Benditos agravios
Nouvelle de Ricardo Prieto
primeros 16 capítulos

La mejor cosa que uno puede hacer cuando se está en este mundo, es salir de él.

Céline

A Mercedes Ramírez

- I -

De noche, cuando la habitación queda a oscuras, Margot tiene miedo de morirse. Por eso le compré una veladora. Ahora, con la pequeña lámpara encendida, su pánico ha disminuido, aunque suele despertarme a las dos o tres de la mañana para que yo le hable. A mí me resulta difícil charlar a esa hora, pero hago un esfuerzo y pronuncio palabras inaudibles.

 

-Sos muy aburrido- exclamó hace algunas noches.

 

-¿Qué querés que haga?- pregunté yo.

 

-Contá algo o decime qué hiciste durante el día o repetí lo que oíste por ahí.

Yo nunca sé qué contar ni puedo decir qué hice porque jamás me ocurre nada, no hablo con nadie y pocas veces salgo de mi cuarto.

 

Cierta noche Margot empezó a llorar porque yo estaba silencioso.

 

-¿Querés que te lea algo?- pregunté.

 

-¿Qué vas a leerme?

 

-Una novela policial.

 

-No quiero oír historias falsas.

 

-No es una historia falsa, se basa en un hecho real.

 

-¡Real! ¡Real! ¡Lo único real es que vos sos un plomo!- exclamó Margot. Después cerró los ojos e intentó dormir.

Yo permanecí inmóvil, sentado sobre la cama sin atinar a nada. Sentía que era imposible convivir con Margot, pero también sabía que sin ella la vida era un problema insoluble. Intenté hacerla feliz, sin embargo, y dije con lentitud:

 

-Hoy vi el choque de dos autos.

 

-¿Y a mí que me importa, tarado?- dijo.

Después se durmió.

- II -

Margot es rubia, fea, gorda y triste. Es difícil que una gorda sea fea y triste, pero Margot lo es, quizá porque vive con un tipo como yo, capaz de contaminar todo lo que ve poniéndole un sobrenombre. A la vida, por ejemplo, la llamo "rata"; a hacer el amor, "enredarse"; a los padres, "cucarachas"; a los hijos, "pruebas no halladas".

Pero después de encontrar los sobrenombres comprendo que las cosas continúan siendo como eran y que lo esencial sigue oculto dentro de los nombres que nadie inventó todavía. La vida podría llamarse "maraña", "rotosa", "podredumbre", "sorpresa" o "hartura"; los padres "llagas" o "caídas"; los hijos "rastros", "comodines" o "piedras del camino".

Nunca encontré una cosa a la que no pueda adjudicársele otro nombre, y hasta a la muerte, que es tan extraña y difícil de entender, le puse más de sesenta.
Pero no pude optar por ninguno definitivo para ella.

 

 

- III -

La muerte es ruina, desgracia, basura del camino; es escoria que nos espanta a todos. Por eso intentamos embellecerla rodeando a los difuntos de flores.


Cuando yo era niño amaba los velorios porque sólo en ellos encontraba gente amable, mansa y silenciosa que me miraba con cierta ternura.

 

El odio huye de los velorios; también la esperanza.

 

Los muertos nunca son malos, y los que lloran por ellos siempre los amarán.

 

 

- IV -

Compré un pollo para comerlo con Margot. Es sábado y no tengo ganas de vivir. Pelar, descuartizar y vaciar el pollo va a ayudarme a soportar las tediosas horas, el día que nunca termina, esta terrorífica luz diurna que a mí, a diferencia de Margot, me asusta más que la noche.

 

Margot está contenta. Es extraño, pues los sábados suele deprimirse porque tiene más "enredos" y debe preparar la comida del domingo y limpiar esta pieza que nunca se ordena durante la semana.
 

La veo limpiar y siento una alegría extraña. Margot pasa el trapo sobre los muebles, introduce la mano en el agua, usa el plumero, canturrea. Yo cocino. "Algo funciona, algo tiene sentido", pienso.
 

