Danubio azul
Drama
Autor: Ricardo Prieto

Estrenada por el "Teatro de la Gaviota" el 22 de mayo de 1989 en el Teatro Stella. Elenco: Marisa Paz, Miriam Mastalli, Martín Berisso, Gabriel Felicini, Ana María Cabezas y Julio Vignolo. Iluminación: Sergio del Cioppo. Dirección Carlos Aguilera.

Estrenada en 1989 en Asunción, Paraguay, en el marco del Primer Festival Teatral Latinoamericano con participación de Argentina, Brasil, Chile, Venezuela y Paraguay En esa oportunidad la actriz Marisa Paz fue sustituida por Violeta Amoretti..

Estrenada por el grupo " Abrochagorda" (con el auspicio del Ministerio de Cultura de la Intendencia de Artigas), el 19 de junio de 1998 en el Auditorio Municipal de la ciudad de Artigas. Elenco: Margarita Grondona, Gisella Benedetti, Marnie de Avila, Miguel Silveira, Nelson D. Benedetti, David Pascual, Julio César Díaz y Andrés y Alejandro Lemos. Asistente deirección: Mercedes Brazeiro. Dirección: Mirtha Cazet.

Estrenada por Casa de Comedias y Alexis Savia Producciones el 21 de septiembre de 2001 en la sala del MEC. Elenco: Elena Zuasti, Verónica Picabea, Cecilia Patrón, Walter Berrutti, Alexis Savia y Mateo Chiarino. Dirección de Arte: Cristina Cruzado. Ambientación sonora: Alberto Leirós. Luces: Carlos Rodríguez Navarro. Asistente de dirección: Rosario Siciliano. Dirección. Elena Zuasti.

El escenario está a oscuras. Entra Laura, quien viene de la calle. Camina con sigilo por la sala, se acerca a las puertas de los respectivos dormitorios y pega el oído a ellas. Después regresa hasta la entrada de la casa y le hace una seña a alguien que está fuera. Aparece un muchacho. La oscuridad no permite advertir bien sus rasgos. Se acerca a Laura, la abraza, la desviste. Se recuestan sobre la pared próxima a la puerta de entrada y empiezan un acoplamiento frenético. De pronto, él la empuja hacia un sillón y tira al piso sin querer un reloj de mesa. A partir de ese momento ocurren varias cosas: se enciende la luz en el cuarto de Amelia, el muchacho se sube el pantalón y huye. Entra Amelia y enciende la luz de la sala.

Amelia: ¿Otra vez con tipos aquí?

Laura: No vine con ningún tipo.

Amelia: ¿Qué era ese ruido entonces? ¿Y esa ropa toda desarreglada?

Laura: Me caí.

Amelia: ¡Te caíste! Mirá: si yo fuera tu madre no te dejaba entrar más a esta casa. Estoy harta de cochinadas. (Levanta el reloj.) Los vecinos hablan. Ya estamos en la boca de todo el mundo. Y nadie puede dormir tranquilo teniendo extraños bajo techo. ¿Qué clase de gente traés aquí?

Laura: No traje a nadie.

Amelia: No mientas. ¿Qué estabas haciendo sin corpiño en el living?

Laura: Bueno, está bien. Vine con alguien.

Amelia: ¿Quién era?

Laura: Un amigo.

Amelia: ¿De esos que levantás por la calle, como si fueras una yira?

Laura: No insultes.

Amelia: ¿Quién te enseñó esta forma de vida?

Laura: No pudras, estoy cansada. (Bosteza.)

Amelia: Más me canso yo de ver en qué te estás convirtiendo. ¿Dónde se ha visto traer hombres desconocidos a la propia casa?

Laura: No era un desconocido. Era Juan.

Amelia: Juan y Pedro y todos los demás son la misma cosa. Nunca vienen cuando es de día, así que no deben ser trigo limpio.

Laura: No. El único trigo limpio que conozco sos vos.

Amelia:. Sin duda. Soy una mujer decente. Yo no ando con anticonceptivos en la cartera, como vos.

Laura: (Burlona.) Por supuesto. ¿Para qué los querrías? Además, yo ando con condones, querida. (Saca preservativos de la cartera y los tira sobre la mesa.) Son más sanos.

Amelia: (Furiosa.) ¡Sacá esa porquería de ahí! Y no sigas burlándote de mí porque te voy a dar un sopapo.

Laura: Bueno, che.

Amelia: ¡Si tu padre supiese! Y es una lástima que tu madre no haya venido, porque si estuviera...

Laura: ¿Tan tarde y no llegó? (Cáustica.) ¿Qué estará haciendo por ahí? ¿Jugando a las novias?

Amelia: Tené un poco de respeto.

Laura: (Abre la puerta del cuarto de Luis.) ¿Y el nene tampoco llegó?

Amelia: Esto se tiene que terminar, Laura.

Laura: Sí, y ojalá se termine bien pronto porque estoy muerta de aburrimiento. Cerraría los ojos para no ver nada más y me quedaría quieta ahí, como un perro.

Amelia: Estás borracha.

Laura: Sólo tomé algunas copitas.

Amelia: ¡Algunas copitas! Tomaste diez damajuanas de vino por lo menos.

Laura: Cuando me invitan sólo tomo whisky. Cuando pago yo me conformo con cualquier porquería más barata que el vino.

Amelia: Lo que toman los malandrines.

Laura: Está bien. Pensá lo que quieras. Pero no me llenes las que te dije. (Va hacia la cocina.)

Amelia: ¡Te felicito por el lenguaje! ¿Y qué vas a hacer en la cocina?

Laura: Voy a tomar una aspirina. Me duele la cabeza.

Amelia: Mirá qué facha. ¿Ese es un vestido para ponerse?

Laura: Estoy correctamente vestida.

Amelia: ¿Con el ombligo afuera?

Laura: Es práctico.

Amelia: Hasta que algún día encuentres con uno de esos degenerados que andan por ahí, te meta en algún rancho y te viole con toda su mafia.

Laura: Mientras no me violen aquí. Vos serías capaz de aguarles la fiesta.

Amelia: De aquí te voy a sacar cortita si seguís trayendo a esa gentuza.

Laura: Serán gentuza, pero saben cómo coger a una mujer.

Laura: En mis tiempos, y a tu edad, mi abuela me hubiera matado si decía una cosa así. Las muchachas éramos respetuosas.

Laura: Y las abuelas unas frígidas.

Amelia: Tomalo en broma nomás.

Laura: Estoy harta de tus tiempos, de las señoritas vírgenes y del encaje lleno de mugre. Estoy harta de todo. (Va hacia el aparador y empieza a buscar plata.)

Amelia: ¿Qué estás buscando?

Laura: Plata. Me olvidé de comprar cigarrillos.

Amelia: ¿Y dónde vas a encontrar cigarrillos a esta hora?

Laura: En la esquina hay un bar abierto.

Amelia: Mejor andá a la cama. Tenés que ir a trabajar a las nueve.

Laura: Hoy no voy a trabajar.

Amelia: ¿Vas a faltar otra vez?

Laura: Sí, quiero descansar.

Amelia: ¿Y cómo no vas a tener ganas de descansar si te pasaste de juerga toda la noche?

Laura: ¿Dónde está la plata?

Amelia: No sigas buscando ahí. Saqué todas las monedas.

Laura: Entonces le robaré cigarrillos a la doña.

Amelia: No le saques más cigarrillos a tu madre.

Laura: ¿Qué querés que haga? ¿Que me fume el dedo?

Amelia: Aguantate. Y mañana andá a trabajar. Porque si esto sigue así...

Laura: ¡No jodas! (Entra al cuarto de la madre. Pausa. Regresa a la sala.)

Amelia: Si esto sigue así nos vamos a hundir. Tu madre ya no puede más.

Laura: Pobrecita la sacrificada.

Amelia: Hace mucho tiempo que todo depende de ella.

Laura: ¿Y qué querés que haga? ¿Que la ayude más?

Amelia: ¿En qué la ayudás?

Laura: Pago la luz y el agua de esta covacha.

Amelia: Pero ella y yo pagamos el resto.

Laura: Lo que gano apenas si me alcanza.

Amelia: No te alcanza para gastártelo por ahí, decí mejor.

Laura: (Burlona.) Sí, gasto tanta plata fumando cigarrillos de porquería y tomando grapa.

Amelia: Yo no fumo ni tomo grapa pero se me va toda la jubilación en esta casa.

Laura: ¿Así que es eso lo que te duele?

Amelia: ¿A vos no te molestaría?

Laura: Nadie te manda quedarte aquí.

Amelia: Mirá, si no fuera porque yo estoy aquí...

Laura: (La interrumpe.) No empieces a contar la historia de siempre. Ya sé que lavás, planchás y limpiás la cocina. Pero yo no te mando hacerlo.

Amelia: Si no lo hago yo...

Laura: (La interrumpe de nuevo.) Lo haría otro. Nadie es imprescindible. Además, si no vivieras aquí tendrías que pagar un alquiler en otro lado.

Amelia: Me sale caro no pagar alquiler.

Laura: Sí, tenés razón. (Bosteza.) Bueno, no hagas ruido. Voy a atorrar hasta el mediodía. (Entra a su cuarto.)

Amelia: ¡A atorrar! ¡Qué palabra! ¡Andá a atorrar nomás! ¡Si el padre supiera! (Entra Blanca. Es una atractiva mujer de cuarenta y tantos años sensible y refinada. A pesar de esto se advierte en ella una fuerte personalidad, no poca fortaleza y cierta tendencia a la exasperación.)

Blanca: ¿Qué hacés levantada a esta hora?

Amelia: Estaba durmiendo, pero llegó la "nena" y tiró un reloj al piso.

Blanca: Otra vez borracha.

Amelia: ¿Y lo decís así nomás?

Blanca: ¿Cómo querés que lo diga? Ya no puedo con ellos.

Amelia: Si yo fuera vos...

Blanca: (La interrumpe.) No empieces de nuevo, mamá. Sabés que no hay nada que hacer. Me superan. Además, hoy estoy muy cansada.

Amelia: Ese es tu problema: siempre que llegás aquí estás cansada. Y ellos hacen lo que quieren. Había venido con alguien.

Blanca: ¿Con quién?

Amelia: Qué sé yo con quién. Pero aquí había un extraño.

Blanca: Ojalá fuera un buen muchacho.

Amelia: ¿Así que lo único que te importa es que sea un buen muchacho? Tu hija no estudia, se acuesta todos los días con un tipo diferente y la echan de todos los empleos y a vos no te interesa. ¿Hasta cuándo vas a permitir esto?

Blanca: Hasta que deje de trabajar menos afuera.

Amelia: ¿Y cómo vas a hacer para trabajar menos afuera si estás por abrir un negocio?

