: Si dependiera de mi padre quizá yo no viviría encerrado. Pero no estoy seguro porque habla muy poco. Mi madre es la única que dice lo que piensa. Y lo hace gritando. Claro, él se enoja con ella cuando se olvida de darme la comida. Y a veces me mira a través de los barrotes y parece que quisiera abrazarme. Pero no puede porque yo estoy dentro de la jaula y mamá tiene la llave. Adriana: ¿Y vos no gritás? Enrique: No sé gritar por eso. Grito cuando estoy sucio o mi madre me castiga. O cuando me escupe la comida. Adriana: ¿Cómo hacés para comer esa inmundicia? Enrique: ¿Alguna vez pasaste hambre? Adriana: Nunca. Enrique: Yo sí. (Un silencio.) Hace poco devoré un ratón que pasó por el costado de la jaula. Lo atrapé y lo deshice. Después me lo tragué. Adriana: ¡Qué asco! ¿Y tu madre lo supo? Enrique: Sí, pero se reía y gritaba que yo merecía comerlo. Adriana: ¿Y por qué no se lo contaste a tu papá? Yo lo hubiera hecho. Enrique: No me gusta hablar con él. En realidad me cuesta hablar con todos. (Pausa muy breve.) ¿Por qué papá no le pega cuando ella dice cosas horribles? Adriana: ¿Qué cosas? Enrique: ¿No vas a contárselo a nadie? Adriana: No. Enrique: (Bajando la voz.) Hace poco dijo que iba a matarme. Adriana: ¡Qué mala! ¿Y tu padre qué hizo? Enrique: Lloró. Adriana: ¡Qué raro! Mamá y papá también se pelean, pero cuando mamá quiere tener razón él grita que es el que manda. Entonces mamá se calla. Enrique: Así debe ser. (Breve silencio.) ¿Por qué papá no me saca de la jaula? Adriana: No sé. A lo mejor lo hace algún día. Enrique: ¿Cuándo? Debería imponerse, como tu padre. ¡Ese sí que es un hombre! Pero él se deja mandar por mamá. Adriana: Quizá la quiere mucho. Enrique: Si la quisiera no la miraría con odio. Adriana:
¡Qué lindo! ¡Un día encontrarás a tu madre muerta y a tu padre
gritándole que la mató porque lo tenía cansado! (Adriana ríe
divertida. Enrique la toma de los hombres y le grita.) Enrique: ¡Callate! ¡Callate o te mato yo a vos! Adriana: (A punto de llorar.) Perdoname. Enrique: ¡Nunca más te rías de mi padre! Adriana: (Asustada.) Yo no me reí de él. Enrique: Te imaginaste cosas. Y no quiero que uses tu estúpida cabeza de mujer para pensar en nosotros. Adriana: Vos empezaste a contarme. Enrique: Para que oyeras y callaras. (Pausa breve.) Algún día voy a vengarme. Tendré a mi madre a mis pies pidiéndome perdón. Y no voy a perdonarla. Me hará feliz aplastarle la cabeza. Adriana: Yo creo que vas a perdonarla. Enrique: Jamás voy a hacer eso. Adriana: ¿Por qué estás tan seguro? Enrique: Yo soy un hombre. Y vos una mujer. Como sos inferior a mí no podés entenderme. Adriana: Si fueras tan superior no vivirías enjaulado. Enrique: (Con furia.) ¿Qué dijiste? Adriana: (Con temor.) Que si fueras tan superior no estarías enjaulado. Enrique: (Le pega y le grita.) ¡Estúpida! ¡Estúpida! Adriana: (Llorando.) ¡Mamá! ¡Papá! Enrique: (Sigue castigándola.) ¡Nunca olvides que soy el hombre! ¡Yo soy el que manda! Antonio:
(Se acerca alarmada. Lo siguen Sonia,
Marta y Carlos.) ¿Qué pasa aquí? (Enrique se esconde.
