Prefacio
No todo el Mundo está exento de que le sucedan cosas que escapan a cierto número del común de la gente.
Las situaciones, se dan y solamente queda como culpable el tan mentado destino.
Las ambiciones humanas, juntada con todas las falencias con que viene como con falla de fabricación, éste espécimen, llamado con tanta pompa a veces y otras en forma tan lacónica, como el ser humano.
A veces y no tan a veces, redundan cosas para que los hilos que mueven esa maraña de teje y manejes de los movimientos, se entrecrucen y formen situaciones que hacen a la vivencia, más intrincada en unos que en otros.
Claro que la casualidad juega un papel preponderante: sobre todo cuando a ésta la acompaña la causalidad.
Paradójicas situaciones a veces se dan, como si fuera un entretenido juego del gran hacedor, el que tal vez se regocija al dejar que su proyecto y obra, elucubre, manipule y trate de solucionar problemas que en realidad se los provoca a si mismo o al prójimo, que al fin y al cabo es exactamente, lo mismo.
Pero está visto que en todas las antinomias y las antítesis, cada posición subsiste por relación directa de la otra y viceversa y que cuando varias de éstas, se mezclan, componen un cóctel de variedad de vivencias, que dan argumento para que la fantasía de un a veces inspirado escribidor se atreva contra todos los cuerdos preceptos, a dejarlos testimoniados en escritura estampada en un simple y ordenado papel.
Lo perfecto es una utopía, pero todo ser humano lo busca y si alguien alguna vez lo encontró, no dejó testimonio, por lo tanto y en lo que me toca, sigo buscando.
Entra a jugar en la palestra del raciocinio del atrevido y audaz lector; el juzgamiento a que queda expuesto el que suscribe la siguiente intríngulis de acontecieres mundanos.
El autor.
Capítulo 1
Tampoco ésta vez irían todos juntos, en el viaje a la casa de la costa, a empezar las vacaciones de verano.
Eso ya había acontecido en la anterior temporada estival; razones de trabajo que había aducido el jefe de familia, Diego Alberto Rocamonte, le hacían diferir a éste, empezar con su mujer, Luzmila María Aliverti e hijos, el disfrutar de aquella querida casa.
Casa que por herencia de los Padres de la Esposa del jefe de familia, les tocara; al fallecer los progenitores de aquella, en un fatal accidente de tráfico cuando éstos justamente se dirigían hacia la hoy heredada casa a empezar las acostumbradas vacaciones de todos los veranos.
De ese luctuoso in suceso ya habían pasado cuatro años que con la ayuda del tiempo, las hijas se abocaban a tratar de criar a sus hijos como derivando la atención de los malos momentos que les tocara vivir por la inesperada muerte de sus queridos Padres.
En el reparto de la herencia del malogrado matrimonio, que dejaron dos hijas ya casadas ambas; les tocó a éstas dos casas, una ubicada en un coqueto barrio de la Ciudad Capital del País y la de la playa, la que por decisión de las herederas, Luzmila se quedó con la del balneario ya que tenía un gran departamento en dúplex, en pleno centro.
A su vez, su hermana que aún no tenía casa propia se quedó con la otra.
Había también un mediano campo que por impedimento de trabajarlos, ninguno de las herederas, se decidió arrendarlos, por lo que recibían por aquél alquiler, pingues ganancias que se repartían por partes iguales ambas hermanas y esa entrada de dinero les permitía tener una especie de sueldo mensual que les ayudaba a tener cierta holgura económica y criar casi con lujo a sus respectivos hijos.
La otra hermana que se llama Angélica, también contaba con dos hijos, un varón de seis años y una niña de tan solo tres años, que naciera un año después de la muerte de sus Abuelos.
Antes del luctuoso acontecimiento, todos los veranos y por un mes, todos se juntaban en los aposentos de la misma, Abuelos, hija, el marido de ésta y los dos hijos de ambos.
Sólo un mes lo hacían ambas hermanas con su respectiva familia, para no estropear el tercer mes que se lo dejaban a los saturados abuelos para que se repongan de toda la parafernalia que les producían los nietos, yernos e hijas por dos largos meses.
La mayor de once años, llamada Griselda Luzmila en homenaje a su Abuela materna y el menor, con sólo un año de diferencia, al que llamaban Diego como a su Padre.
La feliz costumbre persistía, aunque ahora, la joven familia, se trasladaba hacia a aquel hermoso lugar, por todo el verano y regresaban a la gran Ciudad, una semana antes del comienzo de la actividad escolar de sus críos.
El hombre solamente se tomaba un mes de totales vacaciones; el resto de la temporada, solía viajar los fines de semana para estar con su mujer e hijos y los lunes muy temprano, tomaba un vuelo que era regular entre el lugar de asueto y disfrute y la Capital y trabajaba el resto de la semana.
Viajes que compartía en parte de las vacaciones con su concuñado, por compartir con su familia parte de las mismas.
La joven mamá María, treinta añera ella y los pequeños viajarían en la confortable camioneta que disponía y con ellos lo harían dos empleadas de plena confianza, las que trabajaban para ésta familia desde ya hacía mucho tiempo, Pilar que era la cocinera y que oficiaba circunstancialmente de niñera; era la que tenía más antigüedad con la familia y de hecho había casi criado a ambos niños.
La otra empleada, la más joven, mas o menos de la misma edad de su patrona y que se dedicaba a la limpieza de la casa y lavar la ropa, entre otras cosas, se llama Dorilda, pero le dicen “Dora”, ambas contaban del cariño y respeto de las criaturas de la casa en la que desempeñaban su labor.
A la Madre de la pareja de críos, le llamaban María o Luzmila, en cambio a su hijita, todos la llamaban cariñosamente “Lumy” y a su hermanito menor, “Dieguito”.para diferenciarlo de su Padre al que llamaban por su nombre de pila, Diego.
Diego Alberto Rocamonte tenía parte en la sociedad de una “Agencia de Publicidad” y ocupaba la gerencia creativa de la misma y tenía a su disposición cuatro auxiliares, dos de ellos excelentes dibujantes y una eficiente secretaria, que era la envidia de todo el personal de la Agencia y de los ejecutivos, pares de su jefe; la que con poco tiempo de antigüedad en su trabajo, se había ganado la confianza y el afecto de todos por su simpatía y por su (lo más importante) capacidad de trabajo, para ello contaba con sus estudios de Arquitectura, los que ya estaba terminando con el sacrificio de acudir a la Facultad en el horario nocturno y a su virtud para resolver problemas inherentes al metiere de su función.
Los trabajos en Publicidad a veces son tan absorbentes del tiempo, aunque muy bien remunerados, ya que se requiere siempre trabajar largas horas contra reloj, para sacar avante un trabajo, el que a su vez compite con otras firmas que se dedican al mismo rubro.
Así las cosas, ese fin de semana viajaría a la apreciada casa de veraneo, su mujer e hijos, junto con las empleadas y él las alcanzaría el siguiente fin de semana.
Por lo tanto se quedaría SÓLO toda una semana y de ese modo podría atender sus “asuntillos” con cierta libertad, al no tener la presión de su mujer cerca.
Vivían en un edificio que contaba con ocho pisos y cada piso era un solo apartamento, contaba éste con dos ascensores, uno de ellos de servicio y con una Portería.
Atendida por un matrimonio ya veterano de Españoles de origen (Pilar era hermana de la Portera) que desde que se inaugurara el Edificio, ya hacía varios años, se habían hecho cargo de la misma.
Era la Señora del Portero, la que se dedicaba a atender los departamentos de los propietarios, cuando éstos se ausentaban en las vacaciones, recibiendo por esto buenas ganancias extras.
A la noche quedaba un sereno-garajista , Felipe, retirado de la Policía, que era tan celoso en su trabajo que todo el consorcio estaba más que encantado con él.
Él se encargaba de la cochera, de vigilar la entrada, lavaba o repasaba los coches de los propietarios de manera que siempre estaban relucientes cuando éstos abordaban los mismos por la mañana, lavaba la vereda muy temprano y de esa forma se cumplimentaba muy bien con la pareja de Porteros.
Incluso, era él, Felipe el que suplantaba a aquellos, cuando éstos tomaban su merecida licencia anual.
De éste modo todo estaba muy bien organizado y aceitado en lo que a seguridad y servicio en el edificio se refiere.
En el piso de abajo, ellos vivían en el séptimo o sea en el sexto, vivía un Contador con su familia, el que a su vez, se encargaba de toda la administración del Consorcio en su buffet, el que quedaba a pocas cuadras del Edificio.
El Contador, Eugenio Reperger y su esposa, tenían dos hijas, una ya casada desde hacía como ocho años y que vivía en el extranjero ya que su marido era Diplomático de carrera.
La menor de aquellas Renata la que contaba con sus bien despachados veintidós años, estudiaba la carrera de su Padre y ya estaba a punto de culminar la misma.
Sólo un pequeño problema venía arrastrando ésta, desde muy niña; un resfrío mal curado le dejó una secuela de una incipiente asma que con el tiempo y por los corticoides que le aplicaran en su largo tratamiento, le afectaran el corazón.
Si bien esto no interfería para que la escultural chica, hiciera una vida normal con algún deporte incluido a pesar de que los Médicos le tenían aconsejado que no hiciera esfuerzos extremos porque podía llegar el momento de que su deteriorado corazón, le dé un fatídico susto.
O sea que de hacerlos corría peligro de sufrir un para cardíaco que pondría en peligro su vida.
Coincidentemente ellos tenían una casa de veraneo o “Chalet” como le llamaban en la zona de aquellos, a muy pocas cuadras del de la familia Rocamonte, ya que en vida de los Padres de María Luzmila o sea los Aliberti, eran muy amigos de ésta familia, los Reperger y juntos decidieron invertir en aquel magnífico lugar.
De echo esa amistad siguió con la hija y yerno del matrimonio fallecido y era común que de vez en cuando unos y otros, se invitaran entre ellos, para algún acontecimiento, cumpleaños, aniversario o simplemente a cenar.
De allí que con el correr del tiempo, Renata y Alberto, de tanto encontrarse en el ascensor, llevar éste a aquella a la facultad o a donde ella le pidiera.
Broma va y caricia viene, confidencia va y confidencia viene, sobrevino lo inevitable.
La cuestión que un buen día y casi sin que ninguno de ellos se lo propusiera, nació un escondido romance y ambos eran amantes esporádicos y sin ninguna clase de compromiso de ninguno de los dos.
Aquella chica le significó a Alberto, suplir a su querida mujer, cuando ésta por razones de su largo luto, casi se había olvidado de tener sexo con él.
Renata tenía la virtud de toda amante, de encender su pasión y llevarla hasta límites que su Esposa ya había abandonado hacía mucho tiempo.
Él amaba a la Madre de sus queridos hijos, pero ésta con los condicionamientos de su dolor por la muerte de sus progenitores, fue en vida de aquellos y en ausencia de su hermana, lo que se dice comúnmente “una nena de Papá y Mamá”.
Había prácticamente abandonado el apetito por el sexo y si bien accedía a los requerimientos de su amado Esposo, lo hacía cada tanto y casi por el compromiso de cumplir con el sagrado compromiso marital con el Padre de sus niños.
El amor prohibido sin duda que tenía otro sabor y si bien la clandestina pareja se cuidaba muchísimo de guardar su secreto, siempre estaban expuestos a que alguien los viera en sus esporádicas visitas a algún Motel o en sus prácticas sexuales a bordo del automóvil del Publicista.
A veces todo se limitaba a un rápido sexo oral, que enloquecía al varón por el énfasis, que ponía en el mismo la joven hembra.
Aunque el pícaro de Diego Alberto, tenía también sus escarceos amorosos con la beldad de su secretaria, con la que desde hacía cierto tiempo se encamaba, cuando aquella tenía fecha libre en su agenda, ya que ésta, ya era “vox pópuli”, era bastante promiscua en lo que a sexo se refiere y se la tenía catalogada en los corrillos de la firma, como una trepadora.
Con ésta mujer, llamada Alicia Perrone, todo comenzó cuando Alberto, acudió con ella a un congreso de publicidad en la República de Chile, en la Capital de Santiago.
Cinco días duró aquél y fueron cinco días que se pagó una habitación (gastos que asumía el consorcio) de hotel, sin siquiera usar una sola vez la cama ni el baño.
Estaba visto que la bella secretaria, insumía todo su tiempo entre su trabajo, el estudio y sus variados y calculados desahogos sexuales, ya que se diría que aquella, “no daba puntada sin hilo”.
Capítulo 2
Llegó el día de la partida de los Rocamonte Aliverti, que partían a empezar a disfrutar de las vacaciones, momentáneamente sin el jefe de familia, que se les uniría una semana después, luego de finiquitar ciertas cosas que tenía pendiente en su “trabajo”.
Salieron muy temprano en la espaciosa camioneta.
Tenían reservada bodega en un buque ferry que les ahorrarían mas de cuatrocientos kilómetros en la distancia que tendrían que recorrer para llegar a “La Soñada”, la querida casa de veraneo.
Ya tenían avisado a los caseros que cuidaban la misma durante todo el año, que llegarían a primeras horas de la tarde de aquél Sábado, que se presentaba sumamente caluroso.
Sabían que los amigos del sexto piso, los Reperger, ya se habían desplazado a su chalet, desde hacía una semana atrás.
Ventajas que daba la vida al no estar atados a los condicionamientos del estudio de hijos pequeños.
El la vivienda de aquellos, sólo había quedado una empleada con la hija de aquellos, la menor que según había argumentado aún tenía que preparar algún examen de estudio y luego los acompañaría para disfrutar toda la familia junta de aquél nuevo verano que como todos los anteriores, prometía ser muy promisorio.
Allá se encontraría con compañeras y amigos y podría darle rienda suelta a su pasión deportiva, el Tenis, pese a que los médicos le aconsejaran ya hacía un tiempo que dejara aquella práctica y se dedicara a hacer otros ejercicios mas adecuados a su padecimiento de salud, como largas caminatas y algo de natación.
Ella siempre izo caso omiso de todo aquello y cuando estaba muy atacada por el asma, se limitaba a darse un par de disparos en su boca, con la clásica bomba de “Ventolín”, tal vez la marca más difundida.
La fiel Pilar iba con su patrona en la parte de adelante de la espaciosa camioneta cuatro por cuatro y de última generación; en el asiento de atrás lo hacían Dora, junto con los chicos, Lumy y Diego.
Alberto los acompañó al Puerto y se izo cargo de todos los trámites previos en éstos casos y hasta les estacionó el vehículo en la bodega del espacioso paquebote.
Luego se quedó en la rada, hasta que su querida partía, viendo como todos, mujer, hijos e incluso las fieles empleadas, le correspondían a su saludo; estaban mezclados con docenas de pasajeros que iban en busca del mismo destino y que todos ellos correspondían con gritos y agite de manos a quienes los habían ido a despedir.
No eran muchos porque no se trataba de algún crucero transoceánico sino del cruce del estuario que sólo les insumiría tres o cuatro horas y que realizaban todos los años y casi todos los fines de semana, mucha gente.
De todos modos aquellas escenas siempre tenían su nostalgia.
No pudo contener una intempestiva lágrima que se le resbaló por su cara, amaba a su mujer e hijos y si bien dentro de pocos días, se reuniría con todos ellos, su melancolía momentánea lo traicionó.
Cuando subió a su automóvil y por un acto reflejo de sus negros pensamientos, se restregó las manos y emitió un pequeño grito de triunfo.
Sabía que tendría una larga semana para disfrutar a aquella yegüita de Renata y la tendría que abastecer muy bien para compensar todo el tiempo de vacaciones, allí les sería casi imposible de tener algún contacto sexual porque él estaría abocado a disfrutar con su querida familia y con sus amistades.
Aunque siempre estaba la posibilidad de que Renata y con la excusa de algún examen, hiciera algún viaje relámpago en el segundo mes a la Capital y allí ambos se hacían alguna rápida escapada a algún Motel, en verano el lívido estaba siempre muy acelerado.
Renata ya tenía todo planificado en su casa y a la empleada que se quedó en la casa- departamento de sus Padres, hasta que ella se reúna con aquellos y la doméstica, ahí si se tomaba sus merecidas vacaciones anuales.
A ésta le había dicho que ciertas noches de esa semana, se quedaría a dormir en la casa de alguna compañera de estudios ya que se juntaban para estudiar juntas para dar algún examen pendiente.
Realmente a la empleada aquello casi la alegraba, así podría descansar más y no estar pendiente de los horarios de la comida y la atención de la muchacha, por lo demás que aquella hiciera lo que le plazca, total ya hacía rato que era mayor de edad y sabía lo que hacía.
No estaba bajo su responsabilidad, como lo estuviera ya varios años atrás, cuando aquella era solo una adolescente; así y todo, ambas eran muy compinches y Renata siempre fue muy generosa con ella.
Renata estaba a punto de levantarse cuando sonó su celular, era su vecino del piso de arriba.
Luego de más de diez minutos de charla, se metió en la ducha emitiendo una canción de moda.