Los minutos pasan. La vida sigue deslizándose pero no estoy solo y el extraño clima hogareño me llena de satisfacción y de orgullo. Ya no siento, como antes, que todo lo que alguna vez empieza termina produciendo hastío, aburrimiento, ganas de dormir y de olvidar.
 

-Vení a comer, Margot- dije apenas serví el pollo.
 

-No quiero comer.
 

-¿Por qué?
 

-Estoy harta de la comida que hacés. 

 

 

- V -

Me siento como un animal acosado y tengo la sensación de que algo desconocido podría matarme. La noche me parece tenebrosa. Pienso en el día, igualmente difícil de tolerar, y en que seguiré sufriendo y temiendo hasta el fin de los tiempos.


También pienso en el mes de agosto, que acaba de empezar. Es el mes más triste del año y el más cruel. El frío y el hambre más terrible llegan con él, y su viento arranca la vida de cuajo. Agosto arrastra hacia la muerte lo que es débil, enfermo, pobre, flojo, escuálido y enclenque. También lo que es fuerte y está lleno de poder.

 

En agosto nací y me abandonó la primera amante que tuve, y perdí a mi padre y me llevaron preso, y conocí a la única mujer que me pegó, y estuve a punto de morir por culpa de una dosis excesiva de droga.

 

 

- VI -

Me puse a escuchar boleros pero Margot dijo que la deprimían y apagué la radio.


-Voy a comprarme un radiocasete portátil para poder oír la música que me gusta- dijo.

 

-En la radio hay muchas estaciones y podés escuchar lo que desees- dije yo.


-Sí, ya sé. En todos lados hay muchas cosas. ¡Pero yo ni siquiera tengo un televisor a colores!- exclamó.

Sirvió el almuerzo y lo comimos en silencio. Después se acostó a dormir. Yo caminé por la pieza mirando el cielo a través de la ventana, hice un té de menta y me senté a tomarlo en el baño para alejarme de Margot. A las seis de la tarde, cuando empezó a oscurecer, me harté del encierro y salí a la calle. El barrio estaba más silencioso que nunca y tuve la sensación de que iba caminando por un desierto.
 

La caminata me aburrió y regresé a la pensión. El subir los tres pisos por escalera me resultó más difícil que nunca. Estaba muy cansado y carecía de voluntad. Además, siempre odié las escaleras.

 

Cuando abrí la puerta de la habitación observé que Margot rezongaba maternalmente al gato. 

 

-Sos un gato malo, un gatito que come muchos ratones- decía.

 

Después lo acercó a la cara y lo besó. Yo pensé en los ratones que no me dejan dormir y traté de calcular cuántos ratones hay en la ciudad. Pero no quise pensar en las ratas.

 

Margot me ofreció una taza de té. La bebí con gusto porque me agrada cualquier clase de bebida, sobre todo el té. Sólo me siento vivo cuando algo caliente se desliza por mi garganta. Felizmente, en ese sentido Margot es igual a mí.

 

 

- VII -

De noche Margot se engalana y sale a "enredarse". Yo nunca sé dónde ni con quiénes se "enreda" ni adónde va después de haberlo hecho, pues no tenemos amigos y jamás visitamos a nuestros escasos parientes.


Ayer, sin embargo, Margot no salió a la calle en todo el día y pasamos mucho tiempo mirando el cielo. Margot comía lentamente una manzana masticándola con cuidado porque odia los ruidos y sabe que yo detesto las manzanas.

 

Cuando anocheció encendí la luz, miré a Margot y dije:

 

-Hoy no quiero dormir.

 

-Yo tampoco, pero no hay más remedio que hacerlo- dijo Margot.

Nos desvestimos y nos acostamos en silencio. Al rato Margot se dio vuelta y me miró.


-Hace tres años que vivo contigo- dije yo sin ternura.

 

-Yo también- dijo Margot con burla.

Los dos reímos. Hubo un silencio y yo me puse muy nervioso. Quería agregar alguna palabra pero no sabía cuál. ¿De dónde se pueden sacar las palabras cuando desaparecen de pronto? Yo me sentía triste y cansado de la vida, pero quise proyectar sobre Margot la idea contraria. No sé por qué me propuse alentarla.

 

-A veces quisiera hacerte un hijo- dije.