Blanca: Veremos si pongo el negocio. Primero tengo que lograr que Guillermo me preste la plata. Si puedo vencer el amarretismo que tiene, terminaré de hacer horas extras en la oficina y podré ocuparme un poco más de esto.

Amelia: ¿Querés que te diga la verdad? Esto no tiene arreglo. Y yo me estoy enfermando.

Blanca: No te hagas mala sangre.

Amelia: ¿Que no me haga mala sangre? ¡Un día de estos va a meter aquí una banda de delincuentes y nos van a robar todo!

Blanca: Calmate, mamá. Me voy a acostar. Estoy liquidada.

Amelia: Luis no vino.

Blanca: ¿Y qué querés que haga? ¿Que lo vaya a buscar?

Amelia: Hace tres días que no duerme aquí.

Blanca: Sí, sí. Hasta mañana, mamá.

Amelia: Mañana hay que pagar la luz.

Blanca: Veremos.

Amelia: No me digas veremos. Debemos dos meses y la UTE no perdona.

Blanca: (Molesta.) Por favor, mamá. Estoy molida. Hasta mañana. (Entra a su cuarto. Amelia se sienta. Su rostro denota preocupación y tristeza. La luz declina.)

Oscuridad total

Escena II

El dormitorio de Blanca. Ella se está vistiendo después de haberse acostado con Guillermo. Este es un hombre maduro, escéptico y burlón. Es evidente que está unido a Blanca por un vínculo casi exclusivamente sensual.

Guillermo: ¿Alguien te está esperando?

Blanca: No. ¿Por qué?

Guillermo: Me extraña que ya te estés vistiendo.

Blanca: Tengo ganas de salir a la calle.

Guillermo: (Burlón.) ¿Soy tan deprimente? (Blanca no responde.) Pregunté si soy tan deprimente.

Blanca: (Irónica.) No, por supuesto que no. Como vas a ser deprimente vos.

Guillermo: No sé qué pasa. (Pausa.) Dame un cigarrillo. (Ella le acerca la cala, lo invita y después se sirve uno.) Vení. (Blanca no se mueve.) Te pedí que vengas. (Ella está a punto de no ir pero obedece. Él la recuesta sobre la cama.) Vamos, hablá. ¿Qué pasa?

Blanca: No me pasa nada.

Guillermo: ¿Hice algo mal?

Blanca: (Irónica.) Vos nunca hacés nada mal.

Guillermo. Y dale con la ironía.

Blana: ¿Qué querés que diga? ¿Qué hacés todo mal? (Guillermo se ríe. Ella se aleja. Está enojada.) ¡No te rías!

Guillermo: Vení.

Blanca: Tengo que volver al trabajo y vos tenés que encontrarte con tu mujer.

Guillermo: ¿Conque es eso?

Blanca: Sí, es eso. Estoy harta de oírte hablar de ella y de las enfermedades de los nenes y de los problemas que tenés con tu suegra. Ya no soporto más que me cuentes todos los melodramas que ocurren en la oficina. ¡Quién creés que soy yo? ¿La Madre Teresa?

Guillermo: Pensé que éramos amigos y que...

Blanca: (Lo interrumpe.) No somos amigos.

Guillermo: ¿Entonces qué somos?(Silencio.) Vamos, decilo.

Blanca: Amantes.

Guillermo: (Mientras empieza a vestirse.) Si no somos amigos y sólo somos amantes supongo que querrás un regalito semanal, que te mande flores o bombones.

Blanca: No quiero regalos. Quiero algo más concreto.

Guillermo: ¿Más concreto que esto?

Blanca: Esto podría hacerlo con cualquiera. Es muy fácil venir a mi apartamento una o dos veces a la semana cuando mamá sale y mis hijos no están. Después del asunto tomás una copa y a otra cosa. (Con burlona tristeza.) ¿La vida es fácil, verdad? (Después de una brusca transición.) Pero también es breve y no estoy dispuesta a desperdiciarla así.

Guillermo: El "asunto", como vos decís, ya dura tres años.

Blanca: Pero es sólo un asunto.(Un silencio.) ¿O no?

Guillermo: Vos sabrás.

Blanca: No me digas "vos sabrás". Me cansé de ser tu paño de lágrimas. Yo también existo, tanto como vos, como tu mujer y como tus hijos. Además, yo también tengo hijos.

Guillermo: ¿Qué querés decir?

Blanca: Que tengo necesidades.

Guillermo: Ah, la cosa venía por ahí.

Blanca: ¿Qué? ¿Cómo?

Guillermo: (Burlón.) Se trata de tus necesidades.

Blanca: Son tan importantes como las tuyas ¿verdad?

Guillermo: Por supuesto.

Blanca: Sin embargo, no te importa qué le pasa a la mujer que se acuesta contigo dos veces a la semana desde hace tres años. Si esto dura, bueno, vos sabés, se debe a que...

Guillermo: Dale, terminá. ¿A qué se debe?

Blanca: Prefiero callarme.

Guillermo: Está bien. (Un silencio.) ¿Qué problemas tenés? (Otro silencio.) Vamos, decilo.

Blanca: Deberías saber cuáles son mis problemas.

Guillermo: Te dije mil veces que no puedo dejar a mi mujer. Hay intereses comunes y una vida en común y...

Blanca: (Lo interrumpe.) ¡No me hables más de tu mujer! Por favor. Sé bien que no podés dejarla. Ya me convencí de eso y hasta logro creer que no me importa. Pero no la menciones más. (Breve silencio.) Yo hablaba de otras cosas.

Guillermo:. ¿Qué cosas? ¿Verme más?

Blanca: No, no es eso. Bueno, eso también. Pero no me refería sólo a vernos. Hace tres meses que te estoy hablando del negocio.

Guillermo: ¡Ese es un negocio estúpido!

Blanca: Para mí no es estúpido y voy a abrirlo.

Guillermo: Abrilo, yo no te lo impediré.

Blanca: ¿Con qué plata?

Guillermo: Qué sé yo.

Blanca: (Lo remeda.) "¡Qué sé yo!" Sabés bien que vivo de un sueldo, tengo dos hijos y...

Guillermo: (La interrumpe.) ¿Qué es lo que querés? ¿Plata? No tengo. Mi presupuesto es infernal.

Blanca: Necesito que me salgas de garantía para alquilar el local. Además quiero seis mil dólares.

Guillermo: ¡Seis mil dólares? Vos estás loca.

Blanca:. ¡Tampoco podés salirme de garantía?

Guillermo: Eso sí, quizá pueda hacerlo.

Blanca: ¡Tenés una propiedad, no?

Guillermo: Sí, sí.

Blanca: Entonces podés hacerlo.

Guillermo: Está bien: puedo hacerlo. Pero no me pidas plata porque no la tengo.

Blanca: La tenés, Guillermo.

Guillermo: No puedo disponer de ella. Es lo mismo que si no la tuviera.

Blanca: No querés hacerlo por mí.

Guillermo: (Exasperada.)¡No puedo prestarte plata para que pongas un negocio de mierda!

Blanca: (También exasperada.) ¡No es un negocio de mierda! El país está en ruinas, los políticos son unos mafiosos, las jubilaciones son miserables, la gente ya no puede comprarse un par de medias nuevas y nada puede marchar mejor que la venta de ropa usada.

Guillermo: No puedo arriesgarme, comprendé. Jamás me devolverías esa plata.

Blanca: ¿Importa eso?

Guillermo: ¿Querés que te la regale?

Blanca: ¿Y por qué no?

Guillermo: Conque es eso.

Blanca: No, no es eso. Quiero que me la prestes.

Guillermo: Tratándose de un negocio como ese, darte la plata sería como regalártela. Nunca la recuperaría.

Blanca: Entonces pensá que es un regalo.

Guillermo: ¿Viste? Era eso.

Blanca: Sí, era eso. De lo contrario...

Guillermo: ¿De lo contrario qué? Vamos, amenazame, decime que vas a dejarme. ¿Creés que me importa?

Blanca: Ya sé que no te importa.

Guillermo: (Arrepentido.) Perdoname. No quise decir eso. (Un silencio. ) ¡Qué vas a hacer con el dinero?

Blanca: Voy a amueblar el local y a comprar mercadería.

Guillermo: Y después te fundís.

Blanca: ¡No voy a fundirme!

Guillermo: Está bien. Vas a ser millonaria y hasta me vas a mantener a mí.

Blanca: A lo mejor...

Guillermo: Hay algo que no sabés: invertí más dinero en la chacra, compré algunas máquinas y me comprometí a pagarlas en un año. La deuda es en dólares, como podés imaginar.

Blanca: Nadie te mandó comprar esa chacra.

Guillermo: Eso no es asunto tuyo.

Blanca: Pero mi negocio sí.

Guillermo: Además, lo que yo gano no es una maravilla, y tengo un presupuesto infernal.

Blanca: Las multinacionales pagan bien. También está la plata del banco.

Guillermo: Eso no se toca porque es muy poco y no puedo estar al descubierto. Tengo una familia, alguien puede enfermarse, podría quedar sin trabajo. Vos sabés.

Blanca: ¿Muy poco ochenta mil dólares?

Guillermo: (Estupefacto.) ¿Qué dijiste?

Blanca: Ochenta mil. Vi la boleta de plazo fijo.

Guillermo: (Con ira.) ¿Así que revisás mi portafolio? ¿Pero cómo te atreviste?

Blanca: (Aunque le resulta difícil porque es orgullosa y altiva se humilla una vez más. Se advierte su esfuerzo.) Seis mil dólares miserables. La chacra te los hará recuperar en seis meses. (Suplicante.) Por favor.

Guillermo: Seis mil dólares es plata acá y en Tanganica. (Después de una extensa pausa, a regañadientes.) Está bien: seis mil. Pero vamos a hacerlo bien. Hablo con mi abogado y arreglamos los papeles. A lo mejor tenés razón y hasta podremos ganar dinero. ¿Conforme?

Blanca: (Con tristeza.) ¿Si estoy conforme? Bueno, sí. ¿Por qué no?

Guillermo: No, no estás conforme. (Un silencio. La luz declina con lentitud. Quedailuminado sólo el rostro de Blanca.) Respondé

Oscuridad total.

Escena III

El mismo decorado. Se oyen gritos en la habitación de Laura.

Amelia: (Furiosa.) ¡Se terminó!

Laura: ¡No te metas en lo que no te importa!

Amelia: ¡Se va enseguida de aquí!

Una voz: Está bien. No grite.

Laura:: ¡No! ¡No te irás!

Amelia: ¡Dije que se va!

Laura: ¡Entonces me voy yo también! (Salen Laura y un muchacho medio desnudo. Caminan con rapidez hacia la puerta mientras se ponen la ropa. Entra Amelia.) ¡Y la próxima vez golpeá antes de abrir la puerta!