Casi al medio día salió, se encontraría con Alberto luego que aquél se deshaga de algunos asuntos en su trabajo y sin duda franelee con su escultural secretaria (ella estaba al tanto de todo lo referente a ella) y de esa manera su amante vendría bien motivado, se dijo que aquel caluroso día se presentaba muy promisorio.
Luzmila María, luego de manejar por espacio de unas dos horas y media desde que desembarcaran en el añejo Puerto, enfiló por fin a la entrada de aquel viejo y tan querido chalet familiar, en el que dormían tantos recuerdos y afectos de ella.
Los chicos fueron los primeros que descendieron de la confortable camioneta y ambos se confundieron en un abraso con el matrimonio de caseros a los que conocían prácticamente desde que nacieron y que veían todos los años y convivían con ellos por casi tres largos meses.
Las tres mujeres viajeras , luego de los efusivos saludos y de cambiarse de ropa, la patrona y los niños se dieron una rápida ducha, ellos ya querían ir a donde estaban las olas; se dispusieron a desarmar las valijas, bolsos y los muchos enseres que trajeran en la espaciosa camioneta y que los caseros se dedicaran a descargar minutos antes.
Luzmila no bien llegó y antes de entrar en la ducha, tomó el teléfono celular de su bolso y llamó a su amado Esposo para avisarle a aquél, que todos habían llegado bien.
Le pareció que su querido Alberto estaba en algún lugar con mucho tráfico a juzgar por el ruido que se dejaba oír por el teléfono.
Más tarde por la noche, volverían a hablar, ella y los niños con el Padre.
Comerían todos algo que improvisaran los caseros, los que luego de la charla con su patrona se retiraran a su pequeña vivienda que tenían separada de la casa a escasos metros de aquella.
El hombre, se dedicaba al mantenimiento del parque, la pequeña piscina y a los arreglos de la casa, también mantenía dos o tres parques de la cercanía.
Su Esposa, a las labores de mantener limpia y funcionando la vivienda y lo hacían a la perfección, además eran gente de mucha confianza; ambos fueron tomados para realizar su labor, por el malogrado matrimonio Aliberti-Swason o sea que ya tenían más de quince años trabajando allí.
Luego Luzmila, sus hijos y empleadas, le rendirían culto a una corta pero reparadora siesta, después habría que surtir de víveres y otros insumos al lugar que habitarían por casi noventa días.
Cuando viniera el jefe de hogar, improvisarían los infaltables asados que aquél acostumbraba a hacer, invitando a compañeros y amigos de ambos.
Realmente tenía en su mente planes para él y se los diría al arribo de éste.
Le estaba debiendo algo mas de atención a quien le había hecho tan feliz cuando noviaban y luego en los primeros años de matrimonio, siendo su amado socio en la labor de fabricar aquellos dos rayitos de sol, sus queridos hijos.
La verdad que les salió bien la labor, ya que con la nena primero y luego con el hombrecito, colmaron las aspiraciones que ambos elucubraran allá lejos y hace tiempo, en sus escarceos de novios.
Fue el primer hombre que exploró su intimidad (aunque ella nunca se lo confió a nadie, ni a su querida hermana, tenía miedo que se rieran de su ingenuidad) y que la izo llorar de pasión y gozar como hembra, hasta tocar el cielo, si es que éste realmente existía.
También le enseñó todo lo que ella sabía de sexo y que usaría para hacerlo feliz cuando venga.
La súbita muerte de sus queridos Padres, la habían dejado muy dolida y eso trajo a colación el descuido que había tenido con su Esposo.
Pero con la ayuda de un conocido Psicólogo de la familia, ya se sentía con ánimo de ponerse al día con las apetencias amorosas de ambos.
Tendría que tener una larga charla con su Marido y tal vez hasta debería de pedirle perdón por la mala atención que le prodigó en los últimos tiempos, sobre todo conociéndolo como lo conocía, lo creía incapaz de buscar fuera del hogar, lo que no obtenía en él.
Aunque siempre aprendió que el hombre es hombre y que éste es como el gato que teniendo carne en casa igual sale a cazar ratonas.
Renata y Alberto comieron algo en local de comidas rápidas y luego se dirigieron a uno de los moteles habituales que solían visitar cuando se presentaba la ocasión.
En camino al mismo, Alberto recibió la llamada de su mujer.
Esa fue una tarde muy calurosa para el común de las gentes y para la pareja clandestina, también.
Aunque ellos disfrutaron de ese calor y de la transpiración de ambos, dos veces se ducharon luego prosiguieron con su privada maratón de sexo; practicado éste de todas las formas posibles y solo descansaron cuando el varón bajó la guardia, exhausto.
Aquella muchacha tenía una gran vitalidad a la hora de tener sus orgasmos y trataba de gozar ella y hacer gozar a su pareja, a la que apreciaba casi en demasía, sin llegar a sentir amor por ese hombre casado pero que mantenía con ella aquél contrato no escrito ni refrendado por ningún Escribano, de hacer el amor siempre que la ocasión se presentara.
Ella tenía de tiempo en tiempo sus muy esporádicos revolcones con ocasionales amigos, aunque si bien siempre usaba esas ocasiones para hacer hipócritas comparaciones, siempre prefería a aquel hombre casado y hacía con él, lo que no hacía con los demás.
Con él se sentía muy a gusto y segura, sólo la afligía el pensar que algún día todo saldría a luz y entonces tendría un mayúsculo problema con su familia, aunque sabía que Alberto llevaría todas las de perder con su amada familia.
Ella era casi amiga de Luzmila y por supuesto de toda la familia y si algo raro acontecía con aquel “romance” clandestino, debería de borrarse de todo su entorno familiar e irse muy lejos de allí, no resistiría el bochorno.
Mientras tanto disfrutaría del presente y la verdad que lo estaba haciendo de gran forma.
De hecho esa noche, tenía planeado con su amante dormir juntos en la casa de aquél; cosa que nunca se atrevieron a hacer.
Total en su casa ya tenía todo previsto y en cuanto a su traslado a los aposentos del piso de arriba, solo debería de tomar precauciones con el ascensor, para que nadie la viera apretar el botón equivocado.
Sí, algo de nervios tenía, pero contaba con la complicidad de su amante, que tomaría las previsiones del caso, como recibirla a una hora ya avanzada y desconectaría el portero eléctrico, el teléfono de línea, no el celular por supuesto y alguna otra cosa, como comprar algo para comer los dos.
Ya que siempre que se iban de vacaciones, sólo se dejaba lo mínimo en el refrigerador, aunque el enorme frizzer siempre estaba muy bien provisto de comidas congeladas.
Alberto en éstas ocasiones siempre comía afuera, ya sea en la casa de algún hermano (ellos eran cinco, él el menor) o simplemente donde la casualidad lo llevara, aunque tenía sus preferencias, las que compartía con su mujer cuando solían comer afuera de su hogar, allá lejos y hace tiempo.
Alberto llegó temprano a su hogar, con bastante comida para dos; se bañó, puso en marcha el acondicionador de aire, cortó el portero eléctrico, el teléfono de línea y se dispuso a esperar a la deliciosa muchacha.
Cuando bajó de su auto en la cochera del edificio, ubicada ésta en el sub. suelo del mismo, estuvo hablando unos minutos con el portero y le dijo que se dedicaría a descansar y le pidió que si alguien lo solicitaba, tuviera la bondad de no molestarlo.
Su Señora, según le acotó, que aquél ya se encontraba descansando, ella no dormía siesta ya que quedaba pendiente, el par de horas que su marido se recostaba para compensar la madrugada que solía hacer todos los días del año, la verdad que eran muy eficientes y prácticamente nadie extraño al edificio, entraba o salía sin que ellos se enterasen.
Facilitaba aquello el hecho de que la vivienda de éstos, quedaba en el mismo subsuelo y un amplio ventanal dominaba toda la vista del garaje, incluidas las puertas de los dos ascensores.
Luzmila llamó por la noche temprano al celular de su Marido, porque no estaba seguro de que aquél estuviera, sabía que aquél tenía varias cosas que finiquitar esa semana.
Habló ella y los chicos con el Padre y quedaron en que él los llamaría al otro día,
Mujer, hijos y empleadas, se fueron a descansar temprano, la jornada había sido agotadora y todos rogaban que una tormenta que se veía en el horizonte, no les estropeara la siguiente jornada de playa.
Capítulo 3
Renata estuvo en su casa y luego de ducharse y comer algo (un vaso de jugo y un enorme
sandwiche que le preparara la doméstica, tomó un pequeño bolso e introdujo en el mismo, su camisón (el que estaba segura que no usaría), su cepillo de dientes y alguna poca cosa mas y dándole un cariñoso beso a la empleada, se retiró.
Le dejó dicho que si llamaban sus Padres, cosa que dudaba, les dijera que en el día de mañana, ella los llamaría.
Llamó al ascensor y cuando éste se izo presente, apretó el botón de planta baja sin subirse al mismo y se fue rápidamente por la escalera rumbo al piso de arriba, al séptimo.
Iba a llamar a la puerta, pero intuyó que la misma estaría sin tranca ni llave, así que simplemente abrió aquella desde el correspondiente picaporte y se introdujo dentro.
Allí estaba su amante esperándola con una mesa servida con una enorme pizza, una botella de buen vino y otras exquisiteces, de fondo se escuchaba muy suavemente una melodía de bolero que invitaba a bailar.
Luego de un muy largo beso que izo que el órgano masculino, se pusiera muy duro, casi sin ponerse de acuerdo, ambos se dejaron llevar por la música y bailaron utilizando solo un metro cuadrado de aquél amplio living.
Ella se sacó sus zapatillas deportivas y él la ayudó a sacarse la blusa y los livianos pantalones, a su vez ella le sacó las “bermudas” y el mini calzoncillo, luego se hincó en la mullida alfombra y con mucha delicadeza, empezó a lamer y darle pequeños mordiscos al enhiesto órgano de Alberto.
Esa fue una noche de placer y lujuria entre aquella pareja de amantes.
Cuando ella abrió sus ojos, tarde por la mañana, luego de un gran esfuerzo y de unas delicadas cosquillas en su oreja, que le hacía el hombre que estaba sentado desnudo, con una servilleta de papel que era parte de la bandeja servida con un opíparo desayuno para dos, que estaba depositada en una pequeña mesita.
Recordó el dueño de casa que aquella delicadeza, no la tenía con su mujer desde hacía varios años y cuando desde la cocina llamara a su familia, que se disponían a ir temprano a la playa; en su fuero íntimo, se sintió como un canalla, pero así estaban las cosas.
Aquel desayuno tenía más miel en las caricias de la pareja que sobre las tostadas que degustaron y como al termino del mismo, los dos estaban tan cachondos, que de inmediato, sobrevino una feroz montada.
Él se llevó la bandeja ahora casi vacía y ella se ofreció a lavar los enceres mientras su pareja, entraba al baño, solo le pidió que le permita una breve incursión al mismo.
El hombre se duchó con satisfacción tal que si alguien en ese momento viera su cara, vería que aquella tenía un marcado rictus idiota.
Se vistió rápidamente con pantalón liviano y camisa de manga corta.
Cuando él, fue a la cocina a ver si había quedado algo fuera de lugar, se sorprendió de que nada estaba sin guardar y aseado, no pudo menos que esbozar una sonrisa de satisfacción y se dirigió al living a esperar a la muchacha.
Luego planearían que hacer el resto del día que se presentaba más fresco que en la jornada anterior por efecto de estar el cielo nublado.
Tuvo un pensamiento generoso para con su familia, al desear que la jornada les acompañe con buen sol, sabía como disfrutaban sus críos en aquellas hermosas playas.
Ya su madre se habría puesto en contacto con sus amistades para encontrarse a la orilla del Océano y allí se juntaban niños y mayores para pasar allí gran parte del día.
Dentro de unos pocos días él se les agregaría y luego por un largo, que después se convertía en un corto mes, se dedicaría de lleno a disfrutar junto a su querida familia las merecidas vacaciones.
Mientras disfrutaría de esta “canita al aire”, con la muchacha del piso de abajo.
Tomó su celular del cargador y se lo puso en el bolsillo de la camisa.
Largo rato estuvo ojeando alguna revista y escuchando música, cuando se percató que la chica se demoraba más de lo previsto, pero se dijo que la dejaría tranquila, tal vez se recostó a descansar otro rato.
Estaría en verdad agotada de aquella maratón que llevaron ambos desde el día anterior, ¡que manera de fornicar!
Pero sabía que los dos venían con ganas postergadas y sin duda él le demostró que clase de macho era y lo que daba en lo que concernía a hacer el amor, a pesar que en los años en que se consumara, aquella al comienzo tímida aventura, luego se fue convirtiendo en apasionado deseo de descargar ambos, todas sus tensiones en esporádicas encamadas.
A pesar que él de vez en cuando y cuando se presentaba la oportunidad, solía “salir” con su escultural secretaria o sea con aquella formidable máquina de hacer el amor.
¡Que palizas de sexo!, recibía de aquel demonio con faldas: él y varios más de sus colegas.
Realmente era una verdadera yegua, la maldita y ¡Por Dios!
Estaba en la plenitud de su juventud y el cielo le había proveído de todos los atributos de una Diosa y estaba seguro que en la oficina, ella era la culpable de más de una masturbación, él incluido.
El solo verla por las mañanas, ya dejaba a los hombres encendidos y a las mujeres, algunas de ellas también con lo suyo, con la envidia latiendo en sus corazones y sin duda en sus vaginas.
Sin duda veían en aquella muchacha, la “Bruja” que ellas sin duda querrían ser.
Sumido en sus pensamientos y ya un poco aburrido de estar esperando a la chica, se decidió a ir a ver que la demoraba, mirando su reloj en la muñeca del brazo izquierdo, se percató de que dicha demora ya llevaba más de una hora; así que dejó las revistas en el revistero y se dirigió rumbo al dormitorio.
Iba emitiendo un tenue silbido que acompañaba a la agradable melodía que irradiaba el lujoso equipo de música.
Se asomó debajo del dintel de la puerta del dormitorio matrimonial, que tenía la puerta abierta y se percató de que el tiempo se había detenido, desde que él abandonara aquella dependencia.
Todo está igual, la cama destendída, alguna ropa interior de ella sobre la misma, las almohadas ubicadas en forma irregular y las cortinas del amplio ventanal que daban a un amplio balcón, aún cerradas.
Se dirigió al baño, el que tenía su puerta entreabierta y que dejaba sentir el ruido de la ducha.
La mampara estaba cerrada y el vapor del interior pegado a la misma no dejaba ver nada.
Corrió la puerta corrediza y el sopor le invadió el rostro, en un primer momento no vio a la chica, pero al bajar la mirada, ve a Renata caída en el piso y en posición desprolija de cubito dorsal.
En ese momento el hombre se sintió como que caía en un pozo muy hondo y muy negro; evidentemente que ni se imaginaba que aquello era tan SÓLO el principio.
Cerró el grifo de agua y casi al mismo tiempo, levantó a la chica, la que sin duda, pensó, había tenido un momentáneo desmayo.
Depositó aquel cuerpo examine sobre la cama y empezó a hablarle a la vez que la tapaba con las sábanas dela destendída cama.
La sacudió, la soplaba, golpeaba con suavidad su cara y acariciaba la misma, pero ella no respondía a sus requerimientos.
Acercó su boca a la de ella y le besó con desesperación implorándole que por favor le responda; puso su oído junto a la referida boca y sus fosas nasales y no percibió ningún aliento.
La destapó y empezó a hacerle masajes bastantes violentos en el tórax, poniéndose a horcajadas sobre aquella, mientras que su cabeza era un torbellino de terror.
Debía de llamar a alguien, ¿a quién?, a un Doctor, a una ambulancia, algo debería hacer con urgencia.
¿Y si estaba muerta?, se dijo mientras no dejaba de masajear, golpear, apretar, darle vuelta para un lado y para el otro y hablarle con llanto que lo ahogaba, a su amante, sin recibir ninguna respuesta de ella.
Le tomó del brazo y trató sin éxito de percibir algún pulso en su muñeca, no lo tenía, lo que si se percató que aquel cuerpo se estaba quedando tieso y de un tenue color azulado.
Se tiró de la cama y por un acto reflejo se hincó junto al wáter y vomitó todo su desayuno, sus angustias y sus pesares, y le pareció que asta sus tripas, querían abandonar a su convulsionado cuerpo.
Así estuvo varios minutos, luego lavó su cara y su boca, sin quererlo miró al lugar donde había encontrado el cuerpo examine de Renata y vio en el piso la esponja que él había utilizado un rato antes y el delicado jabón que tanto le gustaba a su mujer (cuando recordó a ésta, le vino una intensa puntada en el pecho), fue y los levantó, poniéndolos en el lugar correspondiente.
Con razón cuando volteó el cuerpo de la muchacha, vio que en la sábana había sangre a la altura de la nuca de aquella.
Pensando esto se aproximó a aquella escena macabra y corroboró lo que había visto antes, en la nuca y enredada de la hermosa cabellera de su vecina del piso de abajo, había sangre ahora casi seca.
También por un acto reflejo, tapó todo aquel cuerpo con la sábana que estaba húmeda y empezó a caminar por la habitación como un autómata, iba y venía, mientras sus pensamientos se agolpaban en su cerebro.
