"El texto como diáspora: la escritura de Perlongher y Lispector, dos escritores judíos latinoamericanos"
Teresa Porzecanski
teporce@gmail.com

 

Retórica llena y territorio vacío

 

"Ridículo, kitsch, humorístico, transgresor: este poeta supera la adustez de la vanguardia y recupera el mal gusto del modernismo. Sólo que los moldes modernistas (...) se contaminan y flotan, como los desechos de una inundación, en el barro y las viscosidades de una carne vista a través de muchos lentes y encuadres", sostiene R. Echavarren a propósito de la poesía de Néstor Perlongher, en su prólogo a los Poemas completos de este poeta[1]. En su poesía, "la sobreabundancia es compatible con el doble o triple sentido, la aliteración y la deformación de los significantes"[2]. En efecto, basta leer apenas un pasaje de su poema Ghetto[3] para compartir estas apreciaciones:  

 

"Novedades de noche: satén aterciopelado modelando con flecos la moldura del anca, flatulencias de flujo, oscuro brillo. Resplandor respingado, caracoles de nylon que le esmaltaban de lame el fleco de las orlas. Esas babas, cariacontecidas, cal carosa, en su porosidad, de manubrillos, roznan el arco de un ronquido en la maraña madrugada. (...)"  

 

Lo que podría definirse como un estilo neobarroco es rebautizado por el propio Perlongher como "neobarroso"[4], concepto con el que aspira a definir todo un estilo rioplatense. En verdad se trata de una idea de acumulación y exceso, unida a un estilo de blandura sucia, terrosa, húmeda. Impregnado de coloquialismos, neologismos y lunfardismos, el repertorio discursivo de Perlongher se extiende más allá de lo que sería una retórica colectiva "culta", atentando contra los propios límites de la comprensión y apoyado en una pasión por nombrar, re-nombrar, volver a re-nombrar, un movimiento recurrente —que no redundante— y espiralado, del que resultan largas frases acumulativas. Los significados se van sucediendo en línea de continuidad, pero el efecto es el de superposición y yuxtaposición: cada nuevo significado agrega, a la vez que interrumpe y transforma al anterior. La escritura de Perlongher parece resultar de una búsqueda obsesiva de términos que no logra encontrar. Su obsesión es la de completar una descripción o una conceptualización que no termina jamás de completarse, por lo que ella se reitera en la permanente reescritura de un referente que aparece siempre elusivo. Las palabras quedan resultando insuficientes o ineficientes. Se trata de una retórica que, a través del mecanismo de la acumulación, expone su propia incompletud e inaugura entonces un espacio de contraste, abierto, vacío.

 

"Purificación" de la palabra y territorio "vacío".

 

Dice Clarice Lispector: "Escribir es una piedra lanzada a lo hondo de un pozo" y "Cada nuevo libro es un viaje. Pero un viaje con los ojos vendados por mares jamás vistos: con la venda en los ojos, el terror de la oscuridades es total"[5]. En las novelas de Lispector, algunos comentaristas han encontrado "la ausencia de la totalización del texto, que lleva a la crítica a suponer que sus libros son "mal construidos"[6]. Fragmentariedad y diseminación son características de un estilo que busca sus términos en un espacio abierto, con casi ningún "hilo conductor", y lo hace de manera deliberada. Afirma Clarice: "Quiero la experiencia de una falta de construcción. A pesar de que mi texto está todo atravesado de una punta a la otra por un frágil hilo conductor, ¿cuál? ¿El que interna en el núcleo de la palabra? ¿El de la Pasión?[7] Ese "internarse en el núcleo de la palabra" configura un estilo de desnudamiento de la escritura y abre un paréntesis en el seno mismo de la palabra o mejor, abre un paréntesis anterior a la palabra, en el que el pensamiento deambula sin llegar a elaborarse totalmente.