Amelia: ¡Es la ultima vez que entrás con un degenerado a esta casa!

Laura: Sí, vieja imbécil.

Amelia: ¿Yo vieja imbécil? (La persigue. Laura y el muchacho huyen. Entra Luis.)

Luis: ¿Qué pasa? ¿Otra vez peleando con ésta?

Amelia: Estoy harta de que traiga desconocidos a la casa. Y ahora, para peor, ni siquiera tranca. Entré al cuarto y los vi enroscados en la cama. Estaban ahí desde anoche.

Luis: (Burlón.) Tendrías que haber perdido perdón y dejarlos tranquilos.

Amelia: Sí, vos bromeá nomás. Pero se terminó la inmundicia. Esta es una casa decente. Y vos también andá sabiéndolo.

Luis: ¿Yo? ¿Qué tengo que ver yo?

Amelia: Voy a tomar el toro por los cuernos, ya que tu madre no quiere hacerlo.

Luis: Nunca usé mi cuarto como casa de citas, que yo sepa.

Amelia: No, vos para eso usás el ascensor.

Luis: Bueno, che, no empecemos. Recién me levanté y no quiero oír sermones. ¿Dónde está mamá?

Amelia: Salió temprano. Está buscando locales para alquilar. (Se dirige a la cocina para prepararle el desayuno a Luis. Este pone un casete en el equipo y oye una estridente composición de rock.)

Luis: Claro. Había olvidado que el miserable al fin largó los mangos. Y hablando de mangos: ¿no tenés cien pesos para prestarme?

Amelia: ¿Vos te atrevés a pedirme plata? ¿Vos, que gastás en pavadas cien pesos por minuto?

Luis: El gerente roñoso no quiso hacerme un vale. Y hace dos meses que trabajo ahí.

Amelia: Habría que ver dónde hacés vos los vales. Vivís como un bacán y aquí no ayudás nada.

Luis: Tengo suerte en la ruleta. Mirá, esta camisa es de Polo. Ropa para suertudos.

Amelia: Sí, ropa muy cara. Pero de tu casa nunca te acordás. Si yo no ayudara a tu madre...

Luis: ¿Y quién tiene la culpa de que seas tan estúpida? A mamita que la ayude el capón ese, que bastante la jode. Aunque éste, comparado con el marido que tuvo, parece el hombre perfecto.

Amelia: No empieces a hablar mal de tu padre.

Luis:. ¿Quién te entiende a vos? O uno u otro. No podés servir a dos patrones.

Amelia:. Eso es lo que quieren, que tome partido, como hacen ustedes. Pero las cosas no son tan simples ni tan fáciles.

Luis: Las partidistas son ustedes: vos blanca, mamá colorada.

Amelia: A mucha honra.

Luis: Vos de nacional, mamá de peñarol. Pero yo no soy blanco ni colorado; ni de peñarol ni de nacional.

Amelia: Claro: vos sos como todos esos comunistas mugrientos.

Luis:. Todos mis amigos son izquierdistas pero yo soy yo, no llevo banderas. Y cuando voté me di el lujo de votar en blanco. No creo en nadie, ni siquiera en Artigas.

Amelia: (Cómicamente indignada.) ¿Ahora vas a insultar a Artigas?

Luis: ¿Y por qué no? Dicen que era un matrero taimado y contrabandista.

Amelia: (Horrorizada.) ¡Perdonalo, Dios mío! ¿Pero adónde va a ir el país con esta gente?

Luis: Yo no me dejo engañar así nomás. Todos los que mandan son iguales. No idealizo a nadie ni permito que me idealicen.

Amelia: Porque tendrás cola de paja.

Luis: Ojalá fuera de paja, así no me acordaría de las patadas que me daba papito antes de irse.

Amelia: Siempre ese rencor, siempre recordando todo eso.

Luis: Es difícil olvidar ciertas cosas.

Amelia: (Entra con el desayuno en una bandeja.) Sería mejor que las olvidaras, porque a ese paso no llegarás a ninguna parte.

Luis: (Burlón.) ¿Hay que llegar a alguna parte?

Amelia:. Seguí jorobando y vas a ver cómo se te pasan los años.

Luis: Vos querés que me meta en alguna jaula de oro para hacer carrera. Pero no voy a darte ese gusto.

Amelia: Sí, vos sos tan sabio que no vas a meterte en ningún lado. Pero te vas a quedar a la intemperie. No creas que con ese empleíto y con la ruleta vas a enfrentar los tiempos que se vienen. Las cosas van a ser cada vez peores. Este país nunca fue fácil.

Luis: ¿Quién te entiende a vos? Hace unos meses querías que trabajara, y ahora que lo hago decís que tengo un empleíto.

Amelia: Está bien que trabajes. Pero también tendrías que estudiar y perfeccionarte para avanzar en la vida.

Luis: Sí, yo me perfecciono mientras otros se comen la tortilla.

Amelia: Se comen la tortilla porque vos los dejás.

Luis: Claro que los dejo. Yo quiero estar tranquilo.

Amelia: Sí, ya sé. A vos lo único que te importa es esa música de porquería que podrías bajar un poco. (Baja el volumen.) Y la ropa en onda, por supuesto. Y la fumata.

Luis: Ah no. Eso sí que no, no tengo plata para eso.

Amelia: Pero a tus amigos no les falta. Ese Juan Carlos...

Luis: (La interrumpe molesto.) No empieces con Juan Carlos. (Sube el volumen de la música.)

Amelia: Está bien. Y seguí aturdiéndome nomás.

Luis: Claro que está bien. Gracias a Juan Carlos soy una persona. Todo lo que sé lo aprendí de él y estoy podrido de que vivan criticándolo. Le debo más de lo que ustedes creen.

Amelia: Lo dudo.

Luis: Dudá todo lo que quieras. (Se sienta a tomar el desayuno. Pausa.)Amelia: ¿Te bañaste?

Luis: Todos los días me preguntás lo mismo.

Amelia: No me parece normal que no se bañen antes de salir a la calle.

Luis: ¿Para qué querés que me bañe? ¿Para ensuciarme de nuevo en la calle?

Amelia: Para no dejar la ropa empercudida.

Luis: La ropa se ensucia.

Amelia: Soy yo la que tiene que lavarla.

Luis: Mirá, abuela, si no querés lavarme la ropa no me la laves. Pero no me aturdas más a esta hora de la mañana.

Amelia: ¿Yo te aturdo? ¿No te aturdirá más la inmundicia que estás escuchando? Esos "Chanchos de la veladora" o como se llamen.

Luis: No son "Los Chanchos de la veladora", es "La vuela puerca".

Amelia: ¡Lindo nombre! Pero vos lo quisiste así. No voy a hablarte más. (Se sienta. Está herida, molesta. Pausa.) Pero si yo no me levanto a hacerte el desayuno, y no...

Luis: (La interrumpe.) No me prepares el desayuno. No me hagas más nada.

Amelia: Sabés que lo hago con gusto.

Luis: Entonces callate.

Amelia: Está bien, me callo. (Pausa breve.) ¿Pero con quién voy a hablar si siempre me mandan callar? Viven quejándose, están hartos de todo, odian a todo el mundo. Y a mí, que soy la que siempre está aquí, la que los aguanta, la que podría quejarse, me mandan callar. ¿Qué creen que son? Ustedes lo saben todo, juzgan a todo el mundo, y yo soy una inútil, un cero a la izquierda. Pero yo también existo. (Lagrimea con angustia.) Andá sabiéndolo. ¡Bien que existo! Y siempre tuve una conducta limpia, y quise a mis padres y a mis abuelos, que en paz descansen. ¡Yo, sí! ¡Sin tantos Chanchos de la Veladora y tantos Beatles y tanta alharaca! Yo sé lo que son los afectos y el amor y...

Luis: (La interrumpe.) Sí, vos sabés todo. Pero no me enseñes lo que sabés porque a mí no me sirve.

Amelia: (Patética.) ¡Y por qué no te sirve?

Luis: Porque...Mirá: se hizo tarde. Me voy a trabajar. (Toma la campera y sale.) Chau.

Amelia: (Con angustia.) ¡En mis tiempos nadie se iba así de su propia casa! ¡Nadie! ¿Y mucho menos después de decir que Artigas era un matrero contrabandista! ¿Dónde se ha visto? ¡Sos un terrorista!

Oscuridad total.

Escena IV


El mismo decorado. Laura y Luis están cenando. Amelia mira la televisión. Entra Blanca. Viene de la calle y está muy agitada.

Amelia: ¿Qué pasa?

Blanca: Vengo a cambiarme y me voy enseguida.

Amelia: ¿Adónde?

Blanca: A cenar con Guillermo. (Va hasta la cocina.) ¿Hay algo de comer?

Amelia: ¿Para qué querés comida si vas a cenar afuera?

Blanca: Para no comer demasiado en el restaurante. No quiero engordar.

Amelia: (Con un gesto cómico.) Aquí el que no corre vuela.

Blanca: (Vuelve comiendo una porción de pizza.) Deliciosa. ¿Quién la hizo?

Laura: Yo.

Blanca: Ya me parecía. Sólo vos podés hacer una pizza así.

Laura: Es la primera vez que me alaban la pizza.

Luis: Y te encanta que te adulen.

Laura: (A Luis.) No empieces, vos.

Amelia: (También a Luis.) Sí, no empieces.

Blanca: (Se sienta. La siguiente pregunta la hará de manera superficial, pues se nota que está en otra cosa.) A ver: ¿cómo andan mis hijitos? Hace días que no cenamos juntos.

Luis: (Cáustico.) Algo así como un mes.

Blanca: Hace un mes yo venía a cenar todas las noches y vos no estabas nunca.

Laura: Te pasabas metido en la casa de tu amigote. ¿O no lo recordás?

Luis: (Molesto.) Mi "amigote" se llama Juan Carlos.

Laura: Tanto da.

Blanca: No empiecen a pelearse, por favor. Me sacan de quicio.

Luis: (Burlón.) Lamento sacarte de quicio.

Blanca: (A Luis.) ¿Qué te pasa a vos? ¿También te molesta que trate de saber como estás?

Luis: Dijiste bien. Me molesta que "trates". Sería mejor que "quisieras" saber.

Blanca: (A Amelia.) ¿Lo oíste?

Amelia: Dejalo.

Laura: Después dicen que soy yo la agresiva.

Luis: Vos sólo sos agresiva cuando no tenés a un macho encima. 

Laura: Y vos sos un tarado porque siempre tenés encima al mismo macho.

Blanca: (Exasperada.)¡Cállense, por favor! ¡Cállense.

Luis: (Burlón, a Blanca.) ¿Qué pasa?