¡Demonios! ¿que haría ahora? ¿A quien recurrir? ¿Cómo justificaría aquello ante mi familia? ¿Y ante sus Padres? ¿La habría visto alguien entrar? ¿Qué haría con el cuerpo de la desgraciada muchacha?
Realmente que tenía ganas de morirse en ese instante.
No se atrevió a abrir las cortinas del ventanal-puerta que llevaba al balcón, que daba hacia el frente.
Amplio balcón éste, ya que tenía la extensión del ancho del Edificio, allí estaba el enorme aparato de aire acondicionado encerrado en uno de los costados y dentro de un amplio placard con puertas de aluminio, una mesa de hierro con cuatro sillas de mismo material y con vistosos almohadones, una hamaca de jardín con sus almohadones haciendo juego con los demás, algunas macetas con plantas y a más de la salida desde los tres dormitorios, principal y los de los chicos, la enorme puerta corrediza que daba al amplio living-comedor.
Los demás dormitorios daban sus ventanas al costado de la edificación, hacia los llamados pozos de aire o sea al vacío que daba entre otros Edificios.
Se sentó en uno de los dos sillones forrados de brocato, regalo de sus fallecidos suegros, (el otro estaba ocupado con la valija aún abierta por algún agregado de última hora, que le dejara casi terminada su mujer y que sería la que llevaría junto al bolso que estaba al costado de la misma, en el piso, sobre la mullida alfombra, en su futuro viaje para reunirse con su familia), poniendo su cabeza entre sus manos, con sus brazos apoyados en las rodillas, trató de poner sus pensamientos en orden, miró la hora de su reloj y vio que habían pasado media hora del mediodía.
Largo rato estuvo en esa posición pensando y dio un pequeño respingo cuando escuchó que su celular sonaba.
Este se encontraba enredado entre la sábana que cubría a la occisa, ya que se le había caído en los desesperados intentos por revivir a aquel cuerpo que permanecía en la cama.
Atendió, no sin antes corroborar quien era y tratar de restablecer su voz para parecer lo mas normal posible.
Era su secretaria, que lo invitaba a tomar sol en la azotea de su casa, ya que estaría sin sus Padres por todo el fin de semana; éstos habían concurrido al campo de uno de sus Tíos y no retornarían hasta el Lunes.
Nunca mas inoportuna aquella invitación que en otro momento, mas de uno le envidiaría.
Como pudo eludió aquel amable envite y otro para que aquella damisela se presente en su casa, sabía aquella que él estaba ¡SÓLO!, nunca más solo que en aquél fatídico momento.
Cuando cortó se dijo que tendría que deshacerse del cuerpo de su amante pero, ¿qué hacer?, por lo pronto lo quitaría de la cama, no vaya a ser cosa que se presente alguien de la familia y al ver a su coche estacionado en la cochera, se atreviera a subir y golpear su puerta.
Algo muy frío que no se debía al aire acondicionado, le recorrió la espalda y se estacionó en su vejiga, obligándolo a ir a descargar la misma.
Cuando salió del toilette, lo izo con una enorme toalla de baño que según tenía pensado, le serviría momentáneamente a la occisa de provisoria mortaja.
Cuando destapó el cuerpo, no pudo dominar el llanto espontáneo que le invadió, pero como pudo se sobrepuso y envolvió los despojos de la chica en la toalla, notó que ya el “rigor mortis” se había estacionado en el cadáver.
Fue hasta un dormitorio de los dos, que se usaban para alojar huéspedes (éste era el que se usaba menos) y estaba muy cerca de la habitación de servicio; allí él ya sabía que habían dos grandes placares, uno de ellos que servía de buhardilla y servía para guardar muchas cosas que ya no servían para nada y por lo tanto no era muy visitado.
Buscó las llaves del mismo en un cajón de la cocina y lo abrió, viendo que en el interior del mismo, en la parte que se dedica a poner la ropa colgada, por suerte había bastante lugar.
Recordó que pocos días antes de los aprontes para ir a veranear, Pilar y Dora, por orden de su mujer, limpiaron el mismo y sacaron gran cantidad de bártulos que los donaron a alguna institución de beneficencia.
Como pudo acomodó su lúgubre carga en el mismo y puso a modo de tapar el mismo que estaba envuelto con la toalla, una larga caja con un juego de mesa de sus hijos y que éstos utilizaban en Invierno, luego cerró con llave y dejó las mismas escondidas debajo del colchón de una de las camas gemelas que estaban muy bien acondicionadas con idénticas sobrecamas, que hacían juego con las cortinas de la ventana que daba al vacío.
Se dirigió al dormitorio marital y vio que en la sábana de abajo aún se podía ver la marca mojada que dejara el cadáver de la chica y una pequeña mancha de sangre, que él rogaba que no hubiera manchado la cobertura del ya añejo pero lujoso colchón de los llamados “Imperial”.
Levantó todas las sábanas y comprobó que solo se veía aquél, algo húmedo ¡Por suerte!.
Izo un bollo con las mismas y dirigiéndose al lavadero que quedaba junto a la cocina, metió todo, con fundas incluidas dentro del lavarropas y le puso una generosa porción de jabón en polvo y programó aquél para que hiciera el programa más completo.
Ello le demoró algunos minutos hasta leer las instrucciones de la máquina ya que desconocía todo sobre el funcionamiento de aquel.
Luego buscó todo lo que le pertenecía a la extinta mujer y lo introdujo dentro de una bolsa de residuos de color negro, su cartera, su ropa (tuvo un mórbido pensamiento cuando recogió la bombacha de ella), sus zapatillas, su celular, al que apagó, medias, en fin, todo lo que encontró.
Dejó la bolsa bien cerrada con dos nudos dentro del tacho de los residuos, en la cocina.
Luego dirigiéndose nuevamente al dormitorio, abrió todas las cortinas y las puertas a pesar del cambio de temperatura por causa del aire acondicionado, también apagó éste; quería que la poca brisa que había, se llevara el perfume de aquella infortunada mujer y de paso que seque bien el colchón.
Cuando terminó de hacer todos esos menesteres, se dijo que le hacía falta un buen trago, así que enfiló hacia el bargueño del living y se sirvió medio vaso de wisky, le agregó cuatro cubitos que llenaron el vaso y se dejó caer en el amplio sofá, miro su reloj, diez y seis horas con diez minutos.
Debía de poner su mente en condiciones de poder resolver todo aquel engorro.
¿Cómo enfrentar aquella fatídica situación sin la ayuda de nadie?
¿En quién confiar?
De una cosa estaba seguro y era que tendría que deshacerse del cadáver con la mayor urgencia, pero ¿cómo lo haría?
¿Como podría sacarlo del Edificio, sin que nadie lo vea? ¿Y si la muchacha le había comentado a alguien de su intención de quedarse con él, aquella noche?
¡Por Dios! Cuantas preguntas se agolpaban en su mente.
Sumido en toda aquella maraña de problemas y con la ayuda de la bebida, conjugada con el agotamiento sexual y la tensión anímica del momento que estaba viviendo, se quedó profundamente dormido.
Capítulo 4
Lo despertó el insistente y sonoro llamado del teléfono, antes de atender miró la hora, las diez y veinte de la noche, le vino un momentáneo estado de cólera consigo mismo y atendió.
Era su amada Esposa, aquella de inmediato notó que la voz su marido, dejaba trasuntar algo raro y se lo izo notar.
Él se excusó, diciendo que recién llegaba de la calle con un cansancio de mil demonios; algún problema en el trabajo lo tenía absorbido y tal vez por ello ella le encontraba un poco alterado.
Pero le acotó que no era nada que con un buen baño y un buen descanso, no pudiera solucionar, esto tranquilizó a la mujer, la que por espacio de quince minutos, ella y sus amados hijos le pormenorizaron todo lo acontecido en las últimas horas de disfrute en aquel encantador lugar.
Larga despedida y la promesa de que él los llamaría el próximo día, por la noche.
Cuando colgó el tubo telefónico, se dio cuenta de bien que se sentía luego de hablar con Luzmila y los chicos.
Se levantó y de inmediato cerró la ventana-puerta que daba al balcón y las cortinas, el viento traía olor de lluvia, la que sin duda se aproximaba.
Llevó el vaso vacío a la cocina y mientras lo enjuagaba, se dio cuenta que le había bajado apetito, así que improvisó algo con los restos de comida que en la noche anterior había degustado con Renata.
Mientras comía pensó que haga lo que hiciera, lo debería de hacer pronto, ya que lo que tenía guardado dentro del placard, no era un encere doméstico, sino un cadáver en proceso de descomposición.
Cuando terminó de cargar su estómago, se sintió mejor, de tal forma que, izo en la cafetera eléctrica, una llena jarra de café, la noche sería muy larga y lo necesitaría.
Estaba evaluando todas las posibilidades que podría intentar para deshacerse del cuerpo, mientras colgaba lo que sacara del lavarropas y lo colgara afuera, en un pequeño balcón al que se accedía por la cocina y que entre otras cosas se utilizaba para colgar a secar la poca ropa que se lavaba en la casa, ya que la mayoría de ésta, se mandaba al lavadero.
Notó que la misma estaba casi seca y sin vestigios de ninguna especie de la mancha de sangre; a la mañana tendría que tender la enorme cama.
Debía de retirar sin más, el cuerpo, bajar con el mismo por el ascensor, se presentaba casi imposible, por las escaleras, menos.
De día estaban los porteros que no se les escapaba absolutamente nada y de noche, ¿cómo pasaría sin que lo vea la mirada inquisidora de Felipe?, que aún conservaba sus rasgos mas típicos de pesquisa.
Recordó que el siguiente día era Lunes y que realmente tenía que ir al trabajo, ya que tenía cosas que finiquitar en la oficina.
Largo rato estuvo sentado en uno de los taburetes de la cocina, mientras degustaba un par de tazas de café.
Luego, como un autómata y mientras su cerebro se armaba y desarmaba a la velocidad de la luz, sin proponérselo se encontró recorriendo todas las dependencias de la casa.
Cuando llegó al dormitorio donde tenía depositado “aquello”, se sentó en la cama que tenía escondidas las llaves del mueble a pensar y pensar y pensar, contando con que no le explotaría la cabeza.
Así estuvo largo rato, miraba de cuando en cuando su reloj, ya era la una del nuevo día y creyó percibir en la atmósfera (recordó que no había vuelto a prender el artefacto de aire acondicionado) un olor raro.
De pronto, no supo si fue el efecto de un sonoro rayo que se oyó en el exterior o fue una centella que se le cruzó de pronto, por la mente; la cuestión que de pronto todo se aclaró en sus pensamientos y ya sabía lo que debería hacer.
Y como por efecto de resortes, se levantó abrió la puerta del placard, de pronto lo envolvió aquel raro olor que le pareció percibir momentos antes.
Abrió la ventana del dormitorio y levantó levemente la persiana de la misma para que entre el aire fresco del exterior, afuera ya llovía y se oían algunos truenos.
Retiró la caja que tapaba el envoltorio de la toalla y vio una de las piernas de la finada chica y un brazo, que se asomaban fuera de la improvisada mortaja.
El cadáver estaba casi sentado en cuclillas y su cabeza descansaba contra un rincón.
No pudo mantener por más tiempo su vista fijada en aquel dantesco cuadro y se metió en el baño donde orinó y se lavó la cara, luego salió y se dirigió a la cocina.
Allí procedió a prender la heladera que Pilar y Dora habían dejado apagada y vacía, como era la costumbre y se abocó a vaciar el enorme frizzer que estaba en un rincón cercano, poniendo todo en dicha heladera, tuvo la precaución de elevar el termostato de la misma al máximo.
Volvió al poco usado dormitorio de huéspedes y casi sin detenerse, tomó en sus brazos aquel cuerpo inerte (su espina dorsal estaba invadida por miles de congeladas agujas) y sin más lo llevó a la cocina.
Allí lo depositó dentro de abierto y vacío frezzer y de inmediato cerró aquél.
Volvió al dormitorio con un tubo de desodorante en aerosol que había tomado debajo de las piletas dobles de la mesada de la cocina y esparció en forma más que generosa dentro del mueble y en los alrededores, luego guardó la caja con el juego de sus niños y cerró la puerta, llevando las llaves a su lugar de origen, también el atomizador en aerosol.
Allí con sus manos apoyadas en la mesada, se permitió respirar hondo un par de veces, luego se dirigió hasta el comando del frezzer y bajó bastante la temperatura de frío.
En el living, tomó la botella de wisky y se la empinó en su boca dejando que el gargüero reciba una larga porción del ambarino líquido.
Se quitó su ropa y se dio una rápida ducha en su baño y se fue a acostar en la habitación de servicio, miró su reloj, las dos y cinco de la madrugada de Lunes.
Durmió de a ratos, lo abrumaba el recuerdo de los últimos acontecimientos y la imagen de su hermosa amante, se le aparecía como un fantasma y parecía querer hablarle.
Se despertó y ya eran casi las ocho de la mañana, las oficinas abrían a las nueve y si bien él no tenía problemas con el horario, siempre siguió un patrón de conducta en su laboral.
Casi corrió a la cocina y descolgó las sábanas y en su ida al dormitorio con las mismas, llevó la bolsa de residuos que dejara en el recipiente de los residuos, metió ésta dentro de uno de los estantes de su ropa, en el perfumado placard que compartía con su amada Esposa.
La metió detrás de una fila de pulovers de lana y cerró la puerta.
Luego procedió a tender la cama, lo izo con desprolijidad medida, cono que aparentara que alguien durmió de un lado de la misma, su lado.
No se bañó, pero se acicaló bien y se puso un liviano traje, evitando mirar la cama de matrimonio, tomó su portafolios, sus llaves y bajó al subsuelo por el ascensor, rumbo a su vehículo.
Allí se encontró con el Portero que le comunicó que Felipe, le dejó dicho, que una de sus gomas estaba algo baja y que no se la cambió por el auxiliar, porque no lo encontró necesario, pero le recordara que cuando pueda le reponga el aire.
Aprovechó a decirle, que le diga a su Señora que no se moleste en ir a hacer la limpieza en su departamento, que a lo que él estaba SÓLO, prácticamente no había nada que limpiar y que mejor lo dejara para el día Miércoles y así haría un repaso general.
Le agradeció y se marchó.
Iría a repostar combustible en una Estación de Servicio de las cercanías y de la que él ya era cliente habitual y de paso, haría inflar la referida goma.
Estaba esperando detrás de dos o traes coches en la bomba de combustible, cuando oyó que alguien lo nombraba.
Miró en la dirección desde donde venía aquella voz y vio a la vieja empleada de los Reperger que se le aproximó, un dardo de fuego empezó a interesarse por su ombligo.
<¡Buenos días! Señor Alberto ¿cómo le va? – dijo la mujer a modo de saludo, se conocían de años ,dado la amistad que había entre la familia de su empleador y los Rocamonte-Aliverti-.
<Sabe que los Señores, ya hace como una semana que se fueron a la playa del Balneario, pero Renata, se quedó unos días porque tenía que dar unos exámenes>
Se interrumpió momentáneamente el diálogo, porque Alberto debía de mover el coche para que le repostaran combustible y le dijo a la mujer que lo aguardara un poco más adelante, cerca de la sección gomería.
Allí mientras le revisaban el neumático, la mujer continuó con su diálogo:
<Sabe que la chica me dijo que se quedaría a estudiar en la casa de una compañera, el Sábado y no ha vuelto, ni ha llamado por teléfono y no la he podido ubicar en ninguna de las casas de sus amigas; la verdad que estoy bastante asustada y cuando llegue de hacer los mandados, solo me falta pasar por la Panadería, voy a llamar a mis patrones, que a ésta hora ya deben de haberse levantado y les avisaré que la muchacha está como desaparecída>
Le dio Alberto una propina al gomero y conversó unos minutos mas con la mujer, haciéndole notar que al tomar conocimiento de aquello, él también se quedaba bastante preocupado y que la llamaría mas tarde, para ver si ya tenía noticias de la muchacha y que tal vez, hoy Lunes aquella volvía y todo no pasaría de un susto.
También le mandó saludos para la Señora y el Señor Reperger.
Llegó sobre la hora a su trabajo y le costó mucho concentrarse en los temas que le comentaba su escultural secretaria, su mente estaba puesta en un frezzer.
Cuando pararon sus tareas al medio día, su secretaria le izo notar su falta de concentración el trabajo y con la insinuación de que ella podía hacerle volver la concentración.
Él le adujo que todo se debía a que estaba un poco nervioso por lo que habló con la empleada de los dueños del piso de abajo y más al llamar a ésta un par de veces y decirle aquella que aún no tenía noticias de la misma.
A la tarde cuando se terminó la labor en las oficinas de la “Agencia de Publicidad” y dejado finiquitado todo como para poder tomarse las merecidas vacaciones, Alberto desechó un ofrecimiento de los compañeros para asistir a una cena, como despedida de varios de los integrantes de la misma, los que se tomaban al tiempo su licencia.
