Siempre que entramos en alguna conversación, que está ligada al polémico y controvertido tema del cigarrillo; muchas excusas y muchos recursos se nos vienen a la mente de los que somos fanáticos por echar humo por nuestras fosas nasales.
Somos los Abogados del diablo, (o de nosotros mismos) "que no puede ser tan malo", "¡que sabe! el Doctor, aunque tenga su estudio; de mí mismo", "yo soy grande y sé lo que estoy haciendo", "que tuve un tío que vivió hasta los noventa y pico y fumó más de sesenta años", “ que es una cuestión sicológica y yo de eso "manyo" mucho".
Los fumadores tendemos a leer cuanto libro o pasquín, se edite sobre las maldades del tabaco; si es posible sin testigos y ordenándole al cerebro que archive, lo que leemos en lo más recóndito y alejado de nuestra memoria.
Tenemos nuestros códigos, no escritos y calificamos a las personas, mas allá de su aspecto físico e intelectual, por su status de fumador o no.
Cuento esto, porque es a raíz de un simple cigarrillo, que nace ésta pequeña trama, la que evoco con nostalgia y testimonio de una vivencia.
Relacionamos casi siempre la actitud de fumar, como compañero de soledades o para acompañar el mate, ¿matar? el tiempo, hacer relaciones públicas y otros artilugios.
Estando yo esperando a un ser querido, en un lugar que no viene al caso ahora enumerar, por supuesto con la compañía de mi infaltable “amigo”, “El Pucho”; a medida que la espera se tornaba larga, sacaba a traslucir mi vena de psicólogo, en complicidad con la recreación de la vista, el olfato (poco) y algún otro sentido que a veces desconocemos.
Aspecto muy común en el común denominador, de la inmensa mayoría de los seres humanos, que aunque nos cueste admitirlo, nos consideramos únicos.
Muy cerca de mí, estaba sentada una mujer de mediana edad, con un niño y se me ocurre que también ella estaba esperando a alguien, esto va a colación de lo antes expuesto sobre la sicología o en este caso, tal vez tenga que ver con la parasicología, o cualquier otra “gía! A nos tienen acostumbrados los eruditos del tema..
Ya que la adivinación y la conversación con nuestro otro yo, forman parte de éstas o no, pero sabemos que nuestro ego, nos permite gesticular con nuestras dudas.
Cuando la Señora. me miró con mirada reprobatoria, (según me pareció) ésta me llegó con fuerza de lanza, con su punta incluida y tuve un “lapsus” de vergüenza, ya que pensé que al observar ésta, mi actitud distraída, pudiera estar juzgando mal mi actitud de observador.
Como la espera continuaba , prendí otro cigarrillo y como quien no quiere la cosa, miré de soslayo a Madre e hijo y para mi consternación, entreví en su mirada un brillo agresivo, casi diría que con cierto odio.
Mirando mi pitillo, pensé por milésima vez, la poca fuerza de voluntad para abandonar mi vicio y otra vez sentí, la vieja pero vigente letanía; “Esto es peor que quemar el dinero, porque si quemo los billetes, no me va a dar cáncer a los pulmones, me estoy quitando años de vida, estoy arruinando mi salud”, etc, etc, etc. –
Volví a mirar y ya no había una mirada, a esta altura del partido, son dos brasas que proyectaban energía y que me recorrían la espalda y de alguna manera me incomodó y mucho, sintiéndome como el peor de los mortales.
Con la ayuda de otro cigarrillo, traté de sobrellevar el mal momento y pensando muy seriamente en mandarme a mudar, a otro lugar.
De echo, también tengo mis fantasías y entre varias cosas pensé, si no sería la influencia de aquella mujer, que disfrazando mi conciencia, me reprochaba mi actitud de fumador vicioso y con un falso orgullo que lastimaba, mi alicaído ego.
Tal vez fuera un ser superior; se me cruzó por la mente y que ungido de la fuerza de proyectar energías espirituales, a distancia.
U otro artilugio de mi impronta materia gris, que haciendo gala de un poder extra sensorial, toque mis fibras más íntimas, ligadas a mi autodominio y así tener por fin el coraje de “dejar de fumar”. -
Mientras hurgaba también en mi mente, si yo conocía a ésta mujer, prendí otro pitillo y traté de no mirarla más y distraer mi mirada en algo menos inquietante e inquisidor y placentero, como planificar mi fin de semana.
Decidí observar al muchacho para ver si a través de él, encontraba alguna relación con la actitud de su madre.
Tendría que hacerlo con mucho disimulo y a través del humo del cigarro.
Cuando lo intentaba, me vino un acceso de tos, como hacía mucho tiempo que no tenía y ¡Demonios!, la verdad que hasta me lloraron los ojos, por la violencia de las convulsiones.
En ese instante fue, que tuve la determinación de que ya había ido muy lejos con mi “fumatina” y decididamente tenía que dejar de fumar; es más, éste sería mi último atado de cigarrillos y lo haría así fuera lo último que hiciera en mi vida.
Mirando alguna nube que pasaba y dejando descansar la vista en el tráfico callejero, me puse a meditar si a veces, el destino deparaba cosas como éstas, las que realmente trastocan nuestra, perra vida.
Decidí mirar a la mujer, para ello le dirigí mi haz visual, exactamente una décima de segundo, fue suficiente y me bastó para darme cuenta de que su penetrante mirada quería transmitirme, tal vez, un mensaje siniestro.
Mi pecho se agitó y temí que volviera la tos, sobreponiéndome, decidí que me enfrentaría a la situación; aunque mi abnegado abogado del diablo, aún no emitía un juicio concreto; esa mirada no era de este mundo, no señor.
Me removí en mi asiento y ¡¡Ho!! veo que Madre e hijo se me acercan, allí fue donde apelé a mi mejor cara de circunstancia (léase de idiota) y con el mayor disimulo, tiré mi pucho y aguanté la embestida a pié firme, como casi un hombre.
_”Disculpe – me dijo con voz suave, armoniosa y profunda “ lo estuve mirando mientras fumaba y ¿sabe? , ¡no me animaba! “.
Sí, lo sé –manifesté casi con vergüenza, por el tono agresivo de mi voz –Usted dirá...???
Dijo ella,_”¿Tendría la amabilidad, de invitarme con un cigarrillo??....
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