Blanca: ¿Qué pasa? Estoy harta de ustedes. Parecen perro y gato. (Da media vuelta y va hasta su cuarto. Pausa. Vuelve a entrar.) ¿Dónde está mi vestido blanco, mamá?

Amelia: Te lo lavé ayer.

Blanca. ¿Estás loca?

Amelia: ¿Loca porque hago lo que me pedís?

Blanca: Necesito ese vestido ahora.

Amelia: Llevá el negro.

Blanca: No voy a un velorio.

Amelia: El negro es elegante.

Blanca: Pero atrae las vibraciones negativas y hoy no quiero discutir con Guillermo. ¿Dónde está?

Amelia: Colgado. Debe estar casi seco.

Blanca: Traelo, por favor, voy a plancharlo. (Amelia va a buscar el vestido mientras ella prepara la plancha. Pausa. Entra Amelia y le entrega el vestido.) Sí, está casi seco por suerte. (Lo extiende sobre la mesa. Pausa.)

Amelia: ¿Cuándo vas a comprar las cosas?

Blanca:. ¿Qué cosas?

Amelia: Los muebles y la ropa para el local.

Blanca: Apenas alquile un local. Todavía no encontré ninguno como la gente.

Amelia: No me gusta tener esa plata ahí.

Blanca: ¿Quién la va a robar?

Amelia: Nadie tiene seis mil dólares en la casa, y menos en estos tiempos.

Blanca: No voy a abrir una cuenta bancaria por una semana.

Amelia: Mucha gente lo hace.

Blanca: Yo no lo haré.

Amelia: Si tenés la plata ahí vas a gastártela.

Luis: Antes de hacerlo podrías prestarme cien dólares. Hoy no tengo un mango.

Laura: Yo tampoco.

Blanca: Ni lo sueñen. Me costó mucho conseguir esos dólares y no voy a dilapidarlos así nomás.

Laura: ¿Ni siquiera en tu cumpleaños?

Blanca: ¿Están locos? Para empezar falta un mes y lo voy a festejar como siempre: con una torta, sándwiches y dos coca colas.

Luis: Y ya es demasiado gasto para festejar una estupidez.

Amelia: ¿Quién te dijo que festejar el cumpleaños es una estupidez? ¿Qué tenés en la cabeza?

Laura: (Burlona.) El walkman. ¿O no lo ves?

Luis: Sobre todo tengo cerebro.

Amelia: Tu madre y yo también tenemos cerebro y siempre festejamos los de ustedes.

Luis: Será mejor que no hablemos de nuestros cumpleaños.

Amelia: ¿Por qué?

Luis: Los cumpleaños sin los padres son un velorio.

Blanca: Siempre estuve en los cumpleaños de los dos.

Luis: Peleando con papá hasta que él se iba.

Blanca: ¿Yo tenía la culpa?

Luis: Vos sabrás.

Blanca:: ¿Van a hacerme responsable a mí de que no haya sido un buen padre? Saben muy bien por qué se fue.

Laura: Mirá, mamá, nosotros no sabemos por qué se fue.

Blanca: Tenían doce y trece años, así que deberían acordarse de todo.

Laura: Vivís dramatizando, como si papá fuera un monstruo.

Luis: (A Laura.) ¿Todavía dudás de que lo es?

Laura: ¡No lo es! Me niego a creerlo, a pesar de lo que vos digas.

Luis: Claro, vos eras la preferida.

Laura: (A Luis.) Vos callate. (A Blanca.) ¿De qué tenemos que acordarnos? Vamos, decilo. ¿Te pegaba? No. ¿Te dejaba sin plata? No. ¿Se iba de casa? No.

Blanca: Tenía otra mujer.

Laura: ¡Otra mujer! Pero no seas estúpida. Todos los hombres tienen otras mujeres y todas las mujeres tienen otros hombres. ¿O vos fuiste una santa?

Blanca: Sí mientras vivía con él.

Luis: Eso habría que verlo.

Amelia: ¡No seas atrevido!

Luis: ¿Atrevido porque digo la verdad? Si papá tenía otras mujeres fue porque vos nunca estabas en casa.

Amelia: ¡Yo trabajaba! ¿O qué creés? ¿Qué se criaron como reyes sólo gracias a él?

Luis: (Irónico.) "Sí, trabajabas ainda mais.... (A Amelia.) ¿Miento?

Amelia: Sí, mentís.

Luis: (A Amelia.) ¿Qué pasa? ¿Le tenés miedo? ¿Por qué le das la razón en todo cuando estás frente a ella?

Amelia: (Enojada.) ¡A mí no me grites!

Luis: ¡Grito todo lo que quiero!

Blanca: ¡Cállense! (Pausa. Blanca está ahogada, no puede más.) Cállense, por favor...(Baja la voz, que se vuelve plañidera.) No quiero recordar más nada, no quiero más peleas ni que sigan convirtiendo esta casa en un infierno. Cada vez que intento acercarme a ustedes terminan agrediéndome, y yo no sé cómo ayudarlos aunque quiera hacerlo. Me superan.

Luis: Yo no necesito tu ayuda. (A Laura.) Y creo que vos tampoco.

Laura: Eso es cosa mía.

Luis: Vamos, decí la verdad.

Laura: No es hora de verdades, es hora de irme. Tengo una cita. (Se dirige a su cuarto.)

Luis: (La remeda.) "Tengo una cita". (A Blanca.) Esta es conflictiva: a veces te odia y a veces te ama. Pero yo sé que vos sos incapaz de ayudar a nadie. (Irónico.) Vamos, andate de juerga, veterana. (Blanca decide no pelear. Toma el vestido con violencia y entra a su habitación dando un portazo. Pausa.)

Amelia: ¡Sos una bestia y merecerías un golpe!

Luis: Y vos sos una oportunista.

Amelia: ¿Oportunista porque trato de no agredir a nadie?

Luis: (Levantándose de la mesa.) Sí, sólo te agredís a vos misma.

Amelia: Sos un sádico, un desagradecido. En mis tiempos, si yo le hablaba así a mi madre o a mi abuela...

Luis: (La interrumpe. Burlón.) Te mataban. (Después de una transición.) ¡Tus tiempos! Si vos pudieras ver tus tiempos con un poco de morfina dentro te matabas enseguida.

Amelia: ¡No uses esa palabra aquí!

Luis: (Señala su propio brazo.) Mientras no la use aquí.

Amelia: Sé bien que sos capaz de hacerlo. Ya te llevaron al hospital dos veces.

Luis: Tuve problemas.

Amelia: No estabas en casa cuando te llevaron, así que no sé qué clase de problemas tuviste. Pero no me gusta nada el humo que sale a veces de tu cuarto.

Luis: La cocaína no despide humo.

Amelia: Pero la marihuana sí.

Luis: (Burlón.) Uno sueña.

Amelia: Un día de estos te vas a quedar duro soñando.

Luis: Ojalá. Bueno, me voy.

Amelia: Es lo mejor que podés hacer.

Luis: No es necesario que me lo digas. Necesito plata y en la calle nunca falta.(Sale.)

Amelia: (Le grita.) ¡Metete en líos nomás! (Pausa. Amelia da unas vueltas por la sala, va hacia la ventana, apaga el televisor. Después se sienta y cavila. Debe advertirse su soledad y su tristeza. Entra Blanca. Se ha puesto el vestido blanco y es evidente que se ha producido en ella una metamorfosis, como si cambiándose de ropa y pintándose hubiese intentado despojarse del lastre angustiado de la escena anterior. Se acerca al espejo, pero su presencia aparatosa encubre pena y depresión.)

Blanca: (Tratando de parecer superficial.) ¿Cómo luzco?

Amelia: Divina, como siempre.

Blanca: ¿Divina? (Gira con lentitud, mira a la madre y habla con tristeza.) Divina podría lucir quien tiene una familia como la gente y no anda detrás del dinero como una rata. (Se miran. Abraza impulsivamente a Amelia. Pausa. Suena la bocina del auto de Guillermo.)

Amelia: Hace tres años que oigo la llegada de ese coche, pero nunca vi la cara de quien lo maneja. (Blanca sale. La luz empieza a declinar. Entra Laura.) ¿Vos también te vas?

Laura: (Deprimida.) ¿Qué querés que haga? Odio esta casa. (Sale con desgano. La luz sigue declinando. Amelia camina. Vuelve a la ventana. Después apaga la luz y enciende el televisor. Es notorio que mira la pantalla sin prestar atención. Permanece ensimismada, envuelta en un hálito de soledad. La luz sigue cayendo.)

Oscuridad total.

Escena V 

El mismo decorado. Entran Blanca y Guillermo. Vienen de la calle.

Blanca: (Deja el tapado sobre un sillón, se sienta y enciende un cigarrillo.) Me parece mentira haber alquilado el local. ¿Es grande, no?

Guillermo: Demasiado, quizá.

Blanca: A la izquierda pondré el mostrador y en el costado las perchas. Tengo que comprar varios percheros y un espejo, y hacer un probador. ¿Te parece bien? (Gesto displicente de Guillermo.) Y también voy a poner una alfombra. ¿O dos? Decí algo.

Guillermo: ¿Para qué querés alfombras?

Blanca: ¿Cómo para qué? Una alfombra es una alfombra. Son distinguidas.

Guillermo: Vas a vender ropa usada, y los clientes que compran esa clase de ropa no son distinguidos.

Blanca: Pero yo sí lo soy y voy a poner alfombras.

Guillermo: Poné alfombras si querés, pero no te voy a dar más plata.

Blanca: ¿Yo te la pedí?

Guillermo: No. Por ahora. (Blanca lo mira con reprobación pero no dice nada. Pausa.)

Blanca: El espejo estará a la entrada. Y un cuadro. No, será mejor que ponga un afiche rojo, brillante y alegre. Voy a conseguir un poste con la cara de Cocó Chanel.

Guillermo: (Burlón.) ¿Y por qué no llamás Cocó Chanel a la casa? "Coco Chanel, filial Unión". No suena mal.

Blanca: No seas guarango.

Guillermo: Más guaranga sos vos pensando en decorar ese lugar con la imagen de Cocó Chanel. ¿Para qué? ¿Para burlarte de la gente? Además, el piso está apolillado.

Blanca: Vamos a arreglarlo.

Guillermo: No, no vamos a arreglarlo. Vos colocás espejos, alfombras y percheros y arreglás el piso con mi plata. Ya te alquilé el local y no voy a instalártelo a todo lujo. No vale la pena gastar más en un boliche de mierda.

Blanca: (Herida.) ¿Boliche de mierda mi negocio?

Guillermo: No tengo más plata. Te di seis mil dólares para instalarte y ya podés empezar. No me pidas más.

Blanca: Nadie te pidió más.

Guillermo: Pero querés arreglar el piso.

