Acanaladura

Cuento, narrativa, de Teresa Porzecanski
teporce@gmail.com

Acanaladuras en columnas corintias en el Templo romano de Diana en Evora

Mi lucha era contra la palabra “acanaladura” y habíase entablado cuando ella se topó conmigo y viceversa en un parágrafo un poco absurdo y totalmente incomprensible de un libro del que he olvidado el título y cuyo tema se ha diluido en una algarabía grosera de otros temas. Los compañeros de estudio me advirtieron, tímidamente al principio, que no prestara atención a tales sutilezas y abandonase toda idea de discrepancia.

 

Luego, a medida que pasaba el tiempo y yo pensaba en estrategias, ya preveían directamente los riesgos que yo correría: “Enloquecerás” –decían–. “Estarás enferma.” “No habrá tiempo” –decían– “de salvarte.”

 

Yo presentía, en lo hondo de aquella cosa oscura en la que me introduciría, que ellos tenían la razón y que por el mismo sentido común de la realidad que nos unía, debía revisar todo el proyecto. Pero algo en la palabra “acanaladura”, algo en sí en la combinación de letras y en el movedizo tono disonante con que mi voz la pronunciaba, hacía emerger mi resistencia inflexible y sórdida. Yo buscaba desbaratar el rígido ordenamiento de las sílabas. La alternancia estricta de consonantes y vocales era el resultado de una insoportable regularidad y nada había en ese recurso trasnochado que yo no pretendiera alterar. La sílaba tónica atentaba contra toda imaginación y la modulación de los fonemas esclavizaba el contenido. Yo suspiraba por combinaciones libres a con ca y la con fa, pero, a su vez, derramadas afuera de toda acentuación distintiva: que la voz fuera un desquicio, o mejor un respiro, un despliegue de aire irreconocible saliendo en fin hacia cualquier tonalidad, o bien, un gemido o grito incidental y totalmente inesperado.

 

Conocidos me detenían en los corredores para brindarme piedad y largos sermones. “Enfermarás” –decían– “No se puede pensar sin el lenguaje” “Morirás” –aseguraban– “No podrás razonar correctamente”.

           

Yo vagaba por los grandes salones polvorientos ensayando ordenamientos nuevos en matrices impropias en conjuntos azarosos. Volaban las sílabas mezclándose en caprichosos eslabones ar-tuam-sixto lu-brun-zacto como partículas lanzadas por el poderoso energetismo de mi cerebro a la pantalla demasiado iluminada de las frases.

           

Gradualmente entonces, se articuló la victoria: era una tarde de verano en la que el calor se estacionaba lentamente en las veredas. Caminaba por entre los plátanos con indiferencia cuando de pronto un abrupto silencio me fue ganando: el transcurrir de los autos, la ondulación de las aceras, los ancianos charlando en los zaguanes quedaron fijos en una fotografía, daguerrotipo final, y un gran vacío se instaló en mis entrañas, porque a con ca laberínticas letras me alcanzaban te con ex de un origen extraño tra con ño y esa proliferación gradualmente dual con mente se volvía infinita dije mente se enquistaba y volvía aba aba a estallar tan demente dije mente como la luz ahora o con oro señaliza impía, cruel, cortante lo que no es: lo que no es no es.

 

Teresa Porzecanski

teporce@gmail.com
Del libro "Construcciones" (cuentos). Editorial Arca, Montevideo, 1979
Aportado por la autora

 

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