El desayuno durante la noche
IX Premio Teatral
Tirso de Molina 1979 ¡Mirad el átomo que preferí a todos los trozos de arcilla! Emily Dickinson |
El desayuno durante la
noche se estrenó el 6 de junio
de 1987 en versión de la Comedia Nacional Uruguaya, de acuerdo al
siguiente reparto:
Abuela: Maruja Santullo Beatriz: Susana Bress Marta: Claudia Rossi Leopoldo: Miguel Pinto Profesor: Domingo Pistoni Mandadero: Martín Artía Escenografía: Osvaldo Reyno Vestuario: Nelson Mancebo Música: Fernando Condon Iluminación: Carlos Torres Dirección: Carlos Aguilera
Ese mismo año fue nominada para el Premio Florencio que otorga La Asociación de Críticos Teatrales del Uruguay en la categoría Mejor Texto Nacional. Publicada por Ediciones Cultura Hispánica del Instituto de Cooperación Iberoamericana. Madrid, España, 1985. Edición crítica por iniciativa del Consejo Directivo de AGADU (Asociación General de Autores del Uruguay). El volumen incluye también la obra "Asunto terminado". Montevideo, 2002. Publicada por CELCIT. DRAMÁTICA LATINOAMERICANA Nº 97. Buenos Aires, Argentina, 2002.
ACTO PRIMERO Living de clase media. Hay tres puertas que comunican con las habitaciones. La entrada de la cocina se encuentra a la derecha del espectador. Los muebles están bastante deteriorados pero aún conservan resabios de su antiguo esplendor. Tanto el comedor como el juego de living, de estilo inglés, suman al deterioro cierto aire de abandono que revela hasta qué punto son insignificantes dentro de la vida familiar. Detalles como alguna pata rota y refaccionada primitivamente pueden contribuir a crear esta sensación. Los escasos cuadros que se advierten son figurativos y de estilo clásico. Algún jarrón o centro de mesa se integra perfectamente al conjunto. Al levantarse el telón, LEOPOLDO sale apresuradamente de su habitación y comienza a buscar algo en la biblioteca. Separa los libros impacientemente, expresando contrariedad.
LEOPOLDO.- (Llamando.) ¡Abuela! (Pausa. Sigue buscando. Después camina hacia la izquierda y grita.) ¡Abuela! ABUELA.- (Desde el baño, molesta.) ¿Qué? LEOPOLDO.- ¿Dónde estás metida? ABUELA.- En la bañera. LEOPOLDO.- (Mientras continúa su búsqueda.) ¿Y qué estás haciendo ahí? ABUELA- ¡Me estoy bañando, idiota! LEOPOLDO.- ¿Dónde está el libro de tapa rojas que traje ayer? ABUELA.- Lo habrás guardado. ¡Qué sé yo! LEOPOLDO.- Lo puse en la biblioteca. ABUELA.- Yo ahí nunca toco nada. LEOPOLDO.- Estoy seguro de que lo dejé en el segundo estante. ABUELA.- Vos siempre estás seguro. LEOPOLDO.- (Molesto.) ¡Me acuerdo perfectamente! ABUELA.- No sabés ni dónde tenés la cabeza. LEOPOLDO.- (Elevando la voz.) ¡Estoy harto de que me pierdan todo! ABUELA.- ¡Oíganlo! LEOPOLDO.- (Furioso.) ¡El otro día fue un cuaderno! ¡Ayer la corbata de seda! ¡Hace un mes la colección de diarios! ¿Qué hacen con mis cosas? ABUELA.- Las comemos. LEOPOLDO.- ¡Todavía bromea! (Rabioso.) ¿Dónde está mi libro? ABUELA.- (También subiendo la voz.) ¡Haceme el favor de dejarme tranquila! LEOPOLDO.- (Puede golpear el piso con el pie o descargar su rabia contra algún mueble.) ¡Lo necesito! ABUELA.- Si querés leer ahí tenés unos cuantos libros. LEOPOLDO.- ¡Quiero ese! ABUELA.- Nadie te manda ser caprichoso. LEOPOLDO.- Tiene una carta adentro. ABUELA.- Como si fuera importante. Yo no escribí una carta en toda mi vida. LEOPOLDO.- Porque sabías que nadie iba a leerlas. ABUELA.- (Que no oyó.) ¿Qué dijiste? LEOPOLDO.- (Subiendo la voz.) Dije que no escribías cartas porque sabías que nadie iba a leerlas. ABUELA.- No entiendo por qué estás tan ofensivo. LEOPOLDO.- (Siempre buscando.) Si escribieras como hablás no mandarías cartas, mandarías libros. ABUELA.- A la gente le encanta oírme. LEOPOLDO.- Porque no tiene más remedio. ABUELA.- ¡Sos un bruto! LEOPOLDO.- Y vos sos una desordenada. (Golpeando sobre la mesa.) ¿Dónde lo metieron? ABUELA.- (Con menos paciencia.) ¡No sigas embromando! LEOPOLDO.- ¡Si no me lo dan voy a incendiar la casa! ABUELA.- Pregúntale a tu tía. A lo mejor lo vio. LEOPOLDO.- (Gritando.) ¡Beatriz! BEATRIZ.- (Desde su cuarto.) ¿Qué? LEOPOLDO.- ¿No viste un libro de tapas rojas? BEATRIZ.- No. LEOPOLDO.- ¿Estás segura? BEATRIZ.- No sé. Creo que no. ¿Tenía las letras doradas? LEOPOLDO.- Sí. BEATRIZ.- (Siempre desde el cuarto, distraída.) ¿Más o menos doscientas páginas? LEOPOLDO.- Exactamente. BEATRIZ.- ¿Un prólogo del autor? LEOPOLDO.- (Acercándose al cuarto.) ¡Ese mismo! ¿Dónde está? BEATRIZ.- Lo estoy leyendo. LEOPOLDO.- ¿No oíste que lo estaba pidiendo a gritos? BEATRIZ.- (Saliendo y entregándoselo.) Estaba concentrada. LEOPOLDO.- (Abre el libro y busca una carta.) ¡A que perdiste la carta! BEATRIZ.- No vi ninguna carta. LEOPOLDO.- (Buscando ávidamente. Amenazador.) Si la abriste... BEATRIZ.- Yo no soy ninguna ordinaria. LEOPOLDO.- (Sigue buscando desesperadamente.) ¡No está! BEATRIZ.- Es raro. (Se sienta y lo contempla con expresión dura y neutra. Esta expresión, que conservará durante casi toda la obra, le confiere a su persona una especie de ancianidad prematura. Aunque el personaje tiene sólo treinta y cinco años, su ascetismo, su agresividad y su tensión permanente la harán parecer mayor. A pesar de esto, BEATRIZ no debe parecer reprimida o enfermiza. Es más plena y bella que todos; la única que tiene la valentía y la paciencia de ser espíritu.) LEOPOLDO.- ¿Dónde la pusiste? BEATRIZ.- Ya te dije que no la vi. LEOPOLDO.- ¡Y yo te pedí cien mil veces que no me tocaras los libros! BEATRIZ.- (Con ironía.) ¿No se puede leer más en esta casa? LEOPOLDO.- ¡Sin permiso no! BEATRIZ.- Creí que los libros eran de todos. LEOPOLDO.- No los que yo compro. BEATRIZ.- Decí mejor los que robás. LEOPOLDO.- (Tenso, con odio.) ¡Robados o no, el esfuerzo lo hago yo! ¡Yo corro el riesgo! (Se dirige al cuarto de BEATRIZ.) BEATRIZ.- (Levantándose rápidamente, con furia contenida.) ¿Adónde vas? LEOPOLDO.- A buscarla. BEATRIZ.- (Corriendo hacia su cuarto.) ¡No está allí! LEOPOLDO.- Estoy seguro de que está. BEATRIZ.- (Gritando.) ¡No desordenes! LEOPOLDO.- (Mientras en el escenario caen cajas, revistas, ropa, etc.) ¡Estoy podrido de perder todo lo valioso que tengo! BEATRIZ.- ¡Salí de aquí enseguida! LEOPOLDO.- ¡Harto de soportar tanta estupidez! BEATRIZ.- (Grita desesperadamente.) ¡Mamá! Aparece la ABUELA. Es pálida, mórbida, lasciva; sus ojos parecen alucinados y la voz es gangosa y gutural. Tiene puesta una sofisticada bata de baño y fuma ansiosamente. A pesar de estas características un poco grotescas, la Abuela debe parecer refinada y sensitiva. ABUELA.- (Le encanta encarnar el patetismo. Al público.) ¡Maldito sea el diablo que los parió a los dos! (Grita.) ¡Leopoldo! LEOPOLDO.- ¡No me grites! ABUELA.- (Autoritaria.) ¡Salí inmediatamente de ahí! LEOPOLDO.- No hasta que encuentre la carta. BEATRIZ.- (Sufriendo.) ¡Mirá cómo dejó el cuarto! ¡Parece un chiquero! LEOPOLDO.- ¡Peor es lo que vos me hiciste a mí! BEATRIZ.- ¡Nadie te hizo nada! LEOPOLDO.- ¡Abriste la carta para leerla! BEATRIZ.- ¡Mentira! LEOPOLDO.- Después la rompiste. ABUELA.- No tenés pruebas. LEOPOLDO.- ¡La conozco! ¡Vive acechando, espiando a todo el mundo! BEATRIZ.- No me interesa lo que escriben los estúpidos. LEOPOLDO.- ¡No la escribí yo! BEATRIZ.- Te la escribieron. ¡Es lo mismo! ABUELA.- ¿De quién es esa maldita carta? LEOPOLDO.- (Sigue buscando. Puede entrar nuevamente a su habitación y hablar desde allí, después volver, etc.) De Marta. ABUELA.- ¡Otra no podía ser! (Se sienta a fumar.) Hace dos meses que se pasa con la tal Marta en la boca. LEOPOLDO.- ¡Cómo para traerla a esta casa! BEATRIZ.- No nos interesa conocerla. LEOPOLDO- Si las oyera se le irían las ganas que tiene de verlas. BEATRIZ.- Haceme el favor de arreglar ese cuarto. LEOPOLDO.- ¡Esperate! ABUELA.- (Yendo a mirar.) No podés dejar eso así. BEATRIZ.- ¡Estaba limpio! LEOPOLDO.- Volvelo a limpiar. (Empieza a buscar de nuevo en la biblioteca. La ABUELA entra al cuarto de BEATRIZ y comienza a ordenarlo.) Si ocurriera una vez, vaya y pase. ¡Pero todos los días! ¡Si no es un libro es ropa! ¡Si no es ropa es un cepillo! ABUELA.- Si alguien te oye podría pensar que vendemos tus cosas para comer. LEOPOLDO.- No. Cuando necesitan para comer me roban la plata. ABUELA.- (Siempre ordenando.) Algo tenés que poner para ayudar. LEOPOLDO.- Les doy todo lo que puedo. ABUELA.- No alcanza. LEOPOLDO.- Si no estuvieras todo el día borracha alcanzaría. ABUELA.- ¡Yo no vivo borracha! LEOPOLDO.- (Irónicamente.) ¡Oíganla! ABUELA.- Tomo cuando me aburro. LEOPOLDO.- Entonces nadie se aburre más que vos. Si no fuera por esos gustos la plata del abuelo no habría volado. ABUELA.- Tu abuelo sólo dejó deudas. LEOPOLDO.- Que nunca pagaste. ABUELA.- ¡Esa es una calumnia! LEOPOLDO.- ¿Creés que soy bobo? ABUELA.- Si yo no las hubiera pagado los acreedores nos tendrían locos. LEOPOLDO.- Se cansaron. Seis casas perdidas así no más, como quien se deshace de un vestido. ¿Para qué? Para nada. ABUELA.- Había que seguir viviendo. LEOPOLDO.- Había que seguir tambaleándose. ABUELA.- Si querés que empecemos con las críticas vas a quedar mal parado. LEOPOLDO.- No me asustás. ABUELA.- Porque es preferible ser borracha a ser proxeneta. LEOPOLDO.- (Más tenso, con odio.) Yo no tengo la culpa de que mis amigos me ayuden. ABUELA.- (Burlona.) ¿Amigos? Había que ver el último, ese tal... BEATRIZ.- (Filosa.) Enrique. Aunque en realidad podríamos llamarlo Enriqueta. LEOPOLDO.- (Golpeando sobre una mesa con furia. Bajando la voz.) ¡Basuras! ABUELA.- (Sonriendo.) No insultes, querido. LEOPOLDO.- (Siempre en voz baja, con odio contenido.) ¿Por qué no se tiran de un quinto piso? ABUELA.- ¿Y por qué no te tirás vos? LEOPOLDO.- ¡Porque quiero verlas muertas! (Sale apresuradamente y entra a su pieza dando un portazo.) ABUELA.- (Gritando para que él la oiga.) ¡Veremos quién entierra a quién! (Beatriz ríe. ABUELA trae un vestido, enchufa la plancha y comienza a planchar.) ¡Moralistas a esta altura del partido! (Pausita.) ¡Como si no nos conociéramos! (Pausa larga.) ¿Vas a quedarte ahí toda la tarde? BEATRIZ.- ¿Qué querés que haga? ABUELA.- Cambiate ese vestido horrible. BEATRIZ.- A mí me gusta. ABUELA.- Hace como seis años que lo tenés puesto. Hoy podrías usar el amarillo. BEATRIZ.- ¿Para qué? ABUELA.- (Planchando.) Para qué, para qué. ¡Para hacer algo! Pasás todo el día sentada, o dando vueltas por la casa, o mirando por la ventana. BEATRIZ.- También leo. ABUELA.- Linda manera de ocupar el tiempo. BEATRIZ.- Son gustos. ABUELA.- Pasados de moda. (Pausa.) Hoy es el día de visita del profesor. BEATRIZ.- Ya lo sé. ABUELA.- Tratá de ser amable. BEATRIZ.- No viene a verme a mí. ABUELA.- (Abandona el planchado y la observa un instante.) Viene a verme a mí, que es casi lo mismo. (Vuelve a planchar.) Todo lo que me rodea tiene que ser agradable. BEATRIZ.- Ojalá terminaras de una vez por todas con ese viejo morboso. ABUELA.- (Con voz afectuosa.) ¡Qué sería de mí si no fuera por él! BEATRIZ.- Parece que te protege mucho... ABUELA.