Blanca: Voy a arreglarlo cuando empiece a ganar.

Guillermo: ¿Para qué?

Blanca: ¿Cómo para qué? Donde hay ropa no puede haber polillas.

Guillermo: (Impaciente. ) Está bien. Vamos al cuarto, es tarde.

Blanca: Antes quiero hacer un croquis del local.

Guillermo: Mi mujer me espera a las siete.

Blanca: Andate entonces.

Guillermo: Voy a quedarme un rato, como estaba convenido. Tu vieja vuelve de la Caja y....

Blanca: (Lo interrumpe.) No voy a ir a ese cuarto.

Guillermo: ¿Por qué?

Blanca: Dije que tengo que hacer un croquis. Voy a abrir el negocio dentro de dos semanas.

Guillermo: Vos sabés lo que hacés. (Se dispone a marcharse.)

Blanca: ¿Qué pasa, Guillermo?

Guillermo: ¿Y todavía preguntás qué pasa? Estoy podrido de todo esto.

Blanca: ¿Podrido de mí, verdad?

Guillermo: No de vos. Podrido de esta situación absurda.

Blanca: ¿Estás molesto porque trato de salir adelante?

Guillermo: No se sale adelante con esa clase de negocios.

Blanca: ¿Qué hago entonces? ¿Me pongo a esperar que me aumenten el ridículo sueldo que tengo? ¿Le pido a mi marido que me pase más plata? Sabés bien que no puedo esperar nada de él. Y vos sos el primero que debería impedir que me ayude.

Guillermo: ¿Yo? ¿Por qué?

Blanca: (Con tristeza.) Claro, por qué. (Silencio.) Vamos a la cama.

Guillermo: No, ahora no vamos. Quiero dejar todo bien claro.

Blanca: No hay nada más que decir. Vos querés que Daniel me mantenga y yo necesito que vos me ayudes.

Guillermo: (Desconcertado.) No puedo mantener a mi familia, ayudarte a vos y ocuparme además de tu negocio.

Blanca: Todo lo reducís a plata. Cuando yo te pedía que me ayudaras pensaba en otra cosa.

Guillermo: ¿Qué cosa?

Blanca: No entenderías.

Guillermo: Decilo, vamos, no soy un estúpido.

Blanca: (Patética.) ¿No te das cuenta de que necesito hacer algo? Odio la vida estúpida que llevo, ese empleo de ocho horas mal pagado, tener que suplicarle a mi jefe que me deje salir algunas tardes para encontrarme contigo, criar hijos que ya no me necesitan, vivir sola.

Guillermo: No estás sola, me tenés a mí.

Blanca: ¿Dos veces a la semana?

Guillermo: Así es la vida de mucha gente.

Blanca: Yo no voy a resignarme a esa vida.

Guillermo: ¿Y pensás que ese negocio va a cambiar algo?

Blanca: Voy a estar ocupada, ganaré plata, conoceré gente.

Guillermo: Sos una ilusa.

Blanca: Está bien, soy una ilusa. ¿Pero qué hago entonces? ¿Espero inmóvil a tener cincuenta años, que vos te canses de mí y me dejes, que mis hijos se casen y mi madre se muera? ¿Y qué hago después?

Guillermo: (Con frialdad.) Yo no soy tu confesor, Blanca. Sos una mujer adulta y sabés bien como son las cosas. Yo no puedo hacer más nada. Los seis mil dólares que te presté son mi última ayuda.

Blanca: (Con tristeza.) ¿La última, verdad?

Guillermo: Sí, cada día que pasa me exigís más, como si yo fuera tu marido.

Blanca: Ya sé que no lo sos. (Silencio.) Vamos. Mi madre va a volver de la Caja y tu mujer te espera a las siete.

Guillermo: Si tenés mal humor no nos acostaremos.

Blanca: No, vamos. (Con melancolía.) Vamos. (Él se acerca y la abraza. Ella permanece rígida e indiferente. Con angustia y determinación.) Voy a tener alfombras, Guillermo. Y espejos. Y el rostro de Cocó Chanel.
Oscuridad total. 

Escena VI

La acción transcurre en el mismo lugar. Amelia está ordenando y colgando en perchas la ropa diseminada sobre los sillones. Entra Laura.

Laura: ¿Qué es esto? ¿Ropa robada?

Amelia: Es parte de la ropa que tu madre va a vender en el negocio.

Laura: ¿Y de dónde la sacó?

Amelia: La compró.

Laura: Se ve que tiene guita. (Revisa la ropa.)

Amelia: Porque se la prestaron.

Laura: Sí, ella tiene esa suerte. Yo, en cambio...

Amelia: Si te esforzaras podrías tener todo lo que querés.

Laura: (Burlona.) Sí, novio rico, muchos vestidos, el mejor perfume y un auto cero kilómetro.

Amelia: Vivís subestimando las cosas materiales. Después querés tener suerte.

Laura: Para mí la suerte es algo muy especial.

Amelia: ¿Qué, por ejemplo?

Laura: (Siempre revisando la ropa.) Bueno, no sé...Descubrir un bar donde hay algo endemoniado o conocer a un tipo al que quisiera ver otra vez.

Amelia: ¿Conocer más tipos todavía? Vivís obsesionada.

Laura: Yo acepto a los demás tal cual son. Pero exijo que respeten mi estúpida vida.

Amelia: Ninguna vida es estúpida, ni siquiera la de los perros.

Laura: Tendrías que ver cómo me siento yo.

Amelia: Sólo tenés diecinueve años.

Laura: Te faltó un cero. Algo así como ciento noventa años tengo yo.

Amelia: ¿Qué es lo que estás buscando?

Laura: Ojalá lo supiera. En el fondo no estoy buscando nada y me siento más harta de lo que vos creés.

Amelia: Si estuvieras tan harta no vendrías aquí con esos tipos.

Laura: Esos tipos son lo que me hartan más. Pero todavía no te diste cuenta.

Amelia: ¿Para qué andás con ellos entonces?

Laura: No sé. Sí sé. Para mentirme. Uno hoy, otro mañana. Se parece al afecto. Son tipos que te besan, te acarician y te hacen sentir útil.

Amelia: Podrías encontrar afecto de otra manera.

Laura: Hace ciento noventa años que ando buscando ese otro afecto y nunca lo encontré.

Amelia: ¿Y tu madre y yo qué te dimos?

Laura: Mejor dejémoslo así.

Amelia: ¡No vamos a dejarlo así! ¡Quiero entender por qué buscás por un mal camino lo que tenés en tu casa!

Laura: (Con bronca.) ¡Yo no tengo casa!

Amelia: ¿Y esta casa qué es?

Laura: Simplemente el lugar donde me crié y donde vivo. Pero no quiero hablar más. El mundo se viene abajo y ustedes siguen con la misma historia: casa, familia, matrimonio. Pura pavada. ¿Qué querés que haga con mi vida? (Burlona pero con ira.) ¿Qué tenga novio? ¿Qué sea la madre de diez hijos? ¿Qué me prepare a morirme sentada frente al televisor?

Amelia: ¿Qué proponés entonces?

Laura: Nada. No hay nada que proponer en este mundo de mierda. Ni siquiera sabemos cuánto va a durar todo esto. Cualquier día inician una guerra biológica y sanseacabó. (Toma una blusa.) Esta me gusta.

Amelia: (Se la arrebata.) ¡Ni sueñes que vas a usar la ropa del negocio!

Laura: Está bien. No hagas tanto escándalo por un negocio que no va a ir a ninguna parte. Mamá no sirve como comerciante.

Amelia: Cuando se separó de tu padre se puso a vender libros y vendió bastante bien. No es nada torpe tu madre.

Laura: (Irónica.) No, ya se sabe. También se sabe que los únicos torpes somos nosotros, los que tenemos entre diecisiete y veinte años. (Burlona.) ¿Un desastre, verdad?

Amelia: Dijiste bien: un desastre. A tu edad yo mantenía a toda mi familia.

Laura: Así te fue.

Amelia: ¿Qué querés decir con que así me fue?

Laura: Te pasaste la vida manteniendo a tu familia y te casaste con el primer tipo que apareció, el único que conociste, creo.

Amelia: (Indignada.) ¡Tu abuelo no era ningún "tipo"!

Laura: Bueno, no te enojes. No es para tanto.

Amelia: ¿No es para tanto? Viven ensuciándolo todo: recuerdos, personas, amores. ¿Qué respetan ustedes? ¿A los melenudos que cantan porquerías por la televisión?

Laura: Esos están disconformes, por lo menos, y no creen, como ustedes, que la vida es perfecta.

Amelia:. ¡Vamos a ver qué logran ustedes con tanta disconformidad! Lo único que pueden esperar es el suicidio, la cárcel o el sida.

Laura: Tanto da. (Levanta una campera.) Esta es como para Luis: se muere por tener otra campera de cuero.

Amelia: Entonces será mejor que él no la vea. Dámela. (Esconde la campera. Laura entra al cuarto de Blanca.) ¿Qué vas a hacer en el cuarto de tu madre? No hay cigarrillos, ella se los llevó.

Laura: Voy a bañarme y necesito talco.

Amelia: ¡No le robes más cosas! Después se enoja conmigo.

Laura:: Ufa, no dirá nada. (Sale trayendo el talco.)

Amelia: ¿Adónde vas a ir?

Laura: A bailar.

Amelia: ¿Con uno de esos amigotes de cincuenta años?

Laura: Eso no te importa.

Amelia: ¿Cuándo vas a ir a bailar con un muchacho de tu edad?

Laura: A los muchachos de mi edad no los quiero para salir.

Amelia: No, a esos los querés para traerlos aquí de noche.

Laura: Es mejor encamarse aquí que en un mueble.

Amelia: (Desconcertada.) ¿Dónde?

Laura: En una casa de citas.

Amelia: No seas ordinaria.

Laura:. Más ordinaria sos vos haciendo alusiones sórdidas.

Amelia: Sólo dije que deberías tener amigos de tu edad.

Laura: Estoy harta del chicle y del rock. Me gusta la melancolía del derrumbe.

Amelia: Así te van a dejar esos que se derrumban sobre vos.

Laura: (Burlona.) Mientras me hagan feliz.(Con tristeza.) Es un decir. (Entra al baño.)

Amelia: ¡Claro que es un decir! Vas a terminar en una cloaca. (Pausa.) Será mejor que esconda la ropa buena. Por las dudas. (Lleva ropa a su cuarto. Entra Luis caminando apesadumbrado. Se sienta. Se para. Revisa algunos cajones. Vuelve a sentarse. Está muy nervioso.) ¿Hay alguien ahí? (Cuando oye la pregunta de Amelia, Luis huye hacia su cuarto. Entra Amelia. Verifica que no hay nadie en la sala y se dirige hacia la puerta de calle. Descubre que está sin llave y se persigna.) ¡Dios mío! ¡Hay que ser idiota para dejar la puerta abierta! (Va a buscar la llave y cierra la puerta. Pone un disquete en el equipo. Se oye el "Danubio azul". Escucha complacida un instante y después reinicia la tarea de ordenar la ropa. Pausa. Suena el timbre. Abre la puerta.)