 

-¿Para qué?

 

-Para que sea nuestro hijo, para tener algo de los dos.

 

-No me gustan los niños- exclamó.

 

-Todos fuimos niños- protesté yo.

 

-Odio a esos guanacos.

Me pasé varios días pensando qué significaba ser un guanaco. Le pregunté a algunas personas pero me contestaron que no lo sabían. No tuve más remedio que ir a la biblioteca del barrio para pedirle a una de las empleadas que buscara esa palabra en el diccionario. La mujer me dijo que el guanaco es un mamífero rumiante de color pardo oscuro que habita en los Andes Meridionales. Pregunté si la palabra tenía otra acepción.

 

-Sí, también significa simple y tonto.

Entonces pensé: "Yo también soy un guanaco".

 

- VIII -

A la mañana siguiente Margot me dijo que los hombres y las mujeres andan en yunta con sus hembritas y sus machitos mientras la vida los somete a espantosos escarnios. "La vida los castiga, les da duro, y a veces los pulveriza. Pero ellos no se dan cuenta y se sienten seguros, orgullosos y satisfechos", añadió.

 

La extraña afirmación de Margot me desconcertó mucho. ¿De quiénes estaba hablando? No de ella ni de mí, seguramente. Quizá se refería a esas mujeres y esos hombres que sólo pueden vivir en pareja. Es cierto que parecen un poco estúpidos, pero no son tan malos después de todo, y no advierto en ellos ni orgullo ni seguridad. Estoy seguro de que se aburren mucho y de que son tan desgraciados como yo.
 

Pero Margot estaba molesta porque yo no demostraba interés en seguir conversando de aquel asunto. Y, como a veces es insistente y un poco latosa, me preguntó:
 

-¿Oíste?
 

-Sí, oí.

Esperé a que me preguntara qué pensaba con respecto a su afirmación. Pero por suerte para mí, se limitó a decir:
 

-Entonces es suficiente.

A pesar de que yo no tenía ganas de discutir me molestó que terminara la conversación de una manera abrupta. Siempre ocurre lo mismo: en mi mente hay miles de palabras que no pronuncio, y cuando alguna pregunta abre esa especie de compuerta que nos separa de las palabras, estas se agolpan en mi garganta y no atinan a salir. Entonces quedo exhausto, casi muerto. Los demás no se dan cuenta y creen que soy imbécil y perezoso, pero yo me dejo llevar hacia otros mundos donde las palabras no pronunciadas son más hermosas y perfectas que la vida. Por eso le pregunté a Margot con ironía:
 

-¿Estás segura de que es suficiente?
 

-Sí, estoy muy segura- exclamó irritada.

 

 

- IX -

Muchas veces me pregunto qué es lo suficiente. Ni yo ni Margot ni nadie en el mundo lo sabe. Pero estoy seguro de algo: para mí nada es suficiente, y todo es pavoroso.

 

- X -

Los ratones merodean alrededor de mi cama. Tiro un zapato sobre el que está más cerca pero se escabulle con agilidad. Los restantes corren alucinados, aunque es la primera vez que se acercan tanto. ¿Qué significa esa osadía?

Margot duerme. Es capaz de dormir durante años mientras cientos de ratones la cercan, se suben sobre ella y la devoran. Imagino que Margot es engullida por ellos, pero siento asco y angustia y decido no pensar más en eso.

Un ratón se acerca hasta la pata de la cama y mira hacia arriba, hacia mí. Me sorprende el hecho de encontrarme en un plano diferente del de él. También me asombra su mirada: nunca pensé que un ratón pudiese mirar así a un ser humano. Tomo la bota y la lanzo con fuerza. Lo destrozo. La sangre salta hacia la cama y salpica mis pies.

-¿Qué pasó?- pregunta Margot.

-Maté un ratón- digo yo mirando con asco los restos del animalejo.

-¿Por qué hiciste eso?

-Porque me daba asco.

-A mí me da asco la gente y no la mato; me dan asco las cucarachas y no las mato; me dan asco los clientes y tampoco los mato.

-Yo no soy vos.

-Vos sos un asesino.

La afirmación de Margot me parece ridícula.

