Y la muda habló |
Hay
en todo lugar, Aldea, Pueblo, Cuidad o paraje, algún ciudadano que sobre
sale con alguna fama o distinción, a ello contribuye y mucho, la sociedad
o entorno en que surgen estos particulares personajes, aunque casi siempre
su pasado aporta la simiente para que éstas cosas acontezcan.
Ésta,
a la que nos referimos, aún está vigente en el recuerdo de sus
familiares, por ese detalle y por respeto, cambiaré los nombres de los
personajes y los lugares de ésta real historia. Hace
ya unos años, en que viviendo en la periferia de un Pueblo del interior,
que como todos los habitantes alejados de las grandes urbes, conservaban
ese encanto intrínsico de mantener a sus comunidades dentro de
tradiciones y costumbres que vienen de culturas ancestrales traídas por
sus antecesores que emigraron de tierras muy lejanas. Algunos
de ellos, de lugares tan remotos y de culturas, que se pierden, en la
noche de los tiempos. Entre
las referidas culturas o razas, están la de los Gitanos, que más allá
de las historias, anécdotas y
relatos, la mayoría de ellos embebidos de fantasías. En
un terreno lindero a nuestro hogar
transitorio y de gran porte, dado que aparentemente, éste solar estaba
compuesto por varios padrones y que pertenecían a un solo dueño. Que
lo alquilaba esporádicamente a distintos grupos trashumantes, como ser
Circos o Calesitas que solían recorrer con su trouppe, por distintas
comunidades del País. Allí
quedaban hasta que ya, entre las gentes no podían recaudar más un duro o
bien porque las sucesivas actuaciones de éstos espectáculos, ya
saturaban a la audiencia y ésta ya no concurría y por ende no generaba
recaudación. Desde
hacía poco mas de un año, al lindero y gran lote, lo ocupaba una pequeña
comunidad de Gitanos; de no más de veinte personas, entre adultos, jóvenes
y niños. En
honor a la verdad que ésta gente nunca generó ninguna molestia a los
vecinos y pese al poco tiempo en que se afincaron en el Pueblo, ya se habían
ganado el afecto y el respeto de todos, por la educación de ellos, sobre
todo la de los chicos y cosa rara, por la honestidad de los mismos. Mientras
que las mujeres, se dedicaban a vender distintos tipos de “cacharros”
y a ofrecer sus ancestrales y milenarios servicios de “adivinar la
suerte” o el futuro de las personas; casi siempre a consideración de la
voluntad de éstas para el pago de dichos servicios. Los
hombres, compraban y vendían cosas de toda índole; desde hierros viejos,
baterías de automóviles viejas y agotadas, hasta verdaderas artesanías
que hacían con desechos. En
la plaza del centro del Pueblo y como se estila en todos los Pueblos del
Mundo había un kiosco de revistas, juegos de azar y venta de golosinas,
tabaco e infinidad de “chucherías”. A
él, yo acudía con asiduidad a comprar el periódico y como generalmente
casi nunca llevaba mucha prisa, me sentaba a
leer el mismo en algún cómodo banco del entorno. Eligiendo,
según la época del año, la fresca sombra que daban los hermosos árboles
de frondoso follaje o en los meses de frío, lo hacía en donde el sol
regalaba su calor. Era
muy común que por las inmediaciones de dicha Plaza, me encontrara con
otros jubilados que al igual que yo, invertían su tiempo en hacer
mandados para su familia, o bien comprando al igual que yo, el
“diario” y así todos teníamos la excusa de encontrarnos como por
“casualidad” para poder ocupar algún rato del día, opinando y
discutiendo de política, de las mujeres que pudimos tener y no tuvimos,
del costo de la vida y del nunca bien ponderado deporte del balompié, el
Fútbol. Desde
hacía ya algún tiempo, me era muy común encontrarme en aquellas
inmediaciones, con una de mis circunstanciales vecinas; una típica y
vieja Gitana, que con dos de sus muy pequeños nietos, solía pasar casi
toda la mañana, cuidando a las criaturas, mientras ellos jugaban en el
entorno de la seguridad que ofrecía la magnífica Plaza. Ya
la conocíamos en mi familia y en el vecindario, su nombre era Nicasia y
tenía una grande y agradable cualidad, siempre andaba muy limpia y
elegante con sus típicos vestidos, su larga trenza de pelo casi blanco,
su fino pañuelo y sus joyas que completaban aquel atuendo tan pintoresco. Pero
había una cualidad distinta que la diferenciaba del común de la gente;
era muda desde hacía muchos años , a consecuencia de un grave colapso de
salud (según nos contaron algunos de sus congéneres) por consecuencia de
una descompensación de la presión sanguínea y que le costara la pérdida
de sus cuerdas vocales. A
pesar de su falencia, ésta se ganaba la confianza de quienes la conocían,
por su simpatía que dejaba trasuntar al comunicarse por medio de señas,
