Sospecha
Juan Ramón Pombo Clavijo

Como se fue dando todo, de una manera tal que, hoy me resulta casi un sueño y de los malos, por supuesto.

En todas las ciudades (y pueblos también) existen o más bien dicho, conviven todas las categorías de las mal llamadas clases sociales; división hipócrita que formulan los medios para referirse a tal o cual situación económica de cada grupo de ciudadanos.

Insertado en lo que la “vox populi” llamaría la clase media baja, o sea un gladiador que lucha para sobrevivir y llegar a fin de mes con lo justo para no quedar con mis cuentas en rojo, o para bien entender; no quedar debiendo nada de dinero y así aspirar a lograr algún día, la utopía de acumular cierto ahorro.

Decía que dada la escala Social, que me correspondía en aquél momento; vivía yo, en un barrio de gente que siendo empleados de cierta solvencia, formaban parte de mi vecindario.

Esto, de ninguna manera pretende ser sólo una historia, sino que es un testimonio de la hipocresía.



Cierta mañana en que me dirigía a mi labor, en horas muy tempranas por la mañana, algo me llamó la atención, en la vereda y frente a mi casa; Allí estaba una pareja de personas (mujer y hombre) con dos niños de edad tal vez de (5) cinco a (7) siete años.

Que al lado de un carrito de ruedas de hierro y muy cargado de cartones, yo diría que extremadamente cargado; me observaban mientras yo sacaba mi automóvil y cerraba el portón de mi garaje y como dije, me dirigía a mi trabajo.

Otras veces ya los había visto, pero jamás me llamó la atención, dado de que desde un tiempo atrás y como resultas de la globalización injusta que se gestaba en el planeta, resultaba muy común ver cada vez más, éste tipo de postales ingratas, pero que reflejaban la verdad de los rezagos de la sociedad, que las economías trituraron y convirtieron en despojos.

De soslayo y mientras me subía al auto, me fijé y vi que me seguían observando y aún lo seguían haciendo mientras me alejaba.

No sé por qué, estando trabajando, no pude quitar de la mente este episodio, que de forma esporádica y en forma de pantallazos se me presentaba cada poco rato.

No me hubiera llamado tanto la atención, si no fuera por la manera especial que lo hacían, mirarme de aquél modo.

¿O me pareció? ¿No me estaría dejando llevar por lo tétrico que todos los días publicaban los periódicos, las radios y todos los medios?

Éstas personas que noche a noche, hurgaban los depósitos de basura para rescatar todo lo que les sea útil para poder vender y sacar su sustento diario.

Algunos los llaman cartoneros, otros hurgadores y yo los llamo, el reflejo de una situación, que nos duele a todos los que disfrutamos de un empleo y que sabemos que nadie tiene comprada la seguridad del futuro. 

En lo que a trabajo se refiere y que mucha de ésta gente y por años, fue la poseedora de un laboral que disfrutaron y perdieron junto con sus bienes y muchos con su dignidad y su fe. 

Comenté, con algún compañero del trabajo y eso me sirvió para que me pusiera más nervioso, por los bienintencionados consejos que me dieron.

“Debes de tener cuidado”. 

“Ojo con las cosas que están ocurriendoˆ. ˆNo-te descuídesˆ , y todas esas frases alentadoras que se prodigan en éstas circunstancias que no hacen más, que redoblar los temores que ya de por sí, uno tiene.

Volví a mi casa con la intención de no transmitirle a mi familia mis temores, pero con la firme convicción de revisar todo el sistema de seguridad, de mi casa.

Trancas de puertas y ventanas, cerraduras, luces, rejas y todo lo que uno supone que es lo que nos protege de los males que están en el exterior de nuestro hogar.

Con la sana distracción del entorno familiar, como que me fui relajando y en parte me fui olvidando, un poco de mis neurosis de miedos, se vivía un clima de incertidumbre del cuál, nadie estaba librado, no importaba a qué estamento social pertenecía.

La mañana siguiente, se presentaba tan agradable como pueden serlo, los días viernes, ya que la expectativa de la aproximación del fin de semana, como que acelera los sentidos y embala nuestros planes.

Pero por las dudas, no me regalaría y llevaría adelante mis precauciones concebidas en los previos planes que, in-mente, me formé en horas de la noche, quitando algún tiempo a mis horas de sueño.

Abrí el portón del garaje y sin perder tiempo, reculé con el auto hasta bajar a la calzada. 

Estacioné momentáneamente con el motor en marcha, bajé y me dirigí a cerrar el portón, todo muy rápido.

¡ Allí los vi! Si, los vi tal y como los había visto el día anterior; como si estuvieran calcados en el mismo lugar.

Vi como me miraban inquisidoramente y hasta me pareció que me llamaban ¿o me pareció?

Tal vez marqué un nuevo record en lo que se refiere a cerrar el portón y subirme al coche y poner el cambio y salir como que iba atrasado, en busca de la partera.

De nuevo el comentario con mis compañeros y de nuevo los consabidos consejos.