Adriana se abraza llorando a su madre.) Marta: ¿Qué te hicieron, mi amor? Carlos: ¿Por qué estás tan asustada? Adriana: ¡Enrique me pegó! Sonia: (Con pánico.) ¿Dónde está? ¿Cómo entraste a su jaula? Adriana: (Llorando.) ¿Qué jaula? Me habló de una pero yo no la vi. Marta: (Abraza a Adriana.) Calmate, por Dios. Carlos: Dejala que se desahogue. Sonia:
Voy a buscar a ese monstruo. (Sale con el látigo en la mano.) Marta: (Acariciando a Adriana.) Ya pasó todo, amorcito. Ya pasó. Antonio:
(A Adriana.) Vení. Voy darte caramelos. (Sale con ella.) Marta: Nunca debimos venir a esta casa. Te dije cien mil veces que aquí hay algo siniestro. Carlos: Ya estás exagerando. Marta: Y esa mujer me pone histérica. ¿No oíste las cosas que dijo? Carlos: No es peor que otras. Marta:
¿Qué querés decir? (Entra Adriana corriendo.) Adriana: (Muestra los caramelos.) ¡Miren! ¡El tío me los dio! Marta: (La besa.) Qué tío bueno. ¿Le agradeciste? Adriana:
Gracias, tío. (Carlos, Marta, Antonio y Adriana quedan inmóviles.
Entran Enrique y Sonia. Esta lo conduce a latigazos al ámbito que
representa la jaula.) Sonia: ¡Adentro, bestia! ¡No quiero que salgas de la jaula! ¿Pretendías jugar en toda la casa? (Enrique se enoja y la patea.) ¡Quieto, salvaje! Voy a darte de comer después que atienda a las visitas. (Ríe con burla. Enrique solloza. Sonia se aleja de él y se acerca a los otros personajes.) Carlos: ¿Por qué lo castigaste? Sólo estaba jugando. Sonia: No quiero que salga de la jaula. Marta: ¿Qué es la jaula? Antonio: Un lugar que no existe. Sonia: Si tuviera que soportarla como yo no diría eso. Adriana: Mamá. Marta: ¿Qué, hijita? Adriana: El primo dijo que no va a la escuela. Marta: (A Sonia.) ¿Es cierto? ¿Por qué? Sonia: Yo soy su maestra. Aprende todo conmigo. No se imaginan cómo patea y maldice cuando pide la comida. Antonio: ¿Podríamos dejar ese tema? Sonia: Tienen obligación de oírme. ¿No los oigo hablar de sus éxitos en los negocios? ¿No los veo preocuparse por casas, muebles y floreros? Adriana: Tengo sueño, ma. Marta: (A Adriana.) Sí. Vamos a acostarnos, querida. Es muy tarde. Venga con mamita. Adriana: Papito también. Marta: Ya viene. Carlos:
(A Sonia y Antonio.) Enseguida vuelvo. (Pausa extensa y
tensa.) Antonio: ¿Estás contenta? (Con odio, sin levantar la voz.) Lograste ponerme en ridículo. Sonia: (Con burla.) ¿No soy una buena anfitriona? Antonio: Te pasaste agrediendo a todo el mundo. Sonia: Pobrecitos. ¿Me habrán encontrado grosera? Antonio: Estás enferma. Sonia: ¡No necesito jueces! Antonio: (Le aprisiona el puño.)¡Vas a tenerlos! ¡Vas a tenerlos siempre! Sonia: ¡Soltame! (Antonio la suelta y ella se aleja.) Antonio: (Siguiéndola.) ¡Esperá que se vayan para descargar tu odio! Sonia: No me des órdenes. Antonio: ¡Vas a hacer lo que te digo! Sonia: (Grita con angustia y odio.) ¡¡No!! ¡No vas a poder conmigo! ¡Nunca más vas a utilizarme! ¡Me cansó este encuentro de familia, y esa jaula, y que ellos finjan felicidad porque tienen a esa niña! ¿Qué clase de padres pueden sentirse felices por haber traído al mundo una futura muerta? Marta:
(Canta con dulzura.) Duérmete, mi amor, que ya la mañana trajo su verdor, las fiestas del sol y la brisa suave, con suave color.
Duérmete, mi amor, que la tierra entera se vuelve blancor, y en el sueño quieto tendrás un amor bello como el cielo, grande como Dios.
(Enrique gime.) Sonia:
¿Empezaste de nuevo? (Toma el látigo y se acerca a él.)