Saludó a todos los compañeros excusándose de no poder asistir a dicho evento que por otra parte ya era una tradición que se llevaba a cabo todos los años, como para festejar por adelantado, la Navidad y el “Año Nuevo”.
Miró el almanaque esa mañana y se acordó que ese fin de semana debía de reunirse con su familia, ya que el próximo Lunes sería Navidad.
El cielo estaba encapotado y de a ratos una persistente llovizna se encargaba de que el clima ya caluroso, resultara molesto por la humedad.
Se dirigió a un Hiper Mercado, bastante alejado del centro de la Ciudad, debía de comprar varias cosas.
Allí compró, bolsas grandes de residuos, dos pares de guantes de goma, un rollo de la cinta de envolver, llamada popularmente “Patito”, dos delantales descartables de nailon, un cuchillo sierra eléctrico y en la sección de deportes, compró dos ruedas-aros de diez kilos de peso, de las que se usan para colocar en la barra, en el deporte del levantamiento de pesas.
Desodorantes de ambiente, varios rollos de toallas de cocina y un pequeño surtido de víveres, como pan láctal, jugo, fiambre, queso, tomates, alguna fruta y dos botellas de wisky, una para reponer la que casi ya había consumido y otra para las próximas horas, realmente lo necesitaría.
Largo rato se entretuvo mirando, cuando pasó por la sección de juguetes; allí vio unos gigantescos muñecos de goma-espuma o peluche, con la imagen de los muñecos que estaban de moda en los chicos, como Dinosaurios, que les gustaba a su princesa “Lumy” y dragones de simpático aspecto, como le encantaba a su hombrecito “Dieguito”.
Eran muñecos de gran porte.
De mas de setenta centímetros de altura, algunos de ellos
En la caja pidió, (mediante una generosa propina a uno de los chicos empaquetadores) un par de cajas para llevar los artículos que comprara.
Luego pasó por una farmacia que había en el mismo complejo del mercado y se abasteció de algún analgésico y de algún barbitúrico para dormir, por si lo necesitaba, casi seguro que si.
Cuando llegó a su departamento aún no había caído la noche, guardo lo que correspondía en la heladera se cambió de ropa, quedándose con unas bermudas y una cómoda musculosa, descalzo.
Ya tenía su plan formado y lo llevaría a cabo; no le quedaba otra opción.
Se preparó una generosa medida de wisky, como para irse poniendo a tono y llamó por teléfono a su familia, lo primero era lo primero.
Media hora estuvo hablando con su mujer (le comentó como al pasar lo que había hablado con la empleada de los Reperger y le encargó que los llame por si tenían alguna noticia) y sus hijos; le costó despedirse de ellos, hacía solo dos días que se fueron y ya los extrañaba; tal vez más que nada, por el momento especial que estaba viviendo, amaba realmente a su familia.
Quizás, esa temporada de verano sirva para que Luzmila y él, vuelvan a tener la regularidad de sexo que tenían, antes del desgraciado suceso de la muerte de sus suegros.
Su mujer aún estaba bastante apetecible y sus orgasmos eran “de novela” y en la cama aquella estaba a la par o por encima de cualquier otra hembra de las que él conozca o conociera.
Con esos pensamientos se dirigió a la cocina y en el camino se dio cuenta de que tenía una erección a medio camino y esbozó una sonrisa.
Tenía apetito y se preparó tres suculentos sanwiches, sacó una lata de cerveza de la heladera, dejó uno de los empaderados en la misma, para más tarde y se trasladó al comedor, prendió la televisión para mirar las noticias, pero antes hablaría por teléfono con la empleada de los Reperger, debería de moverse con mucha cautela con lo que hable con ella, debía de mostrarse preocupado (ya lo izo cuando le comunicó a su Esposa de lo que había hablado con la doméstica del piso de abajo) y preguntarle si había alguna novedad, se acordó que ya hacía varias horas que se había comunicado con ella desde la oficina.
Conversó varios minutos con aquella mientras comía y ésta le manifestó que sus patrones se vendrían a primera hora del día de mañana, porque nadie tenía noticias de la muchacha, ni sus mas cercanas amigas, ni sus compañeras, ni los Porteros que no la veían desde el Sábado, igual que ella.
<El Señor tiene miedo de que la hayan secuestrado o algo así ¿vio?, con las cosas que están pasando y la Señora está preocupada porque cuando ellos se fueron, Renata estaba algo atacada del asma por los nervios de los exámenes>
>Cualquier cosa, yo le aviso Señor Alberto, ya que pasaré despierta con el teléfono a mano por si ella o alguien que sepa de la misma llame y gracias por llamar, saludos a su familia>
Estuvo mirando un rato las noticias, algo de fútbol, luego limpió lo que había ensuciado, se tomó un “plidex” y se acostó a mirar la tele en el sofá, allí se durmió.
Cuando despertó, miró la hora y vio que eran la una y cuarenta del nuevo día, Martes.
Abrió la puerta-ventana que daba al amplio balcón y el viento que le recibió, le izo tener un brusco escalofrío, llovía con cierta violencia, evidentemente, el temporal persistía.
Aquello podía facilitar sus planes.
Entró, cerró y se fue a servir medio vaso de wisky, en la cocina le agregó tres cubitos al ámbar líquido, lo que izo que el vaso quedara bastante lleno, a lo que procedió a bajar el contenido con un largo trago, que le ayudaría a adquirir el coraje que necesitaría para realizar la labor que se disponía a hacer.
De una caja de las que trajera del mercado y que estaba sobre la mesa (que usaban las empleadas para comer) extrajo el cuchillo-sierra y lo armó, lo enchufó en un toma corriente cerca del frezzer y lo probó en una de las solapas de la caja, funcionaba perfecto.
Dejó a mano dos rollos de papel- toalla de los usados en la cocina.
Trataría de no hacer mucho ruido por lo avanzado de la hora, pesar de que el Edificio era de construcción antigua y por lo tanto sus paredes eran bastante aislantes, claro que no debía de olvidar que en el piso de abajo, había una mujer que estaría atenta a la esperada llamada (que con seguridad, no llegaría) de todas formas debía de actuar con cautela.
De una rinconera, sacó la potente licuadora y la dejó enchufada sobre la amplia mesada.
Luego se colocó uno de los pares de guantes de goma y se colgó y ató uno de los delantales descartables que era bastante holgado.
Tomó otro largo trago de licor y se dijo que debería de tener cuidado de no pasarse con la bebida ya que lo último que quería sería emborracharse.
Capítulo 5
Cuando abrió la amplia tapa del potente congelador, no pudo reprimir un gesto que tenía mucho de horror, de lástima y de dolor; pero debía de hacer lo que había meditado y planeado o estaría perdido, él y su adorada familia, en ese momento pensó en su finada Madre.
Rezó sin que se lo propusiera, como lo aprendiera en las largas pláticas de catecismo en su niñez.
Vio que había dejado el enorme tohallón-mortaja, con el cuerpo y que estaba parcialmente congelado, sobre todo donde estaba más mojado cuando introdujo el cuerpo.
Éste no estaba tan congelado, tal como lo planeó cuando bajó la temperatura del termostato, aunque tenía un color casi azul.
Lo primero que izo fue, tapar la cabeza de aquella en vida, preciosa mujer con una de las bolsas de residuos.
Inclinándose, procedió a quitarle el anillo que la finada tenía en el dedo anular de su mano izquierda, lo izo con un poco de trabajo y lo dejó sobre la mesada, cerca de la pileta doble de la misma, luego sin más cortó las dos manos de la occisa casi sin mucho problema y trozó las mismas en porciones chicas.
Un muy poco de líquido viscoso y de color casi negro, se deslizó por donde el cuchillo-sierra salpicó, no era tanto pensó Alberto ¡por suerte!
Con dos o tres servilletas tomó los pedazos de las manos y las introdujo dentro de la licuadora, con papel y todo, tapó la misma y se abocó a cortar los brazos a la altura del hombro, buscando las coyunturas de los mismos, para que no le cueste mucho arrancarlos de su lugar.
Cuando culminó de desprender los miembros superiores e inferiores, limpió el aparato que estaba usando para trinchar aquel cuerpo como si éste fuera un pollo, también sus manos y cerró momentáneamente el mueble de congelar; debía de tomarse un respiro, aquello era más que un tormento.
Enjuagó sus manos enguantadas, las que no tenían casi vestigios de suciedad, luego se secó bien, con mas toallas descartables, las que introdujo en otra de las bolsas de nylon.
Se quitó el delantal y los guantes, tomó otro largo trago de alcohol, fue al bargueño y trajo la botella y se sirvió mas líquido sobre los ya casi hielos derretidos y se metió en el baño de servicio que estaba a escasos metros de allí.
Se lavó la cara con jabón y luego se sentó en el wáter, tuvo un súbito dolor de barriga, mientras defecaba pensaba en los próximos pasos a seguir.
Cuando salió del baño, la decisión se estacionó en su mente y con convicción se equipó otra vez, mientras ponía en marcha la licuadora.
Aquella izo un poco de ruido sordo al principio, pero luego tomó velocidad se la veía deshacer el contenido de la misma.
Alberto recordó que había sido un acierto comprar aquella licuadora que se diferenciaba en el precio con las demás (era mucho más cara) pero como les dijo el vendedor, era tres veces mas poderosa que las comunes, de hecho eran de uso industrial, de las que usaban los profesionales.
Apagó la máquina luego de un par de minutos y tomando la gran jarra de ésta, se dirigió nuevamente al wáter que abandonara momentos antes y volcó el contenido de la misma, dentro de éste.
Luego tiró la cisterna; enjuagó la jarra por dentro en la pileta de la cocina y volvió a tirar el contenido y volvió a accionar la cisterna, con satisfacción cínica, vio que todo se había ido.
Dejó la jarra dentro de la pileta de la mesada, desconectó la licuadora y arrollando el cable, guardó ésta en su lugar, luego le colocaría su respectiva jarra cuando la desarme y la lave muy bien.
Bebió esta vez un pequeño sorbo del ambarino líquido y abrió decididamente la tapa-puerta del frezzer, todavía que daba mucho por hacer.
Ahora cortó los brazos a la altura de los codos y guardó los cuatro pedazos dentro de una nueva bolsa de residuos, acondicionó prolijamente ésta, haciendo una prolija empaquetadura y dejó la misma que no era pequeña, sobre la mesada, en el lugar donde antes lo ocupara la licuadora.
Luego izo lo propio con las piernas y cuando envolvió y dejó las mismas al lado del otro paquete, sacó el tohallón, lo usó para que éste sirviera para poner sobre él, los dos paquetones, en el extremo del cubículo, que se mantenía mas limpio.
Claro que antes procedió a limpiar el respectivo lugar con un montón de toallas descartables que guardó en la bolsa que un rato antes destinara a esos efectos.
Ya se estaba descongelando el cuerpo y el líquido se acentuaba, dejando en la atmósfera un olor pestilente, así que se apresuró a introducir dentro de dos bolsas en éste caso, al torso y antes de cerrar las mismas puso dentro de las mismas una de las dos pesas de hierro que comprara en el mercado y que se preocupó de lavarlas muy bien con abundante agua y detergente, por si quedaba alguna huella en los mismos, le agregó la bolsa que tenía los papeles sucios.
Usó rápidamente la cinta “Patito” y envolvió varias veces los dos grandes paquetes, éste trabajo lo izo con la mayor prolijidad y con no poco trabajo ya que las pesas, dificultaban la macabra labor.
Acondicionó todo y cerró la tapa, elevando la temperatura de frío al máximo por medio del termostato.
Recordó algo y de inmediato destapó la tapa que recién tapara.
Tomó una nueva bolsa y puso dentro, la otra pesa y los dos paquetes restantes que depositara sobre el semicongelado tohallón, el que ya estaba, sólo bastante sucio.
Incluyó la bolsa que contenía los papeles-toallas de cocina sucios en dicho atado.
Repitió la maniobra escabrosa y trabajosa del anterior atado, usando generosamente la fuerte cinta.
Sacó dicho tohallón e izo un bollo con él, metiéndolo a lavar en el lavarropas, puso otra vez, generosa porción de jabón en polvo y repitió el programa que usara con las sábanas.
Volvió y cerró la puerta-tapa del congelador y vio que dentro ya, la baja temperatura se dejaba sentir.
Otra vez se lavó nuevamente las manos enfundadas en los guantes y lavó muy bien el cuchillo-sierra, el que puso luego de desarmarlo, dentro de la caja, en la que venía de fabrica
Metió todo lo que no usó y lo que usó, dentro de una sola bolsa de residuos, incluida la caja del cuchillo eléctrico que tan buen servicio le reportara; sólo dejó fuera, sobre la mesa, el restante par de guantes (el que no usara) y cerró con dos nudos la misma.
Metió la misma dentro del receptáculo de residuos de la cocina y a continuación, se abocó a higienizar la jarra de la licuadora, desarmándola antes y toda la superficie de la mesada, mesa y en total, piso y toda la cocina y el baño de servicio, incluido los pisos de éstos dos ambientes.
Usó para ésta tarea, un aromático desodorante al que unió con un poco de cloro que encontró debajo de la pileta de la mesada, abrió la puerta que daba al pequeño balcón usado por las empleadas y dejó que el aire fresco entre.
Allí colgó el gran tohallón que sacara casi seco del lavarropas, en la cuerda de ropa que antes colgara el anterior lavado.
Luego cerró la puerta que daba al comedor y se fue a bañar antes que el frío le traiga un resfrío.
Afuera, llovía y la temperatura había bajado ostensiblemente y no concordaba con esa época del año ni con el calor del principio de la jornada.
Cuando salió de la ducha, luego de enjabonarse varias veces y dejar que el agua le lave su cuerpo y sus culpas por varios minutos, se abrigó algo (estaba fresco) y se percató de que ya estaba amaneciendo, miró su reloj y vio que eran las cinco y cuarenta y cinco de la mañana del Martes.
Entró a la cocina, cerró la puerta que daba al exterior, todo lucía limpio y seco, recogió antes el tohallón, lo olió y lo ojeó con detenimiento, vio que estaba muy limpio y con un lindo aroma y lo dejó colgando de la limpia mesada, luego lo guardaría.
Armó y guardó la jarra de la licuadora, puso vasos y lo que encontró en el escurridor, en su lugar y se sirvió una generosa taza de café del que preparara antes, de la jarra térmica de la cafetera eléctrica ubicada debajo del mueble esquinero donde estaba la licuadora, la tostadora y otros electrodomésticos.
Café que degustó con el sanwiche que dejara a la noche en la heladera.
Puso a cargar su celular y se fue a dormir, luego de tomarse otros dos “Plidex” y lo izo en ¡su cama!
Luzmila llevó temprano a sus hijos a hacer compras en un conocido “Shopping", quería que aquellos eligieran adornos para el improvisado arbolito de Navidad; el que desde hace dos años no arman, todo por culpa de ella, su nostalgia a sus queridos finados Padres.
Pero ahora quería enmendar el daño que les estaba haciendo a Diego Alberto y a los niños.
Éstos esperarían a su Papá con el arbolito armada, con la ayuda de un pequeño pino que le consiguiera Ramón, el casero del Chalet.
Éste año vendría Luis Ricardo, el hermano de su Esposo, con su familia, su mujer María Fernanda a la cariñosamente todos llaman “Fer” y sus dos hijos varones, Luisito y Fernandito de doce y diez años respectivamente.
Los que vivían en el campo que les dejaran los fallecidos Padres de su concuñada; Luis Ricardo era Ingeniero Agrónomo y por lo tanto su vida, la dedicaba a hacer producir su más que mediano campo.
Su situación era más que holgada y todos los años, todos ellos iban de paseo a Europa a visitar a algunos familiares de “Fer”, así que luego de quedarse unos días, con ellos, a pasar las fiestas, todos volarían al viejo Continente.
Viaje que su querido Esposo le prometiera a ella y los chicos, cuando ella esté disponible anímicamente para hacerlo.
Cuando venga su Diego grande, una de las sorpresas que le tenía reservada, era que aceptaba aquél viaje junto con los niños; cuando su trabajo se lo permita y por supuesto, él quiera.
Es probable que ambos hermanos viajen juntos el próximo Viernes o Sábado, dependía que consigan bodega para el vehículo de su cuñado.
Ella debería de tener todo previsto con la ayuda de sus dos apreciadas domésticas.
Pilar le dio una larga lista de artículos para la cocina y para tener previsto para los próximos días que vendrían, así que debería de apurarse ya que los niños no querían perderse la playa.
Aunque parecía que la tormenta que se desatara anoche, aún se dejaba ver en el horizonte a pesar que en esos momentos el día estaba soleado pero el aire estaba bastante fresco.
¡Cuántas cosas tenía para proponerle a su querido y amado esposo!
Quería que él y ella, recuperen el tiempo perdido por su culpa.
Ayer cuando tuvieron la larga conversación, ella y los niños con el jefe de la familia; aquél le dio la inquietud que tenía la empleada de los Reperger.
Ojalá ya Renata ya estuviera en su casa, son muy buenos amigas, con ella, con su hermana, Eugenia (con la que estudiaron juntas en el mismo Colegio) a la que ya hacía tiempo que no veía, pero que ésta la llamaba de vez en cuando y le daba noticias de sus logros diplomáticos.