- Me hace bien una persona así. Bastante sufro con ustedes dos y con la fealdad y la grosería que hay en la calle. (Pausa breve.) Traeme una aguja y el hilo. BEATRIZ.- ¿Para qué? ABUELA.- Se me descosió el dobladillo. ¡Dale! ¡Movete! (Beatriz sale. Pausa.) ¡Leopoldo! (LEOPOLDO no responde. Ella se dirige hacia su habitación. Golpea.) ¡Che! LEOPOLDO.- (Agresivo.) ¿Qué? ABUELA.- ¿Vas a quedarte? LEOPOLDO.- No sé. ABUELA.- El profesor está por llegar. Tengo que saber. LEOPOLDO.- ¿Ah sí? ABUELA.- Sí. Y tratá de comportarte como la gente porque viene a cenar. LEOPOLDO.- (Burlón y tenso.) Seré todo lo amable que pueda. ABUELA.- ¿Vas a quedarte entonces? LEOPOLDO.- (Agresivo.) ¿Dónde querés que coma? ABUELA.- ¡Está insoportable! (Entra BEATRIZ trayendo la aguja.) Este se queda. Poné cuatro platos. BEATRIZ.- Que los ponga él. ABUELA.- ¡No actúes como una pavota! BEATRIZ.- ¡Yo no haré nada! ABUELA.- Está bien. Lo haré yo. Vos seguí haciendo esto. (Va a buscar los platos.) ¿Por qué me habrá tocado esta gente, Dios mío? ¡Lo que habríamos logrado juntos si fueran maduros! (Desde la cocina.) Pero así no se puede. ¿Quién va a conquistar el mundo con este ejército? BEATRIZ.- Como si hubiera algo para conquistar. ABUELA.- Ya está la pesimista. ¿Por qué no te metés en un cajón y te ponés a esperar la muerte? BEATRIZ.- Porque debe ser más aburrido que todo lo que hago. ABUELA.- Te aburrís porque querés. BEATRIZ.- ¿ Porque quiero? ABUELA.- Sí. ¿Por qué no salís a divertirte? No tenés un solo amigo. BEATRIZ.- No aguanto a los imbéciles. ABUELA.- Ya sabemos que todo el mundo es imbécil, excepto yo. El arte de vivir consiste en embellecer la estupidez. Entonces se la soporta y se la usa. (Sonríe sinuosamente.) BEATRIZ.- (Contenida.) Sí. Vos sos muy hábil en esa clase de cosas. ABUELA.- Para todo se requiere paciencia. BEATRIZ.- Yo la perdí hace mucho tiempo. ABUELA.- Nunca la tuviste, decí mejor. BEATRIZ.- Es probable. (Silencio.) Pero me parece bastante triste embellecer estúpidos tan grandes como el profesor. ABUELA.- No te permito que lo ofendas. BEATRIZ.- Es insoportable. ABUELA.- Y tendrías que probar que es estúpido. ¡Si hasta escribe novelas! BEATRIZ.- Ensayos, querida. ABUELA.- Es casi lo mismo. BEATRIZ.- Y ni siquiera los publica. ABUELA.- Porque no quiere. BEATRIZ.- Está hambriento de notoriedad. ABUELA.- Si estuviera tan hambriento ya la habría logrado. BEATRIZ.- Es demasiado incapaz para lograr algo. Y ni siquiera sé si tiene obras escritas. Seguro que es otro de esos viejos esnobs que anda pavoneándose por las tertulias literarias con manuscritos ilegibles. Abuela.- Lo conocí cuando estaba dictando una conferencia, para que sepas. BEATRIZ.- ¿Dónde? ¿En una cárcel? ABUELA.- (Dolida.) No visito las cárceles, querida. Fue en el club de residentes de Soriano. Y no entiendo por qué odiás tanto a ese hombre encantador. BEATRIZ.- Yo no entiendo por qué lo defendés tanto. ABUELA.- Es el único amigo que tengo. BEATRIZ.- ¿Cómo? ¿No decís siempre que tenés más amigos que las mujeres jóvenes? ABUELA.- Conocidos, querida. Gente que me necesita y de la que me aprovecho. BEATRIZ.- (Irónica.) Si te necesitan te querrán mucho... ABUELA.- Porque me necesitan me inspiran más desconfianza que nadie. (Pausa.) ¿Quedará whisky? BEATRIZ.- Se lo tomó todo el tarado ese. ABUELA.- (Fingiendo patetismo.) ¡Cómo me usa! (Después de una transición.) ¿Y gin? BEATRIZ.- Lo terminaste ayer. ABUELA.- ¿Vermouth? BEATRIZ.- Hace un año que no compramos. ABUELA.- Por lo menos habrá caña. BEATRIZ.- Sí. ABUELA.- Alcanzame la botella, por favor. BEATRIZ.- (Le acerca la botella y un vaso.) No te emborraches. ABUELA.- ¿Con estos traguitos? (Se sirve y toma.) Deliciosa. (Termina de planchar.) Bueno... ya está. Y ahora voy a vestirme antes de que llegue el adorado. (Inicia el mutis.) ¿No vas a cambiarte? BEATRIZ.- (Con hosquedad.) No. ABUELA.- Allá vos. (Sale canturreando. Pausa. Beatriz se acerca a un espejo y empieza a cambiar su peinado. Se arrepiente de pronto y vuelve a peinarse como antes. Da media vuelta frente el espejo, se contempla un instante y después camina tocando los objetos. Debe parecer vacía, desolada, disponible. Se sienta. Contempla ensimismada el vacío. La Abuela continúa cantando: ABUELA: La mujer que al amor no se asoma no merece llamarse mujer; es cual flor que no esparce su aroma, como un leño que no sabe arder.
La pasión tiene un mágico idioma que con besos se debe aprender, porque una mujer que no sabe querer no merece llamarse mujer. . Golpean. Beatriz abre la puerta desganadamente. Entra el Profesor, que es un hombre sesentón, enjuto, tenso y demacrado. Mira con expresión extraviada, como si fuera miope. Lo rodea un hálito de soledad diferente al que circunda a la Abuela y a Beatriz. Sus ojos, su voz y sus gestos expresan empecinamiento y represión, y el actor que lo encarne debe conferirle temblor, misterio, soledad y transparencia. Sonríe finamente y ofrece a Beatriz su mano pálida y descarnada. PROFESOR.- (Suavemente.) Buenas tardes, señorita. BEATRIZ.- Buenas tardes, profesor. Pase. (El PROFESOR entra.) Mamá vendrá enseguida. PROFESOR.- No hay apuro. BEATRIZ.- Póngase cómodo. PROFESOR.- Gracias. (Se sienta. Pausa extensa, embarazosa. El PROFESOR desea hablar pero no se anima. BEATRIZ querría hablar también, pero su deseo es menos nítido porque en ella es más fuerte la indiferencia. Después de un esfuerzo.) ¡Qué tarde fría! BEATRIZ.- (Parece que hubiese oído una expresión esotérica.) ¿Sí? PROFESOR.- Sí. Hasta tuve que ponerme el sobretodo. BEATRIZ.- Ya veo. (Pausa.) PROFESOR.- Aquí está muy calentito. BEATRIZ.- No me había dado cuenta. PROFESOR.- Muy calentito. Se lo digo yo, que vengo de la calle. BEATRIZ.- Claro. Usted tiene que saberlo. (Pausa.) PROFESOR.- ¿Y el joven Leopoldo? BEATRIZ.- En su habitación. PROFESOR.- Qué grata sorpresa ¿no? Es extraño que esté aquí. BEATRIZ.- De poco sirve. Es lo mismo que si no estuviera. ABUELA.- (Entra la ABUELA. Está pintada exuberantemente. Se ha puesto un vestido rojo que contrasta con la túnica gris y ascética que usa BEATRIZ.) ¡Profesor! ¡Querido mío! (El PROFESOR se levanta para saludarla.) ¡Pero sáquese ese abrigo! (El PROFESOR se quita el sobretodo.) Está en su casa. (Toma el abrigo y lo extiende displicentemente en cualquier lugar.) PROFESOR.- Gracias. ABUELA.- (Mientras lo contempla..) ¿Qué le pasó? PROFESOR.- (Asombrado.) ¿A mí? ABUELA.- ¿Engordó últimamente? Está tan cambiado. PROFESOR.- Sigo almorzando frugalmente, como siempre. Y casi nunca ceno. ABUELA.- ¿Adelgazó? PROFESOR.- Hace diez años que no engordo. ABUELA.- No me explico. Parece otra persona. PROFESOR.- (Tímidamente.) Quizá sea la barba. ABUELA.- ¡Si seré boba! ¡Claro que es la barba! Le queda muy bien. ¿Verdad, Beatriz? BEATRIZ.- (Burlona.) Muy bien. ABUELA.- ¡Parece un filósofo! PROFESOR.- (Siempre tímido, balbuciente.) Siempre lo fui, señora, a pesar de no haber ido nunca a la Facultad de Humanidades. En el campo de la filosofía, y para llegar a una comprensión más intuitiva, es mejor ser autodidacta. Beatriz.- (Cáustica.) También es bueno alejarse de la gente que uno ve demasiado y conocer un poco de mundo. ¿No le parece? Profesor.- Kant nunca salió de su ciudad natal. Beatriz.- (Burlona.) ¿No me diga? ABUELA.- Querida: sería bueno que vigilaras la comida que está en el fuego. No quisiera defraudar al profesor sirviéndole una cena pasada. PROFESOR.- No la soportaría. ABUELA.- ¿Oíste? Andá enseguida. (BEATRIZ sale desganadamente.) Va a resultarle muy difícil casarse, profesor. Usted es muy exigente. Ahora las mujeres no están para los detalles... PROFESOR.- (Corrigiéndola.) Del hogar. ABUELA.- Del hogar, por supuesto. En los otros detalles son especialistas. PROFESOR.- Hay excepciones. La señorita Beatriz, por ejemplo. ABUELA.- Es buena hija, no me quejo; pero a veces preferiría que pensara menos en mí y más en ella. PROFESOR.- (Con una mezcla de avidez, sinuosidad y ternura.) ¡Usted está muy bien acompañada! El joven Leopoldo también es... ABUELA.- (Interrumpiendo con velada aspereza.) Sí. ¡Muy buen muchacho! Claro que uno no lo ve casi. Usted sabe: sale mucho, y cuando está en casa se encierra en su cuarto. PROFESOR.- Ah. ¿sí? ¿Y para qué? ABUELA.- Bueno... lee, sueña. ¡Sigue el mismo camino que usted! Terminará escribiendo un libro. PROFESOR.- ¿A su edad? ¡Sería maravilloso! ABUELA.- La juventud está perdida, profesor. No investiga, no medita, no piensa nada más que en... PROFESOR.- Placer. ABUELA.- ¡Eso mismo! Como si el placer fuera eterno. PROFESOR.- (Engolado.) ¡Qué hermosa frase! ABUELA.- (Patética, ridícula.) ¿Le gustó? PROFESOR.- (Ensimismándose.) ¡Muchísimo! ABUELA.- Gracias. (Pausa.) PROFESOR.- (Por decir algo.) Lepoldo es un muchacho excepcional. Es sensible, atractivo, inteligente. Abuela.- ¡Ah sí, sobre todo muy inteligente! Cuando la madre se fue él tenía diez años y yo me encargué de su educación. Pero no crea que lo hice porque era mi nieto. No, no. Yo presentía que iba a ser uno de esos hombres de brillante destino. Y el tiempo va a demostrar que no me equivoqué. Profesor.- Seguramente. Abuela.- El padre, que en paz descanse, era igual que él. ¡Qué hombre tan extraordinario! Aún me parece verlo: tan analítico, tan inteligente. PROFESOR.- Fue una personalidad muy interesante, sin duda. ABUELA.- ¡Única! Claro que también era como Leopoldo: complicado y un poco hosco, casi salvaje. PROFESOR.- Grandes hombres lo fueron. ABUELA.- Eso mismo decía mi marido: "Grandes hombres fueron huraños". Por eso soy paciente, profesor. Espero, soporto. No puede tratar a Leopoldo como a cualquier otro muchacho. PROFESOR.- (Muy exagerado.) Su sensibilidad me conmueve. ABUELA.- Me pasé le vida tratando de comprender lo incomprensible, profesor. (Con tristeza.) Ahora ya no trato de comprender nada y admiro todo... PROFESOR.- (La interrumpe.) "Como un bruto". Lo dijo Víctor Hugo. ABUELA.- Y lo dijo muy bien. (Pausita.) Ahora cuénteme cómo van sus cosas. PROFESOR.- (Suspirando.) Sin novedades, lamentablemente. Desde que murió mamá mi vida es un infierno y no logro entenderme con mi hermano. Lo llamé por teléfono y le pedí una entrevista. Adivine qué me contestó. (Lentamente, tratando de imitar otra voz.) "No hay nada de que hablar". ABUELA.- (Indignada.) ¿Cómo puede haber hermanos ten cretinos? PROFESOR.- Sólo Dios puede saberlo. Yo entiendo que la casa es lo único que nos queda. ABUELA.- Por eso mismo es absurdo que usted esté pasando necesidades. Una casa en Villa Biarritz vale mucho dinero y la mitad del producto de la venta a usted le vendría muy bien. PROFESOR.- Él odia aludir al tema. ABUELA.- ¿Es un capricho? PROFESOR.- No. Dice que la casa es la herencia, el símbolo de la familia desaparecida. ABUELA.- Sí, lo de siempre. Como si los recuerdos fueran más importantes que el hambre. PROFESOR.- Bueno, no puede decirse que yo esté en la miseria. ABUELA.- Lo que gana por sus clases particulares es muy poco, profesor. Y esa casa vale miles de dólares. Si ese infame la comprendiera. PROFESOR.- (Resignado.) No lo comprende. ABUELA.