¿Querés molestar a los vecinos, marrano? (Lo azota.) ¡Llorá
entonces, a ver si llorando bastante te dormís para siempre y me dejás
tranquila! (Lo azota con ferocidad- Oscuridad.) ACTO
SEGUNDO
I Marta, Carlos y Adriana están durmiendo. De pronto, Marta se despierta y oye con atención. Se levanta y mira con pánico el techo de la habitación. Marta: (Tratando de despertar a Carlos.) ¡Carlos! ¡Carlos! Carlos: ¿Qué pasa? Marta: Levantate, por favor. Oigo un ruido extraño. Carlos: (Somnoliento.) ¿Está lloviendo? Marta: No. Algo creció dentro de la habitación. Carlos: No digas pavadas. Marta: ¡Mirá allí arriba! ¡Parecen víboras! (Carlos se levanta y mira hacia el techo.) ¡Te dije que en esta casa hay algo horrible!¡Va a ocurrir una desgracia! Carlos: No empieces a dramatizar. Marta: ¡Nunca vamos a salir de aquí! Carlos: Callate, por Dios. (Analiza los barrotes imaginarios.) Marta: ¡No toques eso! Carlos: Parecen los barrotes de una jaula, pero son más gruesos y duros. Marta: ¡Los pusieron para encerrarnos! Carlos: ¿Cómo se te ocurre una cosa de esas? Marta: ¡Tu cuñada está loca! Carlos: Estamos en la casa de mi hermano y no en el manicomio. Marta: Preferiría el manicomio a este lugar. Esos barrotes no los pusieron para divertirse. Voy a llamar a Antonio. Carlos: No lo despiertes todavía. Pronto va a amanecer. Marta: No entiendo cómo podés estar tan tranquilo. Adriana: (Se despierta.) ¿Qué pasa? Marta: Nada, mi amor. Dormí un rato más. Todavía es temprano. Adriana: ¿Por qué estás levantada? Marta: No tengo sueño. Date vuelta y dormí, mi vida. Vamos. Carlos:
Quiero saber si podemos pasar a los otros cuartos. (Continúa
explorando.) Marta: Yo sabía que iba a ocurrir esto. (Solloza.) ¡Bonitas vacaciones! ¿Por qué me trajiste aquí? Carlos: Calmate, por favor. No compliques todo. (Deslizando las manos por el aire.) Tienen mucha consistencia. Marta: (Con desesperación.) ¡Por favor, Carlos, tratemos de salir! No es necesario que llevemos las valijas. Huyamos antes de que sea demasiado tarde. Carlos: Es imposible. Miralos: llegan hasta el techo. La puerta de calle y las ventanas están clausuradas. Marta: Hacé algo, por Dios. Vámonos antes de que se levanten. Carlos: No hay nada que hacer. Marta: Llamá a tu hermano. Carlos: (Sereno.) No hay apuro. Marta: (Abraza a Adriana.) Tengo miedo. ¿Qué va a ser de nosotros? (Se oye una risa.) ¿Escuchaste? Carlos: Es el viento. Marta: (Implorante.) ¡No nos abandones! (Con asombro.) ¿Qué estás haciendo? Carlos: Pienso. Marta: ¿Por qué no me mirás? Carlos: Te dije que estoy pensando. Marta:
¡Mirame, por favor! ¡Hablame! ¡No me dejes sola! (Llora.
Oscuridad.)
II Enrique
está solo en medio del escenario. Tiene el látigo en la mano.