Blanca: (Trae más ropa usada para vender.) ¿Por qué cerraste la puerta con llave?

Amelia: ¿Vos estás loca? ¿Cómo no vas a cerrar con llave teniendo toda esa plata aquí?

Blanca: Y dale con la plata. Fui al apartamento de al lado. (Muestra un tapado.) Mirá lo que me dio Rosa. Es de piel de foca y se lo tomé a consignación. ¿No te gustaría para vos?

Amelia: Ni aunque yo fuera foca me lo pondría. ¿Quién te va a comprar una cosa así?

Blanca: A casi todas las mujeres les gustan estos sacos pero no todas pueden comprárselos nuevos. Puedo venderlo caro. (Entra Luis.) ¿Qué estás haciendo aquí?

Luis: Pedí para salir.

Blanca: Si seguís así vas a perder el trabajo de nuevo.

Luis: (Burlón.) Si lo pierdo me empleo en tu negocio.

Blanca: A vos no quiero verte en mi negocio.

Luis: Por algo será.

Amelia: ¿Van a pelearse otra vez?

Luis: Yo no. ¿Para qué?

Blanca: Ni yo. No tengo tiempo para peleas. (A Luis.) Dale, dejate de ironías y ayudame a ordenar estos pantalones.

Luis: No toco ropa usada. Andá a saber de qué mugriento era.

Blanca: Esta ropa está más limpia que la tuya.

Amelia: ¿Eso es una crítica para mí, que se la lavo?

Blanca: Quise decir que nunca fue muy cuidadoso con su ropa.

Luis: Claro, las únicas cuidadosas son ustedes. (A Amelia.) Vos porque naciste en la época de los respetuosos, la época del Danubio azul. (Apaga el equipo. A Blanca.) Y vos porque sos el propotipo de la buena madre.

Amelia: (Furiosa.) ¿Por qué sacaste la música?

Luis: Me tiene harto el Danubio azul, huele a alcanfor.

Amelia: ¡Más harta me tienen a mí los rebuznos de tu amigote! ¡Hay que oírlo cantar a ese drogadicto inmundo!

Luis: Gracias a la droga ve todo como es.

Amelia: ¿Cómo lo ven vos y todos tus amigos degenerados?

Luis: Mis amigos no son degenerados. 

Amelia:. No, claro. Pero hay que verlos con esas crines. ¡Y todavía se creen izquierdistas y quieren cambiar el mundo! Para cambiar el mundo, muchachito, hay que empezar por cambiarse uno mismo sacándose de afuera y de adentro toda la porquería. (Remeda con burla cualquier canción de moda.) "Me gusta el puré, me gusta el puré." (Enciende el equipo y se oye de nuevo el Danubio azul.) ¡Esta es música! Atrevete a sacarla.

Blanca: Sí, atrevete y vas a tener que enfrentarme a mí.

Luis: Ataquen nomás, y todo porque conozco lo nuevo y no soy como ustedes, que viven como si estuvieran en el novecientos.

Amelia: (Con orgullo.) Y a mucha honra.

Blanca: Yo, en cambio, sólo pienso en los mil novecientos millones que voy a ganar.

Luis: Hasta que te fundas. Sólo vas a vender harapos.

Amelia: Dejen de hablar del negocio porque es de mal augurio.

Blanca: Sí. Y si sigue mandándome mala onda voy a darle un sopapo.

Luis: (Retándola.) Atrevete a darme un sopapo.

Amelia: (A Luis.) ¡Parala, che, por favor!

Luis: (A Blanca.) La última vez que me diste un sopapo te escupí en la cara. Dame un sopapo más y te incendio la casa.

Blanca: (A Amelia.) Lo que faltaba: ahora es piromaníaco. Incendiá todo lo que quieras. Pero llegás a incendiar la ropa del negocio y te cuelgo de una percha. Y después te mando preso.

Luis: (Después de una breve pausa.) Preso voy a ir igual.
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Blanca: (Estupefacta.) ¿Qué quisiste decir?

Luis: Que estoy en un lío.

Amelia: ¿De qué estás hablando?

Blanca: ¿Qué hiciste?

Luis: (Con esfuerzo.) Cobré mercadería con boletas falsas y me quedé con el dinero. Lo descubrieron y me amenazaron con hacer la denuncia. Si devuelvo la plata me echan pero no me mandan preso.

Amelia: ¿Cuánto es?

Luis: Dos mil dólares. Sólo tu plata puede salvarme. 

Blanca: (Con angustia.) De los seis mil que me prestaron me quedan sólo tres mil que necesito para pagar los primeros alquileres y comprar más mercadería. No puedo dártelos.

Amelia: ¿Cómo te atreviste a robar tanta plata?

Luis: ¡La necesitaba!

Blanca: ¿Para qué?

Luis: Deudas, problemas. Y hay otros asuntos.

Blanca: ¿Qué asuntos? ¿La ropa buena, los cigarrillos importados, los perfumes caros, la droga?

Luis: No, bueno, eso también. Pero me refería a Juan Carlos.

Blanca: ¿Ese tiene algo que ver?

Luis: Él también es el del lío. Y yo. Es muy complicado.

Blanca: ¡Explicame bien!

Luis: No puedo explicar nada porque ni yo lo entiendo.

Blanca: (Tomando el tubo del teléfono.) Llamalo entonces. ¡Quiero hablar con él!

Luis: Está en Punta del Este.

Blanca: ¿Así que se fue a Punta con la plata que vos robaste?

Luis: Se fue a pagar los dos meses de hotel que estábamos debiendo. Se habían quedado con la ropa de los dos, su colección de CD y mi equipo. Por favor, mamá. Les doy el dinero y evito que hagan la denuncia. Me dieron un plazo de tres días para pagar porque el hijo del dueño es amigo mío. Si vos no me sacás de este lío...

Blanca: (Lo interrumpe.) ¿Y no pensás en el lío en que me metés a mí? ¡Esa plata me la prestaron, no es mía!

Luis: Te la devolveremos, no te preocupes.

Blanca: ¿Cómo? ¿Robando otra vez?

Luis: Juan Carlos va a cobrar parte de una herencia y...

Blanca: (Lo interrumpe.) ¡No inventes porque no lo soporto! ¡Nos estás hundiendo a todos y seguís mintiendo! Si no fueras un drogadicto y no te hubieras metido en asuntos turbios...

Luis: (La interrumpe con furia.) ¡No me trates como a un delincuente! ¡Usé esa plata para ayudar al único amigo que tengo!

Blanca: ¿Ese, amigo? ¡Lo peor que pudo pasarte en la vida es haberte encontrado con él! 

Luis: ¿Si no fuera por él ya estaría muerto, para que sepas!

Blanca: ¿Ah sí? ¿No me digas? ¿Y cómo te salvó de la muerte? ¿Te dio la cocaína y después te llevó al hospital?

Luis: ¡Más droga me diste vos aquí dentro!

Blanca: ¿Yo? ¿Pero qué tenés que reprocharme? (Con ferocidad.) ¡Dejé de vivir por ustedes!

Luis: (También con ferocidad.) ¡No me grites más!

Blanca: (Subiendo la voz.) ¡Grito todo lo que quiero! ¡Y voy a denunciar a ese hijo de puta!

Luis: ¡Si no fuera por ese hijo de puta me hubiera muerto hace tiempo!

Blanca: ¿Qué estás diciendo?

Luis: Dos veces intenté matarme, y la última vez me salvó él.

Blanca: (Estupefacta.) Así que cuando estuviste en el hospital de Clínicas...

Luis: Sí, fue por eso.

Blanca: Está bien. (Se dirige rápidamente hacia su cuarto.)

Amelia: (Con angustia.) ¿Qué hiciste, Dios mío? ¿Te das cuenta de lo que significa todo esto?

Blanca: (Vuelve con el dinero y se lo da.) ¡Tomá! ¡Y salí de esta casa! (Luis toma el dinero pero no se mueve. Está consternado.) Y dame la llave de la puerta de calle. ¿Me oíste? (Se abalanza sobre él y lo golpea.) ¡Salí de mi vista! (Luis devuelve la llave y sale rápidamente. Pausa extensa. Blanca se desmorona síquicamente. Está aniquilada. Solloza. La luz empieza a declinar.)

Amelia: No llores más. Es horrible que el propio hijo robe y quiera matarse. Pero nada de eso se arregla con llantos.

Oscuridad total 

Escena VII

La acción transcurre en el mismo lugar.

Guillermo: ¿Cuándo vas a devolverme los dólares?

Blanca: Dame tiempo, Guillermo. Por favor.

Guillermo: ¿Tiempo? Hace dos meses que pagaste con mi plata la deuda de tu hijo. (CON PERFIDIA.) Eso fue lo que dijiste. Pero yo no estaba presente cuando la pagaste, y ni siquiera sé si él robó algo. Si lo hizo y lo ayudaste con mi dinero, hiciste mal. Debería haber ido a la cárcel.

Blanca: ¿Permitirías que tus hijos fueran a la cárcel si pudieras ayudarlos?

Guillermo: Mis hijos no son ladrones.

Blanca: (HERIDA.) Los míos tampoco.

Guillermo: (IRÓNICO.) ¿Entonces tomó el dinero de la empresa en préstamo? Vamos, no bromees. (CON FRIALDAD.) Quiero el dinero, Blanca.

Blanca: ¿De dónde querés que lo saque?

Guillermo: No lo sé pero lo quiero. Mi mujer ya descubrió que faltan seis mil dólares de la cuenta y quiere saber dónde están. Le dije que los invertí en un negocio. Pero no hay negocio, no hay nada. Y todo se está complicando.

Blanca: No metas a tu mujer en esto. 

Guillermo: ¡Eso es lo que querés! ¡Que la saque del medio! Desde que te conozco vivís intentándolo. Pero nunca vas a lograrlo.

Blanca: Eso ya me lo dijiste cien mil veces, aunque el que la sacó del medio fuiste vos. Por algo estás aquí. Pero no trates de convencerme de que ella se ocupa de tus finanzas.

Guillermo: Eso vos no podés saberlo.

Blanca: (CON IRONÍA.) ¿Así que la mujer que te hacía la vida imposible, la que te hartaba con sus celos, la que era chata e insípida ahora es la que vela por tus intereses?

Guillermo: (AGRESIVO.) ¿Qué hiciste con mis dólares?

Blanca: (EXASPERADA.) ¡Ya te dije lo que hice!