 

En virtual oposición a la escritura de Perlongher, la de Lispector no trata de acumular significados porque el lenguaje le resulte siempre insuficiente; la escritura de Lispector intenta aprehender el instante, "purificar" la palabra. "Quiero escribir un movimiento puro" es el acápite de su última publicación y más adelante confiesa: "Se agotaron los significados. Nos comunicamos como sordomudos con las manos".[8]

La escritura y el tránsito

 

Ambos ejemplos ilustran en qué medida esta escritura configura un movimiento de migración en el tiempo y en el espacio simbólicos, que, en primer término, instaura una distancia entre quien escribe y sus referentes espacio-temporales. "Escribir es siempre una experiencia de tránsito. Como nómades hacemos la travesía en la búsqueda de genealogías, orígenes, puntos de partida desde donde construir nuestra identidad, nuestro rostro (un rostro esfumado o difuso) interrogamos a las cosas, a las imágenes, a los documentos, queremos que algo sea dicho, que sea pronunciado aquello que ha sido omitido, que ha sido silenciado. En este sentido, la escritura es una experiencia de migración en el tiempo".[9]

 

Se ha reflexionado mucho respecto de la relación entre texto e identidad en las literaturas llamadas "étnicas". En oposición a las hipótesis que sostienen que los autores étnicos escriben para "recuperar" o "elaborar" sus identidades culturales, estos dos escritores judíos latinoamericanos, Perlongher y Lispector, parecen haber escrito para esfumar sus rostros, para pasar de una identidad y circunstancia reconocibles por sus referentes (la biografía, por ejemplo), a otra de tránsito, de nomadismo, de peregrinaje. Han escrito para transitar de sí mismos hacia la indistinción. Esta indistinción, en tanto diáspora, es el lugar de dispersión de la individualidad, de transmutación del personaje social en lo humano genérico, es el camino de incorporación a lo universal.

 

Hay un lugar vasto que no se llegará a ocupar. Como un Moisés que contempla la Tierra Prometida pero no puede llegar a habitarla, el destino de la escritura de Perlongher y Lispector, aunque por modalidades opuestas, es reafirmar la existencia de una ausencia inscripta en el mismo movimiento de la escritura. Porque no tiene destino ni llegada, esta escritura es peregrinaje cuyo itinerario marca la amplitud ilimitada de una diáspora.

 

La escritura como hierofanía

 

Algunos estudiosos han encontrado en la obra de Lispector un aspecto casi religioso. Es el caso de Eduardo Prado Coelho. Cuando escribe que la obra de Clarice "... se mueve antes del pensamiento. Es también muy claro que estamos delante de una experiencia de tipo místico, y que Dios no anda lejos de estas deambulaciones"[10]. Otros analistas encuentran en su escritura el tema de "la pasión en sentido profundo, terminado, en una paradójica inversión del rito de la comunión cristiana, por comer la cucaracha aplastada para comulgar con lo 'neutro vivo de Dios' que existe en todos los seres[11] refiriéndose a la novela La pasión según G.H.

 

En Perlongher, el poemario Aguas aéreas es resultado de su práctica místico-religiosa vinculada a la ingestión del yagué"[12] y la mayoría de los poemas que lo conforman incursionan en el éxtasis como tema central[13]. Tránsito y trance están interconectados en la experiencia de lo numinoso, descripta por Rudolph Otto, aquello que produce al mismo tiempo terror y fascinación.

 

En una conferencia pronunciada en el coloquio sobre "Ausencia y Negatividad" organizado por el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad Hebrea de Jerusalén hace unos años[14], J. Derrida reflexiona en torno a la afirmación de que la desconstrucción actúa como una especie de teología negativa en los textos en los que todo predicado aparece siempre inadecuado para su sujeto. Tomando como ejemplo paradigmático de una determinación negativa el texto "Los nombres divinos" atribuido a Dionisio Areopagita, cuya matriz es "esto que se llama X (...) no es ni esto ni aquello, ni sensible ni inteligible, ni positivo ni negativo, ni dentro ni fuera...", Derrida explica en qué consiste una teología negativa. "Cada vez que digo X no es esto, ni aquello, ni lo contrario de esto o aquello ni (...), siendo absolutamente heterogéneo o inconmensurable con ellos, empezaría a hablar de Dios, bajo ese nombre o bajo otro[15] sostiene el filósofo, por lo que toda frase que no pudiera afirmar ningún atributo respecto de su sujeto remitiría, en realidad, por la prohibición bíblica, a la divinidad o al nombre de Dios, que no deberá ser pronunciado.