El Ángel lo espía desde la
platea. Enrique: ¡Ahora están en mi poder! El ángel me dijo que no va a ser por mucho tiempo, pero voy a lograr que paguen sus deudas. (Al público.) Señoras y señores, y sobre todo usted, loca de mierda, que hace un culto de las cuatro paredes, los cuadros y los jarrones para ocultar que tiene miedo y odia a todo el mundo, los invito a presenciar el momento de la venganza. Hoy va a ser destruido el detestable núcleo familiar. (Grita.) ¡Abajo las jaulas! El ángel: Chist. Enrique: ¿Quién es? Ah, sos vos. ¿No te habías ido? El ángel: Te hice una trampita. El Señor me pidió que te oyera cuando te dirigieras al público. Enrique: ¿Y qué te pareció lo que dije? El ángel: Muy pasional. Enrique: ¿Acaso él no es pasional? ¿No te envió para que me ayudaras a castigarlos? El ángel: Sus motivos son muy misteriosos y no pueden explicarse. ¿Quién podría saber lo que piensa? Enrique: Vos viniste a cumplir sus órdenes. El ángel: Pero ignoro lo que lo impulsa a actuar. Enrique: Yo no. ¿Sabés por qué? Porque pasé parte de mi vida en esa jaula inmunda deseando que Él mandara un rayo que los fulminase. Y lo mandó. ¿Acaso no viniste para ayudarme? El ángel: Eso no puede saberse. Nosotros cumplimos las órdenes, pero a veces, cuando vemos los resultados, llegamos a la conclusión de que todo es inexplicable. Enrique: Bah. Tienen tanto trabajo que perdieron la frescura. Se mecanizaron y se convirtieron en ángeles materialistas. (El ángel sonríe. Pausa breve.) ¿Vas a quedarte mucho tiempo? El ángel: No sé. Enrique: Si te quedás podrás ver cómo los torturo. El ángel: ¿El Señor querrá que hagas eso? Enrique: Espero que sí. (Con odio.) Y ya verá lo que hago con ellos. Voy a verlos retorcerse de dolor. Y tendrán que perdonarme. (Con burla.) De lo contrario no van a conocer el cielo. El ángel: ¿Creés en el cielo? Enrique: Sólo creo en las jaulas. El ángel: ¿Por qué querés castigar a tus tíos? Ellos no te hicieron nada. Enrique: Son capaces de matar para ganar dinero. Además tienen una hija y yo voy a salvarla. El ángel: ¿Vas a salvarla de qué? Enrique: De la jaula, querido. Van a encerrarla como a mí y la convertirán en un monstruo. El ángel: No hay que adelantarse a los acontecimientos. ¿Qué ganás tratando de incidir en las vidas ajenas? Enrique: Preguntale al Señor. Él debe saberlo. Por algo estás aquí. No olvides que necesitaste apenas un minuto para aislar esta casa entre barrotes. El ángel: No me interesan las intenciones del Señor. Sólo me importan las tuyas. Enrique: Pero siempre las cuestionás. El ángel: Son las únicas que puedo cuestionar. Enrique: ¿Aunque se originen en la voluntad del Señor? El ángel: No insistas, Enrique. ¡El señor es tan complicado! Tantas veces lo vi fingir que quiere lo que no quiere. Enrique: ¿Querés decir que lo que voy a hacer lo molestará? El ángel: Yo me limito a aconsejarte, a pesar de que no es mi deber. Pensá mucho antes de actuar. El Señor quiere que tengas compasión de tu madre.
Enrique: ¿Cómo el Señor podría pedirme lo imposible? No es ningún idiota. El ángel: Ya cumplí con mi deber y no voy a agregar nada más. Pero te aconsejo que no desafíes al Todopoderoso. Pensá antes de actuar. Enrique: No voy a tener tiempo de pensar. Debo usar toda mi energía en limpiar este estercolero. El ángel: Me voy. Pronto vendré a visitarte. Enrique:
Cuando quieras. Estás invitado a festejar mi victoria sentado
sobre los cadáveres. (El ángel sonríe misteriosamente. Oscuridad.)