Guillermo: Vos y tu familia viven en el caos, Blanca. Destruyen todo lo que tocan y ahora quieren destruirme a mí.

Blanca: Me prestaste esa plata para ayudarme, ¿no?

Guillermo: Pero pensando en recuperarla. Firmaste un documento, no sé si lo leíste bien. 

Blanca: (CON PENA E IRONÍA.) ¿Así que la plata es más importante que yo?

Guillermo: (CON FRIALDAD.) Quiero lo que me robaron.

Blanca: (CON IRA.) ¡Yo no te robé esa plata! ¡La usé para ayudar a mi hijo!

Guillermo: ¿Ayudaste a un delincuente con lo que yo te di a vos? ¿Tiraste a la calle el dinero de mi familia?

Blanca: ¿Qué tiene que ver tu familia con esto? ¡Sos vos el que me ayudó!

Guillermo: ¿Por qué no me dijiste lo que ibas a hacer con los dólares? ¿Por qué no me consultaste?

Blanca: Tenía miedo. Pensé que podías impedirme que ayudara a Luis, que no sentías nada por mí y que no te afligirían mis problemas. Y no me equivoqué.

Guillermo: Yo tampoco me equivoqué. ¡Y maldita sea la hora en que empezó esto!

Blanca: (CON RESENTIMIENTO.)¿Así que te arrepentís de todo, verdad?

Guillermo: Sí. (BREVE SILENCIO.) Y se terminó la historia. Devolveme el dinero y cada uno se irá por su camino. (AMENAZADOR.) De lo contrario...

Blanca: (LO INTERRUMPE.) ¿De lo contrario qué? ¿Vas a denunciarme? ¿Vas a mandarme presa? ¿Vas a acusarme de robo?

Guillermo: (CON FRIALDAD.) No. Pero voy a reclamarte la plata día por día hasta que me la devuelvas. Y además voy a hablar con tu hijo. Si pagaste sus deudas, como decís, él también es responsable.

Blanca: (CON IRA.) ¡Está bien: hablá con mi hijo! ¡Denuncialo! ¡Matalo! Ya veo qué clase de tipo sos.

Guillermo: (AMENAZADOR.) No me insultes.

Blanca: ¡Te insulto todo lo que quiero! Me usaste durante tres años pero nunca me diste nada. Me querías sólo para la cama. Y ahora, cuando podrías demostrarme que te importo un poco, me tratás como a una vulgar ladrona.(CON ANGUSTIA.) Andate, por favor.

Guillermo: ¿Me estás echando?

Blanca: Sí. Seis mil dólares miserables no son nada al lado de lo que yo te di.

Guillermo: (CON CRUELDAD.) ¿Por eso me los robaste?

Blanca: (CON AGRESIVIDAD.) ¡Andate, mediocre de mierda! ¡No quiero verte más! ¡Andate al infierno! (SOLLOZA. PAUSA MUY EXTENSA.)

Guillermo: Está bien: soy un mediocre. Pero esto no va a quedar así. Vos no me conocés. (RECALCA AMENAZADORAMENTE.) Seis mil dólares. Ni uno menos. (SALE. BLANCA SIGUE SOLLOZANDO. PAUSA MUY EXTENSA. LA LUZ EMPIEZA A DECLINAR. ENTRA AMELIA, QUIEN VIENE DE LA CALLE. PERMANECE UN RATO ERGUIDA, MIRÁNDOLA CON PIEDAD, SE QUITA EL TAPADO Y SE ACERCA.)

Blanca: (LEVANTA LA CABEZA Y LA VE.) ¡Mamá!

Amelia: (CON TRISTEZA.) Es la primera vez que veo a ese hombre y ocurrió lo que me imaginaba: no me gustó.

Blanca: (PATÉTICA.) Mamá...mamá...Yo no quería...

Amelia: No me expliques nada, querida. Hace mucho tiempo que sé que él viene a nuestra casa.

Blanca: (SIEMPRE SOLLOZANDO.) ¡Estoy tan avergonzada! Perdoname.

Amelia: No tengo nada que perdonarte. ¿O por qué creés que yo me iba los jueves a la misma hora a tomar el té con una amiga imaginaria? ¡Yo, nada menos, que cada día que pasa siento más ganas de quedarme encerrada aquí! El mundo en que vivimos no es para una vieja como yo. ¡Todo huele muy mal!

Blanca: ¡Estoy tan arrepentida!

Amelia: (CON DULZURA.) La vida sigue. Ese hombre no es digno de vos. Merecés alguien mejor, querida. (BLANCA SOLLOZA ABRAZADA A AMELIA. LA LUZ DECLINA CON LENTITUD.)

Blanca: Quiere que le devuelva el dinero...

Amelia: Conseguiremos esa plata de porquería.

Blanca: ¿Cómo?

Amelia: Veremos. Dios nos ayudará.

Blanca: ¡Dios! ¿Dónde estaba Dios cuando empezó todo esto? ¡No tengo de dónde sacar tanta plata!

Amelia: Hipotecaremos la casa.

Blanca:: ¿Estás loca? Es lo único que tenemos.

Amelia; Hay que hacerlo. Tenés que desvincularte de ese hombre y empezar todo de nuevo.

Blanca: (CON MELANCOLÍA.) ¿Empezar qué? (SOLLOZA.)

Amelia; ¡Blanca, por favor! ¡Más perdí yo en mi vida y aquí estoy, tratando de vivir! (LA ABRAZA.) Saldremos adelante. Te lo prometo. (OSCURIDAD.) 

ESCENA VIII

EL MISMO DECORADO. ENTRA LUIS SIGILOSAMENTE. VIENE DE LA CALLE Y ESTÁ OSTENTOSAMENTE VESTIDO. ENTRA AL CUARTO SIN HACER RUIDO. PAUSA. ENTRA LAURA. SE QUITA EL TAPADO, SE SIRVE UN WHISKY, ENCIENDE EL EQUIPO DE MÚSICA Y SE PONE A FUMAR. PAUSA. LUIS SALE DEL CUARTO TRANSPORTANDO DOS BOLSOS.

LAURA: (SORPRENDIDA.)¿Vos? ¿Aquí? ¿Qué estás haciendo? ¿Mamá no te sacó la llave?

LUIS: Sí. Pero yo tenía otro juego.

 

LAURA: Andate antes de que llegue alguien.

 

LUIS: No hay apuro. (SE SIRVE WHISKY.) Estuve esperando hasta que vi salir a la abuela.

 

LAURA: Mirá que tenés coraje, che.

 

LUIS: ¿Coraje por qué? Esta casa es tan mía como tuya. Vine a buscar mi ropa y algunos libros y no me quedo porque me echaron.

 

LAURA: ¿Dónde estás viviendo?

 

LUIS: Por ahí.

 

LAURA: (CON TRISTEZA.) Yo no puedo lograr que mamá te perdone, Luis.

 

LUIS: Nadie te pide que hagas nada.

 

LAURA: Siempre nos llevamos como perro y gato pero no me gusta verte así. Me da pena.

 

LUIS: No te preocupes: vos también me das lástima.

 

LAURA: (MOLESTA.) ¿Ves? Trato de dialogar como nunca lo hicimos y enseguida me atacás.

 

LUIS: (BURLÓN.) Está bien. No voy a atacarte más. Te quiero mucho. ¿Te gusta oír eso?

 

LAURA: Vos y yo nunca afinamos. Pero no te detesto. Es más, hasta creo que te extraño un poco. ¡Pero estoy harta de este clima de velorio! Conseguí la plata que robaste, por favor. Hacé algo.

 

LUIS: No puedo hacer nada. No tengo ese dinero.

 

LAURA: ¿No podrías pedirle los dólares prestados a algún amigo?

 

LUIS: ¿Quién te va a dar dos mil dólares en este país de ratas?

 

LAURA: Tenés que conseguirlos, Luis.

 

LUIS: ¿Qué querés que haga? ¿Que robe otra vez?

 

LAURA: Estoy asustada. Hace un rato llamó Guillermo dándole un ultimátum a mamá. Lo atendí yo.

 

LUIS: Voy a hablar con él. Sé que me estuvo buscando. A lo mejor lo tranquilizo.

 

LAURA: ¡No! ¡No te metas! ¡Empeorarías las cosas! Sólo quiere plata y hay que dársela.

 

LUIS: Yo no tengo trabajo estable, Laura. ¿Sabés de dónde saco para pagar el hotel y para comprarme estas pilchas y comer? (BURLÓN.) Cojo viejas, viejos, jóvenes, lo que venga. ¿Me entendés, no? Soy taxi boy. No me va mal pero no puedo juntar dos mil verdes de un día para otro.

 

LAURA: (CON ANGUSTIA.) Te estás hundiendo, Luis. Y nosotros contigo.

 

LUIS: ¿Recordás lo que dijo papá cuando se peleó con mamá antes de irse para siempre? "Quedate con esos hijos de mierda para convertirlos en dos desgraciados".

LAURA: No quiero oír eso.

LUIS: (CON SADISMO.) ¡Tenés que oírlo! Vos y yo estamos perdidos. El país está podrido de arriba abajo. Esta casa está enyetada. La única que puede salvarse aquí es la abuela. Y se lo merece.

LAURA: ¿Cómo va a salvarse si depende de nosotros?

LUIS: Yo qué sé. Me cuesta mucho conseguir plata. Ayer, para que sepas, me acosté con una mujer de setenta años, y hoy tengo cita con un puto.

 

LAURA: ¡Parala, che!

 

LUIS: Está bien. Paro. Pero no me compliques la vida. Y ahora me voy.

 

LAURA: (LO DETIENE.) ¡No! ¡No te vas así! ¿No tenés derecho a armar este lío espantoso y lavarte las manos!

LUIS: ¿Qué querés que haga?

LAURA: No lo sé. Yo misma no sé qué hacer. Y querría irme de esta casa. No aguanto más.

LUIS: ¿Seguís trabajando?

 

LAURA: Me echaron.

 

LUIS: ¡También! Ibas un día sí y otro no.

 

LAURA: ¡Quién habla!

 

LUIS: Estás muy deprimida, Laura. Te estás liquidando.

LAURA: ¿Y qué querés? No tengo trabajo, no tengo plata, no tengo pareja, no me gusta estudiar.

LUIS: Fumate un porrito por día. ¿O necesitás algo más fuerte?

 

LAURA: ¿Me estás cargando?

 

LUIS: (PONE UN CIGARRILLO DE MARIHUANA SOBRE LA MESA.) Aquí te dejo uno liviano. Si no querés fumarlo tiralo.

 

LAURA: ¡Eso es lo único que me faltaba!

