Querida Fitia: Te escribo esta carta con la esperanza de que no sea la última. Quiera Dios que haya muchas más entre nosotras.
Anoche me sentí muy mal. Me asusté. Soy consciente de que puedo tener una recaída -al menos el médico me lo advirtió- y no tendría que asustarme por ello, pero lo de anoche fue más de lo esperado. Realmente me sentí morir.
Pero no es por lo de anoche que te escribo sino por todo lo de esta mañana. Me levanté con muchas ganas de vivir. El día amaneció espléndido, primaveral y sentí muchas ganas de ponerme linda. ¿A mi edad? Sí, ¿por qué no? Me puse el vestido azul con flores que tú conoces y me maquillé. Me solté el pelo como una joven de quince años disfrutando frente al espejo y salí. Al llegar al comedor: la gran sorpresa. Conocí a Setembrini. ¿Recuerdas que me hablaste de él cuando leíste "La montaña mágica"? Quizá no, pues han pasado muchos años. Es un hombre muy agradable. Me invitó a tomar el desayuno y tuvimos una larga charla.
Pero ya te hablaré más de él en las próximas cartas, pues quedamos en vernos nuevamente.
Quería contarte que al volver a la habitación, encontré a una enfermera limpiando el piso con un desinfectante de olor asqueroso, el guardarropas abierto sin nada dentro, la cama corrida y sin el colchón dejando al descubierto -¡horror!- una mancha de humedad donde habitualmente estaba el espaldar. Me acordé de tu recomendación: que por mi enfermedad debía cuidarme mucho de la humedad, pues ella era la que me estaba matando. Me asusté. Le pregunté por ello y no me respondió. Más aún: me ignoró. Siguió limpiando como si nada, incluso en un momento nos rozamos al pasar y me pareció que su brazo pasaba por dentro del mío. ¿Qué loco no? El médico y la jefa de enfermeras también me ignoraron por lo que, cuando termine esta carta, voy a la gerencia a preguntar qué es lo que pasa y a qué habitación llevaron mis cosas.
Te dejo hasta la próxima porque acaba de pasar Setembrini hacia el jardín y es como que se borraran las letras y se esfumara el papel. (No te rías) Besos: Delfina.
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