Sus Padres estaban desde hace unos días ocupando el espléndido chalet que compraran, en combinación con sus queridos ancestros.
Sin pensar más y en un impulso momentáneo, viendo que sus hijos estaban eligiendo adornos para el arbolito, tomó su celular y llamó al matrimonio para saber de la querida Renata.
La atendió la doméstica que viajó con ellos al balneario y le comunicó que los Señores tomaron en la mañana el primer vuelo hacia la Capital.
Que no tenían noticias de la chica y que Don Eugenio estuvo llamando por teléfono toda la noche y que se lo veía muy nervioso, también a su Esposa.
Cuando cortó la llamada, llamó a Diego Alberto.
Éste estaba profundamente dormido cuando sonó insistentemente su celular, que realmente le izo pegar un buen sobresalto.
¡Demonios! Se dijo, tenía la cabeza como si fuera de corcho, ello tal vez era por la acción de los barbitúricos que ingiriera, junto con la bebida.
Largo rato estuvo conversando Luzmila con su Esposo al que encontró con la voz como si aquél hubiera pasado la noche de juerga, no se lo izo notar porque se acordó que todos los años en éstas fechas, en la oficina organizaban alguna fiesta (ella, tiempo atrás asistió a alguna de ellas) y allí se tomaba más de la cuenta, tal vez para aflojar las tensiones acumuladas durante el año.
La conversación estuvo cargada de incertidumbre por saber la suerte que había corrido la estimada muchacha del piso de abajo y ella le comunicó a su Marido, lo que había hablado con la empleada de los
Reperger.
Capítulo 6
Cuando terminó de hablar por el celular con su Esposa, se encerró en el baño, allí estuvo largo rato, ora llorando, ora mirándose al espejo, hablando en silencio con la imagen que le devolvía éste.
Cuando salió, se dijo que tendría que actuar rápidamente pero con mucha cautela, si no quería terminar con sus huesos en la cárcel y su familia defenestrada por su culpa; antes prefería arrojarse por el balcón a la calle.
¿Porqué aquello le estaba sucediendo a él?
En ese momento no entendía como se habían dado las circunstancias para que él, se viera involucrado en todo aquél patético suceso.
No se conocía a si mismo por lo había sido capaz de hacer, ¿de dónde sacó fuerzas para consumar lo echo en la cocina?
¿Quién iba a concebir que el creador de proyectos de tantas publicidades, muchacho sano de buena familia, de buenas costumbres y con una maravillosa familia, sería capaz de hacer lo que había echo?
De pronto se dijo mientras se servía una taza de café (lo necesitaba) que lo echo, echo estaba y ya no podría dar un solo paso atrás; aún debía de hacer la labor de más riesgo, la más peligrosa, ¡deshacerse del cuerpo!
O como lo llamaban en la jerga Policial, deshacerse de cuerpo del delito.
¡Que tétrico sonaba todo aquello!
Y lo peor que estaba totalmente ¡¡SÓLO!! , en aquél dilema que nunca buscó ni por asomo, pero que la desgracia, puso en su camino de una manera tragicómica.
Terminó su café y enjuagó la taza, luego se dirigió a su dormitorio, allí se detuvo un momento pensando en cual sería su siguiente movimiento.
Todavía no concebía como había podido dormir en su cama, en su lecho de amor junto a su amada mujer y dónde por primera vez en su vida, había sido capaz de llevar a una amante.
Algo no debía de andar muy bien en su cabeza; él, el gran estratega de la empresa, en el que todos confiaban a la hora de resolver lo irresolvible, dejó que la pasión de una calentura, le hiciera cometer aquella falencia, que hoy estaba tratando de revocar.
Tal vez en el peor dilema que se le presentó en la vida, todo por su arrojo de audacia.
De pronto las ideas volvieron a su angustiada cabeza, ya tenía un plan y trataría de llevarlo a cabo.
Se dirigió a la valija y el bolso que su Señora le dejara a medio hacer, ya que ella quería que él los terminara de completar con las cosas que su Esposo, crea conveniente, eso era algo imperativo en él.
Con prolijidad, sacó toda la ropa, calzados y otros, de ambos enseres y los colocó sobre la cama (la que había tendido antes o sea que había estirado las sábanas y la sobrecama), con ellos fue a la cocina y puso la valija sobre la mesa y el holgado bolso, sobre la mesada.
Olió el aire y la gustó, buscó dentro de un placard del lavadero y sacó una buena cantidad de periódicos que depositó sobre un taburete.
Levantó la tapa-puerta del frezzer, sólo para mirar y una bocanada de intenso frío lo recibió, lo que vio lo conformó y cerró.
Luego miró dentro de la heladera que él prendiera para poner dentro de ella, lo que sacara del frezzer y también lo satisfizo, todo estaba muy frío.
El teléfono de línea, sonó varias veces antes de que él lo atienda, lo izo en el living cómodamente sentado en el sofá.
Era su hermano que quería coordinar que Alberto vaya a pasar un día a la casa de aquél en el campo a comer un buen asado de cordero y de paso coordinarían para ir juntos al balneario; claro que todo ello dependía de cómo seguiría el tiempo, ya que se pronosticaba que el temporal seguiría en la zona por dos días más, o sea hasta el Jueves.
Casi una hora estuvieron hablando los hermanos por teléfono y hablaron de tantos temas que tenían pendiente, que prácticamente se pusieron al día con los chimentos de familia y de trabajo.
Cuando colgó, se puso un par de pantalones livianos, una camisa de manga corta y unos cómodos mocasines (los preferidos) se dijo que no tenía que olvidarse de ellos a la hora de aprontar el equipaje, sabía que su hermano y familia, llevarían la nueva y espaciosa camioneta cuatro por cuatro, así que no creía que tuvieran problemas de espacio, y que mucha cosa no llevarían ya que dentro de pocos días todos ellos viajarían a su acostumbrado viaje a Europa.
Se estaba peinando cuando volvió a sonar el teléfono, era su amigo y vecino de abajo, el Padre de Renata, Don Eugenio Reperger ¿???¿
La corta charla entre los hombres, derivó en que una de las partes estaba con una más que acentuada angustia y la otra poniendo su mejor voz de ingenuidad, trataba de calmar a la otra con palabras de aliento.
El cinismo de aquí en más, jugaría un papel muy preponderante en ésta historia.
La llamada culminó cuando Eugenio le dijo que subiría hasta el séptimo piso, a visitar a su amigo, ya que sabía que éste estaba SÓLO y de esa manera podrían conversar tranquilos y tal vez, entre los dos podían llegar a alguna conclusión, eso – dijo el contador –
<Si no te molesto, realmente necesito hablar con un amigo>
<Dame diez minutos y subo>
Cuando Diego Alberto colgó el tubo; corrió hasta la cocina y guardó los periódicos y se llevó la valija y el bolso nuevamente al dormitorio y puso lo que estaba sobre la cama en donde lo había sacado un rato antes.
Echó una ojeada por si había algo fuera de lugar y volvió a la cocina, donde vio que sobre la mesa, estaba el par de guantes nuevo en su correspondiente bolsita, los metió dentro de uno de los cajones de la mesada..
Allí estaba, haciendo café nuevo, volcó un resto que quedaba, enjuagó la jarra templada de vidrio y llenó la parte del filtro con tres cucharadas de aromático café molido, luego agregó un litro de agua.
No bien abrió la puerta, cuando acudió al llamado del timbre, se abrazó con el veterano hombre por varios segundos.
Lo invitó a pasar y a tomar asiento en el living, haciéndole notar que estaba haciendo café, algo evidente, ya que el aroma de aquél, invadía la estancia, porque a pesar de que habían dos puertas, una del pasillo y otra la de la referida cocina, para llegar al living-comedor, éstas permanecían abiertas.
El angustiado hombre luego de cambiar frases de estilo como;
<¿Cómo andas? ¿Has hablado con tu familia?>
<Me imagino que estarán muy bien y disfrutando de aquél estupendo lugar, justo hoy íbamos a ir con mi mujer, que quedó abajo con unos nervios que ni te cuento, no hay quién la desprenda de al lado del teléfono, visitar a Luzmila y tus nenes>
<Te acepto el café, pero lo tomamos en la cocina, ¿???¿, así no ensuciamos nada por aquí que está tan limpio y ya sabemos de tu condición de ordenado y fanático de la limpieza>
Diciendo esto y sin darle lugar a que Alberto profiriera ninguna palabra, se dirigió abriendo paso, hacia la cocina que él tan bien conociera a través de los años.
Allí tomo asiento en uno de los taburetes que circundaba la mesa y tocando con la mano sobre el frezzer que estaba muy cerca (Diego Alberto, casi sufre un desmayo) le acotó que no sabía que tenía aquel gran mueble de frío.
Si esperaba a que el anfitrión se explayara en algún comentario sobre el mismo, se equivocó de medio a medio.
Al dueño de casa, no le daban las manos para servir en dos tazas con forma de pequeñas jarras, el humeante líquido negro.
Sin darle tiempo a proferir ningún comentario y mientras le alcanzaba una azucarera y cuchara, le escupió aquella pregunta poniendo realmente énfasis en la misma, como para inducir a su interlocutor al tema, ¿usted cree realmente que alguien la pueda haber secuestrado?
El atribulado Padre que no descartaba ninguna hipótesis, se quedó unos segundos pensativo y sorbiendo un trago de café, le respondió:
<Todo puede ser, lo raro es que nadie se ha comunicado con nosotros>
<Con la Madre tenemos miedo de que se encuentre en algún lugar, con la descompostura que ya le ha dado dos o tres veces; en algún nosocomio, ojalá, o en el peor de los casos, tirada por ahí>
<Tu sabes que ella está a punto de recibirse de Contadora Pública – al decir esto, el hombre enderezó los hombros como queriendo mostrar su orgullo por la hija que seguía la carrera del Padre – y tal vez el esfuerzo mental y los nervios le hayan jugado una mala pasada>
Aquí, casi se le escapa una cínica sonrisa al dueño de casa.
<Estoy a punto de dar cuenta a la Policía, ya no podemos esperar más a que llame o vuelva, jamás se ausentaba tanto tiempo sin comunicarse con nosotros y si bien es una muchacha ya mayor que sin duda debe de tener “sus cosas”, siempre tuvo con nosotros una conducta intachable>
Aquí el Contador, se empinó la taza y bebió un largo trago del delicioso líquido.
<¿Dónde estará mi querida hija?, dijo dejando que las lágrimas se deslicen por sus mejillas; esto tuvo un espontáneo efecto de contagio, ya que el Publicista, se unió en el llanto ahogado, pensando para sus adentros...
¡Si él supiera lo cerca que estaba de ella!
Así estuvieron largo rato hablando, solo eran interrumpidos cada tanto por los insistentes llamados de la Madre de la desaparecida muchacha.
Cuando el atribulado Padre se retiró, tuvo todo el apoyo que le pueda aportar el anfitrión, incluso se ofreció para ir con el veterano Contador a recorrer los lugares que la muchacha frecuentaba e incluso recorrer los Hospitales y Sanatorios.
Un fuerte abrazo selló aquel ofrecimiento, afuera se escuchaban algunos truenos.
Lavó las tazas, guardó la azucarera y sin planearlo tocó la tapa que un rato antes tocara el atribulado visitante; debía de salir a tomar aire fresco a pesar de la inminente lluvia, aquel lugar lo estaba asfixiando.
Se puso una campera y se disponía a salir, cuando se acordó de la bolsa con las cosas de la occisa.
Fue a la habitación que guardó por unas horas el cadáver y se llevó la bolsa de residuos con todo lo de la muchacha, que estaba guardada, escondida en su placard del dormitorio.
Allí cerró la puerta del cuarto de huéspedes por dentro con llave y se sentó en una de las dos camas y abrió la bolsa de nylon y volcó su contenido en la misma.
Guardó nuevamente en dicha bolsa negra, sus zapatillas, camisón ( se preguntó para qué lo había traído y su rostro se encendió por unos segundos), su cepillo de dientes, sus medias, su pantalón corto, su blusa, su corpiño y su bombacha, a éstos los tuvo unos segundos en la mano pero apresuró a guardarlos cuando vio el anillo que en el apuro lo metiera dentro de dicha bolsa, cuando estaba haciendo aquél asqueroso trabajo.
Ahora volcó todo lo que había en la cartera de la infortunada.
Allí estaba la bomba para el asma, pañuelo, el costoso reloj, un pequeño “nesesair”de maquillaje, libreta agenda, lapicera, el celular, cuatro servilletas de papel con el logo de algún comercio, casi seguro de comidas rápidas, un vistoso llavero con varias llaves, la billetera con los documentos personales, varias tarjetas de crédito y una buena suma de dinero, que luego de pensar un poco se lo metió en el bolsillo de su pantalón.
Tomó las tarjetas de crédito, los documentos y la agenda aparte, lo demás lo metió dentro de una de las cajas (la más chica) que trajera del supermercado y que guardara momentáneamente con los periódicos en el placard del lavadero.
Sobre la negra bolsa puso varias revistas y la dejó sobre la cama a la que alisó alguna arruga que dejara donde estuviera sentado.
En la cocina, sobre una hoja de diario en la mesada y usando una enorme y fuerte tijera de las de trozar pollos, cortó todo lo mas chico que pudo, documentos, agenda (ésta le dio bastante trabajo) y tarjetas de crédito.
Luego se encerró en el baño de servicio y se sentó en el bidet, con paciencia fue largando todo dentro del wáter, de a poco y haciendo funcionar varias veces la cisterna.
Por último izo una gran bola de papel higiénico, lo tiró dentro del mismo lugar y volvió a tirar por dos veces la cisterna.
Izo una inspección ocular de los lugares donde anduvo en los últimos minutos, guardó la tijera, mirando antes por si le quedara alguna seña y tomando la caja que dejara unos minutos antes, salió rumbo a la cochera, a su auto.
En el ascensor se encontró con el médico que vivía en el piso de arriba o sea en el octavo.
Éste le dijo que recién lo había visitado brevemente el dolido Contador y le contó del drama que estaban pasando con su Señora.
Ya en el subsuelo-cochera se despidieron con saludos para ambas familias y el deseo que todo aquello se aclare con felicidad.
Cuando iba saliendo de la cochera vio que la Portera lo saludaba con la mano, devolvió el saludo y se metió en el tráfico, lloviznaba y estaba bastante oscuro como si ya estuviera cerca la noche, por supuesto que se debía a la tormenta.
Alberto, vagó por la Ciudad, en un container de la basura de un alejado barrio tiró la bolsa de residuos, el costoso reloj, lo aventó por la ventanilla hacia un descampado luego de limpiarlo muy bien con una franela.
El anillo que sin duda costaría su dinero, simplemente lo dejó caer en la calzada.
Lo mismo izo con la cartera, que tiró debajo de otros automóviles en un estacionamiento de un supermercado.
Así de ese modo se deshizo una a una de todas las cosas de la finada muchacha.
Paró frente a otro container de basura que encontró y se bajó y tiró la caja ahora vacía, se mojó un poco.
Manejó rumbo a su casa, en su estómago se había estacionado algo parecido a una braza candente.
Pero ya sabía lo que haría en cuanto llegue a su departamento, antes debía de pasar por la casa de los Reperger, haber que noticias tenían de Renata; no debía de bajar la guardia en ningún momento.
Capítulo 7
Los niños estaban bastante aburridos y eso los convertía en insoportables, todo se debía a que con el mal estado del tiempo, no tuvieron oportunidad de ir a la playa.
Así que su Madre se fue con ellos al cinematógrafo a ver una película que estaba muy promocionada para los niños.
Dora y Pilar aprovecharon a dormir una larga y reparadora siesta, los primeros días en el chalet, siempre eran bastante agotadores para organizarlo para la larga temporada que les esperaba.
Pilar había llamado por teléfono a su hermana (la Portera) y se había enterado del drama de los Reperger; ella y Dora apreciaban a la desaparecida muchacha, ya que la misma era muy amiga de los patrones, más de la Señora Luzmila y venía a la casa muy a menudo, se quedaba dos por tres a comer y su simpatía con el personal de servicio, era muy apreciada.
También ambas hablaron por teléfono con la empleada de los padres de la chica, la que se quedara en el chalet.
Cuando Alberto llegó al Edificio, fue directamente al domicilio de los Reperger; allí la empleada, la misma que hablara con él, el día anterior, le comunicó que los patrones, fueron junto con un Abogado amigo de la familia (él lo conocía) a hacer la denuncia de la desaparición de su hija.
Que no hacía mucho que la llamaron, para saber si por casualidad, la misma había llamado.
Las únicas llamadas que hasta ahora se habían recibido, eran de familiares y amigos del matrimonio interesados por si había alguna novedad y que ya se estaban organizando algunos compañeros de la muchacha y la estaban buscando.
Cuando se retiró Diego Alberto del domicilio de los Reperger, subió a su departamento, lo izo por la escalera, la misma escalera que su amante había subido por última vez en su vida, el pasado Sábado.
En cuanto traspuso la puerta de su vivienda, llamó por teléfono a su hermano.