- Si yo fuera usted hace rato que habría liquidado el asunto. PROFESOR.- Es mi hermano. ¿Qué quiere que haga? ABUELA.- ¡Su hermano! Como si haber nacido de la misma sangre pudiera suprimir el odio. PROFESOR.- Tiene razón. El odio está siempre presente donde hay vida. ¡Usted, sin embargo, tiene la suerte de vivir con gente tan amorosa! ABUELA.- Sí. Yo tengo esa gran suerte. (Un silencio muy melancólico.) Pero dejémonos de cosas tristes y dígame qué hizo durante todo la semana. PROFESOR.- Leí, como siempre. También caminé por Montevideo observando y pensando. ABUELA.- ¿Y su obra? PROFESOR.- (Con fina coquetería.) ¿Cuál de ellas? ABUELA.- Su tratado sobre... PROFESOR.- ¡Ah sí! Mi "Elogio de la Muerte". Bueno, avanza, avanza. ¡La filosofía es tan difícil! ABUELA.- Ya lo creo. Pero usted es un talento. Llegará muy lejos. PROFESOR.- (Con tristeza.) En este país no hay lugar para la filosofía, señora. Le gente no quiere pensar. ABUELA.- Yo sí quiero. Por eso estoy algo enojada con usted. PROFESOR.- (Alarmado.) ¿Por qué? ABUELA.- Hace meses que prometió traerme alguno de sus libros y... PROFESOR.- (Interrumpiéndola.) Perdóneme, querida señora, pero soy tan distraído. ABUELA.- No se preocupe. No soy una lectora muy apasionada. ¡Jamás puedo terminar ningún libro! PROFESOR.- Entonces no le traigo los míos. Dicen que mi estilo es muy aburrido. ABUELA.- ¡Los suyos los voy a terminar! No importa cómo estén escritos. PROFESOR.- Gracias. ABUELA.- Eso sí: tendrá que explicarme lo que no entienda. PROFESOR.- Con mucho gusto. (Un silencio.) ABUELA.- A veces pienso que uno no debería pasarse tanto tiempo sin leer. PROFESOR.- La señorita Beatriz y Leopoldo leen mucho. ABUELA.- Sí. Pero yo... ¿cómo podría explicárselo? Creo que es más emocionante la vida. (Sonríe con tristeza.) BEATRIZ.- (Entra. Transporta una fuente.) Ya está listo. ABUELA.- (Repentinamente vital, entusiasta.) ¡Vamos, profesor! (Le ofrece el brazo.) Los genios también tienen que alimentarse. PROFESOR.- (Turbado.) Si usted lo dice. ABUELA.- (Llamando.) ¡Leopoldo! LEOPOLDO.- (Desde su habitación.) ¿Qué? ABUELA.- Vamos a cenar. LEOPOLDO.- Ya voy. ABUELA.- (Al PROFESOR.) Siéntese aquí. (Se sientan los tres.) Preparé un plato que va a gustarle mucho. Adivine. PROFESOR.- ¿Carne asada? ABUELA.- (Con picardía.) No. PROFESOR.- ¿Arroz con calamares? ABUELA.- (Más divertida, casi infantil.) Frío, frío. (Ríe.) PROFESOR.- ¿Pollo? ABUELA.- ¡Muy frío! PROFESOR.- ¿No será pescado? ABUELA.- ¡Eso mismo! PROFESOR.- ¡Pero usted es extraordinaria! ¿Cómo sabía? ABUELA.- Se le escapó hace unos días, sin darse cuenta. ¡Nunca olvido nada! PROFESOR.- Muchas gracias. (Coloca su mano sobre la de la ABUELA y la contempla con ternura. Pausita.) BEATRIZ.- (Burlona.) Es pescado al escabeche, profesor. PROFESOR.- ¡Mejor! (Alarmado.) ¿O a la señorita no le gusta? BEATRIZ.- (Con asco.) Me encanta. PROFESOR.- Me alegro. No quisiera causar disturbios. ABUELA.- No le permito decir eso. Lo único que usted puede causar aquí es alegría. (Triste.) ¡Algo que nos falta tanto! PROFESOR.- (Con aparente piedad o emoción.) ¡Señora! ABUELA.- (Elevando más la voz que cuando hizo el primer llamado.) ¡Leopoldo! LEOPOLDO.- (Saliendo del cuarto.) Vengo. (Saluda al PROFESOR.) ¿Cómo está? PROFESOR.- Muy bien, muy bien. ¿Y usted? ¿Estudiando, como siempre? LEOPOLDO.- Leyendo. PROFESOR.- ¿Kant? ¿Schopenhauer? LEOPOLDO.- Simplemente una carta. PROFESOR.- (Desconcertado.) ¿Una carta? BEATRIZ.- (Golpeando con la cuchara en la mesa.) ¡La encontró! ABUELA.- (Alarmada.) ¡Beatriz! LEOPOLDO.- La encontré, sí. Debajo de la cama. BEATRIZ.- ¡Basura! (El PROFESOR los mira estupefacto.) ABUELA.- (A BEATRIZ, furiosa.) ¡Nena! (Al PROFESOR.) Perdónelos, profesor. LEOPOLDO.- ¿Quién la puso ahí? BEATRIZ.- ¡Habrás sido vos, estúpido! LEOPOLDO.- Yo no guardo mis cartas debajo de la cama. BEATRIZ.- ¡Nadie tiene la culpa de que olvides hasta lo imbécil que sos! ABUELA.- (Más alarmada.) ¡Querido! ¿Oué va a pensar de nosotros el profesor? PROFESOR.- (CON CIERTO GRADO DE PERFIDIA.) Nada. Absolutamente nada, por ahora. Soy muy cauteloso. ABUELA.- ¡No soporto que sean tan vulgares! PROFESOR.- Adoro el temperamento apasionado de los jóvenes (Mirando a BEATRIZ.) La señorita es más encantadora cuando se enoja. (A la ABUELA no le agrada el elogio y emite la réplica siguiente bajando la voz.) ABUELA.- (Con tristeza.) Si usted lo siente así... (Se queda rígida, absorta.) PROFESOR.- ¿Le ocurre algo, señora? ABUELA.- (Reaccionando.) No... Nada. (Con su habitual brillantez.) ¿Toma sopa, profesor? PROFESOR.- (El único eufórico.) ¡Por supuesto! (La ABUELA sirve y todos empiezan a comer. Pausa larga. El PROFESOR, que come con verdadera voracidad, termina enseguida.) ABUELA.- ¿Se sirve más, profesor? PROFESOR.- Encantado. ¡Hoy tengo apetito! ABUELA.- ¡Eso es bueno! (Le sirve.) ¡Muy bueno! (Silencio.) Hace tres meses que lo conocemos y ya lo sentimos como de la familia. ¿Verdad, queridos? BEATRIZ.- (Debe notarse que piensa lo contrario.) ¡Por supuesto! LEOPOLDO.- (Neutro.) Claro. ABUELA.- ¡Nos sentimos tan cómodos con usted! Será porque desde que murió mi marido aquí falta tanto un hombre... PROFESOR.- (Con tacto.) Bueno, el joven Leopoldo... BEATRIZ.- (Riendo sinuosamente.) ¡El joven Leopoldo! (El PROFESOR la mira desconcertado. Después contempla a LEOPOLDO con embeleso.) LEOPOLDO.- No le haga caso. Es masoquista. Le encanta agredirme para que yo la insulte. PROFESOR.- ¿Acaso la señorita duda que el joven es todo un hombre, capaz, resolutivo? BEATRIZ.- (Siempre irónica.) Por supuesto... que no. LEOPOLDO.- Eso quiere decir lo contrario, profesor. ABUELA.- (Al PROFESOR.) ¡No les haga caso! Leopoldo me apoya mucho y es una gran cosa tenerlo aquí. Pero usted sabe: al faltar mi marido faltó casi todo. Leopoldo sale mucho, él estaba siempre; Leopoldo va a casarse algún día... (BEATRIZ ríe. La ABUELA la mira con odio, endurece su voz y repite, recalcando las palabras.) Leopoldo va a casarse algún día. Y mi marido era, cómo explicarle... bueno, como parte de la casa. LEOPOLDO.- (Al PROFESOR, con ironía.) ¿Comprende? Como los jarrones, las mesas y todo eso. (El PROFESOR sonríe veladamente.) ABUELA.- ¡Querido! No seas cruel. ¿Cómo vas a comparar a una persona con una cosa? BEATRIZ.- (Aunque parece divertirse, está angustiada.) Papá era muy hogareño. LEOPOLDO.- No sé si sabe, profesor, que mi abuelo pasó quince años de su vida encerrado aquí. PROFESOR.- ¿Es posible? ABUELA.- Ya sé que parece mentira. Pero es verdad. (Con tristeza.) ¡Quince años! (Bajando la voz.) Salió cuando lo llevamos... LEOPOLDO.-... a la morgue. ABUELA.- Como ve, tampoco fue una salida hecha con gusto. PROFESOR.- ¡Qué notable! ABUELA.- ¡Era un hombre tan especial! Usted me recuerda mucho a él. PROFESOR.- Gracias. ABUELA.- Rechazaba a la gente. BEATRIZ.- (Con intención). A toda la gente. ABUELA.- Sí. A toda. (Vacilando.) Menos a nosotros, por supuesto. (BEATRIZ ríe. El PROFESOR la mira. Parece muy extrañado. La ABUELA continúa hablando angustiada, como si quisiera convencerse a sí misma y no al PROFESOR.) ¡A nosotros siempre nos adoró! No sé qué le pasaba con los demás. Siempre decían que estaban como muertos. BEATRIZ.- «Son estúpidos y mediocres, Beatriz.» Y repetía: «Son estúpidos y mediocres.» PROFESOR.- Se ve que era muy exigente. ABUELA.- Así que un día dijo: «No va más.» LEOPOLDO.- Y no fue más. Se sentó en ese sillón. ABUELA.- Y ahí se quedó. PROFESOR.- (Absorto en la narración.) ¡Es extraordinario! ABUELA.- ¡Lo que tuve que luchar! Dejó de preocuparse, de administrar todo. ¡Yo sola tuve que salir a defender lo que teníamos! PROFESOR.- ¡Pobre señora! ABUELA.- ¡Ni se imagina lo que pasé! PROFESOR.- Pero triunfó. ABUELA.- No crea. Perdí muchas cosas, casi todo; pero a él, mientras vivió, no le faltó nada. LEOPOLDO.- (Con ironía.) Después de morir sí le faltaron cosas, profesor. Flores, por ejemplo. Y recuerdos. Esos recuerdos emocionados que algunas personas le ofrecen a sus muertos. BEATRIZ.- (Al PROFESOR.) Mamá nunca lo olvidó. ABUELA.- (Con tristeza.) Leopoldo es de los que creen que a mayor cantidad de flores corresponde mayor cantidad de amor. LEOPOLDO.- (Siempre irónico y cruel.) Por lo menos los huesos, abuelita, se podrían haber conservado. ABUELA.- (Con angustia.) Créame, profesor, no fue culpa mía. PROFESOR.- (Horrorizado.) ¿Acaso... sus restos mortales? ABUELA.- (Con resignación.) Sí. Se perdieron. Desaparecieron en alguna fosa común. LEOPOLDO.- (Burlón.) Negligencia, profesor. ABUELA.- ¿Más pescado? PROFESOR.- Gracias. (Se sirve.) ABUELA.- Esas cosas que le ocurren a uno: los problemas, la miseria amenazándonos... ¡Es tan fácil olvidar lo que importa realmente! LEOPOLDO.- (Siempre irónico.) ¿Verdad, profesor? ABUELA.- Ni él ni ella estaban preparados para luchar por la vida. Yo tampoco. Pero por lo menos lo intenté. PROFESOR.- ¡Pobre señora! (Pausita.) Esos huesos. no se podrían, quizá... ABUELA.- Lo intenté. Pero es imposible. ¡Los cementerios son tan grandes! Y nosotros tan... LEOPOLDO.-(Irónico.) Pequeñitos. Hasta un fémur ocupa menos lugar que una planta. PROFESOR.- (Consternado.) Es terrible. ABUELA.- Hay cosas, profesor, que uno no debería decirlas nunca. ¡Quién podría comprenderlas! PROFESOR.- Confíe en mí, señora. ABUELA.- Lo haré. (Pausa. Todos comen, excepto BEATRIZ.) PROFESOR.- ¿La señorita no come? BEATRIZ.- No. ABUELA.- Es extraño, profesor. ¡Vive muerta de hambre! PROFESOR.- (A BEATRIZ.) ¿Por qué está siempre tan pálida? ABUELA.- No sale nunca. PROFESOR.- Es una lástima. La señorita es muy atractiva, pero si perdiera su palidez sería irresistible. (Insinuante, a Leopoldo.) ¿No le parece? (Beatriz intenta sonreír pero sólo logra hacer una mueca.) ABUELA.- (Molesta, veladamente agresiva.) ¿Más pescado, profesor? OSCURIDAD Fin del Acto Primero ESCENA II. ACTO PRIMERO El mismo decorado de la primera escena. ABUELA.- (Desde el cuarto de BEATRIZ.) ¡Vamos! ¡Levantate! ¡La casa es un chiquero! BEATRIZ.- (Con somnolencia.) ¿Qué hora es? ABUELA.- Las diez de la mañana. ¡Arriba! (Aparece Beatriz. Tiene puesto un decadente y suntuoso vestido. Prende la radio. Ordena algunas cosas y después se sienta y empieza a arreglarse las uñas. Canturrea. Pausa. Golpean. Se levanta y va a abrir. Entre un DEPENDIENTE con gran cantidad de paquetes.) Ah, sos vos. Por aquí. (Lo guía hacia la mesa.) Dejá todo eso ahí arriba. DEPENDIENTE.- (Descarga todo de golpe.) ¡Uf! ABUELA.- ¡Sos un bruto! DEPENDIENTE.- ¿Sabe cómo pesa, no? ABUELA.- Me imagino. Tomá. (Le da una moneda. El DEPENDIENTE no se mueve. Silencio.) ¿Qué pasa? DEPENDIENTE.- ¿Cómo qué pasa? ABUELA.- Sí. ¿Qué estas haciendo ahí? DEPENDIENTE.- Estoy esperando. ABUELA.- ¿Esperando qué? DEPENDIENTE.- Que me pague. ABUELA.- (Lo conduce hacia la puerta.) No te preocupes por eso, dentro de un rato voy por el almacén. (Abre la puerta indicándole que salga; el muchacho no se mueve. Pausita.) ¿Y ahora qué querés? DEPENDIENTE.- Sin la plata no me voy. ABUELA.- ¿Pero estás loco? DEPENDIENTE.