III Antonio y Sonia están parados en medio del escenario. Sonia: (Grita.) ¿Dónde estás, monstruo? ¡Vení! ¡No tengas miedo y enfrentame! (Se oye la risa de Enrique.) Enrique: Aquí estoy, mamita. Sonia: ¿Por qué saliste de la jaula y nos encerraste? Enrique: Cuando desperté, el portador de las órdenes había hecho el trabajo. Sonia: ¿Querés parecer interesante? Antonio: (A Sonia.) Callate. (A Enrique.) ¿De qué órdenes hablabas? Enrique: No puedo decirlo. Antonio: Por favor, Enrique. No nos hagas esto. Tus tíos también están en la casa y van a asustarse. Enrique: Mis tíos me importan un bledo. Voy a hacer lo que planeé y ningún sentimentalismo me detendrá. Antonio: ¿A qué planes te referís? Sonia: ¡No le des importancia! ¡Quiere convertirse en un personaje! Enrique: (A Sonia.) ¿Por qué no te callás, inmundicia? Sonia: Porque no quiero. Enrique: (Amenazador.) Podría enojarme contigo. Sonia: ¡No te tengo miedo! Enrique: (Muestra el látigo.) ¿Recordás esto? Sonia: (Desafiándole.) ¡Atrevete a tocarme! Enrique: Voy a esperar. Pero pronto voy a usarlo en tu espalda. Sobre todo cuando pidas comida. Sonia: (Con ferocidad.) ¡Nunca voy a pedirte comida! ¡Soportaré cualquier cosa antes de humillarme ante vos! Antonio: (A Sonia.) Gritando no vamos a resolver nada. (A Enrique, con afecto.) Enriquito, hijo mío, tratemos de no actuar por impulsos. Tenemos que ser racionales. Enrique: Hago lo que me enseñaron. (Señala a Sonia.) Esa señora es mi maestra. Sonia: ¡Basura! Antonio: (A Sonia.) No lo insultes. Sonia: Que se acerque y verá. Enrique: ¿Te atreverías a pegarme de nuevo? Vamos, intentalo. Sonia:
¿Que si me atrevo? (Se acerca.) Antonio: (La detiene.) ¡No sigas! ¡Vas a convertirlo en una fiera! Sonia: Ya lo es. Mirá sus ojos: parece un león hambriento. Enrique: Gracias al Señor. Antonio: ¿Qué significa eso? Enrique: Que al fin apareció alguien que se preocupa por mí. Antonio: Yo también me preocupé por vos. Enrique: Mentira. Ella siempre te dominó y te apartó de mí. (A Sonia.) ¿Verdad, nena? (A Antonio.) ¿Cuándo te acercaste a mi jaula para liberarme? Antonio: (Desolado.) No podía hacerlo. Tu madre me lo impedía. Sonia: (A Antonio.) ¡Sí, échame la culpa a mí! Permitirías que tu hijo me hiciera cualquier cosa con tal de salvarte. Antonio: (A Enrique.) Yo siempre me preocupé por vos. Sonia: (Con odio, sin gritar.) Cobarde. Enrique: (A Antonio.) Mentís para salvarte. Antonio: Imaginate que un día descubrís que estás solo y que tu mujer utiliza a tu hijo para vengarse porque no pudo dominarte, o porque no estabas a su altura, o porque era una loca. No lo sé bien. Yo no podía ser un títere en sus manos. Ni podía volar como ella. Ni tenía las mismas inquietudes. (A Enrique, patético.) Yo era un pobre tipo que la amaba y amontonaba dinero. Y porque no logré estar a su altura convirtió esta casa en un infierno. Entonces te vi crecer y me pareció inútil pelear para defenderte. Ella me había destruido. Sonia: (Con odio.) Reventado. Antonio: (Con tristeza.) No soy un hombre superior ni un artista. Soy un tipo común. No puedo vivir como ella, haciéndome preguntas y tratando de entender qué es la vida. Si eso es ser pobre de espíritu, soy un pobre de espíritu. ¿Con qué derecho me piden que sea un superhombre? ¿Con qué derecho pretendés juzgarme? Enrique: También los pobres de espíritu quieren a sus hijos y se desviven por defenderlos. Antonio: ¡Yo deseaba salvarte! Enrique: Lo hubieras hecho. Antonio: Estaba confuso. Trataba de ver la jaula pero no podía. Nunca pude. No sé qué me lo impedía. Enrique: Tu falta de amor. Yo estaba ahí, esperando. Sólo confiaba en vos. Sonia: Son unas ratas. Enrique: A mí los dos me dan lástima. Sonia: Me cago en tu lástima. Yo no soy tu víctima. El hecho de que estés ahí con ganas de matarme es la mejor prueba de que no sos nada sin mí. ¿Qué significa tu lástima comparada con la mía? Enrique: Eso lo sabrás cuando te enfrentes al Señor. Te llegó la hora. Sonia: (Gritando.) ¡Si hubiera abortado cuando te tenía en mi vientre, ahora no podrías ponerme en el patíbulo! Antonio: (Suplicante.) Por favor. Terminemos con este asunto. Enrique: Te acordaste tarde. Antonio: Olvidemos el pasado y empecemos todo de nuevo. Todavía hay tiempo. Enrique: (Con burla.) ¿Tiempo para qué, papito? Antonio: Para acabar con este infierno y ser felices. Enrique: ¡Qué estúpido! Antonio: Sí, felices como Carlos y Marta y otras parejas que se respetan y se quieren. Enrique: ¿Felices tu hermano y tu cuñada?