Debes de avisar a la policíaˆ

ˆQue esto, ya no era para dejar pasarˆ

ˆTené cuidado con los chicos, la familiaˆ

Menos mal que con éstas recomendaciones, me tranquilizaban pero en contra y me llevó a llamar con cualquier excusa a mi familia por teléfono, un par de veces para saber si todo estaba normal.

El paroxismo llegó a tal punto, que un compañero de trabajo con el cual tengo una larga amistad, tanto con él como con su familia, me ofreció en forma por demás solapada y en un aparte, un arma.

Que yo rechacé olímpicamente, diciendo que no era para tanto. (lo malo era que ni yo mismo me lo creía)

Cuando volvía a mi casa y luego de una jornada agotadora, por el trabajo natural de los viernes, al que se le había sumado los temores acumulados de un par de días; pensé si no me estaría dejando llevar un poco por la fantasía.

Tomaría mis recaudos pero no me dejaría llevar por el cúmulo de ideas locas, que pululaban por mi mente y que me tenían a mal traer con mi sistema nervioso.

Con éstos pensamientos, llegué a la entrada de mi casa.

Allí sí, cuando subí a la vereda, todos los temores se hicieron carne y ésta se parecía mucho a la de las gallinas.

Él, estaba parado casi tocando mi coche; me refiero al hombre de los del carrito.

Su mujer, se mantenía alejada con los chicos, pero él tenía lo que me pareció un cartón en la mano y con la otra gesticulaba y me señalaba en dirección a lo que tenía en la otra mano y que tal vez se me ocurrió, tuviera escondiendo un arma.

Cuántas cosas se agrupaban en mi cabeza en unos instantes, porqué no habré aceptado, el arma de mi amigo.

¿Qué podría hacer? Si me bajaba, tal vez fuera mi fin o quizás pondría en peligro a mi familia; si ponía la marcha atrás en forma violenta, me arriesgaba a que el tránsito vehicular de esa hora, el cuál era muy intenso, me llevara por delante al bajar a la calle de forma tan suicida.

Para colmo y dada las circunstancias, ¡ Nadie pasaba por la vereda en ese momento! 

Jugándome todo a un movimiento y sacando coraje de dónde no conocía; bajé dos pulgadas el vidrio de mi lado y poniendo cara de la mejor circunstancia, que me permitía la ocasión y dándole a entender a mi interlocutor, que si pedía algo, aquí tendría un muy buen samaritano; Le aspeté.....

¡Buenas noches! ¿En que lo puedo ayudar?

(Ahora comprendo que ciertos actos de la vida necesitan de mucho coraje)

Me dijo: ¡Buenas noches señor! ¿Sabe? Ya van dos días que le estamos tratando de hablar, pero como vemos que usted sale muy ligero, pensamos que tal vez iba con poco tiempo y no lo queríamos molestar.....

¡Zás!, aquí venía la manga y ¡Bienvenida!, yo la esperaba casi con dolor, después de todo ¡Tal vez esto me saldría barato!

_Como ya lo ve, (me dijo) nosotros juntamos cartones y algún desecho que nos sirva, tanto para vender como para nuestra subsistencia, que tratamos de paliar todos los días.

_Hurgando en su basura, la cual tratamos siempre de dejarla prolija, hace dos días, encontramos éstas fotos de personas ancianas y de bebitos que ya están un poco amarillas y como estaban envueltas de forma muy cuidada, pensamos si tal vez las tiraron sin querer.

Tal vez fue así, si fue así, bueno aquí están y si no; ¡Disculpe! nunca quisimos llamar a la casa, porque como habrá visto, nosotros pasamos muy temprano y no queríamos asustar a la familia.

¿Sabe?, nosotros los conocimos hace ya un tiempo, a toda su familia. y a usted y a sus hermanos, desde que eran unos niños.

_Nosotros, tuvimos una fiambrería, aquí a la vuelta, pero nos agarró la crisis bancaria, con mucho dinero en el banco, pero que al no poderlo retirar, no pudimos cubrir nuestras deudas y el resto usted ya lo conoce.

Diciendo esto, me entregó las fotos por el hueco del vidrio.

Efectivamente, le dije, son de mi familia que tal vez en un descuido las mujeres de la casa, (aquí quise parecer gracioso para que no se me notara el susto que tenía tan solo unos instantes antes y el bochorno que sentía en esos momentos) que las tiraron.

No sé, ¿cómo le puedo agradecer?

¿Tal vez quiere pasar con la familia a tomar un café?

¿Porqué, no pasa y charlamos un rato?

¿Y si le doy unos pesos por la gauchada?

Me miró como si yo fuera un ser de otro planeta o algo así, en unos segundos, vi lástima, vi odio, pero lo que más me descolocó realmente; ¡Fue mi falta de ubicación!.

Sabe el cielo, que quise enmendar mi terrible error.

Cuando creí poder articular palabra, lo ví alejarse con paso cansino rumbo a su familia.

¡Señor!... Que nunca más le vi, si alguna vez lee este testimonio, sepa que en aquel momento mi cruz, pesaba mucho mas que la suya. 

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “El Machuca”

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