- El señor dijo que si no me paga me lleve todo de nuevo. ABUELA.- (Empujándole.) ¡Decile al señor que yo nunca robé nada! DEPENDIENTE.- (Entrando de nuevo.) El mes pasado... ABUELA.- (Interrumpiéndolo.) ¡El mes pasado fue el mes pasado! DEPENDIENTE.- Se atrasó bastante. ABUELA.- ¡Oigan al mocoso atrevido! (Subiendo la voz.) ¡Me atrasé pero pagué! DEPENDIENTE.- Demasiado tarde. ABUELA.- ¡Eso a vos no te importa! DEPENDIENTE.- Al señor sí. ABUELA.- (Empujándolo de nuevo hacia la puerta.) Mirá: vamos a dejarnos de discutir y andá a decirle... DEPENDIENTE.- (Separándose con cierta agresividad.) ¡No voy a decirle nada! ¿Me oyó? ABUELA.- ¡Esto es el colmo! DEPENDIENTE.- Vamos. ABUELA.- ¿Vamos qué? DEPENDIENTE.- La plata. ABUELA.- ¿Querés que vaya a vender los muebles para pagarte? DEPENDIENTE.- ¿Para qué compra si no tiene plata? ABUELA.- ¡Compro porque tengo hambre! DEPENDIENTE.- Para comer hay que pagar. ABUELA.- Dentro de una hora vienen a devolverme unos pesos que presté y... DEPENDIENTE.- (Yendo hacia la mesa para agarrar los paquetes.) Entonces vengo dentro de una hora. (Empieza a recogerlos.) ABUELA.- (Furiosa.) ¡No! (Arrebatándole los paquetes.) ¡Se quedan aquí! DEPENDIENTE.- ¿Quiere que me echen? ABUELA.- ¿Quién te va a echar por esto? DEPENDIENTE.- ¡Usted no lo conoce! ABUELA.- ¡Si lo conoceré! Vení. Te acompaño y le explico todo. DEPENDIENTE.- Si es así... (Inicia el mutis.). ¿Va a ir con esa pinta? ABUELA.- ¿Y a vos qué te importa, pituco? ¡Vamos! DEPENDIENTE.- Por mí. (Salen. Pausa. Aparece BEATRIZ. Camina con desgano. Se sienta en cualquier lugar y permanece silenciosa y rígida. Pausa extensa.) DEPENDIENTE.- (Entrando nuevamente. Triunfante.) ¡Yo le dije! ¡Con ese tipo no se juega! ABUELA.- ¡Cerrá la boca y llevate todo antes de que me arrepienta! DEPENDIENTE.- (Recogiendo los paquetes alborozado.) ¡También! ¡Con las cosas que le hizo! ABUELA.- (Sirviéndose bebida.) ¡Cerrá la boca, dije! DEPENDIENTE.- Está bien, doña. (Termina de recoger e inicia el mutis.) ¡Y que le sea leve! (Sale cantando.) ABUELA.- (Corre hacia la puerta, pero el DEPENDIENTE se escapa.) ¡Si te agarro, mocoso! (Vuelve a servirse.) No quiso fiarme. BEATRIZ.- Le debías plata. ABUELA.- ¡Le pagué todo! BEATRIZ.- Demoraste. ABUELA.- Algunos no demoran un mes, demoran años. BEATRIZ.- Los almaceneros de ahora venden al contado. ABUELA.- Me pregunto para qué querrá la plata. BEATRIZ.- Para lo que la quieren todos. ABUELA.- No sabe ni gastarla. ¡Tuerto roñoso! BEATRIZ.- (Bosteza.) ¡Qué sueño! ABUELA.- (Imitándola.) ¡Qué sueño! Despertate un poco. (Va hasta la cocina y habla desde allí.) No tenemos café, ni azúcar, ni fideos. ¿Querés decirme qué comemos? BEATRIZ.- Aire. (Bosteza de nuevo.) ABUELA.- ¡Aire! Y lo dice con toda la boca abierta. BEATRIZ.- Con la boca cerrada no se puede hablar. ABUELA.- Se te podría ocurrir alguna idea, por lo menos. BEATRIZ.- Despertá al «nene». A lo mejor soluciona todo. ABUELA.- ¡Mirá quién! (Va hacia la puerta del cuarto de LEOPOLDO pero no puede abrirla.) ¡Otra novedad! Ahora cierra por dentro. BEATRIZ.- (Con maldad.) Así está más seguro... ABUELA.- ¿Siempre recordando pavadas, vos? BEATRIZ.- ¿Pavada haberte metido desnuda en su cama? ABUELA.- Me sentía mal. BEATRIZ.- (Sarcástica.) Sí, claro. Con mucha "temperatura". ABUELA.- Te advierto que no voy a pelearme contigo. Así que me olvidaré de ese insulto. (Llamando a la puerta de LEOPOLDO.) Hay problemas, querido. (Bajando la voz.) Para el caso que me va a hacer. (Subiendo nuevamente la voz. Ahora a LEOPOLDO.) ¿Oíste? (Alejándose.) ¡Qué va a oír! (Vuelve a la cocina.) Por lo menos habrá un poco de té. BEATRIZ.- Yo también quiero. (Pausa. Ahora BEATRIZ preguntará con cautela.) ¿Ayer no encontraste algo raro al profesor? (La ABUELA no responde. BEATRIZ sube la voz.) Te hice una pregunta. ABUELA.- (Rápidamente, emergiendo de una meditación.) ¿Qué decías? BEATRIZ.- Pregunté si no encontraste extraño al profesor. ABUELA.- No. ¿Por qué? BEATRIZ.- Estaba tan pegajoso conmigo... ABUELA.- (Mintiendo.) No lo observé. BEATRIZ.- ¿No? ABUELA.- No. Pero sospecho que va a venir más seguido. BEATRIZ.- (Cáustica.) ¿A qué se deberá, no? ABUELA.- ¿Cómo a qué? Me encuentra irresistible. (BEATRIZ sonríe con malignidad justo en el instante en que la ABUELA entra.) No entiendo por qué te causa gracia. (Le ofrece una taza de té.) BEATRIZ.- No puedo imaginármelo como padrastro. ABUELA.- A lo mejor lo imaginarías mejor como amante. BEATRIZ.- Mi gusto no está atrofiado. ABUELA.- Pero algo es mejor que nada ¿verdad? BEATRIZ.- (Tensa y agresiva.) Si no tengo nada es porque no quiero. ABUELA.- Ya lo sé, mi amor. Mientras vivas metida aquí adentro... (Enciende un cigarrillo. Pausa breve.) BEATRIZ.- (Volviendo al ataque.) Lo que más me molestó fue que me mirara todo el tiempo. ABUELA.- Te encuentra rara. BEATRIZ.- ¿Sí? Qué interesante. ABUELA.- A lo mejor le parecés un poco boba. Tu carácter, querida, no está de acuerdo con tu edad. BEATRIZ.- Su mirada no revelaba eso. ABUELA.- (Se levanta y lleva las tazas a la cocina.) Uno siempre se imagina cosas. BEATRIZ.- Lo que más me molesta de ese señor es el hambre. ABUELA.- (Desde la cocina.) Tiene buen apetito. BEATRIZ.- ¿Apetito? No come en toda la semana. ¿No viste cómo devora todo? ABUELA.- Porque aquí se siente a gusto. BEATRIZ.- O porque sólo viene a comer. ABUELA.- Viene porque me admira, porque le agrada estar conmigo. BEATRIZ.- (Burlándose.) Si vos lo decís... ABUELA.- No tiene nada de raro. Somos de la misma edad. BEATRIZ.- Tiene unos cuantos años menos que vos. ABUELA.- Muy pocos. ¿Y acaso me conservo mal? (Gira lentamente exhibiendo su cuerpo. Su expresión es triste, poética, desolada, levemente cómica. Parece un pájaro fantasmal herido de muerte.) El no comer todos los días me favorece la silueta. BEATRIZ.- Ya veo. (La contempla sin piedad. La ABUELA se distiende. Su cuerpo se desmorona. Mira a BEATRIZ con ojos exhaustos.) Presiento que hoy va a aparecer de nuevo. ABUELA.- No digas. BEATRIZ.- Sí. Y a la hora de almorzar. (Divertida.) Me va a gustar verle la cara cuando le digas: "Lo lamento mucho, profesor. Hoy no hay comida". ABUELA.- Todavía no sabemos si va a haber comida. BEATRIZ.- (Irónica.) Vos sos capaz de ir a mendigar para él. ABUELA.- Y para todos. Si yo no me preocupo aquí nadie se mueve. BEATRIZ.- Si supiera hacer algo trabajaría. ABUELA.- Nadie te reprocha nada. BEATRIZ.- Te estabas quejando. ABUELA.- Hasta ahora nos arreglamos bastante bien. (Empieza a prepararse para salir.) Tengo muchas amistades. BEATRIZ.- (Siempre irónica y agresiva.) Y tu irresistible personalidad hace lo que falta... ABUELA.- Por supuesto. (Breve silencio.) ¿Sabés? A veces creo que tenés celos. BEATRIZ.- ¿Celos? ¿De qué? ABUELA.- Soy más vieja que vos y los hombres me asedian. ¡Ninguno me niega nada! BEATRIZ.- Recién te hicieron devolver los paquetes. ABUELA.- Porque no le llevo el apunte. BEATRIZ.- (Burlona.) ¿Ese también quiere seducirte? ABUELA.- Hace tiempo. BEATRIZ.- No me extraña. Siempre lo encontré algo lascivo. ABUELA.- ¿Qué tiene de malo la lascivia? Es fuerte, incesante, vital. ¡Lo más puro que existe! BEATRIZ.- Puede ser. Pero cuando es verdadera elige objetos repugnantes. ABUELA.- (Dolida.) Si querés insinuar que soy repugnante no tendrás suerte. No me ofende la agresividad de la gente frustrada. La comprendo. BEATRIZ.- (Con odio.) ¿Así que frustrada, no? ABUELA.- (Poniéndose los aros frente al espejo.) Mirá: si a veces quiero que trabajes es para que frecuentes un poco de gente. Aquí te estás agriando. Bueno, me voy. BEATRIZ.- ¿A dónde? ABUELA.- A buscar plata. A utilizar mis encantos. BEATRIZ.- Me gustaría saber qué hiciste con lo que quedaba del préstamo. ABUELA.- ¿Qué préstamo? BEATRIZ.- El que conseguiste hipotecando esta casa. ABUELA.- Yo salgo, querida; gasto, me visto. BEATRIZ.- Se supone que la plata es de todos. ABUELA.- Si quisieras acompañarme la gastaríamos juntas. BEATRIZ.- Yo no soy una prostituta. ABUELA.- (Se detiene y la contempla. Está ofendida. La voz se vuelve más triste y opaca.) Yo tampoco. BEATRIZ.- Eso habría que verlo. ABUELA.- Tampoco soy culpable de que me inviten o me presten. BEATRIZ.- Por algo será. Es muy raro que todos tus amigos sean viejos y tengan dinero. ABUELA.- Casualidades. BEATRIZ.- Que se buscan en ciertos lugares. ABUELA.- ¿Adonde van las putas de lujo, verdad? BEATRIZ.- Sí. Pero de lujo tienen sólo la ropa. ABUELA.- ¿Cómo ésta, verdad, mi amor? (La besa.) Hasta luego. (Sale.) BEATRIZ.- (Con odio.) Mugre. ¡Mugre! ¡¡Mugre! (Pausa muy extensa. BEATRIZ solloza. Después se calma y empieza a caminar. Está desasida, errando en una especie de laberinto, flotando en el vacío, despegada de las cosas. Prende la radio y oye un instante. La apaga, enciende un cigarrillo y lo fuma ávidamente. Después se contempla en el espejo y oculta el rostro detrás del cabello. Vuelve a caminar. Se sienta, exhausta. De pronto se levanta impulsivamente y se dirige hasta la habitación de LEOPOLDO. Camina cerca de la puerta sin decidirse a llamar. Después se inclina, observa por el ojo de la cerradura y descubre algo que la consterna y la fascina. Permanece inmóvil mirando. Corre a esconderse debajo de la mesa.) LEOPOLDO.- (Abre la puerta de su habitación. Sale. Llama con suavidad y precaución.) Abuela... (Pausita. Vuelve a llamar.) ¡Beatriz! (Un silencio.) ¿No hay nadie? (Silencio. Corre hacia su habitación, gritando alborozado.) ¡Salieron! ¡Toda la casa es nuestra! (Saca a Marta en andas.) MARTA.- (Riendo.) ¡No seas loco! LEOPOLDO.- ¡Somos los dueños! (La deposita en el suelo y dice triunfalmente.) Y ahora, señora, va hasta la cocina y le prepara el desayuno a su esposo. MARTA.- (Con timidez y ternura.) Soy muy torpe. LEOPOLDO.- (Siempre jugando.) El amor la ayudará a ser una excelente ama de casa. MARTA.- (Desconfiada.) ¿Habrá amor? LEOPOLDO. Mucho. (La toma de la mano y la conduce.) Esta es la cocina, la parte más sagrada del hogar. (Sigue caminando.) Este es el cuarto de mi degenerada abuela. (Marta ríe.) Y esta es la celda de la monja reprimida, la bruja cobarde que estoy obligado a llamar tía. MARTA.- ¡Que gracioso! (Ríe otra vez. Su risa parece lejana y cristalina. LEOPOLDO la contempla emocionado.) LEOPOLDO.- ¿Por qué serás tan pura? ¿Tan transparente? MARTA.- (Asombrada.) ¿Transparente? ¿Pura yo? (Ríe nuevamente.) LEOPOLDO.- Me das miedo. MARTA.- (Ríe con más ímpetu. LEOPOLDO comienza a desvestirla lentamente.) ¿Qué estas haciendo? LEOPOLDO.- (Recostándola sobre la mesa.) Voy a amarte en pleno día... MARTA.- (Divertida.) ¡Estás loco! LEOPOLDO.- (Con ardor.) A devorarte... MARTA.- (Con pánico.) ¡La puerta! ¡La puerta está abierta! LEOPOLDO.- ¡Que se abra! ¡Que entren! (Con angustia y goce.) ¡Que me vean comer alguna vez! Telón lento Fin del Acto Primero ACTO SEGUNDO. ESCENA PRIMERA La ABUELA está sentada en un sofá. Fuma y lee el diario. La mesa ha sido servida para cinco personas. Todo se encuentra inmaculadamente limpio y ordenado. Suena el timbre. La ABUELA abre y recibe un ramo de flores.