con todos, parientes o extraños. Mujer
de avanzada edad, que se veía que en su lejana juventud, había sido dueña
de una particular belleza, como la generalidad de las mujeres de esa raza. En
algunas ocasiones, ella y yo compartíamos banco, bien al sol o bien a la
sombra y aunque ella no hablaba, yo le hacía algún comentario que ella
se amañaba para contestar de alguna forma. A
veces con un simple movimiento de cabeza, otras con la ayuda de sus manos
y yo, tratando a duras penas, a veces
lo conseguía de interpretar lo que quería decir aunque a veces,
no la entendía. Entonces
en esas ocasiones, ambos nos reíamos con sana alegría, aquello elevaba
mi concepto de buena persona que ya tenía formado de ella; quién se ríe
de si mismo o de sus propias falencias, deja traslucir su sabiduría de la
vida. Muchas
veces y mientras ella no perdía de vista a los chiquillos, yo le
comentaba alguna de mis lecturas del periódico, incluso le prestaba el
mismo o parte de él. En
referencia a los títulos del mismo, no era raro que nos enfrascáramos en
largos coloquios, yo conversando y ella haciéndolo a su manera, por señas. Dado
por la velocidad con que la observaba leer, se veía que era dueña de una
cultura muy particular. Así
las cosas sucedían de tal modo que, los transeúntes que solían pasar
por allí, incluso mis amigos o conocidos, muchas veces compartían
nuestro circunstancial banco y se sumaban al coloquio. Claro
que dado a mis mayores conocimientos de mi interlocutora, yo hacía cuando
así lo demandaba la situación, de traductor o mejor dicho de
interpretador de gestos de aquella señora. Muchas
veces, cuando aquella se alejaba con sus queridos nietos rumbo su morada
carpeada, quedábamos comentando con algún interlocutor circunstancial,
las particulares opiniones de Nicasia, en cambio cuando ella y yo, quedábamos
solos, solíamos reír a veces tenuemente y otras a mandíbula batiente. Aunque
a veces no nos veíamos, o bien porque ella no venía con sus nietitos a
la Plaza, o bien porque yo estaba con poco tiempo y no me quedaba a leer
en uno de los bancos o porque simplemente nuestros horarios no coincidían La
cuestión que en una ocasión en que la ausencia de la Gitana, se extendió
por varios días, le pregunté por ella a otra integrante de su cofradía,
lo hice a través del fondo de mi casa, ya que era muy común hablar con
distintas personas de aquella familia de trashumantes a través del
tejido; incluso mi familia y ellos, intercambiaban muchas veces algún
envite de confección culinaria y agún que otro comentario. Por
ella, me enteré de que la “vieja Nicasia”, como la llamaban, estaba
internada en el nosocomio local desde hacía varios días y si bien su
situación era estable en esos momentos, aún no le daban el alta porque
querían cerciorarse los Médicos de que no tuviera un retraso que le
traería consecuencias muy nefastas, dado a su avanzada edad. Con
quien me anotició del estado de salud de la anciana, averigüé su número
de sala y cama para irla a ver; de echo, lo ice esa misma tarde a pesar de
que llovía “a cántaros”. Provisto
de ropa acorde y paraguas, me apersoné a la sala de guardia, ya que conocía
a varios de los trabajadores de aquél lugar, incluso a algún Galeno. Allí
pregunté por la anciana Gitana, lo que me dijeron no fue para nada halagüeño,
sino que más bien me resultó bastante lastimoso. La
situación de la enferma, era tan grave que los Médicos, no se atrevían
a intentar nada, ya que argumentaban que aquella no resistiría, mejor
dicho, su corazón que se apagaba con el transcurrir de las horas. Me
indicaron como llegar hasta ella y hacia allí me dirigí, le llevaba unas
flores que me dieron en mi casa y unas rojas manzanas que compré por el
camino, un libro de poesías y el periódico del día.. Como
era el horario de visitas, en los pasillos, se veía mucha gente
circulando. En
una pequeña sala de sólo dos camas, una de ellas ocupada, la otra vacía,
allí estaba la “vieja Nicasia”. Al
verme (estaba sola) me pareció que se le encendían sus grises ojos, al
verme llegar. Tímidamente
me incliné y rocé con mis labios su cara, su mano tomó la mía, la que
le di las flores que ella me devolvió para que yo y de acuerdo a sus señas,
las ponga dentro de un jarro con agua que estaba sobre una mesita; al lado
de éstas dejé las manzanas y al periódico con el libro, lo deposité en
su mesita de luz al costado de una botella de agua y un pequeño vaso. Me
señaló una silla que estaba cerca y tomé asiento, largo rato nos
miramos, sólo se oía el ruido del pasillo, gente que iba y venía,
conversando. Yo,
como para romper el silencio, comenté: <¡Que
manera de llover! Afuera ya se parece a un diluvio, veo que no la han