 

LUIS: (CON PATÉTICA SINCERIDAD, DESNUDÁNDOSE CON TRISTEZA.) Te quiero, Laura. Nacimos en el mismo pozo y aquí estamos, ahogándonos en él. Pero yo me voy. Vos, en cambio, tenés que aguantar el chaparrón.

 

LAURA: (ANGUSTIADA.) ¡No sigas!

 

LUIS: ¡Sigo! ¡Sigo! ¡Nunca vas a escapar de esto! Yo tampoco. Aunque viviera con mi familia, aunque no me drogara y dejara la prostitución, aunque fuera un hombre decente, como dicen los conformistas, siempre voy a ser un reventado. (BREVE SILENCIO.) Gracias a mamá y a papá.

 

LAURA: (CON DETERMINACIÓN.) Yo no voy a seguir echándole la culpa a los demás de lo que me pasa a mí. Voy a terminar con la inmundicia y voy a tratar de seguir adelante.(VACILANTE.) Si puedo.

 

LUIS: (CON TRISTE IRONÍA.) Veo que la abuela ha estado dándote algunas clases de esperanza. Gran maestra, la vieja. Lástima que a pesar de su sabiduría no tiene donde caerse muerta. (CON MELANCOLÍA.) ¿Sabés qué es la esperanza para nosotros, Laura?

 

LAURA: No.

 

LUIS: Lo que siempre tienen otros.(BREVE SILENCIO.) Chau.

 

LAURA: (LO DETIENE.) ¡No¡! ¡No te vayas!

 

LUIS: ¿Qué querés?

 

LAURA: No sé...(SE ACERCA IMPULSIVAMENTE Y LO ABRAZA.) Llamame algún día...Vení...Yo qué sé... (LUIS SONRÍE, HACE UN GESTO AFIRMATIVO CON EL DEDO Y SE VA. LA LUZ EMPIEZA A DECLINAR. LAURA SE SIENTA. SU ROSTRO DENOTA INTENSA ANGUSTIA. DE PRONTO MIRA CON CODICIA EL CIGARRILLO DE MARIHUANA. SE ACERCA A ÉL CON LENTITUD MIENTRAS LA LUZ SIGUE CAYENDO.)

 

Escena IX

 

La acción transcurre un mes después en el mismo lugar. La mesa del comedor está preparada para un festejo. Hay mantel blanco, copas, flores, etc. Entra Laura con una bandeja con saladitos. Después entra Amelia. Trae una botella de coca cola y otra de cerveza.

 

Amelia: Compré cerveza. Ah, encontré unas rosas monísimas con el número de años de Blanca.

 

Laura: Mamá te mata.

 

Amelia: ¿Por qué? Tendría que estar orgullosa: no representa la edad que tiene. Además compré dos velitas más. Es ridículo poner una sola en la torta. En realidad, habría que poner cuarenta y cuatro.

 

Laura: No seas ridícula. Ahora se usa una sola velita.

 

Amelia: Eso sí que es ridículo. Cualquiera diría que va a cumplir un año. En mis tiempos...

 

Laura: No empieces con tus tiempos, ahora es así.

 

Amelia: Ahora es la gran cagada, como en todo. (VA HASTA LA COCINA.)

 

Laura: Además, ustedes cumplían cincuenta años y ponían cuarenta velitas.

 

Amelia: Estás muy equivocada. Nosotros no nos avergonzábamos de la edad.

 

Laura: ¿No viste mi collar?

 

Amelia: Lo tiene tu madre.

 

Laura: ¿Otra vez? Y después se queja de que le uso el talco o le fumo los cigarrillos.

 

Amelia: Los collares no se gastan y el talco sí.

 

Laura: No sé para qué usa un collar tan sicodélico.

 

Amelia: Le queda bien con el vestido azul. (ENTRA CON UN PLATO LLENO DE SÁNDWICHES.) Además, no te quejes. Tenemos que estar contentas de que te haya sacado el collar. Estuvo un mes entero encerrada en esa pieza. Hoy quiso salir y se puso bonita. Esa es buena señal.

 

Laura: Disgustada o no nunca dejó de pensar en las pilchas.

 

Amelia:. No veo qué tiene de malo. ¿O querés que te imite a vos, que nunca fuiste a una peluquería?

 

Laura: No quiero terminar como vos, que pasás toda la mañana de ruleros para ir de tarde a ver vidrieras.

 

Amelia:: No sé que tiene de malo ver vidrieras.

 

Laura: Odio todo lo que está detrás de los vidrios.

 

Amelia:. ¿Ah sí, y por qué?

 

Laura: Porque no lo puedo comprar.

 

Amelia: Mirá: mejor andá y traé las servilletas. Hoy es un día muy especial y no quiero discutir con nadie. (LAURA VA HACIA LA COCINA. EN VOZ BAJA.) A estas gurisas de hoy le hace falta enamorarse.

 

Laura: (DESDE LA COCINA.) ¿Qué dijiste?

 

Amelia: Estaba rezando.

 

Laura: (VUELVE TRAYENDO LAS SERVILLETAS.) Todo este festejo a mamá la va a sacar de quicio.

 

Amelia: Quiero darle una alegría a tu madre. Los cumpleaños se festejan.

 

Laura: Hay cosas que no deben festejarse.

 

Amelia: Además invité a Luis, aunque no sé si vendrá.

 

Laura: ¿Te rayaste del todo? Mamá lo echó.

 

Amelia: Son las ocho y él no llegó, así que no te preocupes.

 

Laura: ¿Te ves con Luis?

 

Amelia: Sí. Y vos también. (SE OYE EL RUIDO DE LA PUERTA AL ABRIRSE.) Chist. Ya llegó.

 

Blanca: (ENTRA CAMINANDO CON LENTITUD. HA CAMBIADO MUCHO. PARECE TRISTE Y REFLEXIVA.) ¿Qué es todo esto, mamá?

 

Amelia: Fue idea de Laura.

 

Laura: Miente, fue idea de ella. (SALE.)

 

Blanca: (CON MELANCOLÍA.)Linda idea.

 

Amelia: La vida sigue, Blanca. No te quejes más.

 

Blanca: ¿Qué no me queje? ¿Mi hijo robó y querés que no me queje?

 

Amelia: En el fondo nunca les perdonaste que fueran hijos de él.

 

Blanca: ¡Nunca les faltó nada!

 

Amelia: Les faltó afecto. Yo jamás lo reconozco ante ellos pero es cierto. Ahora es demasiado tarde.

 

Blanca: ¿Así que es demasiado tarde, no? Una mujer se divorcia, el marido es un insensible, el amante un egoísta, los hijos enfermizos y ya es demasiado tarde. ¿Qué hace con su vida entonces? ¿Abandona todo? ¿Se mata?

 

Amelia: (CONMOVIDA.) Disculpame. (CON TERNURA.) Si dije lo que dije fue porque...(La abraza.) ¡Olvidemos todo, querida! La vida debe continuar.

 

Blanca: Hoy es el séptimo cumpleaños desde que me divorcié y estoy igual que antes. La idea del negocio se fue a la miércoles y mi relación con Guillermo se terminó. (BREVE SILENCIO.) Sí, la vida sigue igual, mamá. (CON TRISTEZA.) ¿Pero esto es vida? Lo único que tengo es la casa y terminé hipotecándola.

 

Amelia: ¡Vamos! Hoy es tu cumpleaños y no quiero verte triste. Ahora no le debés plata a nadie. Abrirás ese negocio de cualquier forma y aparecerá otro hombre que te querrá.

 

Blanca: ¿Para qué? ¿Para que pasen otros siete años, ocurra cualquier otra desgracia y después se acabe todo?

 

Amelia: ¡Nunca se acaba todo! Mirame a mí: soy vieja y vivo esperando cosas mejores. Tus hijos te quieren, a pesar de todo.

 

Blanca: No, no me quieren. Ellos hubieran deseado tener una de esas madres despeinadas que andan siempre de batón, ven todas las telenovelas y hacen tortas los domingos. Una sacrificada, una suicida. (CON ANGUSTIA.) ¡Cada vez que pienso que Luis se quiso matar!

 

Amelia: No son malos, son distintos. No comprenden los viejos tiempos, las buenas costumbres, la dulzura de vivir. Pero cambiarán. Luis va a devolverte el dinero, ya lo verás. Me lo prometió.

 

Blanca: (SIN ESPERANZA.) Si, me lo devolverá. Y yo pondré un negocio con el que voy a fundirme. (CON DESESPERACIÓN.) ¿Mamá querida, cómo cambió todo!

 

Amelia: No nos pongamos tristes. Es un día de fiesta y estamos vivos y estamos juntos. (SE OYE EL DANUBIO AZUL. SU ROSTRO SE TRANSFORMA.) Vamos, chiquita, como antes, como en los viejos tiempos. ¿Recordás cómo te gustaba bailarlo?

 

Blanca: (CON MELANCOLÍA.)Me envolvía con un tul que llegaba hasta el piso y me imaginaba en un palacio, rodeada de galanes...

 

Amelia: ¡En la Viena Imperial! Y al verte bailar papá te aplaudía.

 

Blanca: "Bailá, querida, bailá, la vida es tan hermosa como vos", me decía.

 

Amelia: (CON MUCHA TERNURA.)¡Y lo es! ¡Claro que lo es! ( DANZAN CON LENTITUD. LA LUZ EMPIEZA A DECLINAR. ENTRA LAURA TRANSPORTANDO LA TORTA. SE ACERCA A LA MESA Y OBSERVA LA ESCENA CON ESTUPOR. AL VERLA, AMELIA Y BLANCA DEJAN DE BAILAR. SE PRODUCE UNA BREVE PAUSA MUY TENSA. LAURA SE SIENTA A LA MESA. TAMBIÉN LO HACEN AMELIA y BLANCA. LA LUZ SIGUE DECLINANDO DE MANERA GRADUAL. DESPUÉS DE ENCENDER LAS TRES VELITAS, AMELIA CANTA CON SUAVIDAD.) Que los cumplas feliz,/ que los cumplas feliz...

(MIRA A LAURA CON REPROBACIÓN Y ESTA EMPIEZA A CANTAR CON ELLA.) Que los cumplas feliz,/ que los cumplas feliz,/ que los cumplas Blanquita,/ que los cumplas feliz... (BLANCA SOLLOZA. AMELIA TAMBIÉN. SIGUEN OYÉNDOSE LOS ACORDES DEL DANUBIO AZUL MIENTRAS LA LUZ DECLINA. LO ÚLTIMO QUE SE DILUYE ES LA SILLA VACÍA DE LUIS Y EL ROSTRO DESOLADO DE LAURA.)

Obra de Ricardo Prieto

Montevideo, 1985.

Todos los derechos reservados

Montevideo. Uruguay. Abril 2007

 

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                     Ricardo Prieto en Letras Uruguay

 

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