ABUELA.- (Al MANDADERO, que no se ve.) Gracias. Sírvase. (Cierra la puerta y lee la tarjeta que enviaron junto con el ramo. Sonríe, halagada. Coloca las flores en un centro de mesa. Canturrea. Pausa. Entra BEATRIZ, Está muy pálida.) Ponete un poco de color en las mejillas, querida. BEATRIZ.- Están muy bien así. ABUELA.- Parecés un cadáver. BEATRIZ.- Mejor. ABUELA.- Yo no te entiendo. (Retoma la lectura y vuelve a dejarla. Después de un silencio.) ¿Sabes cuántos años le llevás a Marta? BEATRIZ.- No. ABUELA.- Sólo seis. BEATRIZ.- (Con indiferencia.) Qué interesante. ABUELA.- Y parecés la madre. ¿Por qué no aprendés de ella? BEATRIZ.- Yo no conozco a nadie de quien se pueda aprender algo. ABUELA.- (Retomando la lectura.) Sí. Vos sabés todo. Yo, como no sé tanto, aprendo todo lo que puedo de personas como ella. BEATRIZ.- Me alegra que la admires de esa manera. ABUELA.- No la admiro. La observo. BEATRIZ.- Y para observarla mejor le permitís que duerma en la cama de Leopoldo. ABUELA.- No seas mojigata. Se desean. ¿Qué diferencia hay entre acostarse aquí o en un hotel? BEATRIZ.- (Con ironía.) ¡Ninguna! ABUELA.- Viviendo juntos se hacen la ilusión de que están casados. BEATRIZ.- La única contrariedad es que hay que mantenerlos. ABUELA.- Ella trabaja. BEATRIZ.- Lo que gana apenas le alcanza para los vestidos. ABUELA.- Algo es algo. Imagínate lo que sería tener que vestirla. De las cosas insignificantes, la comida, por ejemplo, me encargo yo. BEATRIZ.- ¿Insignificante la comida? Será para vos. ABUELA.- Por suerte. Compará mi línea con la tuya. BEATRIZ.- (Burlona.) Sí. Estás muy seductora. ABUELA.- Uno no puede pasarse la vida comiendo. BEATRIZ.- Si querés que no coma más... ABUELA.- Comé todo lo que quieras. ¡Mientras se pueda! BEATRIZ.- Y el profesor no se devore todo. De un tiempo a esta parte no falta un solo día. ABUELA.- Porque le gusto. BEATRIZ.- Ojalá le gustases como él a vos. ABUELA.- (Inquisitivamente.) Hace más de un mes que estás tratando de hacerme dudar de lo que le inspiro. (Pausita.) ¿Por qué? BEATRIZ.- Es él quien despierta mis dudas. ABUELA.- (Burlándose.) No, mi amor. No te ama. BEATRIZ.- Si vos lo decís. ABUELA.- Conozco a los hombres. BEATRIZ.- (Con piedad.) Pobre mamá. ABUELA.- (También con piedad.) Pobre hija. (La besa.) Si a veces juega contigo es para darme celos. BEATRIZ.- (Divertida.) ¡Qué graciosa! ABUELA.- ¿Viste las flores? BEATRIZ.- Sí. ABUELA.- Me las envió él. ¿No es adorable? BEATRIZ.- Tiene gustos muy extraños. ABUELA.- No veo qué tienen de raro los agapantos. BEATRIZ.- Son casi siempre robados. ABUELA.- ¡Qué mujer maligna! BEATRIZ.- Las florerías finas no los venden. ABUELA.- Alcanza con la intención. BEATRIZ.- Te conformás con poco. ABUELA.- No entiendo por qué demoran Marta y Leopoldo. Les dije que el pescado estará listo a las nueve. ¡Y el profesor es tan puntual! (Lee en voz alta.) «Un hombre que fue atacado por un perro se abalanzó sobre él y lo mató a mordiscones.» ¡Hizo muy bien! Así debería uno responder a la agresión de la gente: partiéndola a dentelladas. BEATRIZ.- No te conocía esa vocación de caníbal. ABUELA.- A veces, el canibalismo es consecuencia de las circunstancias. (Pausa.) La ABUELA continúa leyendo. Suena el timbre. La ABUELA abre la puerta. Entra el PROFESOR. Está muy bien vestido.) ¡Profesor! (Lo contempla un instante.) ¡Qué elegancia! PROFESOR.- (Inhibido.) No me haga sentir vergüenza en un día como hoy. ABUELA.- ¿Qué tiene este día de especial? PROFESOR.- ¡Muchísimo! (Mira a BEATRIZ con intención y repite, bajando la voz.) ¡Muchísimo! ABUELA.- (Sonriente.) No me asuste. PROFESOR.- (Nervioso.) Espero que todo salga bien. ABUELA.- Tanto misterio me turba, profesor. ¡Estoy segura de que todo saldrá bien! PROFESOR.- Gracias. BEATRIZ.- (Deseando disolver tanta euforia.) Tengo hambre. ABUELA.- ¡Beatriz! (Al PROFESOR.) Vive hambrienta. Disculpe esta expresión. PROFESOR.- Por favor. ABUELA.- Pero pase, siéntese. (El PROFESOR se sienta.) PROFESOR.- Siento un delicioso olor a pescado. ABUELA.- Cocinado como a usted le gusta. PROFESOR.- (Embelesado.) ¿Con arroz? ABUELA.- Por supuesto. Y un poquito de... PROFESOR.- (Alborozado.) ¡Ron! ABUELA.- (Feliz.) ¡Acertó! PROFESOR.- ¡Magnífico! (Ríen los dos al unísono, pero esa risa se disgrega, se atenúa y se desdibuja en una pausa triste, vacía, como si no hubiese servido o alcanzado.) BEATRIZ.- (Filosa.) ¿Por qué usa siempre esas horribles corbatas negras, profesor? PROFESOR.- (Asombrado.) Es una pregunta... ABUELA.- (Levantándose para dirigirse a la cocina.) Muy desconcertante. Pero no se preocupe. ¡Mi hija está loca! PROFESOR.- Me agradaría contestarle. (Piensa un poquito.) Creo que las uso porque estoy de luto. BEATRIZ.- ¿Ah, sí? ¿Y por quién? PROFESOR.- Como dijo aquel personaje de Chéjov: «Por mí mismo». BEATRIZ.- (Con sadismo.) ¡Qué cursi! ABUELA.- (Desde la cocina.) No le haga caso, profesor. Hoy se levantó triste. PROFESOR.- (Turbado.) Comprendo. (BEATRIZ continúa riendo intermitentemente.) ABUELA.- ¿Habló con su hermano? PROFESOR.- Lo logré. ABUELA.- ¿Y qué le dijo? PROFESOR.- (Con satisfacción.) Llegamos a un acuerdo. ABUELA.- (Regresando desde la cocina muy contenta.) ¡No! PROFESOR.- (Feliz de producir tal impacto.) Venderá la casa y nos repartiremos lo obtenido. El se comprará una casa más pequeña y yo...bueno, veré qué hago. ¡Tengo algunos proyectos! ABUELA.- (Alborozada, con ternura.) ¡Profesor! Permítame felicitarle. (Lo abraza o lo besa.) PROFESOR.- (Turbado, nervioso.) Gracias. ABUELA.- ¡Estoy tan contenta! PROFESOR.- Muy amable. BEATRIZ.- (Viperina.) Ahora no va a pasar tantas necesidades. PROFESOR.- (Mirándola con intensidad.) Ahora van a cambiar muchas cosas. ABUELA.- (Excitada.) ¿Por ejemplo? PROFESOR.- (Evasivo.) Por ahora sólo son planes. ABUELA.- (Con picardía, nerviosa.) Usted nos oculta algo. PROFESOR.- Pronto lo sabrán. ABUELA.- (Como una niña, embelesada. Gritando.) ¡Qué contenta estoy! (Se dirige hacía el bar, El PROFESOR la mira, agradecido.) ¡Parece mentira que ese hombre haya esperado tanto para decidirse! PROFESOR.- (Con resignación.) Nunca nos llevamos bien. ABUELA.- (Ofrece un vaso servido al PROFESOR y otro a BEATRIZ. Después bebe del que se ha servido para ella.) ¡Hay que hacerle eso a un hermano! PROFESOR.- Caprichos, viejos rencores. ¡Qué sé yo! ABUELA.- Lo importante es haber llegado a un acuerdo. PROFESOR.- Por supuesto. ABUELA.- ¡Me muero por conocer sus proyectos! LEOPOLDO.- (Paternalmente, con picardía.) No sea impaciente. BEATRIZ.- Mamá se convulsiona cuando los demás planean cosas. PROFESOR.- Eso es bueno. Revela que es sensible a la gente. BEATRIZ.- (Con angustia.) A cierta gente. No todos los proyectos de los demás le interesan. PROFESOR.- La selección revela una sensibilidad más exquisita. BEATRIZ.- Pero la inteligencia debería indicamos en qué medida tenemos lugar en los proyectos de la gente. Para no desilusionarnos demasiado, ¿verdad? PROFESOR.- No comprendo bien. ABUELA.- Ni lo intente. (Con crueldad.) Beatriz es muy complicada cuando sufre... (El PROFESOR las mira alternativamente, desconcertado.) BEATRIZ.- Prefiero sufrir, profesor, a desear lo imposible. ABUELA.- (Tratando de cambiar de tema.) ¿Se sirve más, profesor? PROFESOR.- Acepto. ABUELA.- ¡Yo también me invito! (Sirve.) Tenemos que festejar esta noticia. (A BEATRIZ.) ¿Vos querés, querida? BEATRIZ.- Sí, por favor. (Al PROFESOR. Más agresiva, y herida, y animada por el deseo de perturbar.) Ahora va a poder dejar esa horrible pensión, profesor. PROFESOR.- Por suerte. Pienso alquilar un apartamento. ABUELA.- ¿Le gustan? PROFESOR.- Son muy tranquilos. ABUELA.- Pero solitarios. PROFESOR.- Soledad hay en todas partes, señora. ABUELA.- No diga esas cosas. Me entristezco. BEATRIZ.- (Con marcada crueldad en el rostro.) ¿Por qué no se casa, profesor? ABUELA.- (Irónica.) ¿Vio qué interés tiene Beatriz en usted esta noche? PROFESOR.- (Sinceramente.) Estoy sorprendido. BEATRIZ.- Mamá quiere insinuar que usted ahora me interesa sólo porque va a tener dinero. PROFESOR.- Sinceramente, yo no creo que... ABUELA.- (Interrumpe fingiendo patetismo.) ¿Vio que hija retorcida tengo? Sólo quise decir que hoy está extrañamente receptiva. (A BEATRIZ, con odio.) Lo hice para darle una alegría al profesor, querida. BEATRIZ.- (Al Profesor.) ¡Cómo lo quiere! PROFESOR.- (Cada vez más desconcertado, como un niño entre dos fieras.) No tengo dudas. BEATRIZ.- Pero le hice una pregunta cuya contestación fue hábilmente desviada por mamá. PROFESOR.- ¿A qué se refería? BEATRIZ.- Quisiera saber si piensa casarse. PROFESOR.- (Turbado, indeciso.) Uno siempre quisiera unirse a alguien. ABUELA.- (No puede disimular la alegría.) ¡Voy a morirme del susto! BEATRIZ.- (Con saña.) ¿Era hora, verdad mamá? ABUELA.- (Capta la intención de la pregunta pero disimula perfectamente.) ¡Claro que sí! Un hombre tan bueno no debe vivir solo. ¡Cuántas mujeres podrían amarlo! PROFESOR.- (Sinceramente emocionado.) Gracias. BEATRIZ.- Mamá lo admira mucho. PROFESOR.- El problema no consiste en decidirse sino en hallar la oportunidad. ABUELA.- ¡Pero a usted no pueden faltarle oportunidades! PROFESOR.- Quise decir que el problema consiste en ser correspondido. ABUELA.- ¿Quién podría resistirse a una persona como usted? BEATRIZ.- (Con gozosa crueldad.) ¡Ay, mamá! Tanta admiración es absurda. No niego que el profesor tiene algún encanto y podría interesar a muchas mujeres. PROFESOR.- Gracias. BEATRIZ.- Pero no a todas. (Muy tensa.) Si te ofreciera matrimonio a vos no creo que aceptaras. ABUELA.- (Que no se arredra ante los golpes bajos.) ¿Oyó lo que dijo? Si no fuera mi hija y no supiera que es tan noble pensaría que es una arpía. ¿Cómo se le ocurre imaginar que un vínculo tan tierno como el que me une a usted podría convertirse en matrimonio? PROFESOR.- (Sin advertir su inconsciente crueldad.) ¡Fue muy gracioso! ABUELA.- (Ahora sí herida, mucho más que cuando BEATRIZ la atacara.) No tan gracioso, profesor. Fue de mal gusto. Como todo lo que hace Beatriz cuando se siente deprimida. BEATRIZ.- Mamá tiene tendencia a verme siempre deprimida. ¿Por qué será? PROFESOR.- Lo que ocurre con la señorita Beatriz es que tiene temperamento poético. (Golpean. ABUELA abre la puerta.) BEATRIZ.- ¡Muy poético! (Con tristeza.) Tan poético que nunca encontró poesía en ningún lado. PROFESOR.- (La mira embelesado.) ¡Pobre señorita!. (BEATRIZ sonríe. Regresa la ABUELA. MARTA y LEOPOLDO la acompañan.) ABUELA.- ¿Quieren decirme qué estuvieron haciendo hasta ahora? LEOPOLDO.- Recién son las nueve y media. ABUELA.- Los esperábamos a las nueve. MARTA.- ¡Estoy tan cansada! (Se sienta.) LEOPOLDO.- Fuimos a la casa de Marta. MARTA.- A buscar el resto de mi ropa. LEOPOLDO.- Por desgracia tuvimos que esperar al padre. MARTA.- Yo no tenía llave. ABUELA.- (Desde la cocina.) ¡El pescado ya se pasó! LEOPOLDO.- Disculpe, profesor... PROFESOR.- ¡Por favor! No se preocupen. ABUELA.- (A MARTA, siempre desde la cocina.) ¿Querrías decirme por qué no tenés llave de tu casa? MARTA.- Porque nunca viví en ella. (BEATRIZ ríe con agresividad.) LEOPOLDO.- (A BEATRIZ.) ¿Se puede saber de qué te reís? BEATRIZ.- De mí misma, querido. (Se levanta. Pone un disco.) PROFESOR.- (A MARTA, tímidamente.) ¿Estaba enemistada con su familia? MARTA.- (Evasiva.) Algo parecido. (A LEOPOLDO.) ¿Me das un cigarrillo? (LEOPOLDO le da.) LEOPOLDO.- (Luego de invitar a MARTA.) ¿Fuma, profesor? PROFESOR.- No, gracias. ABUELA.- Marta es muy independiente, profesor. BEATRIZ.- No soporta las interferencias de quienes la «aman». MARTA.- (Rápidamente.) Las de Leopoldo no me molestan. BEATRIZ.- (Cáustica.) Debe ser porque te ama mucho. LEOPOLDO.- (Perturbado por algo que no es el ruido precisamente.) Por favor, bajá el volumen. BEATRIZ.- (Encantada.) ¿Molesta tanto? LEOPOLDO.- Mucho. (BEATRIZ baja el volumen del tocadiscos.) BEATRIZ.- ¿Le gusta esta música, profesor? (La ABUELA entra por el foro y se detiene a escuchar la conversación del PROFESOR con BEATRIZ.) PROFESOR.- Me gusta todo lo que a usted le gusta. BEATRIZ.- (Burlona.) Es muy amable. PROFESOR.