 

Para Derrida la desconstrucción no supone la búsqueda de ninguna esencialidad, de ningún referente fijo, trascendente y omnipresente, como el que buscaría una creencia religiosa respecto de sus figuras sagradas[16], sino que se trata meramente de que el texto instaura un lugar vacío y disperso. La desconstrucción alude a la permanente "incompletud" del texto o a "la ausencia inscripta en las mismas estructuras del lenguaje[17] y no hace referencia a la elusiva esfera de lo sagrado. Si bien "lo inexpresable" del texto derrideano no sería la misma cosa que "lo inexpresable" de la experiencia religiosa, tanto en Perlongher como en Lispector, es visible la experiencia místico-religiosa del no poder decir aquello que se ha postulado como innombrable.

 

Diáspora y desierto

 

En ambos escritores, el texto inventa un lugar nuevo pero vacío, un lugar donde podría decirse todo si el lenguaje fuera posible, un lugar donde, porque no puede decirse todo, no puede decirse nada. Según E. Jabés, ese lugar es el desierto. "Si Dios habló en el desierto, es para privar de todo arraigo a su palabra para que la criatura sea Su vínculo privilegiado (...)”[18] El desierto como un vacío en derredor del cual se construye la palabra. Jabés pregunta. "¿Nosotros no tenemos nada en común sino el camino?"[19] Y luego, dice "Desierto. Toda escritura es primero que nada una herida de arena".[20]

 

Jabés afirma que "El desierto escribió al judío y el judío se lee a sí mismo en el desierto".21 El desierto, que es ausencia, es también exploración de los límites, búsqueda, interrogación a Dios. El texto aparece aquí como una cierta conexión con la errancia, con el tránsito, con los desplazamientos y las dislocaciones.

 

Referencias:

[1] Echavarren, Roberto. 1997. Prólogo. En Perlongher, N. 1997. Poemas Completos (1980-1992). Seix Barral, Argentina, Pag.8.
[2] Ibíd. Pp.7.
[3] Perlongher.N. Op. cit. pp.223.
[4] Según Echavarren,R. En Perlongher, N. 1997. Op. Cit. pp. 11.
[5] Lispector, Clarice.1999. Un soplo de vida (Pulsaciones). Ed. Siruela, España. Pp. 18-19.
[6] Prado Coelho, Eduardo.1989. A paixao depois de G.H. En Remate de Males, Campinas, (9):147-151. Brasil. pp. 150.
[7] Ibid. Pp. 150.
[8] Lispector, Clarice. Op. Cit.pp. 14.
[9] Chalmers, Ian. 1995. Migración, cultura e identidad. Amorrortu editores, Buenos Aires. pag. 25, 26 y sig.
[10] Prado Coelho, Eduardo. Op. Cit. pp. 147 y sig.
Franco Júnior, Arnaldo. 1996. La hechicera exquisita. En El País Cultural, Año VII, Nº 326, viernes 2 de febrero de 1996.pg. 2 y 3.
[11] El epílogo del poemario reza: "Agradezco al Centro Ecléctico de Fluyente Luz Universal, "Flor de las Aguas" de San Pablo, por el privilegio de haberme permitido acceder a la bebida sagrada". (Op. Cit.al cuidado de R. Echavarren).
[12] Un ejemplo es el poema XXX: "Vértigo cabrilleante en el lunar celeste de los ojos de agua de la noche cerrada sobre sí espiraladamente aire volúmenes del aire evolucionan desde la altura de las vísceras."
[13] Derrida, Jacques.1997.Cómo no hablar y otros textos. Ediciones Proyecto a. Barcelona.
[14] Ibid.pp.27
[15] Ibid. paráfrasis pp.33
[16] Norcross, Paul. 1997. En Dictionary of Cultural & Critical Theory. Blackwell, London. pp. 141.
[17] Cf. Forster, Ricardo.1999.El exilio de la palabra. Entorno a lo judío. Eudeba, Buenos Aires.pp. 28, 29 y sig.
[18] Jabes, Edmond.1991.The book of Questions. Vol II. Wesleyan University Press, USA.pp.301.
[19] Ibid.
[20] Ibid.pp. 302.

 

Teresa Porzecanski
Boletín de la Academia Nacional de Letras
Tercera época - Número 10 - julio - diciembre 2001

 

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