Vio que había una llamada en el contestador, pero que más tarde revisaría; ahora tenía algo urgente que hacer, antes iría al baño a orinar.
Lo primero que izo cuando volvió al dormitorio, fue cerrar las cortinas que daban al balcón, afuera llovía y tronaba.
En el camino, miró el reloj empotrado en una piedra de amatista que les regalara su hermano y su mujer, que estaba sobre el alféizar de la estufa del living, éste daba las ocho de la noche.
Otra vez volvió a sacar toda la ropa de la valija y del bolso y otra vez llevó los mismos a la cocina, allí se sirvió media taza de café y con ella fue hasta el bargueño y echó dentro de la misma, un más que generoso chorro de wisky.
Bebió un largo trago y le entró como calor, por lo que se sacó la campera y la dejó sobre uno de los taburetes.
Levantó la tapa de la valija que estaba sobre la mesa y también se cercioró que el bolso que estaba sobre la mesada, quedara bien abierto.
Se calzó los guantes de goma sin uso que había guardado en uno de los cajones de la mesada, luego de sacarles el forro de nylon, el que tiró dentro del recipiente de la basura.
Tomó otro trago del brebaje de la taza y ya con más coraje, levantó la puerta-tapa del frezzer, otra vez lo recibió aquella bocanada de gélido aire.
Tomó el paquete mas grande el que guardaba el torso, le pareció que ahora pesaba más que cuando lo acondicionó.
Lo colocó dentro de la valija que parecía casi de medida para albergar aquella tétrica carga.
Tomó varias hojas de periódicos y haciendo bollos con ellos calzó la carga para que ésta no se desplace; cuando le pareció que todo estaba bien afirmado cerró la valija, pero la volvió a abrir porque la tapa no cerraba (era de las valijas duras con rueditas) y debía de quitarle algo de papel.
En el segundo intento, la misma cerró a la perfección.
Bebió lo que restaba en la taza, que ya estaba bastante frío pero que le pareció delicioso, enjuagó la taza y la dejó en el escurridor.
Respiró hondo y percibió que todo el ambiente de la cocina estaba con la temperatura mas baja y tuvo un pequeño escalofrío.
Rápidamente se abocó a poner el otro paquete dentro del bolso, allí éste quedó bastante holgado, cerró el mueble de frío y lo apagó, luego lo pensó mejor y lo dejó totalmente abierto.
Fue a una de las habitaciones de huéspedes y de su placard, extrajo una manta con dibujos escoceses.
Con ella acondicionó el paquete dentro del bolso y cerró su cierre.
Fue a su dormitorio a buscarse un pulóver, cuando el vibrador de su celular casi lo asustó o tal vez fuera alguno de los truenos que se sentían afuera, por lo visto el temporal arreciaba.
Era un mensaje de su mujer que le pedía que la llame cuando pueda, que le había dejado un mensaje en el contestador del teléfono de línea.
La llamó mientras se ponía la tricota, lo izo desde el celular y le dijo, después de saber que todo estaba bien con ella y los chicos, que estaba en esos momentos en la calle tratando de averiguar algo de Renata y que la llamaría más tarde si no volvía muy tarde, sino la llamaría en el día de mañana.
Ella le deseó suerte (no se imaginaba cuánto la precisaba) y que se cuide y se despidió con un cariñoso beso.
Se caló la campera y salió con la valija rodando sobre pequeñas rueditas y el bolso, rumbo al ascensor.
Cuando apareció este y al abrirse las puertas del mismo, vio que dentro venía el sereno Felipe, quien luego de saludarlo le dijo que venía del apartamento del octavo donde había ayudado al Doctor a subir un pequeño escritorio.
Le izo un par de acotaciones con referencia a la chica que no aparecía y que ¡ojalá! no le hubiera pasado nada.
Cuando llegaron a la planta baja, se ofreció a llevarle el equipaje a lo que Alberto lleno de pánico que trataba de no demostrar, le dijo que le agradecía pero que la valija tenía ruedas y el bolso estaba muy liviano, al tiempo haciendo alarde de su fuerza lo levantó como si éste no pesara nada.
Fue hasta su coche, abrió la valija mientras el sereno le abría el portón, éste se cerraba a las diez de la noche cuando, entraba Felipe, pero como en la próxima jornada era día de asueto de los Porteros y por el estado del tiempo, lo que les estaba pasando a los Reperger y la seguridad, decidió venir más temprano.
Felipe le preguntó si pensaba viajar a esa hora y con ese temporal.
Alberto le respondió ya con el auto en marcha y aparentando como que no tenía ningún apuro; que como se iría el Sábado con su hermano y la familia y había un amigo que lo haría mañana muy temprano y que iría SÓLO, trataría de que le lleve el equipaje, por lo menos lo más pesado y de más volumen, así no recargaba el vehículo de su hermano.
<Ya se lo llevo, así no me va ha decir que no>
<¿No le parece Felipe, para eso son los amigos, para “joderlos”>
<Dentro de un rato vuelvo, espero que me invite a comer por lo menos>
No esperó la respuesta y poniendo un cambio se fue alejando rumbo a la salida, solo le saludó con la mano.
A fuera se presentaba una noche de mil demonios y rogaba que no lo parara ningún piquete Policial de los que acostumbraban a hacer de forma espontánea en cualquier esquina de la Ciudad.
Ciudad que él se disponía dejar por unos pocos kilómetros, así que puso rumbo a una de las salidas de la misma.
Miró el reloj del tablero, eran las veintiuna y diez.
¡Que noche horrible!, pero que a él le vendría de perillas para sus planes.
La visibilidad era muy escasa, por efecto de la lluvia, la noche que se había adelantado con la tormenta y una especie de bruma que se notaba cuando uno miraba las luces del alumbrado público.
Tormenta de verano, pero un poco larga a pesar que meteorología pronosticaba que por rotación de los vientos, mañana sería un buen día, algo fresco.
Ya llevaba echo mas de cuarenta kilómetros, había pasado toda una larga cadena de establecimientos fabriles y el tráfico era muy escaso.
El viento arreciaba y por momentos, la lluvia también, por momentos había que reducir bastante la marcha.
Con aquella noche la gente evitaba salir.
Lo que más se veía por aquellos lares, eran camiones.
De pronto Alberto aguzó sus sentidos, estaba muy cerca del punto al que quería llegar; un largo Puente que se elevaba por sobre un caudaloso y ancho arroyo.
Paso de largo por encima del mismo y observó que a pesar de estar bastante bien iluminado, sus luces se veían muy difusas como consecuencia del mal tiempo e incluso pudo ver que en cierto tramo, algunas de las mismas, se encontraban apagadas.
Pasó el Puente por casi un kilómetro y cuando vio a su derecha una amplia entrada, sin duda de algún establecimiento de los muchos que por allí habría, metió su auto de punta y maniobró para retomar hacia la dirección opuesta a la que venía.
Con precaución izo la maniobra, ya que en ese momento varios camiones y algún vehículo pequeño, pasaban a una marcha no muy veloz.
Cuando llegó a la parte que antes había previsto del Puente, fue aminorando la marcha al tiempo que hacía funcionar las balizas de su coche.
Detuvo totalmente su marcha, esperó unos segundos porque percibió que lo pasarían un par de vehículos, que sin duda se acordarían de su finada Madre por estar realizando aquella peligrosa maniobra, pero que los mismos se imaginaban que cuando algo de esto acontece, era por fuerza mayor.
Rápidamente salió del vehículo (ya había accionado la palanca que destrababa el baúl) y la intensa lluvia con viento castigó su cara, en ese momento se lamentó el no haber traído alguna chaqueta con capucha, pero tenía que conformarse con su liviana campera.
Levantó la tapa del baúl y abrió la valija, también el cierre del bolso, quitó la manta y la puso a un costado, en ese momento dos camiones que lo pasaron haciendo sonar sus potentes bocinas, le arrojaron un par de olas que lo empaparon de tal forma que hasta le llenaron los mocasines con sucia agua.
Rápidamente al no avizorar tráfico inminente, tomó el bulto más grande el de la valija y casi en un solo movimiento, subió a la angosta vereda y lanzó al vacío, al cause de agua, por sobre la baranda, aquel tétrico atado.
En una repetición de movimientos, repitió la operación con el paquete del bolso, antes de cerrar la tapa del baúl tiró al aire los papeles un poco mojados que el viento no había volado.
Se zambulló en el vehículo y sin más puso un cambio y aceleró el mismo , debía de salir lo más rápidamente de allí.
Su corazón bregaba por salírsele del pecho y SÓLO después de que su dueño detuviera el coche, luego varios kilómetros de marcha, retomó con lentitud el eterno concierto (por lo menos mientras dure la vida) de su diástole y su sístole.
Aparcado a una orilla del camino volvió a poner en marcha nuevamente las balizas y apagó por un momento el motor del auto, allí se quedó unos minutos tratando de respirar hondo y dejando que sus manos recuperen su normalidad.
Se quitó los zapatos con cuidado y bajando algo el vidrio de su puerta, volcó fuera el agua que contenían éstos.
Los secó lo mejor que pudo, también secó sus fríos pies y luego se volvió a calzar, se acondicionó lo mejor que le permitía aquella situación y volvió a poner en marcha el vehículo.
El temporal aparentemente estaba queriendo amainar, por lo pronto ya casi no llovía.
Estacionó en el amplio estacionamiento del Hipermercado donde comprara los utensilios para su patológica labor y que sabía que éste no cerraba sus puertas por funcionar las veinticuatro horas.
En el amplio hall de entrada se quitó su campera y la sacudió, se dio cuenta de que estaba traspirando y no se la volvió a poner, adentro habría una temperatura agradable sin duda, por efecto del aire acondicionado.
Entró al enorme establecimiento, se percató de que pese al mal tiempo y a la hora, había bastante gente, con el acompañamiento de un carrito, en el que cargó con su campera, se dirigió a la sección de ropas y calzado.
Se eligió un pantalón bastante similar al que llevaba puesto y un par de mocasines de no muy buena calidad.
Luego se dirigió a la sección de juguetes y cargó en el carrito, aquellos muñecos que eligiera in mente cuando estuviera en su anterior visita.
También cargó en el mismo, cuatro bidones de cinco litros de agua mineral sin gas y una funda de latas de cerveza.
Dos paquetes de distintas galletitas y cuatro paquetítos de exquisiteces para acompañar el copetín.
¡Dios mío! Pensó, como me estaba haciendo falta un trago.
Pasó por la caja, se compró un par de golosinas que de inmediato empezó a consumir y pagó todo con el dinero que estaba en la billetera de la occisa.
Antes de salir al exterior, se volvió a poner la campera.
Dentro del baúl de su coche, acondicionó uno de los muñecos, el que le pareció como más grande, dentro de la valija, luego colocó algunas botellas de agua, haciendo presión en el muñeco, ya que tenían ambos sendas fundas de nylon y por lo tanto no se estropearían.
Cerró la valija con presión y le tanteó el peso, se sintió conforme.
Con el otro muñeco realizó la misma operación y se ayudó para que no se notaran las restantes botellas, con la ahora, un poco húmeda manta.
Se metió dentro del vehículo y como pudo se puso los nuevos y secos pantalones y el par de mocasines que adquiriera, luego guardó todo dentro de la bolsa de nylon con el logo del Hipercentro, donde estaba la funda de latas de cerveza, incluidas etiquetas y otros.
Cuando llegó al Edificio y se disponía a tomar el aparatito del control remoto, que abría el portón del garaje, (éste se operaba tanto manual o por control) se percató que éste estaba totalmente abierto, esto le extrañó algo, pero pensó que tal vez, algún propietario recién llegara y Felipe aún tenía abierto el mismo.
Capítulo 8
Adentro, en las cocheras había varios autos que no eran de allí, incluido un patrullero y en el piso, al que se lo veía muy trillado por las huellas mojadas, se veían varios hilos de agua que corrían en dirección del declive del suelo.
Cuando estacionó en su lugar, cada departamento contaba con derecho a dos cocheras, las que estaban muy bien señalizadas con pintura, se le apersonó Felipe, a quien luego de saludarlo lo indagó casi de inmediato:
_¿Apareció Renata?
El atribulado hombre, así se lo veía, respondió, casi con atropellamiento y en forma contundente...
<No Señor, lamentablemente hasta ahora no hay noticias de la chica>
<Desde que se fue, yo pensé que no volvería hasta mañana, con el temporal que se vino en cuanto salió de aquí >
Al poco rato empezaron a venir varios parientes de los Señores Reperger y el médico del octavo, tuvo que atender a la Señora que se descompuso; escuché que ya le avisaron a la hermana, la Diplomática>
<La Policía vino y se fue, ahora volvieron, hay dos de ellos arriba>
< Tuve que dejar que se ocupen algunas cocheras, incluso una de las suyas, perdone>
Mientras conversaba Alberto bajaba la valija, el bolso y la bolsa del supermercado le dijo a modo de excusa;
_Cuando iba a lo de mi amigo, pinché la rueda que usted tan amablemente me dejara avisado por José, yo la hice revisar y aparentemente y según me dijo el gomero de la otra cuadra, ésta estaba bien, normal, así que solamente, le dio aire y anduve todo el día sin problemas.
_La verdad, que fue todo un desastre, en lo peor del diluvio de agua que cayó, yo en la calle tratando de poner la refacción, aburrido de esperar a que venga el auxilio.
_Luego vino pero yo ya casi la había cambiado ¡Ha!, me agarré la tal mojadura, menos mal que tenía la ropa atrás, en el equipaje y me cambié en un baño de una Estación de Servicio.
_Felipe, hágame el favor, tome las llaves de la puerta y lléveme la valija y el bolso y si puede esta bolsita de mercado que tiene los zapatos y el pantalón mojados y me los deja apenas entre, que yo después subo.
_¡Gracias! Yo subiré al departamento del Contador, haber si puedo ser útil en algo, la verdad...¡qué drama!
_Vamos que yo lo acompaño hasta el ascensor y me bajo en el sexto.
Felipe haciendo alarde de su fuerza no permitió que Alberto llevara nada, en una mano, la izquierda llevaba el bolso y la bolsita y con la derecha llevaba de tiro, la valija que tenía pequeñas rueditas.
Antes de bajarse del ascensor, le puso en el bolsillo de la camisa al sereno, una más que mediana propina y le encargó que le repasara el auto para mañana, eso si por las circunstancias, no lo tenía que usar esa noche.
Cuando la empleada le franqueó la puerta de la residencia de sus amigos, el cuadro que se le presentó era realmente tenebroso.
Diez o doce personas por lo menos había, entre el espacioso living y el comedor y por la puerta abierta del estudio-biblioteca vio que estaba el dueño de casa con dos policías conversando.
Allí estaban varios conocidos vecinos del Edificio, vio que estaba la señora viuda de Echetto, de la planta baja que quedó con una importante Juguetería, la que regentea con una sobrina a la que crió desde muy niña, ya que ellos no tuvieron hijos.
El Abogado Mattaroli del primer piso y su mujer y alguna otra gente conocida, a los que saludó en la pasada, algún gesto, algún apretón de manos, todos compungidos por el nefasto acontecimiento.
Como aquél (el dueño de casa) lo viera, de inmediato vino a su encuentro y ambos se abrasaron con verdadero afecto; la cara del Contador lucía totalmente demacrada, le comentó de los acontecimientos, luego de que se hiciera la denuncia y como la Policía no podía actuar antes de las cuarenta y ocho horas de oficio, tuvo que recurrir a un Fiscal muy amigo y de esa manera esta todo el territorio Nacional avisado y con fotos de la hija circulando.
El hombre lo llevó amablemente a donde esperaban los Policías, allí lo presentó como gran amigo de la casa y vecino del piso de arriba, uno de los dos agentes que estaba sentado en una de las sillas del estudio tomaba nota de las preguntas que le hacía el que parecía estar a cargo (vestido de civil) y que permanecía de pie,
Luego de unos minutos y ya sin anotaciones, ambos funcionarios hicieron algunos comentarios de cómo se desarrollaría a continuación la búsqueda de la ahora sí oficialmente desaparecida muchacha.
De repente se izo presente el Doctor y vecino del octavo, éste dijo que le aplicó una inyección a la Señora y que era probable que ésta durmiera unas horas y que con la misma quedaron una de sus hermanas y una amiga de la misma.
Saludó y se retiró, igual lo hicieron los Policías pero antes le advirtieron al profesional, que en la mañana y con la anuencia del Juez, intervendrían el teléfono, también los celulares de él y su Esposa.
Cuando quedamos solos llamó a la empleada la que menudo trabajo tendría, (cómo desearía aquella que volviera su compañera) le pidió que trajera dos cafés servidos en taza grande y que cierre la puerta unos minutos, quería hablar con su amigo a solas.
Allí volvió a sentir Alberto, aquellas agujas frías que le visitaban cuando éste tenía pánico reprimido, en alguna parte el teléfono sonaba casi de continuo.