- (Inspirado.) Cualquier palabra, aun la más hermosa, será siempre pálida cuando se trate de alabarla. (La ABUELA regresa a la cocina. Su semblante expresa alteración.) BEATRIZ.- Si es tan incondicional de lo que me agrada debe rechazar mucho lo que me asquea. PROFESOR.- No tenga dudas. BEATRIZ.- (Con calculada crueldad.) ¿Tanto se odia, profesor? (Ríe. Está algo mareada por la bebida.) PROFESOR.- (Asumiendo su patetismo por primera vez desde el comienzo de la obra.) ¿Por qué se empeña en agredirme? BEATRIZ.- (Con tristeza.) Porque lo comprendo. ¿Puede esperar algo mejor de los demás? LEOPOLDO.- (Con ironía. Al PROFESOR.) Alégrese. Lo comprende. En realidad, ella comprende todo. (Se sienta junto a MARTA. Toma su mano cariñosamente.) Siempre fue muy sabia. BEATRIZ.- Un poco más sabia que la gente que no sabe que se ahoga. LEOPOLDO.- Yo no me ahogo, querida. Estoy en mi casa y aquí no hay agua. (MARTA festeja riendo. Su risa es liviana, infantil.) BEATRIZ.- (Con odio.) ¿Observó bien, profesor, qué horrible puede ser la risa de un niño? PROFESOR.- (Tan deslumbrado como estupefacto.) Nunca. Lo juro. BEATRIZ.- Hágalo. Y dígame después si se puede tener un hijo. (Con angustia.)Cuando alguien ríe con tanta ligereza y tanta inconsciencia merecería la muerte. LEOPOLDO.- En realidad mi tía es infanticida, por eso no se casó nunca. Se tiene miedo, profesor, PROFESOR.- ¡Usted bromea! La señorita es tan extraordinaria. LEOPOLDO.- Se ve que no la conoce. Se ha pasado la vida temblando, llena de pánico, y si no se atrevió a salir a la calle y ensuciarse es porque está demasiado sucia. A veces creo que ama la mugre más que a todo. PROFESOR.- Creo que exagera. BEATRIZ.- No exagera, profesor. Dice una gran verdad. Amo la mugre. Por eso lo detesto a él, que es una simple caricatura de ella. LEOPOLDO.- Caricatura o no yo soy algo definido. Y no me reprimo nunca. (MARTA, quien parece molesta, se levanta y se encamina hacia la cocina.) BEATRIZ.- Yo tampoco. LEOPOLDO.- ¿Ah sí? No me digas. ¿Qué se hizo de aquella amiguita del alma que dejaste de ver? BEATRIZ.- ¡Eso es cosa mía! (MARTA se acerca apresuradamente y habla con LEOPOLDO en voz baja. Este se levanta y se dirige hacia la cocina.) PROFESOR.- (Conmocionado.) ¿Qué pasa? ¿Le ocurrió algo a la señora? MARTA.- No sé. Fui a la cocina y la encontré sentada. Le pregunté qué le pasaba y dijo que sintió un mareo. Pero estaba muy pálida y yo me asusté mucho. (El PROFESOR se levanta para ir. Lo detiene la voz autoritaria de MARTA.) MARTA.- No vaya, profesor. No cometa ese error. PROFESOR.- (Asombrado.) ¿Error? MARTA.- (Bajando la voz.) Nunca se acerque a la gente después de hacerle daño. PROFESOR.- (Muy nervioso.) Yo nunca podría hacerle daño a la señora. MARTA.- Usted se ama demasiado a sí mismo como para comprender nada. PROFESOR.- No entiendo. BEATRIZ.- (Gozosa, radiante, bellísima.) ¿Me creería si le dijera que un repugnante animal lo adora? PROFESOR.- (Desconcertado, tenso, nervioso.) ¿Qué animal, por ejemplo? BEATRIZ.- No sé. Un rinoceronte, una babosa. PROFESOR.- (Riendo, más nervioso.) No. No lo creería. BEATRIZ.- No podría soportar la idea de ser adorado por algo horrible, ¿verdad? PROFESOR.- Quizá no. BEATRIZ.- ¿Vio? Usted se quiere mucho. No vaya, profesor. (MARTA ríe inconscientemente ajena a todo.) Ella se ríe. (Con angustia.) ¡Sería tan encantadora si existiera! (MARTA deja de reír repentinamente. Está azorada. Pausa. Entran la ABUELA y LEOPOLDO.) PROFESOR.- ¿Qué le pasó, señora? ABUELA.- (Algo ha cambiado en ella. Trata de conservar el semblante y el magnetismo radiante del comienzo de la escena pero su interior es surcado ahora por ráfagas de miedo. A pesar de esto, su actuación será casi perfecta. Lo mencionado anteriormente se reflejará principalmente en la voz.) Un mareo, profesor. Simplemente un mareo. PROFESOR.- ¿No convendría llamar a un médico? ABUELA.- No es necesario. LEOPOLDO.- (Al PROFESOR.) Está mejor. No se preocupe. PROFESOR.- ¿Le ocurre a menudo? ABUELA.- Hacía mucho tiempo que no me pasaba. PROFESOR.- Quizá necesita descanso, ir al campo. ABUELA.- (Lo interrumpe.) No, no. Hace tiempo que estoy un poco nerviosa. Son cosas que ocurren. (Con rabia.) ¿Verdad, Beatriz? BEATRIZ.- Sí. mamá. Son cosas que ocurren. ABUELA.- (Tratando de fingir alegría.) ¡Y ahora vamos a sentarnos! Y no se enoje si el pescado se pasó. PROFESOR.- No se preocupe por eso. (Se sientan alrededor de la mesa. La ABUELA sirve. Empiezan a comer. Pausa extensa. Todos están tensos, rígidos, absortos.) ABUELA.- (Con desolado esfuerzo.) ¿Sabés, Leopoldo, que el profesor va a recibir su herencia al fin? LEOPOLDO.- (Indiferente.) ¿Ah, sí? PROFESOR.- (Neutro, solitario.) Sí. OSCURIDAD FIN DE LA ESCENA I. ACTO II ESCENA II El mismo decorado. Amanece lentamente. MARTA, vestida con pijama, sale silenciosamente del cuarto y camina por el living. Se acerca a la biblioteca y abre y contempla algunos libros. Después se sienta y mira algún objeto en el que se ensimisma. Pausa. Sale LEOPOLDO, también en pijama, y busca a MARTA con los ojos. LEOPOLDO.- ¿Qué pasa? MARTA.- (Con ternura.) ¿Por qué? LEOPOLDO.- Te levantaste y saliste del cuarto sin avisarme MARTA.- No tenía sueño. LEOPOLDO.- Nunca estás levantada tan temprano. MARTA.- (Repite mansamente.) Dije que no tenía sueño. (LEOPOLDO se acerca a ella. Se hinca. Deposita la cabeza en sus rodillas.) LEOPOLDO.- ¿Por qué no te quedaste a mi lado? MARTA.- Me sentía asfixiada. ¡Hace tanto calor! (Pausa.) LEOPOLDO.- (Contemplándola embelesado.) ¿Estás contenta? MARTA.- (Sonriendo.) Sí. LEOPOLDO.- Al principio, cuando recién viniste, temí que vos y ellas... MARTA.- (Lo interrumpe.) Tu abuela es amable. Y Beatriz... bueno, Beatriz es Beatriz. No me molesta. LEOPOLDO.- ¡Sos tan buena! MARTA.- (Sonriendo.) No tanto. LEOPOLDO.- ¿Sabés? Así como estás ahora parecés una niña. MARTA.- Eso mismo dice tu tía de mí. LEOPOLDO.- Entonces me retracto. Parecés una vieja. (MARTA ríe. LEOPOLDO también ríe. Pausa breve.) MARTA.- Leopoldo... LEOPOLDO.- ¿Sí? MARTA.- ¿Vamos a quedarnos mucho tiempo en esta casa? LEOPOLDO.- No lo sé aún. ¿Por qué me preguntás eso? MARTA.- (Evasiva.) Por nada. LEOPOLDO.- Algo te preocupa, ¿verdad? ¿Qué es? MARTA.- Pienso que sería mejor vivir solos. LEOPOLDO.- Estamos casi solos. En nuestra habitación no entra nadie. MARTA.- Quisiera no tener que convivir con extraños. LEOPOLDO.- (Preocupado.) Pero te hicieron algo que... MARTA.- ¡No! Ya te dije que no. (Pausa breve) En mi casa siempre fui una extraña. Debe ser por eso que quisiera estar contigo en algún lugar donde no haya nadie. LEOPOLDO.- Por ahora es imposible. MARTA.- (Reprochándole delicadamente.) ¡Si vos trabajaras! LEOPOLDO.- ¡Es tan difícil eso! MARTA.- ¿Por qué? LEOPOLDO.- (Se levanta.) No lo entenderías. MARTA.- Cada vez que trato de saber algo de vos me decís: «No lo entenderías». ¿Soy tan estúpida? LEOPOLDO.- (La abraza tiernamente.) No. Sos adorable. Por eso no entenderías nada de mí ni de ellas. MARTA.- (Con fervor.) ¡Quiero conocerte, Leopoldo! (Con temor.) Si no lo logro no podré soportarte mucho tiempo. LEOPOLDO.- Ojalá hubiera una manera de decirte todo lo que pienso y lo que siento. MARTA.- Si me querés tendrás que encontrarla. LEOPOLDO.- Quizá no hay nada que saber. (Con entusiasmo.) Quizá alcance con estar juntos, MARTA.- (Con tristeza.) Es tan fácil estar juntos ocultándose todo; pero conocernos y estar juntos, en cambio, es tan hermoso. LEOPOLDO.- Ya lo sé. (Pausa. LEOPOLDO medita. Impulsivamente.) Veamos. ¿Qué quiere saber mi rubiecita? MARTA.- Por ejemplo... ¿por qué no trabajás? LEOPOLDO.- Bueno, para empezar no soporto los horarios rígidos, soy inconstante; para continuar no soporto a los jefes, me inspiran asco. Para terminar no hay en el mundo ningún trabajo que merezca la pérdida de mi tiempo. MARTA.- (Asombrada.) ¿Pero para qué querés tu tiempo? No hacés nada. LEOPOLDO.- Estoy contigo. MARTA.- Yo trabajo. Estás todo el día solo. LEOPOLDO.- Y yo estoy contigo MARTA.- (Riendo.) No entiendo. LEOPOLDO.- Paso el día recordándote, haciendo planes para vos y para mí. MARTA.- Los planes no tienen sentido sin dinero. LEOPOLDO.- (Afectivo, casi paternal.) Eso podría decirse de los planes materiales. Pero yo hago otra clase de planes. MARTA.- ¿Cuáles? LEOPOLDO.- Por ejemplo: en qué lugar de la tierra haremos una pequeña casita para morir juntos. (MARTA ríe, divertida.) Qué color tendrá, cuántos muebles. (MARTA ríe con más ganas.) Cómo será la cama mortuoria y quiénes los sepultureros que juntarán nuestros huesitos. MARTA.- (Siempre riendo.) ¡Sos burlón y macabro! LEOPOLDO.- Sos adorable. (La besa.) MARTA.- Me estás tomando el pelo. (Con fatiga.) ¡No puedo conocerte, Leopoldo! LEOPOLDO.- Quizá me conocés mucho. MARTA.- Si fuese así ya lo sabría. LEOPOLDO.- Muchas veces no se sabe lo que se sabe. MARTA.- No te comprendo. LEOPOLDO.- (Acariciándola). Pobrecita. MARTA.- (Con voz muy baja.) Leopoldo... LEOPOLDO.- ¿Sí? MARTA.- Nunca me contaste por qué vivís con tu abuela. LEOPOLDO.- Es una historia larga, MARTA.- ¿Viste? Ya estás poniendo un muro. LEOPOLDO.- (Con tierna gracia, mirando a su alrededor.) ¿Puse un muro? MARTA.- (Fingiendo enojo.) Sí. LEOPOLDO.- Rompelo. MARTA.- (Divertida.) ¿Cómo? LEOPOLDO.- Con las manos. MARTA.- (Más divertida.) ¿Con las manos? LEOPOLDO.- (Rompe un muro imaginario. MARTA festeja. Incitándola) ¡Vamos! (MARTA lo imita Ríen los dos. Un silencio.) ¡Ya está roto! ¿Qué quiere saber, señorita? MARTA.- ¿Por qué vivís con tu abuela? LEOPOLDO.- Mi padre falleció hace mucho tiempo, cuando yo era niño. MARTA.- ¿De qué murió? LEOPOLDO.- (Emocionado.) Supongo que murió porque un día vio a la tristeza volando por el cielo y pensó que era un pájaro. Entonces le pidió a Dios dos grandes alas para subir y cazarla. Dios se las concedió. Él la cazó y se la trajo, engañado, creyendo que iba a ser su amiga. (Pausita.) No se sabe bien por qué el pájaro entró a su cuerpo y se quedó allí para siempre. MARTA.- ¡Estás bromeando! LEOPOLDO.- (Grave, conmovido.) Es verdad. Papá murió de tristeza. Abuelo también murió, pero de abulia. Estuvo durante quince años en ese cuarto, sin moverse. Como ves, esta familia es un poco rara. MARTA.- ¿Y tu madre? LEOPOLDO.- Se fue. Hace mucho tiempo. Nunca más la vimos. MARTA.- ¿Cómo era? LEOPOLDO.- (Con tensión en el rostro y en la voz, pero siempre con ternura.) Muy linda, muy independiente y muy fría. Quería más a sus amantes que a mi padre y a mí. MARTA.- Eso es triste. LEOPOLDO.- (Con angustia y rencor, plañideramente.) ¡No me gusta la gente infiel! MARTA.- (Con pasión.) ¡Nunca seré infiel! LEOPOLDO.- ¡No alcanza con eso! Querría que te convencieras de que fuera de mí nadie podría darte goce, o paz, o alegría. MARTA.- (Con devoción.) Fuera de vos nadie podría darme nada. LEOPOLDO.- ¡Si fuera cierto! MARTA.- Será cierto. (Se abrazan. Pausa extensa.) ¿Leopoldo? LEOPOLDO.- ¿Qué, mi amor? MARTA.- Tu abuela está cambiando. LEOPOLDO.- Ya lo sé. MARTA.- ¿Qué le pasa? LEOPOLDO.- Supongo que no soporta la vejez y que no está preparada para la muerte. MARTA.- ¿Estará enamorada del profesor? LEOPOLDO.- Es probable. MARTA.- Pero es horrible. El profesor adora a Beatriz. LEOPOLDO.- Estás equivocada. No es por Beatriz que viene a esta casa. Ni por la abuela. MARTA.- ¿Por quién viene entonces? LEOPOLDO.- Por mí. MARTA.- (Asombrada.) ¿Por vos? LEOPOLDO.- Sí. Me desea. Me fichó en algunos lugares adonde van homosexuales y cree que soy como ellos. Pero no te preocupes. Es mejor que todo sea así. Abuela sufrirá menos. (Con extraña mezcla de goce y ternura.) Algún día, al levantarnos, la encontraremos sentada ahí después de una de sus correrías nocturnas. Y estoy seguro de que estará muerta. MARTA.- (Reprochándole.) ¡No la querés, Leopoldo! LEOPOLDO.- (Con angustia, alejándose suavemente,) ¡Es tan difícil querer cuando nadie tiene ganas o tiempo o capacidad de querer a otros realmente! MARTA.- Ellas te ayudaron. LEOPOLDO.- (Con rencor.) Me dieron de comer, me vistieron, me compraron libros. Un día abrieron la puerta y me dijeron: «Ese es el mundo». Yo salí y al volver, te juro, las quise un poco menos. (Pausa breve.) MARTA.- Tendrías que sentir piedad por ellas. LEOPOLDO.