(Se ilumina la zona del
escenario donde se encuentran Carlos, Adriana y Marta. Sonia, Antonio y
Enrique los observan.) Adriana: Tengo hambre. Marta: Ya lo sé, querida. Cuando tu padre haga algo habrá comida. Carlos: ¿Por qué tenés tanto apuro en irte de aquí? Marta: ¿Por qué? (A Adriana.) Decile a tu padre por qué. (A Carlos.) Hace doce horas que no come. (Adriana llora.) ¿Querés vernos morir en este agujero? Carlos: Alguien va a venir. Marta: ¿Cuándo? Hace horas que esperamos. Carlos: Lo mejor que nos podría pasar es que nos quedáramos siempre aquí. Marta: Estás loco. Carlos: Más loca estás vos preocupándote por pamplinas. Marta: ¿Pamplinas el hambre de tu hija? En el fondo no te importa nada, y si no fuera por mí, que me pasé la vida impulsándote, no tendrías ni empleo. Carlos: (Con ironía.) Podés sentirte orgullosa. (A Adriana.) Vení, Adriana. (Adriana se acerca.) Papá te quiere mucho y va a conseguirte comida. Adriana: ¿Volveremos a casa? Carlos: Dentro de unos días. Por ahora vamos a descansar. Papá está cansado de vivir luchando por tonterías. Marta: ¿Tontería un buen nivel de vida, un lugar decente para vivir y un futuro? Carlos: ¿Qué futuro? Dentro de unos años estaremos rodeados de lujo pero seremos unos infelices. Si seguimos en esta loca carrera para tener cosas y enriquecernos, vamos a perder la alegría, a convertirnos en unos brutos y a vivir angustiados. Marta: Toda la gente lucha. Pero por lo visto vos nunca lo hiciste. Era yo la que lograba todo. Te impulsaba con mi mente, te sostenía. Carlos: (Con burla.) Te felicito. Trabajaste mucho con mi lomo. Marta: En el fondo siempre fuiste un mediocre. Adriana: (Llorando.) ¡Tengo hambre! Carlos: (La acaricia.) Tené paciencia, querida. Pronto habrá comida. Marta: ¡No la toques! (Se interpone entre Carlos y la niña. Ésta llora.) No llores, tesoro. Mamá está aquí. (A Antonio.) Nunca más la toques. Carlos: ¿Qué me estás pidiendo? Marta: Jamás la quisiste. Carlos: Estás loca. Marta: Locos son los que viven en esta casa. Pero a vos no te importa si reventamos y querés estar en paz, vegetando como un idiota. Y estás esperando a que yo me muera para quedar libre. Carlos: No digas disparates. Marta: ¿Disparates? Me callé durante mucho tiempo pero ahora se acabó. Carlos: ¿De qué estás hablando? Marta: De esa puta que tenés. Carlos: Estás enferma, imaginás cosas. Y te olvidás de que Adriana está oyendo. Marta: Que oiga. Que sepa como sos. Carlos: ¡No quiero! ¿Oíste? ¡No voy a permitírtelo! Enrique: ¿Qué pasa aquí? ¿Un hombre le grita a su mujer? ¿Ves, papá? Cuando dos se juntan crean el infierno. Marta: (A Enrique.) ¡Explicame qué está pasando en esta casa! Enrique: (Con burla.) ¿Notaste algo raro? Marta: ¿Te parece que no es raro que estemos encerrados? ¡Quiero salir de aquí! Enrique: ¿Para ir adónde? Marta: A mi casa, donde debo estar. Enrique: Allí también te espera una jaula. Marta: (A Antonio.) ¿Qué está pasando, Antonio? Ayudanos. Mi hija tiene hambre y yo me estoy enfermando. Antonio: No sé nada. Enrique: Mi padre siempre fue un ignorante. ¿No lo sabías? Marta: ¡Ese enfermo todavía se burla! Carlos: ( A Marta.) Calmate, por favor. Marta:
(Se abalanza sobre Carlos y