Habló el lastimado Padre:
<No te imaginas el infierno que estamos pasando, mi mujer y yo>
<Lo que más te mata es la incertidumbre, de lo que le aya pasado a mi muchacha>
<El no saber si está viva o si está muerta ¡O Dios mío!, si yo daría todo lo que tenemos con mi Esposa, por saber algo de ella, lo peor del caso y según me dijeron los Policías que si la han secuestrado, los autores de tal villanía, utilizan el tiempo, como “ablande”, para pedir más dinero en el rescate; eso si son profesionales, lo que puede ser porque si no fuera así y los secuestradores fueran “novatos”, ya se habrían comunicado>
Aprovechó Alberto para ponerse nuevamente a las órdenes, “en lo que sea”.
<¡Gracias! Nuevamente mi estimado muchacho, pero la Policía me aconsejó que de ninguna manera interfiera con su trabajo, que ellos tienen una división especializada en éstas cosas y que ya estaban trabajando en éste caso; ¡quiera Dios que lo puedan resolver pronto y con mi hija sana y salva>
<Dime estimado Alberto, ¿tu sabes o recuerdas algo que mi hija aya dicho y que te sonara a raro, la última vez que la viste?>
Alberto estuvo un momento como pensando, cuando alguien golpeó la puerta, la amable empleada, que también se la veía demacrada, traía una bandeja que dejó sobre el escritorio con las dos tazas de café y la azucarera; le dijo a su patrón que había llegado más gente y alguien que se identificó como cronista de un periódico, pero que ella les pidió a todos que por favor, lo esperen un “ratito”, luego se retiró cerrando la puerta.
Mire Don Eugenio, yo que no la he visto, hace como una semana, que si mal no me acuerdo, nos encontramos en el ascensor cuando yo me iba a trabajar y ella se iba a la Facultad, yo le pregunté si quería que la arrimara a la misma, como tantas veces lo he hecho en todos éstos años, al igual que mi mujer; pero me contestó que tomaría un taxi, ya que debía de ir a la Biblioteca para sacar unos apuntes de derecho comercial, para los exámenes que estaba dando y recuerdo que dijo que de allí se iría a clase con alguna compañera.
_Después de ese día creo o más bien estoy seguro que no la he vuelto a ver.
Es más, supe que estuvo con mi mujer y los chicos, el día antes de que ellos se fueran y que incluso le comentó a Luzmila (porque así me lo comentó ésta) que se encontrarían en el Balneario.
Por varios minutos más estuvo el Publicista platicando, hasta que le pareció que ya era hora de retirarse y que aquél atribulado hombre, atienda a la gente que lo estaban esperando, aunque sin duda que lo que más necesitaba, era dormir un buen rato; las horas que vendrían, serían demoledoras sin duda y su corazón, quien sabe si lo resistiría.
Así que sin más se puso de pié y por supuesto que quedó a las órdenes, abrazó a aquel afligido Padre, le agradeció el café y se marchó rumbo a su hogar en el piso de arriba, miró su reloj y éste tenía marcada las dos y media de la mañana del día Miércoles.
Cuando salía del estudio del Contador, éste se dijo <pobre muchacho, en realidad se lo ve, muy preocupado por nuestro penoso incidente>.......¡Si supiera cuánto!
Realmente había sido un largo y penoso día y su cuerpo estaba bastante mal trecho por loas últimos acontecimientos que le tocaron vivir.
En cuanto entró a su casa, llevó la valija, el bolso y la bolsa del mercado a la cocina y allí sacó de ésta, primero el pantalón y los zapatos.
Al primero lo puso dentro del lavarropas con muy poco jabón en polvo y un programa muy rápido, (se estaba convirtiendo en experto en lavados) y los zapatos los sacó al pequeño patio-balcón de la cocina, para que se sequen, el cielo estaba estrellado, aunque el viento que ya no era tan fuerte estaba bastante frío.
Guardó las cervezas en la heladera y los paquetes de galletitas y los de copetín, los guardó en la panera que estaba amurada a la pared, dobló y tiró la bolsa vacía el recipiente de basura, donde estaba aún la bolsa negra con los enseres que tirara la noche anterior.
Luego puso el bolso que había dejado en el piso, sobre la mesa, lo abrió y sacó la manta que estaba algo mojada y volvió a salir al pequeño patio y la colgó en el tendedero, asegurándola bien para que no la vuele el viento, de paso aprovechó a tender el pantalón que sacó a medio escurrir así no le quedaban tantas arrugas.
Cerró la puerta que daba hacia fuera y se sacó la campera, colgó ésta en un perchero de la pieza de servicio y se metió en el baño, su vejiga se lo reclamaba.
Cuando salió, sacó con cuidado las botellas de agua del bolso, las puso sobre la mesada a su espalda y luego le quitó la grande funda al simpático dragón y lo dejó sentado en la masada, al lado de las botellas de agua, sacudió el bolso y de dentro de él cayeron dos pequeños líos de papel mojado de los que sirvieron para afirmar la tétrica carga y que el bolso quedara prolijamente armado.
Luego tiró éste afuera, cerrando rápido la puerta, no quería engriparse, ya había tenido bastante de agua y frío.
Lo mismo izo con la valija que con el bolso, SÓLO que a ésta le pasó varias veces un paño húmedo, sacó de debajo de la pileta de la mesada, un desodorante de ambientes en aerosol y le echó dentro de la misma de forma más que generosa.
Guardó el aerosol, las botellas de agua que extrajo de la valija y del bolso, en el placard de la mesada, de paso guardó la taza que dejara en el escurridor.
Tomó los dos muñecos, apagó la luz de la cocina y salió rumbo a los dormitorios de sus amados hijos, que estaban pegados al principal, primero el de su princesa donde dejó sobre la cama, contra la almohada el simpático Dinosaurio, se rió un momento con ganas, apagó la luz y salió.
Izo lo propio en el dormitorio de su hombrecito y también tuvo una pequeña risa, que le duró casi hasta llegar al bargueño, allí se prendió del gollete de la botella de wisky y dejó que éste queme su garganta con tres o cuatro grandes tragos.
Se fijó en el contestador y vio que éste tenía cinco llamados, uno de su mujer, del que ya sabía su contenido por haber hablado con aquella, luego de que ella dejara el mismo, otro de su hermano y tres de sus compañeros a los que contestaría cuando se levante, ya que tenía planeado dormir hasta que “las trompetas del juicio final suenen”.
Se quitó los nuevos pantalones que colgó en su silla del cuarto, se quitó el pulóver que colgó en la silla que pertenecía a su amada mujer y con el calzoncillo y la camisa, izo un bollo que arrojó al canasto del baño, se sentó en el wáter por largo rato y después se quedó mas de media hora bajo la ducha.
Allí se rió a carcajadas histéricas, lloró con desesperación y con llanto no contenido se envolvió en el tohallón, saliendo de debajo de la regadera, cuando se sintió mas calmado y sereno.
Sacó todo lo que tenía sobre la cama (lo que su mujer le acondicionara dentro del bolso y la valija) y lo acomodó lo más prolijo posible, en un rincón sobre la mullida alfombra.
Levantó algunos grados el termostato del aire acondicionado y se fue a la cocina.
Se izo un descomunal sandwiche y se sirvió una generosa, caliente y aromática taza de café; de paso tiró a la basura, dentro de la bolsa del Hipermercado que dejara doblada dentro de aquella, todos los restos de comida que quedaran luego de la ardiente cena con la malograda Renata.
Sentado en silencio en un taburete y en la cocina comió con apetito y luego con un largo sorbo de café, se tomó dos “Plidex”, lavó lo que ensuciara y se fue casi con prisa a dormir, miró su reloj que dejara sobre la mesa de luz, las cuatro y veinte de la mañana del Miércoles, ya casi estaría amaneciendo pensó.
Capítulo 9
Lo despertó el insistente sonido del timbre de la puerta, le costó mucho abrir los ojos, se sentó en la cama con sus pies tocando el suelo y miró la hora, las tres de la tarde ¡Demonios!, había dormido de un tirón.
Se puso de apuro un calzoncillo que sacó del placard y se calzó el salto de cama que casi nunca usaba y fue a atender a quién tanto insistía con el timbre, ni que se estuviera incendiando el Edificio.
Abrió la puerta y casi se cayó de espaldas allí estaba Felipe con un Policía.
<Hola Señor, ¡buenas tardes!>, dijo casi sarcásticamente, como reprochando que el dueño de casa estuviera aún durmiendo, con todos los acontecimientos que ocurrían en el Edificio.
Lo molesto porque como no lo veía que sacaba su automóvil, que quedó pronto desde muy temprano y a la Señora del Contador, se la llevó la ambulancia porque tuvo una descompensación y al marido, el Doctor del octavo le dio una pastilla para que duerma un poco, hoy llega la hija mayor y como quedó guardia Policial en el apartamento y abajo en la cochera con dos agentes en un patrullero; la verdad que me puso nervioso a lo que no contestaba el portero eléctrico, lo invité al agente a subir conmigo, a ver que pasaba.
Alberto quedó un poco descolocado con toda aquella perorata que prácticamente, le escupió de un “saque”el sereno.
¡El potero eléctrico! Que se había olvidado de conectar, luego de la noche de la visita de la infortunada vecina.
Se sonrió, agradeciéndole la preocupación al sereno, que le dio en dos minutos todo el estado de la situación.
Los invitó a pasar pero aquellos muy cortésmente se negaron, así que luego de platicar pocos minutos más, Policía y Felipe se retiraron.
Cuando cerró la puerta respiró muy hondo, se dirigió a la cocina, conectó el portero eléctrico y se sirvió un vaso de jugo de naranja y lo bebió de una, llenó nuevamente dicho vaso, sacó un puñado de galletitas, las depositó en un plato mediano, tiró al recipiente de residuos el envase del jugo y se encaminó rumbo al teléfono del living.
Antes abrió las enormes cortinas que daban al amplio balcón.
Llamó a su Esposa en primer lugar y Dora, que atendió a su llama da, le dijo que la Señora y los chicos estaban en la playa aprovechando el hermoso día, pero que se llevó el celular; también le preguntó por si había aparecido Renata.
De inmediato cuando colgó, el Publicista llamó a su mujer al celular, atendió éste su hombrecito Diego...
<Hola Papá, ¿cómo te va?, te extrañamos mucho ¿cuándo venís?, Mamá se esta bañando con “Lumy” y yo me quedé con Pilar jugando, ¿querés que te dé con ella?>
El padre se sonrió y se le escapó un lagrimón que le izo tragar de apuro la galletita que tenía dentro de su boca, comparó a su hijo con el sereno por la forma que tienen los chicos de sintetizar todo, con cuatro palabras.
Hola, mi hombrecito, veo que te va bien, ¿estás jugando en la arena?, me imagino que si, dentro de unos días, estaré con ustedes y jugaremos juntos.
¿Qué han hecho éstos días feos? ¿fueron al cine?
Así transcurrió el diálogo por espacio de varios minutos, era tanta la emoción del Padre de hablar con su niño, que olvidaba que estaba hablando por el caro celular.
Luego habló brevemente con Pilar,
¡Hola Pilar!, ¿como está?, la están pasando bien me imagino, ya estuve hablando con Dora y veo que está todo bien.
_¿Quién? ¡ha! no, lamentablemente no, todavía no se sabe nada de ella; dígale a Luzmila que a la noche la llamaré.
Que le dejo un beso grande a ella y a mi Princesa, otro para usted. ¡Chau¡ ¡Chau¡
Por espacio de mas de una hora, estuvo usando el teléfono de línea fija, se puso al día con sus amigos y compañeros que le habían dejado mensajes, a todos los puso al tanto de los acontecimientos en el Edificio, con la desaparición de la chica.
Aunque algunos ya sabían por la prensa y ya se habían enterado.
También llamó a su hermano “Riky” (así le llamaban en familia y sus amigos) al que no encontró, pero estuvo hablando con “Fer” su exquisita cuñada, a quien le pidió que esa noche si su marido podía que lo llame, por si él se olvidaba, para coordinar los últimos detalles del viaje.
Se sacó el salto de cama, hacía calor, luego de llevar a la cocona y lavar el vaso con el que tomó el jugo y el plato; allí se acordó que tenía algo muy urgente que hacer.
Levantó la tapa-puerta del frezzer, que dejó escapar un olor nada agradable a lo que estaba totalmente descongelado y una poca de agua, algo sucia, se veía en el piso de aquél.
Abrió la puerta que llevaba al pequeño patio terraza, entró los mocasines a los que les estaba dando el fuerte sol, el pantalón y al bolso también, al que sacudió muy bien y junto con la valija que olía a limpio, se llevó todo al dormitorio.
Al pantalón lo sacudió bien y doblándolo con alizamiento de sus manos por medio, lo colgó el ropero-placard, también guardó el pulóver, era notorio que el aire acondicionado (al que bajó en su graduación unos grados) secaba todo.
Del toilette, en donde izo una parada en el wáter, trajo un frasco con colonia para después del baño y salpicó generosamente dentro del bolso y valija.
Después acomodó todo en éstos, lo que había dejado en el piso, inclusive sus mocasines preferidos a los que cepilló y guardó envueltos en una bolsita de nylon, con las demás cosas.
Todo estaba como cuando se fuera su familia al balneario y donde pronto él se les uniría.
En la cocina estuvo por espacio de más de una hora, limpiando dentro del mueble congelador con bastante desinfectante y desodorante; lo dejó bien seco y acto seguido, lo prendió y cargó en el mismo, todo lo que tuviera éste en un principio y que se encontraba en la heladera que prendió a los efectos de conservar los mismos.
Concluyó y repasó la ahora apagada heladera y la dejó como estaba antes, abierta.
Dejó todo limpio y en su lugar y se metió en la ducha, si bien no estaba contento, ¡Como podía estarlo!, se sentía hipócritamente satisfecho.
Cuando cerró la amplia puerta de entrada de su departamento, miró la hora y vio que faltaba un cuarto para las dieciocho.
Bajó por las escaleras al piso sexto, iba a tocar timbre, cuando de pronto, abrieron la puerta y de ella salían dos personas de civil pero que se olía a lo lejos que eran Policías, con ellos estaba el dueño de casa que de inmediato lo abrazó y le dijo:
<Estos señores son de la Policía y querían hablar unas palabras contigo, no lo hicieron antes, porque Felipe les dijo que estabas descansando y ellos gentilmente, esperaron a que yo me levantara de unas obligadas horas que el Médico vecino, me indujo a dormir>
¿Cómo está todo? Por lo que veo, sin ninguna noticia.
Dándole la mano a los dos señores que su amigo les presentara, siguió diciendo...
Es verdad que todo esto, me queda mal decirlo, pero me afectó bastante ya que dado la amistad que tenemos con Don Eugenio, su familia y mi familia, se juntó con algunos problemas de mi profesión y anoche realmente me acosté muy tarde y luego de una ducha me tomé dos “Plidex” y si no fuera por el llamado del sereno, aún seguiría durmiendo.
Pero los estoy entreteniendo, ustedes iban a mi casa, así que vamos con mucho gusto, veo que por aquí anda mucha gente (vio por la puerta aún entornada) pero antes que nada ¿cómo está la señora Helena?
< Bueno, ella ya está mejor y me pareció mejor, que se fuera a la casa de una de sus hermanas, ya que por aquí la cosa está muy revuelta>
<Bueno si los señores quieren vamos a tu apartamento>
Los funcionarios aceptaron de inmediato la invitación y los cuatro hombres subieron al apartamento de la familia Rocamonte – Aliverti con el cabeza de la misma precediendo la marcha, por la escalera.
Allí en el agradable living donde los Policías y el Contador tomaron asiento, mientras el dueño de casa les servía un refrigerio.
Allí estuvieron departiendo mas de una hora; los Policías más que conversar, realmente hacían un interrogatorio Alberto.
Querían saber algunos detalles, como adónde se dirigió ayer a la hora en que se desató la terrible borrasca con equipaje y que volvió luego de un par de horas.
¡Maldito hijo de puta! Pensó Alberto al recordar a Felipe (se veía que no podía dejar de ser el pesquisa que fue durante tantos años), debía de recordar exactamente lo que había hablado con él, para no traicionarse y no estropear su coartada.
Así que poniendo su mejor cara de ejecutivo, invitó al grupo a que lo acompañen al dormitorio.
Allí todos vieron una gran prolijidad para un hombre que estaba SÓLO en el departamento desde hacía unos cinco días.
Se lo hicieron notar como un elogio los Policías, pero de inmediato tuvo un inesperado defensor, Don Eugenio que destacó aquella cualidad de su vecino y amigo, desde siempre.
También vieron la valija y el bolso al costado de la misma, ambos abiertos y casi llenos de ropa y otros.
Allí les contó en forma reiterada (ya les había dicho algo en el living) las peripecias que tuvo con su equipaje.
Tuvo mucho cuidado de repetir la misma historia que le contara al (milíco) Felipe.
Como quién no quiere la cosa, los paseó por toda la casa y allí pudieron comprobar “in situ” de los dones de limpieza y prolijidad del dueño de casa.
Sin duda, pensó el Publicista, aquellos individuos sabían hacer su trabajo.
Cuando todos se fueron, él también lo izo con ellos y cuando vio que aquellos se dirigían a la escalera, les invitó al ascensor ya que vio que este estaba en el piso de arriba.
