Mi lucha era contra
la palabra “acanaladura” y habíase entablado cuando ella se topó conmigo
y viceversa en un parágrafo un poco absurdo y totalmente incomprensible
de un libro del que he olvidado el título y cuyo tema se ha diluido en
una algarabía grosera de otros temas. Los compañeros de estudio me
advirtieron, tímidamente al principio, que no prestara atención a tales
sutilezas y abandonase toda idea de discrepancia.
Luego, a
medida que pasaba el tiempo y yo pensaba en estrategias, ya preveían
directamente los riesgos que yo correría: “Enloquecerás” –decían–.
“Estarás enferma.” “No habrá tiempo” –decían– “de salvarte.”
Yo
presentía, en lo hondo de aquella cosa oscura en la que me introduciría,
que ellos tenían la razón y que por el mismo sentido común de la
realidad que nos unía, debía revisar todo el proyecto. Pero algo en la
palabra “acanaladura”, algo en sí en la combinación de letras y en el
movedizo tono disonante con que mi voz la pronunciaba, hacía emerger mi
resistencia inflexible y sórdida. Yo buscaba desbaratar el rígido
ordenamiento de las sílabas. La alternancia estricta de consonantes y
vocales era el resultado de una insoportable regularidad y nada había en
ese recurso trasnochado que yo no pretendiera alterar. La sílaba tónica
atentaba contra toda imaginación y la modulación de los fonemas
esclavizaba el contenido. Yo suspiraba por combinaciones libres a
con ca y la con fa, pero, a su vez, derramadas
afuera de toda acentuación distintiva: que la voz fuera un desquicio, o
mejor un respiro, un despliegue de aire irreconocible saliendo en fin
hacia cualquier tonalidad, o bien, un gemido o grito incidental y
totalmente inesperado.
Conocidos
me detenían en los corredores para brindarme piedad y largos sermones.
“Enfermarás” –decían– “No se puede pensar sin el lenguaje” “Morirás”
–aseguraban– “No podrás razonar correctamente”.
Yo vagaba
por los grandes salones polvorientos ensayando ordenamientos nuevos en
matrices impropias en conjuntos azarosos. Volaban las sílabas
mezclándose en caprichosos eslabones ar-tuam-sixto lu-brun-zacto
como partículas lanzadas por el poderoso energetismo de mi cerebro a la
pantalla demasiado iluminada de las frases.
Gradualmente entonces, se articuló la victoria: era una tarde de verano
en la que el calor se estacionaba lentamente en las veredas. Caminaba
por entre los plátanos con indiferencia cuando de pronto un abrupto
silencio me fue ganando: el transcurrir de los autos, la ondulación de
las aceras, los ancianos charlando en los zaguanes quedaron fijos en una
fotografía, daguerrotipo final, y un gran vacío se instaló en mis
entrañas, porque a con ca laberínticas letras me
alcanzaban te con ex de un origen extraño tra con
ño y esa proliferación gradualmente dual con mente se
volvía infinita dije mente se enquistaba y volvía aba aba a
estallar tan demente dije mente como la luz ahora o con oro
señaliza impía, cruel, cortante lo que no es: lo que no es no es. |