empieza a golpearlo.) ¡Te odio!¡Te odio! (Solloza.) Enrique: (Con burla.) Por lo visto, mis tíos no formaban el matrimonio perfecto, el de dos que se unen, procrean y no tienen nada inmundo que esconder. Antonio: ¡Terminá con todo esto, Enrique! ¡Por favor! Sonia: ¡El triunfador tiene miedo! Antonio: (Siempre a Enrique.) No podés retenernos aquí. Sonia: ¡Ahora tiembla y suplica como una dama! Antonio:No es justo que sigas jugando con nosotros. Enrique: Una venganza no es un juego. Marta: (A Antonio.) ¿De qué venganza está hablando? Enrique: Pronto vas a saberlo. Marta: ¡Nosotros no te hicimos daño! Enrique: Nadie hace daño. Todo el mundo “ama” mientras el mundo arde ¿verdad? Pero se acabó tanto “amor”. Vamos a empezar el juicio. Marta: ¿Qué juicio? Carlos: ¿Estás loco? Marta:
¡Dejanos ir! (Suplicante.) A nosotros dejanos ir. (Sonia
ríe a carcajadas.) Enrique: (A Sonia.) Pronto vas a dejar de reírte, nena. Voy a juzgarte a vos. Y te defenderás sola. Mi padre será el fiscal y Carlos y su mujer van a ser los testigos. Marta: ¡No quiero ser testigo! ¡No quiero presenciar un juicio! ¡Quiero irme! Enrique: Tendrás que tener paciencia, tía. Sonia: (A Antonio.) ¿Estás contento? Las súplicas te salvaron. Usaste con tu hijo la misma técnica que utilizaste en la empresa: adular, arrastrarte, suplicar. Por eso esa hiena sólo va a enjuiciarme a mí. ¡Inmundicia! Enrique: Va a ser tu fiscal y no te conviene insultarlo. Sonia: ¡Yo voy a ser su verdugo! Enrique:
(Grita.) ¡Basta! (Coloca un banco al costado del
escenario y se lo señala a Sonia.) Es hora de iniciar el
juicio. Este es tu lugar. ( Pausa. Sonia se sienta.) Marta: ¿Qué es esto, Dios mío? Enrique: Vamos a empezar. (Pausa. A Antonio.) ¿De qué la acusás? Antonio: De haberme convertido en lo que soy. Enrique: ¿Cómo sos? Antonio: Soy pusilánime. Me cuesta tomar decisiones y no logro expresar mi afecto. Enrique: ¿Por qué te casaste con ella? Antonio: La amaba. Sonia: ¡Me amaba! (Ríe con histeria.) Quería lucirme como un florero o un tapado. Por eso empecé a descuidar mi aspecto. Adelgacé hasta quedar convertida en un esqueleto. Me vestí con harapos. Dejé que mis cabellos, mis axilas y mis uñas se llenaran de costras. (Con sadismo.) ¿Quería una mujer hermosa para cotizarse más, señor García? Aquí la tiene. Es este deshecho humano. Enrique: ¿Por qué continuaste a su lado si lo despreciabas tanto? Sonia: No sé por qué. No podía irme. Era imposible dejarlo. Antonio: Vivía deseándome. Me bastaba tocarla para que abriera las piernas. Sonia: Eso hubieras querido. Pero nunca me entregué ni permití que me vencieras. Antonio: ¿Si odiabas que un macho se te subiera encima por qué no te hiciste lesbiana? Sonia: Lo hice. Me casé contigo. Antonio: (Se precipita sobre ella.) ¡Voy a matarla! Enrique: (Lo detiene.) Calma, papíto. Ahora es demasiado tarde para hacer eso. Antonio: ¡No voy a permitir que siga insultándome! Enrique: (Amenazador.) Te pedí que te calmaras. (Pausa breve. A Carlos y Marta.) ¿Verdad que papá y mamá tendrían que haberse separado antes? Marta: Dos personas que no se entienden no deben vivir juntas. Enrique: ¿Qué hubieras hecho en su lugar? Marta: Lo mismo que voy a hacer ahora. Cuando salga de aquí me separaré de Carlos. Carlos: (Con rabia.) Cree que me asusta. Marta: (Con tristeza, a Enrique.) Ya lo ves: no lo asusto. Carlos: No me perdonará nunca que sea feliz dentro de esta jaula. Marta:
No voy a perdonarle nunca que me haya mentido. (Después de una
pausa. Con angustia. Su voz adquiere matices estremecedores.) No me
prefería a todos y no me lo dijo nunca. ¿Eso no es mentir? Nada de lo
que yo quería le parecía bueno. ¿Hay algo más parecido al desprecio? (Pausa.