-¿Qué pasa? ¿Por qué armás tanto escándalo por una pavada?- le pregunto.

-La muerte no es ninguna pavada. Ahora el piso está lleno de sangre, y la sangre tampoco es una pavada, es algo horrible.

 

- XI -

Acabo de despertarme. Está lloviendo y siento miedo. En días como este la calle me asusta. Margot sale para ir a algún "enredo". Ella es muy disciplinada. Yo no quiero salir. Me levanto, preparo un té, cierro la ventana, me agazapo en la oscuridad. Hace mucho frío pero no tengo estufa ni modo de calentarme. Me gustaría tocar a alguien. Decido que el nuevo nombre de los ratones será "dientes de leche", y que el frío se llamará "agua sucia".

 

Pienso que Margot tiene razón: la sangre es algo horrible. Pero está dentro de nuestros cuerpos, sin embargo, y fuera, y alrededor. Litros y litros de sangre se deslizan por las calles depositadas en sus recipientes humanos. Hay sangre en todo lo que amamos y en todo lo que odiamos, y abrazamos la sangre, y dormimos junto a ella.

 

Me pregunto qué pasará con la sangre de los muertos. ¿Se secará? ¿Se pudrirá? ¿Será exhalada de manera invisible con la última respiración? ¿Será bebida por las alimañas y los gusanos? ¿Saldrá por los orificios de los cuerpos y se expandirá entre las tumbas?

 

No sé dónde leí que la sangre es blanca y que se vuelve roja cuando emerge y se pone en contacto con el oxígeno que hay en el aire. A veces pienso que el oxígeno se exalta con nuestra sangre, y que el inmenso mar rojo que nos rodea es la prueba más palpable de que estamos malditos y de que el mundo y el universo flotan en un agua densa que se introduce en los más pequeños recovecos de las cosas y de los cuerpos.

 

- XII -

Veo a Margot acariciando el gato y siento repulsión. Lo acaricia demasiado, aunque por suerte lo besa poco. Ayer el animal la miró de manera extraña, como si lo hubiese molestado que lo toqueteara tanto. En ese momento, y no sé por qué, recordé el ratón que destruí.

 

-Ese gato está enfermo- dije.

 

-¿Por qué siempre estás diciendo que todo está enfermo?- preguntó Margot.


-Porque la enfermedad se apoderó del mundo- dije.


-Ja, ja- rió Margot-. ¿De qué mundo estás hablando?


-De este mundo- añadí con orgullo, como si yo fuese capaz de conocer todo lo que existe.


-Vos vivís en un agujero.


-Si vos estuvieses dentro de mi agujero comprobarías que en él las cosas son muy complicadas.

 

-Mirá, vago, lo más complicado que hay en este mundo es trabajar- exclamó Margot. Su voz insultante me ofuscó. Vive agraviándome porque me mantiene.


-El trabajar es fácil. No hacer nada es difícil- dije.


-¿Qué querés decir?


-No cualquiera puede estar solo.

 

 

- XIII -

 

A veces me pregunto si Margot sabe que está viva. Come mucho, se deprime sin motivo y nunca se entusiasma con nada. ¿Eso es vivir? Yo tampoco vivo intensamente, quizá, porque soy inútil y abúlico y todo me aburre. Y nadie me mira, excepto la mujer con la que vivo. ¿Existo realmente?

 

-Voy a escuchar un bolero, Margot- digo de pronto.

 

-No quiero oír boleros.

 

-Me gusta "Tú me acostumbraste". Es muy lindo.

 

-¡No quiero oír boleros!- repite Margot gritando.

Estoy seguro de que si ella tuviera instrucción los diálogos serían más interesantes. Nunca ha leído un libro ni se ha preguntado cómo soy yo ni ha mirado más allá de sus narices. Por eso se enfurece cuando me ve escribiendo palabras sueltas.

 

En ciertos momentos, sin embargo, tengo la impresión de que Margot comprende todo más que yo y se hace más preguntas que nadie. Hace poco, por ejemplo, afirmó que pasarse todo el día inactivo era lo mismo que estar muerto. Yo le contesté que, para mí, morir era meterse en la vida. Y ella dijo con burla:

 

-Sí, la vida puta.