- (Con angustia y pasión.) ¡Siento tanta piedad! Pero esa piedad me avergüenza, Marta. Me da tanta pena que sólo quiero odiarlas. MARTA.- (Acariciándole) Pob recito... ¡Pobrecito! Ya amaneció. Entra la ABUELA. Vuelve de una de sus correrías nocturnas. Parece exhausta. Bebió mucho. Por eso tiembla y se tambalea. ABUELA.- ¿Ya levantados, queridos? ¡Estoy tan cansada! (Se sienta y se quita los zapatos.) ¡Y no tengo ni un cigarrillo! MARTA.- (Con entusiasmo.) Yo compré anoche y voy a invitarla. (Corre a su habitación.) ABUELA.- Gracias, mi amor. (Subiendo un poco la voz.) Cuando no tengo cigarrillos me siento igual que si no tuviera dientes. (Toma el cigarrillo que le ofrece MARTA y lo enciende.) ¡Qué delicia! (Pausa breve.) Debe ser muy tarde, ¿verdad? MARTA.- (Con ternura.) Muy temprano. LEOPOLDO.- Las siete. ABUELA.- (Exuberante. Con voz cálida, resonante, con algo desolado y espectral en los gestos.) ¡Toda la noche bailando y tomando y tratando de que no se me desarmara el esqueleto! (Ríe de sí misma, estridentemente.) Creo que envejecí un poco. (Un silencio breve.) Confieso que no es tan horrible, después de todo. Siempre pensé que sería peor. Claro que una se cansa y se cansa hasta de caminar... (LEOPOLDO y MARTA la contemplan. Están tensos, consternados.) Querida, mi amor, sacame el vestido. MARTA.- ¡Con mucho gusto! ABUELA.- (A LEOPOLDO.) ¡Es un ángel, Leopoldo! Cuidala, cuidala mucho. Los ángeles vienen una sola vez a llamar a nuestra puerta... y si se van no vuelven nunca. (Con voz muy triste.) ¡Son tan rencorosos! MARTA.- ¿No la lastimo? ABUELA.- ¡Ojalá lo hicieras! ¡Ojalá alguien me lastimara! (Ríe con histeria.) Fíjate, mi vida, Leopoldito... si hay ginebra o ron o caña... o alcohol de quemar. Cualquier cosa. LEOPOLDO.- (Obedeciendo.) Algo queda. ABUELA.- (Divertida.) ¿De alcohol de quemar? LEOPOLDO.- De ron. ABUELA.- ¡Ron! ¡Qué feliz me hace esa palabra! ¡Ay! Estoy molida... (LEOPOLDO le ofrece un vaso de ron.) Gracias, mi amor. Y traeme la botella. LEOPOLDO.- Sería mejor que te acostaras. ABUELA.- ¡No me mandes a la cama siempre que me siento muy, pero muy viva! (Un silencio.) A pesar de todo... sí, estoy segura. ¡Me siento contenta! LEOPOLDO.- A tu edad no te convienen estas francachelas. ABUELA.- (Se dirige al bar y se apodera de la botella.) A mi edad lo único que conviene es morirse. (Patética.) Pero para eso hay que esperar. Cuando se trata de una persona como yo hay que esperar. ¡Soy tan cobarde! (Pausa. A MARTA.) Vení, mi amor. (MARTA se acerca.) Contame cómo marcha todo. MARTA.- ¿Todo? ABUELA.- Bueno, la felicidad. ¿O no sos feliz? (Contempla a LEOPOLDO.) Es hermoso ¿verdad? ¡Y tan parecido al padre! LEOPOLDO.- (Con odio.) Entonces soy muy hermoso ¿no es cierto? ABUELA.- (Riendo con angustia.) ¡Cómo me detesta! (A MARTA.) ¿Y sabés por qué? Yo amé al padre, al marido de mi hija... (Elevando la voz.) ¿No lo sabías, verdad? MARTA.- No. ABUELA.- No creas que me conformé con amarle. También me acosté con él. (Un silencio breve.) ¿En serio? ¿No lo sabías? MARTA.- (Tensa, turbada, musitando apenas.) Juro que no. ABUELA.- Él no te cuenta nada. MARTA.- Más o menos. ABUELA.- Sé que no te cuenta nada. ¿Y sabés por qué? (Con angustia.) Se avergüenza de nosotros. ¡Se avergüenza de sí mismo! (Gritando, a punto de llorar.) ¡Como si hubiera alguien que no debiera avergonzarse de estar vivo sin acabar con tanta inmundicia! (Llora. La bebida, los recuerdos y los remordimientos la oprimen.) LEOPOLDO.- (Terminante, a MARTA.) ¡Vamos! ABUELA.- (Como una fiera, adquiriendo de pronto una especie de energía salvaje.) ¿Adónde? LEOPOLDO.- ¡A mi cuarto! ABUELA.- (Interfiriéndoles el paso.) ¡No! LEOPOLDO.- (A MARTA.) ¡Vamos, dije! ABUELA.- (Amenazadora. Con voz gutural, sufrida y opaca.) ¡No vas a ir a tu cuarto! ¡Aquí nadie tiene cuarto! (Gritando.) ¡Aquí vivimos juntos! LEOPOLDO.- (También amenazador.) Dejanos pasar. ABUELA.- ¿Qué tiene ese cuarto de especial? LEOPOLDO.- (Recalcando.) Es mi hogar. ABUELA.- ¡Su hogar! (Ríe a carcajadas.) ¡Oíganlo! ¡Como si el hogar fuera una iglesia! (Con asco y odio.) Y sólo es un chiquero inhabitable. LEOPOLDO.- ¡No me interesan tus opiniones! ABUELA.- (Sin responderle.) ¡Un chiquero que todos queremos convertir en templo! LEOPOLDO.- (Gritando.) ¡Vamos, Marta! ABUELA.- (Frenética. Subiendo la voz. Persiguiéndolo.) ¡Como si un templo pudiese estar lleno de estiércol! (LEOPOLDO toma a MARTA de la mano e intenta correr, pero la ABUELA, cuya agilidad es extraordinaria, corre también y se interpone entre ambos, parándose delante de la puerta.) ¡No vas a impedir que la muchacha nos quiera! ¡No vas a seguir humillándonos como si fuéramos gusanos! ¡Todo lo que tenés es mío! LEOPOLDO.- (Gritando también.) ¡Te lo devuelvo cuando quieras! ABUELA.- ¡Te lo regalo! LEOPOLDO.- ¡Me lo estás reprochando! ABUELA.- ¡Porque si te das el lujo de no trabajar es gracias a mí! ¡A mí, que me pasé toda la vida rompiéndome el lomo! LEOPOLDO.- (Con burla y odio.) Sí. Tus amigos eran muy pesados... ABUELA.- (Le pega.) ¡Nunca más digas eso! (Hay una extensa pausa. Es una pausa horrible, henchida de tensión y violencia contenida.) LEOPOLDO.- (Amenazador, bajando la voz.) Nunca más me toques. ABUELA.- (Camina por todo el escenario. Parece una fiera enjaulada.) ¡No te permitiré que hables de esa manera del único ser que te ha ayudado! LEOPOLDO.- ¿Vos? ¿Cuándo me ayudaste? ABUELA.- ¡Yo te crié! LEOPOLDO.- ¡Vos me abandonaste! ABUELA.- (Indignada.) ¿Lo oyen? (Con furia.) ¡Jamás dejé de luchar para que comieras todos los días! ¿Qué hiciste vos por mí? LEOPOLDO.- ¿Qué querías que hiciera? Me criaste entre la mugre. ¡No puedo ser mejor que ella! ABUELA.- (Se abalanza sobre él e intenta agredirlo nuevamente.) ¡Inmundicia! LEOPOLDO.- (A MARTA.) ¡Vamos! (Entra con ella a su habitación.) ABUELA.- (Junto a la puerta.) ¡Inmundicia! ¡Inmundicia! Inmundicia... (Llora. Se desmorona lentamente, ovillándose en el piso como un animal.) BEATRIZ.- (Apareciendo.) ¿Qué pasa? ABUELA.- (Sin gritar..) Quiero morirme... BEATRIZ.- (Con angustia.) Mamá... ¡Querida mía! ABUELA.- ¡Mátenme! BEATRIZ.- (Con infinita ternura.) No llores más. (Abrazándola.) No pienses más, no sufras. Yo estoy contigo. ABUELA.- ¡Mátenme! (Se separa bruscamente de Beatriz y se dirige hacia su habitación sollozando y tambaleándose. Beatriz queda a la deriva, angustiada y solitaria. De pronto se acerca impulsivamente a la habitación de Leopoldo y comienza a golpear la puerta con ferocidad mientras la luz cae gradualmente sobre ella.) OSCURIDAD FIN DE LA ESCENA II ESCENA III
La Abuela está aletargada en un sillón. Ha superado el estado etílico. Aún conserva en el rostro huellas de cansancio. Tiene los pies colocados sobre un banquito. Entra Beatriz. Se ha puesto un decadente vestido de fiesta que tuvo esplendor en otra época. Su magnifica belleza contrasta con la decrepitud de la madre. Trae dos tazas de café caliente. BEATRIZ.- (Luego de una pausa.) ¿No vas a preparar nada? El profesor dijo que venía a las seis. ABUELA.- Que venga. BEATRIZ.- Nunca te vi esperarlo con tan poco entusiasmo. ABUELA.- ¿Quién te dijo que lo espero? Estaba pensando en otra cosa. BEATRIZ.- Pero va a venir. ABUELA.- Le semana pasada también iba a venir. BEATRIZ.- No habrá podido. ABUELA.- ¿Y la otra? BEATRIZ.- (Observando minuciosamente el efecto que produce cada una de sus palabras.) Ahora que tiene plata quizá le resultamos menos agradables. ABUELA.- No todos. BEATRIZ.- ¿A qué te referís? ABUELA.- (Con ironía.) ¡Querida! Vos tendrías que saberlo. BEATRIZ.- (Con aparente ingenuidad)¿Yo? ¿Por qué? ABUELA.- Te encargaste de lograr ciertas preferencias. BEATRIZ.- El profesor no me interesa. ABUELA.- (Irónica) ¿No? BEATRIZ.- Lo sabés muy bien. ABUELA.- A vos nada ni nadie te interesa. (Cáustica.) Aparentemente. BEATRIZ.- Si me interesara ya se lo habría demostrado. ABUELA.- En eso consistió tu arte. Pero no hay que reprocharte nada. Le hacés honor a esta familia. Todos tus antepasados fueron farsantes. BEATRIZ.- Los viejos no me gustan. ABUELA.- Pero te gustan más que los jóvenes. BEATRIZ.- ¿Ah sí? ¿Y por qué? ABUELA.- (Punzante.) Son más blandos, más frágiles. Los golpes les duelen más. BEATRIZ.- (Con crueldad.) Lamento que el profesor no guste de vos. ABUELA.- Gracias. Sos muy piadosa. BEATRIZ.- Lo lamento sinceramente. Me gustaría que vivieran juntos. ABUELA.- A lo mejor todavía se cumple tu deseo. (Se levanta y empieza a peinarse frente el espejo.) ¿Quién puede saberlo? BEATRIZ.- (Burlona.) ¿No hay que desesperar, verdad? ABUELA.- No. Hay una larga noche por delante y el profesor es muy solitario. (Lentamente, con cautela.) Hoy, cuando se declare y le digas que no... BEATRIZ.- (Con fingido asombro.) ¿Va a declararse hoy? ABUELA.- Supongo. BEATRIZ.- Gracias por advertírmelo. Ni siquiera lo sospechaba. (Un silencio.) ¿Y se puede saber por qué estás tan segura? Abuela.- Lo presiento. BEATRIZ.- Entonces él irá a pedirte ayuda y vos le dirás: "No se preocupe, profesor. Aquí estoy yo". ABUELA.- Sos muy inteligente. BEATRIZ.- Lástima que no cuentes con la posibilidad de que yo acepte. ABUELA.- Eso no se discute. BEATRIZ.- ¿Por qué? ABUELA.- Porque sos tan... bueno, no importa. BEATRIZ.- (Agresiva.) Decilo nomás. ¿Tan qué? ABUELA.- Tan frígida, tan distante. El calor debe horrorizarte. BEATRIZ.- (Burlona.) El profesor no es muy caliente, que digamos. ¿Tocaste sus manos? ABUELA.- Son bastante más calientes que las tuyas. BEATRIZ.- Eso sí: los ojos, principalmente cuando me miran, son de fuego. ABUELA.- Esa es tu ventaja. Espera que seas su mejor obra. (Corrosiva.) En el fondo el profesor es un poeta: querría destruir ese hielo que sos y transformarlo en algo más vivo. BEATRIZ.- Quizá lo logre. ABUELA.- (Con odio.) ¿Te tienta, verdad? BEATRIZ.- No lo sé aún. ABUELA.- (Remedando su entonación.) ¡No lo sabe aún! BEATRIZ.- Por supuesto. Todo eso depende de cómo me mires y cómo te sienta yo en ese instante. Sos vos y no el profesor quien me interesa. ABUELA.- Nunca pensé que tus viejas tendencias terminarías refiriéndolas a mí. Y lo lamento mucho: no me gustan las mujeres. BEATRIZ.- (Con tristeza.) Estás jugando. ABUELA.- ¡Jugando! ¡Ella dice que estoy jugando! ¡Como si alguien hiciera otra cosa! (Busca bebida.) BEATRIZ.- No hay más. ABUELA.- Hoy quedaba ginebra. BEATRIZ.- Se lo llevaron. ABUELA.- ¿A sí? ¿Quién? BEATRIZ.- El nene. ABUELA.- Veremos por qué y con qué derecho. (Llama a la puerta del cuarto de LEOPOLDO.) LEOPOLDO.- (Desde el cuarto, pues el siguiente diálogo lo mantendrá sin salir.) ¿Que pasa? ABUELA.- ¡Dame la ginebra! LEOPOLDO.- No hay más. ABUELA.- (Agresiva.) ¿Se puede saber por qué?. LEOPOLDO.- Porque la tomé. ABUELA.- ¿Y desde cuándo uno se apodera de las cosas de los demás y hace lo que quiere con ellas? LEOPOLDO.- ¡Quién habla! ABUELA.- (Pateando la puerta con furia.) ¡Esa botella de ginebra es mía! LEOPOLDO.- (Burlón.) Era, querida. Era. ABUELA.- (Gritando.) ¡Nunca más voy a comprar bebida! LEOPOLDO.- Vas a sufrir mucho. ABUELA.- ¡Yo no mantengo vicios! LEOPOLDO.- Sin nada a cambio. ABUELA.- (Furiosa.) No derribo la puerta porque estoy cansada. (LEOPOLDO sube el volumen de la música que está oyendo. La voz de la abuela adquiere tonalidades angustiadas.) ¡No quiere oírme! ¡El cerdo no quiere verme ni oírme! (Con odio.) ¡Pero sigue viviendo aquí! ¡Sigue sacándome todo lo que puede! (Desmoronándose.)¡Qué asco! (Se sienta. Pausa. Beatriz la observa.) ¿Por qué, Dios mío, casi toda la gente es ten fea? Será mejor que hoy no venga nadie. Ni siquiera ese viejo enigmático. BEATRIZ.- Sospecho que hoy te importa más que nunca. ABUELA.- Hoy sólo me gustaría herirlo. BEATRIZ.- Yo podría ayudarte. ABUELA.- (Con ironía.) Veo que me querés mucho. BEATRIZ.- Más de lo que imaginás. Pero nunca vas a reconocerlo. ABUELA.- (Con angustia.) No sé... (Camina de manera irregular, como si estuviese desorientada.) No sé lo que quiero... (Con ternura.) ¿Lo imaginás durmiendo en esa cama? (Patética.) ¿Cómo luciría yo sirviéndole el desayuno y diciéndole "querido"? BEATRIZ.- (Áspera, con sadismo.) Muy hermosa, siempre que el desayuno se lo sirvas durante la noche, cuando no se te vea el verdadero rostro. ABUELA.