Con dolor.) Era de noche, las dos de la mañana. Empezó a diluviar y
me levanté a cerrar los postigos. Él no estaba en la cama. (Con
esfuerzo.) Corrí por la casa buscándolo. (Un silencio.)
Corrí como una loca presintiendo algo malo. Vi su mano en el teléfono y
oí su voz...”Perdóname querida. No tengo la culpa de que esta imbécil
me controle tanto”. (Breve silencio.) Corrí hacia el cuarto de
Adriana y de pronto la odié. ¿Con qué derecho estaba durmiendo en paz? (Solloza.) Enrique:
(Con extraña y sinuosa ternura. Parece que se desmorona
internamente.) Pobre papá. Pobre mamá. Pobre tía. Pobre tío. (La
luz comienza a declinar con lentitud.) Sonia: (Sin levantar la voz,) La bestia nos compadece. Enrique: Y pronto voy a estar vengado. Sonia: Nunca podrás vengarte de mí. Sólo querés que te acaricie. Enrique: Estás loca. Sonia: Huelo tu miedo y siento tu deseo. Enrique: Voy a matarte. Sonia: Hacelo. Pasará el tiempo y vas a arrepentirte. Querrás que te mire y te toque. Enrique: (Con pánico.) Voy a demostrarte que no. (Se abalanza sobre ella.) Sonia: (Lo acaricia y eso lo paraliza.) ¿Si me mataras podría acariciarte como ahora? (La caricia produce en él goce y terror combinados que lo hacen caer emitiendo un grito desgarrado. Sonia se apodera del látigo, que es el símbolo de su poder.) ¿Y ahora? ¿En qué se convirtió tu juicio? ¡Soy yo la que va a castigarte! Enrique: (Ovillado en el piso. Con angustia,) ¡No busques el odio de Dios! ¡Él me está ayudando! Sonia:
(Con burla.) ¡Dios! ¡Mirá a tu alrededor! ¡No podés
verlo ni oírlo! No está ni va a estar nunca. Este es un asunto entre
nosotros. Yo tengo el látigo y vos necesitás mi amor. ¿Podría Dios
contra esto? (Lo azota. Enrique empieza a gemir, y lo hará hasta el
final de la obra. Sonia lo conduce a latigazos hasta el ámbito que
ocupaba al principio de la obra.) ¡Vamos! ¡Ese es tu lugar! ¡Nunca
más podrás escaparte! ¡Nunca más habrá juicio! ¡Ahí! ¡Adentro! ¡Para
que tu padre muera viéndote! (La luz sigue cayendo. Sonia y Enrique
quedan inmóviles, ella sobre él, como si estuvieran acoplándose. Marta,
Carlos y Adriana se van con lentitud, como si adquiriesen conciencia de
que el ritual ha terminado. Entra el Ángel.) Antonio: ¡No permitas que siga torturándolo! El ángel: No me encomendaron esa tarea. Antonio: ¿Cuál es tu misión entonces? ¿Lograr que ella lo siga haciendo sufrir? El ángel: Tuvieron una oportunidad y la perdieron. Habrá que esperar otra. Antonio: (Con angustia.) ¿Cuándo se acabará este sufrimiento atroz? El
ángel: Quizá cuando se perdonen. O
cuando se cansen de odiarse. En realidad no lo sé. ¿Quién podría
saberlo? (Sale silbando. Su rostro denota placidez. Se oyen los gemidos
agónicos de Enrique. Oscuridad
total.) |
obra de Ricardo Prieto
Escrita en Montevideo, junio de 1967
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
El Editor de Letras-Uruguay agradece al distinguido dramaturgo Ricardo Prieto, muy apreciado amigo, la oportunidad de publicar, por primera vez, esta valiosa obra
Montevideo, octubre de 2007.
Ver, además:
Ricardo Prieto en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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