 

-Vos vivís, Margot.

Ella rió como una loca mirándome con asombro. Después se quedó en silencio más de una hora.

 

- XIV -

Ayer, cuando Margot se fue muy temprano a "enredarse" salí del apartamento y me senté en el corredor, donde estuve toda la mañana. El silencio allí era distinto y me asustaba menos. Por primera vez en mi vida pensé en otra parte del mundo, otra oscuridad y otro silencio. También pensé en las sombras de los días lejanos, aquellas de mi niñez. Pero arranqué los pensamientos de mi mente convencido de que en esos mundos yo nunca había estado ni podría estar.

 

El corredor estaba oscuro y húmedo. Al final de la escalera, sobre el palier de mi piso, los vidrios rotos de la claraboya estaban tapiados con diarios y pedazos de frazadas y la luz no pasaba por allí. Sentí mi respiración serena y monocorde y miré la puerta de calle temiendo que por ella irrumpiera algo desagradable. De pronto tuve la sensación de que todos los fragmentos de mi vida se unían. Quizá porque no estaba en mi cuarto comprendí que yo no formaba parte del mundo y que en el sitio en que estaba encerrado no había espacio, ni volúmenes, ni peso. Yo flotaba, era vacuo, débil, liviano y casi invisible. Sólo el mundo era denso. Yo era de aire. Ni siquiera era de lluvia o de viento. Me embargó intensa angustia y sentí envidia de las plantas y de los animales porque se mantienen inconmovibles en medio del horror que nos rodea.

 

Una mujer gorda y vieja abrió la puerta y miró hacia el final de la escalera, hacia mí. 

 

-¿Tenés un cigarrillo?- preguntó.

Incliné la cabeza para no verla y pensé que tenía que huir, escaparme de todo durmiendo o muriendo.

 

- XV -

El mundo se bifurca, se pierde, se aleja. Yo soy algo triste y escuálido que marcha a la deriva. Siento que me encuentro al borde de un abismo pero no me caigo. A veces pienso que estoy atado, y me espanta tener intestinos, boca, estómago, riñones y sangre. Muchas noches no puedo dormir pensando que Margot y yo somos una fétida masa de nervios, bilis y fermentos recubiertos de piel. Si ésta fuera cortada y extendiéramos sobre el piso lo que contienen cualquiera de nuestros cuerpos, moriríamos aterrados.

 

- XVI -

Ayer nos "enredamos" con Margot. Fue una linda noche. Cada cierto tiempo ella acepta hacerlo conmigo, aunque yo sólo estoy dispuesto algunas veces.

 

Los "enredos" son siempre difíciles porque nunca actúo con naturalidad. En lugar de acariciarla o de decirle que es linda y que su piel me atrae, pregunto bruscamente:

 

-¿Podemos acostarnos?

En el noventa por ciento de los casos Margot dice que no. A veces, quizá cuando está harta de la vida, contesta que sí. Pero "enredarse" es anodino, en cierto sentido, y cada vez que nos desnudamos y nos introducimos en la cama, yo siento que hay algo extraño y desconocido fuera de mí, algo que nunca conoceré del todo. En esos momentos se acentúa la sensación de insignificancia, el temor a la muerte y la certeza de que en los "enredos" mezclamos la sangre, la escoria y la angustia.


Pienso en la amplitud del mundo, en sus formas, en sus colores, en sus accidentes, en sus sorpresas, en la infinidad de rostros humanos que contemplan sin asombro y sin temor el nacimiento y la muerte.

 

¿Cómo podemos tolerar sin enloquecer las desdichas y las catástrofes que nos agobian? Aunque uno no las mire, todas las desgracias están ahí, y el dolor se extiende como un manto de lava por las mansiones, los tugurios y las cárceles; por las calles, las montañas y los caminos; en invierno, en verano y en otoño; dentro de los niños, los jóvenes y los ancianos; en los enfermos, los sanos y los locos. Nacemos gritando y morimos entre estertores, como los carneros degollados. Sí: la vida es un nudo casi imposible de desatar; nos disuelve como al humo y nos aniquila como a las bestias.

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