- (Desolada.) ¿Por qué serás tan maligna? BEATRIZ.- (Con furia.) ¡Darías asco! (Se levanta y transporta la bandeja a la cocina.) ABUELA.- ¡Lo recibiste siempre vestida como una monja y justo hoy, que estoy desarreglada, parecés una reina! BEATRIZ.- Vamos a terminar con todo esto ¿verdad, mamá? ¡Vamos a ahuyentar a este ridículo viejo! ¡Vamos a matarlo de una vez por todas! ABUELA.- ¡No te dejaré! BEATRIZ.- (Sale de la cocina y se para junto a la puerta de ésta.) No sufras, mamá. Yo no te abandonaré nunca. (Con angustia, sin levantar la voz, hablando lentamente.) Si rechazás mi amor yo sí que no seré nada. ABUELA.- (Suplicante.) ¡No me lo quites! ¡Sos tan hermosa! BEATRIZ.- De nada me sirve ser hermosa. Nunca me sirvió de nada. Por eso voy a arrancar a ese viejo marica de tu vida. ABUELA.- ¡No quiero oírte! (Suena el timbre.) BEATRIZ.- Nunca quisiste oírme. ¡Pero tendrás que hacerlo! ABUELA.- (Se tapa los oídos con las manos y se aleja tambaleándose hacia su cuarto.) ¡No quiero! ¡No quiero! (Suena el timbre otra vez.) BEATRIZ.- (Con resentimiento.) Todos tendrán que oírme. (Se dirige hasta la puerta y la abre.) PROFESOR.- Buenas tardes. (Aparece portando un ramo de flores.) BEATRIZ.- Pase, profesor. Mamá vendrá enseguida. (Pausa. Hay cierta tensión.) Siéntese, por favor. PROFESOR.- Gracias. (Se sienta.) BEATRIZ.- ¿Se había perdido? PROFESOR.- El nuevo libro me absorbe mucho. BEATRIZ.- ¿Ya lo empezó? PROFESOR.- Hace unos días. Bueno, en realidad empecé los bocetos. No soy un autor prolífico y vivo soñando con la gran obra que nunca escribiré. En ese sentido me miento a mí mismo más que a los demás. (Le entrega las flores.) Son para usted. BEATRIZ.- ¿Para mí? Bueno, no sé cómo agradecerlas. PROFESOR- No se preocupe. (BEATRIZ toma las flores y las coloca en cualquier lugar. Pausa.) ¿Y Leopoldo? BEATRIZ.- Está en su cuarto. PROFESOR.- ¿Con la chica?. BEATRIZ.- (Burlona.) Sí. Con la chica. (Pausa extraña, inquietante.) PROFESOR.- ¡Qué frío insoportable! BEATRIZ.- Odioso. PROFESOR.- ¿Observó además que los lunes siempre hay humedad? BEATRIZ.- (Irónica.) No lo había notado. PROFESOR.- Parece increíble. Desde que empezó el invierno sólo los lunes se me hinchan los pies. BEATRIZ.- El tiempo suele ser arbitrario. PROFESOR.- Más que arbitrario: premeditado, maligno. (Silencio.) BEATRIZ.- ¿Ya se mudó al apartamento? PROFESOR- Ayer. BEATRIZ.- Estará contento. PROFESOR.- Sí. Me gusta mucho la Avenida del Libertador. Pero el apartamento es un poco triste. BEATRIZ.- Todos los lugares son tristes, profesor. PROFESOR.- Depende de quien los habite. Desde que perdí a mamá yo no puedo vivir cómodo en ningún lugar. Algún día entenderá lo que siento. BEATRIZ.- ¡No se preocupe. Yo voy a morirme antes que mi madre, si Dios quiere. (Cambiando bruscamente de tema). ¿Quiere oír música? PROFESOR.- No. Prefiero contemplarla a usted. (BEATRIZ ríe con burla.) Hoy está más hermosa que nunca. BEATRIZ.- Gracias. PROFESOR.- Ese color le sienta maravillosamente bien. BEATRIZ.- Eso dicen. PROFESOR.- ¿Quiénes? BEATRIZ.- Bueno, eso dijeron alguna vez. PROFESOR.- Comprendo. (Pausa.) BEATRIZ.- Profesor: nunca le he dado las gracias por todas sus amabilidades. PROFESOR.- ¡Oh! Por favor... ¡Por favor! BEATRIZ.- Ha sido muy bueno acompañándonos siempre. PROFESOR.- (Con sincera emoción) ¡Señorita Beatriz! BEATRIZ.- (Disfrutando con la representación de cierta forma del patetismo.) Vivimos muy solas, cada día que pasa más solas. Con Marta y Leopoldo ya no se puede contar; y mamá, pobre mamá, necesita mucha compañía. PROFESOR.- Ya lo sé. BEATRIZ.- Jamás sería feliz si viviera sola conmigo. (Con rencor.) Nunca podré bastarle. PROFESOR.- Es una mujer muy ardiente y vital. BEATRIZ.- Demasiado para su edad. (Esotérica. Bajando la voz.) Profesor... PROFESOR.- ¿Le ocurre algo? BEATRIZ.- ¡Quiero decirle tantas cosas! Pero no me atrevo. PROFESOR.- (Con ardor y ternura.) ¡Atrévase! Confíe en mí. (Le toma la mano.) Soy su amigo. ¿Algo le preocupa? BEATRIZ.- No sé cómo me atrevo a decirle que lo encuentro... adorable. PROFESOR.- (Paternal.) Yo también a usted, y a su señora madre, y al joven Leopoldo. BEATRIZ.- (Interrumpiéndolo y reprochándole con fingida ternura.) Yo lo encuentro más adorable que a nadie, profesor. PROFESOR.- Gracias. (Se inclina.) Usted es exquisita. BEATRIZ.- (Siempre fingiendo.) ¡Si hubiese encontrado antes a un hombre como usted! PROFESOR.- No lo lamente. (Con tristeza.) Soy bueno pero algo inservible y demasiado romántico para el mundo actual. Pero si todas las mujeres fueran como usted yo tampoco viviría solo. (Breve silencio.) ¿Puedo confesarle algo que nunca me atreví a decirle? Usted me recuerda mucho a mi madre: los mismos gestos, el mismo temperamento, el mismo timbre de voz. (Con tristeza.) Después de morir ella quedé muy confuso y perdido. BEATRIZ.- (Aparentando enorme interés.)¿Nunca encontró a nadie que lo comprendiera? PROFESOR.- Sí. Fue hace mucho tiempo, antes de que ella muriera. Pero aquello no pudo ser. BEATRIZ.- ¿Por qué? PROFESOR.- Convenciones, prejuicios, viejas historias. ¿A quién puede importarle ahora? A esta altura, y sinceramente ya no interesa. Soy un viejo. Y porque siempre me enamoro de los jóvenes tengo mucho cuidado en ocultar mi amor. (Besa la frente de BEATRIZ impulsivamente. En ese preciso instante entra la ABUELA y contempla la escena.) ABUELA.- (Ofuscada pero tratando de disimularlo.) Perdón... Lamento haber presenciado esta inesperada escena de amor. (Exclama con angustia, como si estuviese mortalmente herida.) ¡Pero soy muy feliz! (Se desmorona llorando. El PROFESOR está estupefacto. BEATRIZ disfruta y sufre al mismo tiempo.) Muy feliz. BEATRIZ.- No se preocupe, profesor. Ella debe aprender a no ilusionarse demasiado. PROFESOR.- Lamento haber causado con un gesto inofensivo... BEATRIZ.- (Interrumpiéndole.) No lo lamente. Le ha hecho bien y me ha hecho mal. (Autoritaria. Con voz impersonal.) ¿Por qué llorás, mamá? ABUELA.- (Al Profesor.) Perdóneme mi aspecto, profesor. Es la primera vez que me ve así, tan descuidada...Y no me gusta llorar delante de extraños. PROFESOR.- (Con ternura.) No me considere extraño. ABUELA.- (Ásperamente.) ¡Lo es! ¡Igual que todo el mundo! ¡Igual que toda esa gente que anda por ahí! PROFESOR.- ¿Cómo puede decir eso? ABUELA.- ¿Por qué no se van ahora? BEATRIZ.- (Irónica.) ¿Te molestamos? ABUELA.- Sí. Me gustaría verlos bien lejos de mí. (Patética, suplicante.) ¡Pero quisiera tener otro nieto, profesor... ¡Y pronto! PROFESOR.- (Desconcertado.) No comprendo. BEATRIZ.- (Al Profesor.) No se preocupe. A veces delira. ABUELA.- (Sumida en una especie de trance.) Para levantarlo en brazos y pedirle ayuda... BEATRIZ.- (Con angustia.) Yo la amo y rechaza mi amor. Pero se empecina en soñar, profesor. ABUELA.- (Con odio y furia.) ¡Ella me ama! ¡Pero quiere verme muerta para amarme más! (Acercándose al Profesor.)¡Lléveme con usted! PROFESOR.- (Estupefacto.) Señora... Yo... ABUELA.- (Intensa, siempre suplicante.) Lléveme a algún lugar donde no haya nadie, donde pueda dormir y no pensar y pedirle perdón a no sé quién... y no sentir nada... y no ser nada. PROFESOR.- (Con piedad.) ¡Pobre señora! BEATRIZ.- (Al Profesor.) Discúlpela. Cuando no está borracha no se soporta. Se ha pasado la vida haciendo daño y por eso se siente así. ABUELA.- (Al Profesor.) Ella está enferma... ¡Enferma y loca como todos aquí! ¡Enferma y loca como todo el mundo! (Como si obedeciera a un impulso salvaje.) ¡Leopoldo! ¿Dónde estás? BEATRIZ.- (Siempre al profesor.) Mírela. Vea cómo se estrella contra la misma pared. ABUELA.- (Se detiene frente a la puerta de la habitación de LEOPOLDO. Extiende los brazos sobre ella. Parece crucificada.) Leopoldo, hijo mío, te pido perdón... Porque me acosté con tu padre y no me arrepiento... y porque no fui para vos lo que debí ser... y porque no supe lograr de Beatriz lo que debía... (Sollozando casi.) Me pasé la vida ensuciándome... y envileciéndome... y matando todos los recuerdos para creer que nunca viví. (Llama a la puerta con desesperación.) ¡Leopoldo! PROFESOR.- (Hondamente afligido.) ¡Señora! BEATRIZ.- No se preocupe. Ahora él la insultará. LEOPOLDO.- (Abriendo la puerta) ¿Qué querés? Abuela.- ¡Hijo mío! (Intenta abrazarlo.) LEOPOLDO.- (La rechaza con asco y cierra la puerta.) ¡Dejame tranquilo, vieja loca! ABUELA.- ¡Qué hermoso es! BEATRIZ.- Tenés setenta y nueve años, mamá. ABUELA.- ¡No es verdad! BEATRIZ.- Él es joven y tiene toda la vida por delante. (Al Profesor.) ¿De qué le sirve ese amor, profesor, si además él la odia.? ABUELA.- (Tapándose los oídos.) ¡No quiero oírla! BEATRIZ.- (Siempre hablándole al Profesor.) Una noche ella se metió en su cama... ABUELA.- ¡No le crea! BEATRIZ.- (Con angustia.) ¡Él la sacó a patadas del cuarto! ¡La echó de la casa y la obligó a dormir toda la noche en el jardín! ¡Y ella todavía lo ama! ¿Merece su piedad, profesor? ABUELA.- ( A Beatriz, sin gritar. Con odio.) ¡Mugre! BEATRIZ.- Pobre mamá. ABUELA.- (Subiendo la voz.)¡ Mugre! BEATRIZ.- (Irónica.) Pobre, pobre mamá. (La Abuela le pega. Pausa muy tensa.) Yo se lo soporto todo, profesor. Siempre lo hice. ABUELA.- (Sollozando.) ¡Sáquela de aquí! ¡Se pasó la vida arrodillada ante mí y ahora se lo lleva a usted, con quien me sentía tan a gusto, a quien yo amaba.! (Con odio.) ¡Pero va a dejarlo y va a volver! (Gritando.) ¡Si por lo menos regresara convertida en un gusano volvería como es! ¡Y moriría como merece! (Ferozmente.) ¡Fuera los dos! PROFESOR.- (Muy turbado.) Creo que interpretó mal, señora. No siento por Beatriz nada más que tierno afecto. El mismo que siento por usted y por su nieto. Nunca tuve el propósito de alejarla de esta casa. ABUELA.- ¿Entonces... no es verdad? PROFESOR.- Se lo juro. ABUELA.- Cuando entré... PROFESOR.- (La interrumpe.) La besaba en la frente. Era una manera de expresarle gratitud por algo que me dijo. BEATRIZ.- El profesor es un "poeta", mamá. ABUELA.- (Con profunda angustia.) ¡Dios mío! PROFESOR.- Es más. Hoy vine a su casa para decirle que inicio mañana un largo viaje. Voy a ir a España y a Francia, los dos países que siempre quise conocer. Veré si allí encuentro editores para estas obras de filosofía que aquí nadie publica. (Con tristeza.) También cumpliré con un viejo sueño de mi madre, que en paz descanse. "Cuando yo muera, Georgie, quiero que conozcas España, la tierra de tus abuelos", me decía siempre. No me iré por mucho tiempo. Pero cuando regrese vendré a verla. Y tendré el gusto de invitarla a comer en mi nueva casa. ABUELA.- (Con voz plañidera.) Qué pena, profesor, que se vaya así, de pronto... (Solloza. Pausa muy extensa. El Profesor y Beatriz permanecen silenciosos. La luz empieza a declinar.) Beatriz... BEATRIZ.- ¿Sí, mamá? ABUELA.- (Con mucha ternura.) Debemos brindar por la suerte de alguien que parte. Alguien muy querido que se va. BEATRIZ.- No hay más bebida, mamá. ABUELA.- Traé agua, querida. (Ironizando.) ¿O acaso no es más sana que el alcohol? (BEATRIZ sale y regresa después con el agua.) ¡Le deseo tanta suerte, profesor! (Patética.) ¡Y siento tanta vergüenza.! PROFESOR.- (Emocionado.) Les debo horas muy felices, señora. ¿Cómo podré pagárselas? ABUELA.- (Con voz muy triste.) No se preocupe por eso. No se preocupe por nada de eso... (Se oyen risas que provienen de la habitación de LEOPOLDO.) PROFESOR.- Deberíamos pedirle a Leopoldo que venga. Quisiera despedirme. BEATRIZ.- (Entra con un jarro de agua. Con perfidia.) Olvídese de Rodolfo, profesor. Nunca le dará lo que usted necesita. Hace tiempo que quería decirle eso. (Las risas se acrecientan. Con voz sombría.) ¿Oye? Juegan. Por ahora. Hasta que el juego se termine. ABUELA.- (Con honda tristeza.) Déjenlos jugar mientras puedan... ¡Protejan sus juegos! (La luz ha caído casi totalmente. Se oye una melodía suave, melancólica, desgarrada.) Brindo por usted, profesor, y por la noche que empieza, y por todo lo que sería bueno, dulce y eterno... si algo bueno y dulce y eterno pudiera nacer. (Con el vaso levantado.) ¡Si pudiera! Oscuridad total. |
obra de Ricardo Prieto
Escrita en
Montevideo, 1971
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