venido a ver o tal vez estuvieron en otro momento ¡claro! Con tremendo
temporal, anda poca gente por la calle.> Ella
asintió y con gestos que yo ya conocía, me preguntó por mi familia y yo
aproveché a despacharme con un pormenorizado relato de ésta, lo hacía más
por ocupar el tiempo y llenar el espacio que le correspondería a ella en
una charla normal, donde ambos interlocutores con posibilidad de emitir
sonidos con sus cuerdas vocales, lo harían. Largo
rato duró mi perorata, tanto que cuando concluí, ambos, como si nos hubiéramos
puesto de acuerdo, nos reímos con ganas. Luego
vino un espacio de nuevo silencio, dentro de éste, aproveché a
acomodarle sus dos almohadas y preguntarle si deseaba que le sirviera
agua, le pelara una manzana o alguna otra cosa. Sus
señas fueron contundentes, su movimiento de la cabeza de lado a lado y
con una de sus viejas manos cerradas, dejando en ristre su dedo índice,
me izo el clásico gesto de negativo. Así
en ese tenor, fueron pasando los minutos, yo ya me sentía incómodo de a
ratos. De
pronto, aquello sucedió, no lo podía creer, en un primer momento creí
que mi cerebro me estaba jugando una mala pasada o que algo se había
movido dentro de mi veterana cabeza y me estuviera dando un ataque de in
cordura. Por
favor cierre la puerta.- Me dijo nuevamente. Lo
ice, obligando a mis piernas a que respondan al estímulo del cerebro al
que aquellas se rebelaban. Por
favor tome asiento y escuche lo que le voy a relatar y no se asombre; eso
sí, no se lo cuente a nadie de que yo le hablé y de lo que le voy a
contar, de todas formas (sonriéndose), ¿quién le va a creer?. Si
entrara alguien, yo dejaré de inmediato de hablar y le pido que usted lo
sepa simular. Me
senté impávido a escuchar a aquella vieja Gitana que me propinó la
sorpresa más grande de mi vida. Cuando
sufrí mi colapso a consecuencia del mal funcionamiento de mi gastado
corazón, mis cuerdas vocales realmente se anularon, lamentablemente me
quedé sin habla por muchos años. Mi
vida fue muy azarosa: la segunda guerra Mundial, encontró a mi tribu en
las inmediaciones de Budapest y los nazis nos hicieron sus prisioneros,
luego vino todo lo conocido. A
mi familia la mandaron a un maldito campo de exterminio y a algunas niñas
como yo, las utilizaron para satisfacer los bajos instintos de algunos
oficiales de aquellos realmente, hijos del demonio. Cuando
terminó la guerra, los que pudimos nos vinimos a ésta parte de la Tierra
y como pudimos y con la ayuda de otros Gitanos y de algún “Payo”
(gente común) comenzamos nuevamente a construír nuestra vida. Algo
en mi silla, no me resultaba cómodo. Yo,
en mis peores momentos, le hice una promesa a la Virgen; que si ella me
salvaba de morir en aquellos infernales “campos de concentración”, yo
le ofrecía la penitencia de no usar mi voz de por vida. Luego
vinieron los años de juventud en tierras que se presentaban promisorias y
donde la naturaleza nos regaló el don de encontrar a nuestro gran amor y
reproducirnos como Dios manda, por eso tuve cuatro hermosos hijos y ahora
¡catorce nietos! y seis bis nietos, dos de ellos usted los conoce muy
bien. Lo
dijo como escupiendo su
orgullo. Cuando
me quedé sin habla me dije que aquello era el castigo por haberme
olvidado de mi promesa a la “Santísima Virgen”, así que asumí mi
desgracia como una penitencia que debía de cumplir, pero un buen día que
en nuestra tribu se festejaba el casamiento de mi hija menor, yo tengo, no
sé si lo sabe, dos cazales, yo me encontraba sóla en un aparte de la demás
gente que festejaba, ¡menos mal! porque de pronto me escuché cantando
una muy hermosa canción Gitana _De
inmediato me callé y en vez de festejar de que me hubiera vuelto la voz,
tuve miedo de que mi Virgencita me estuviera poniendo a prueba y me
juramenté nuevamente a guardar silencio, hasta la muerte, aunque aquello
me hiciera sufrir cada minuto de vida. _Usted
a sido por demás bueno conmigo y como ya tiene bastantes años, aunque
muchos menos que yo (aquí su risa se izo muy tierna) y yo sé que estoy más
cerca, como dicen los Payos, del arpa que de la guitarra, decidí que no
podía irme de éste Mundo sin contarle a alguien mi secreto. _Perdone
que lo aya elegido a usted; no me haga ninguna pregunta por favor y ¡Muchas
gracias por su amistad! _Ahora
váyase que se terminó la visita. Cuando
salí de vuelta a la lluvia, llevaba en mi cabeza un torbellino de
preguntas sin respuestas. ¿A
quién le contaría de todo aquello? La premonición de aquella vieja Gitana era cierta, ¿quién en su sano juicio me creería? ¡Nadie! |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”
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