Los abandonó con saludos en el sexto piso y siguió asta llegar al subsuelo, la cochera.
Se preguntó si sus comentarios habían sido lo suficientemente convincentes para con los visitantes.
Se encontró con José y su señora, ya que Felipe se fue a su casa a dormir, luego de una noche tan movida, esa noche harían guardia suplantando a aquél, los Porteros.
Con la simpática pareja Española, departió varios minutos, le dijo a Laura, la hermana de su empleada Pilar, que si quería podía ir por su departamento a repasar lo que viera que lo necesitaba, pero que no había mucho engorro, ya que ella sabía como era él de cuidadoso y fanático de la limpieza, le izo mención de las copas que quedaron en el living y se despidió de los amables Porteros.
Se subió a su auto que lucía impecable y salió desesperadamente a buscar dónde comer algo, tenía mucha hambre.
Capítulo 10
Comió en un lugar de comidas rápidas y se sintió anímicamente, como no se sentía desde hacía ya varios días, compró un periódico y se bebió una gran copa de helado en una céntrica heladería, donde solía ir con toda la familia.
Volvió a su casa casi sin ganas, aquella sin su familia nunca le pareció tan vacía; esperaba que algún día, la tranquilidad de conciencia que desde hacía unos días, se había alejado de su existencia, volviera para que su ego no se sintiera tan gravemente herido, algo que lo acompañaría hasta la Muerte.
Aún no eran las diez de la noche, cuando entró en la cochera, se percató de ello porque los porteros todavía, no habían cerrado el gran portón del garaje.
De inmediato vio el patrullero con dos Agentes adentro, estacionado en la cochera que correspondía a los Reperger, la que estaba por orden, antes de la suya, en la misma también estaba estacionado el auto de su vecino.
También observó que estaba estacionada una camioneta de un conocido canal de televisión y varios autos extraños que vio en la calle, estacionados contra la vereda del Edificio.
Con el diario abajo del brazo, se bajó del vehículo, saludó a los Agentes con la mano, éstos le devolvieron el saludo y casi de inmediato se le apersonó Laura la Portera, la verdad que la ventana de la Portería estaba tan estratégicamente ubicada que no pasaba una mosca, sin que los que cuidaban el Edificio se percataran.
<¡Buenas noches! Señor Alberto, estuve en su apartamento y le hice un repaso que casi era innecesario, salvo el baño y su cama, prácticamente no había mas nada que hacer, de todos modos le di un repaso a los chicos y le lavé alguna toalla, una camisa y un calzoncillo que estaban en el canasto del baño, le dejé las cortinas cerradas y alguna luz prendida.>
<Usted es el “marido ideal”, como siempre lo dice su estimada Señora, Doña Luzmel ¡Qué lindo nombre! ¿Verdad? ¿habló con los chicos?>
¡Muchas gracias Doña Laura!.
Si ya he hablado varias veces con ellos y también lo ice con su hermana, están todos muy bien y disfrutando de aquél hermoso lugar, yo me voy junto con mi hermano y su familia que mañana se vienen a quedarse un par de días, para hacer algún tramite y confirmar los pasajes y esas cosas, que se las dejo que las haga él que para eso es el mayor.
_Así que cuando nos vayamos le encargo que se dé una vuelta por mi casa y realice, una limpieza general, ya que con los potros mis sobrinos, dos días; se imagina cómo va a quedar el apartamento.
Rieron ambos y bajando la mujer algo el tono de voz agregó:
<¡Que lamentable lo de Renata, no hay ninguna noticia, (aquí la veterana mujer no pudo reprimir una seguidilla de lágrimas que contagió al Publicista) hoy nos indagó un señor Policía de particular, unos cuantos minutos y nos dijo que a ésta altura, ya no tenían esperanzas de encontrarla con vida>
<Nos preguntaron de las costumbres de todos los propietarios y si no notamos algo raro o sospechoso, en los últimos días>
<La verdad que como ella era “muy liberal”, – dijo esto con un dejo de sospecha y poniendo énfasis de complicidad – que no tenía horarios para nada y que entraba y salía a cualquier hora, uno ya no le parecía nada raro en su actitud>
Menos mal que sonó un teléfono en la Portería, que sino aquella mujer seguía hablando.
<¡hasta luego Señor, después nos vemos> dijo y se fue corriendo a atender la llamada.
Alberto sacó unos billetes de su billetera (aún tenía resto del dinero de Renata, casi no había usado sus tarjetas de crédito) y los metió dentro del diario doblado, se acercó a la Portería y se lo dio a la Portera, diciéndole;
Le dejo el periódico de esta noche para que lea las noticias, yo no necesito saberlas por este, ya que de inmediato subiré a ver si puedo serle útil a mi estimado y afligido amigo, veré la forma de darle algo de consuelo, aunque me imagino que estará rodeado de gente.
Le dejó el diario y se encaminó rumbo al ascensor.
Estuvo más de dos horas conversando con su atribulado amigo y con la demás gente que entraba y salía de aquella casa que estaba sumida en el dolor por la desaparición de la muchacha.
Vio que había vuelto la empleada que dejaran en el balneario y que también había llegado Eugenia, la hermana de Renata con la que estuvo abrasada largo rato, llorando ambos; el llanto del hombre era real pero por distintos motivos, cuando ambos se calmaron aquella invitó a éste a ir a la cocina donde ni había ni Policías, ni periodistas, ni vecinos o amigos, allí podrían tomar un café mas tranquilos.
¡Que bien olía aquella mina!
Pensó Alberto que se recordaba que allá lejos y hace tiempo, en una fiesta a la que concurrió con su mujer y donde estaba ella, ambos casi concretaron un encuentro a solas, en algún Motel.
Luego de algunos minutos y con café de por medio, ambos sentados en un rincón de la cocina donde el movimiento era continuo, de empleadas, alguien que se asomaba a preguntar o pedir algo y por la puerta batiente, cuando alguien la abría, la que llevaba al comedor, se filtraba el bullicio de la gente.
Aquella cuarenta añera mujer , estaba realmente muy buena y allí sentada frente al amigo, con la pollera algo ajustada y que se acortaba al estar su dueña sentada, dejaba insinuar fantasías cuando la misma se movía abriendo algo las piernas.
<Yo no sé que pensar Diego Alberto, por lo que he hablado con mi Padre, también lo ice por teléfono con mi dolida Madre que está en lo de mi tía, veo que Renata desapareció como si se la tragara la tierra>
<¡Qué extraño, nadie vio o sabe algo!>
<Dime Alberto, tú o tu mujer han sabido si ella ¿consumía drogas?, tu sabes que la mayoría de los estudiantes lo hicimos, cuando la presión de los exámenes nos acuciaba>
No yo nunca supe o sospeché, ni mi mujer tampoco, tu sabes que entre yo y Luzmila, no existen secretos.
Allí se rieron los dos y hubo miradas cruzadas de picardía.
Bueno, me rectifico, ¡casi!.
Aparte con su problema del eterno asma no creo que se animara a consumir, más allá de algún “porro”, no te olvides que siempre fue muy afecta a hacer ejercicios, incluso suelen ir con mi mujer a veces a jugar al tenis.
<Si, eso ya lo sé pero como yo veo a la familia una vez por año, desconozco casi la vida de mi hermana>
Le preguntó el publicista a la mujer;
¿Qué es de tu vida?, supimos que te habías casado, ¿cómo va eso?
<Mira, mi matrimonio de hace poco más de un año, con un Belga, fue realmente un fracaso, como una especie de calentura con libreta, por suerte todo terminó como empezó, muy rápidamente, menos mal que no hubo niños; aunque yo a ésta altura, no pretendo tenerlos>
<Tal vez algún día adopte alguno, para dejar algún heredero mi Padre, pero veremos que pasa con Renata después de que se reciba y se decida a casarse o como está de moda ahora, unirse en concubinato.>
<Lamentablemente a mi me perjudicó en mi carrera Diplomática, ya que estando casada se presentan más oportunidades de ascender; ahora estoy noviando o sea haciendo los primeros escarceos amorosos con una persona que como yo, está en la Diplomacia, así que ya veremos en que termina todo esto>
<Bueno dijo la mujer>
Parándose y dejando insinuar sus atributos debajo de aquella ligera blusa de seda.
<Voy a convencer a Papá para que descanse un poco y haga echar toda esta gente que no hace más que ponerlo más nervioso, en éste momento está con los de la televisión mandando un mensaje a mi hermana, por si ella lo ve, ¡ojalá que si!>
<La Policía ya se lo recomendó, hay uno de ellos de continuo y un Patrullero abajo ¿lo viste?, además yo estoy molida con el viaje y cuando vea a Mamá, me vengo a acostar un poco, espero que Papá también lo haga, luego de comer un poco, ya que las empleadas me han dicho que éstos dos días, se la ha pasado a café y descansó SÓLO unas horas por un “valium” que le dio el Doctor del octavo piso>
<Tal vez yo le dé otro, después que coma algo y se bañe para que se relaje y pueda dormir>
< Las empleadas también tienen que descansar, porque sino (con sonrisa) van a matar a alguien>
<¡Dios quiera que mi hermanita esté viva y que aparezca pronto!>
<¿Tu crees que está viva?>
Aquí Alberto se quedó sin poder emitir palabra, solo atinó a darle un muy afectuoso abraso y un beso en la mejilla.
<Yo soy optimista, no nos queda otra>
Se despidieron justo en el momento que terminaba la reunión con la prensa en el estudio del Contador.
Abrió la puerta de su apartamento y se fue al baño; cuando salió se sirvió un vaso de agua y se acomodó al lado del teléfono de línea.
Cuando terminó de hablar con su familia por espacio de una hora, incluido su hermano, sonó la campanilla del aparato.
Era el Contador.
<Hola Alberto, - le dijo – me dijo Eugenia que estuviste por aquí, charlando con ella, ¿cómo la encontraste?, – si él supiera con que ojos libidinosos la vio – yo la encontré muy bien y espero que la Madre también, ¿te imaginas que tal vez (aquí se dejaba oír un pequeño llanto ahogado) SÓLO nos quede ella en el Mundo?>
Breve silencio...<Perdona pero me traicionan los nervios>
<Te molesto porque Eugenia, junto con las empleadas se ocuparon de que se fueran todos, menos el Policía de civil que recién relevaron, el que se quedará haciendo guardia en la cocina, allí estará cómodo y usará el baño de servicio ya que las mujeres usarán por sugerencia de mi hija, una de las habitaciones de huéspedes>
Casi no paraba de hablar, el atribulado Padre.
<Decía que te molestaba pata ver si por favor, serias tan amable de llevar a Eugenia a ver a la Madre, ya que esta no hay manera de conformarla para que la vea mañana, la quiere ver ya>
<Eugenia me obligó a darme una reparadora ducha y a comer algo; ya me tomé un medio “valium”para ver si puedo dormir unas horas, me prometieron que de surgir alguna novedad, me llamarían de inmediato>
<Tu sabes que la hermana de mi mujer vive sola con sus empleadas y que no tiene edad para manejar a éstas horas y los taxis, tu sabes el peligro de una mujer sola a estas horas, ya tenemos bastante con mi querida Renata; así que te pido si la podes llevar y traer a mi chica, así se ven con la Madre, ¡te lo agradezco mucho!>
<Con ello me acotaré tranquilo, contigo está en buenas manos>
Alberto no pudo mas que aceptar, quedó pensando en aquello de “en buenas manos”.
Pero, ¡por favor Don Eugenio! No faltaba más, con mucho gusto, deme cinco minutos (miró la hora, la una y cinco del día Jueves) y la paso a buscar, por favor le pido que descanse tranquilo que yo la llevo y la traigo, incluso si tiene que dar otra diligencia no tiene más que decirme.
<No creo que quiera dar más vueltas ya que esta cansada del largo viaje, pero no quiere dejarme SÓLO, bueno no esperaba menos de ti, te apreciamos mucho, salúdame a Luzmila y los niños ¡hasta mañana y ojalá que tengamos noticias de mi “nena”(otra vez el llanto, breve silencio y cortó)>
Chau Don Eugenio, quédese tranquilo.
Dijo Alberto sabiendo que del otro lado de la línea ya no había nadie.
Volvió aquella molestia en su estómago, fue rápidamente a visitar el baño de servicio y pasó por la heladera y tomó un largo trago de jugo, directamente del gollete de la botella del mismo.
Tomó sus llaves y una campera y salió.
Bajó por la escalera y allí lo esperaba la mujer que estaba vestida igual que hacía un rato atrás, aunque se había puesto una chaqueta (estaba fresca la noche) y llevaba colgada una pequeña cartera.
Casi no hubo saludo, solo las disculpas de ella por la molestia.
Bajaron juntos al subsuelo y antes de abordar el vehículo, ya estaba José junto a ellos, cerca el auto-patrulla con dos agentes mas dormidos que despiertos en su interior.
Breve charla con el Portero y salieron, éste les abrió el portón.
La calle estaba aún bastante concurrida y a la chica se la veía bastante agotada, le manifestó que le vendría bien un trago y dormir diez horas seguidas.
Cuando llegaron al Edificio domicilio de la Tía de Eugenia, estacionaron frente al mismo, en donde alguien justo se iba.
El hombre acompañó a la mujer hasta el portero eléctrico, pero se negó rotundamente a subir al domicilio a dónde estaba la Madre de aquella, le parecía que estaba fuera de lugar, así que la esperaría en el coche y le dijo que no había ninguna clase de apuro y que salude a la culpable de sus días, de su parte con cariño.
No más de media hora estuvo la muchacha dentro del Edificio; cuando salió y se reunió nuevamente con Alberto le contó a éste, pormenorizadamente su lastimosa entrevista con su Madre quedó con ella que por la mañana volvería al hogar, aunque le adujo que ya no tenía esperanza de que su hija estuviera viva, si es que aparecía algún día.
Cuando contaba esto a Eugenia, le vino un acceso de llanto, él como un acto reflejo la atrajo hacia si, con su brazo derecho, el otro estaba ocupado en el volante.
Aparcaron de común acuerdo en el amplio estacionamiento de una pizzería, les vendría bien comer algo, de inmediato y en cuanto apagó la ignición del vehículo, ambos se besaron apasionadamente sin saber de quién había sido la iniciativa.
No, ya no comerían pizza, eso era seguro porque la cosa se había puesto caliente dentro del automóvil.
Él metió la mano en el hueco que dejaba la pollera entre las piernas (deseo postergado hacia pocas horas) de la mujer y ésta abriendo las mismas, dejo que una de sus manos se estacione sobre el miembro ahora tieso del hombre.
Mientras sus lenguas se habían convertido en exploradoras de la boca del otro.
Advirtieron que estaban llamando la atención de la gente que deambulaba por allí y que realmente estaban haciendo el ridículo, así que huyeron del lugar y fueron a un Hotel de los llamados de alta rotatividad que el publicista conocía como discreto.
Lo usaba cada vez que se presentaba la ocasión de una rápida revolcada con Alicia Perrone, su escultural secretaria.
Pidieron dos wiskys con hielo al servicio a la habitación, los que bebieron aguados, casi tibios, con el hielo totalmente derretido al finalizar.
Aquello fue un acto de sexo con verdadera furia, ella por el largo periodo que no practicaba el mismo, más el agregado de los nervios acumulados en los últimos días, con lo acontecido con su hermana.
Él, con toda la tensión también de lo que se refería a la hermana de aquella; pero de forma muy diferente y a ello se agregaba las ganas que le tenía a Eugenia, que venían de mucho tiempo atrás, desde la frustración de ambos de concretar un encuentro amoroso en aquella fiesta de años atrás.
En una hora, ambos demostraron todo lo que a coito se refiere, la mujer realmente disfrutó al hombre que sabía ajeno y al que le tenía ganas desde tiempo atrás, desde los años de estudio, cuando aquel noviaba con su amiga y vecina, Luzmila Aliberti Swason.
No quedarían compromiso entre ellos que los ataran a ninguna obligación; SÓLO eran un hombre acorralado por las circunstancias que trataba de vivir el día a día en comunión con la vida y una mujer que proyectada a superarse en su vida profesional, estaba a merced de los acontecimientos del momento.
Cuando ambos ya vestidos y riendo espontáneamente, se tomaron la aguada bebida, volvieron a besarse con pasión, como en un pacto no escrito de despedida, como si ambos habían logrado (lo habían echo sin ninguna duda) su pequeño sueño.
Capítulo 11
Se despertó a media mañana, abrió las cortinas y vio que afuera hacía un día típico de Verano, con un sol que caía a plomo en la gran Ciudad ¡Qué ganas de estar con su familia disfrutando del Océano con ellos!
Lo primero es lo primero se dijo y llamó al apartamento de abajo, allí lo atendió Doña Helena Zambrano de Reperger, la dolida Madre de Eugenia y Renata, se la oía muy calmada y le dijo que lamentablemente no había ninguna novedad y le agradeció por llevar a su hija anoche y le reprochó por no haber subido.
<Ustedes son casi como de la familia> le dijo entre otras cosas y le preguntó por Luzmila y los chicos; luego de unos minutos colgó.
Había amanecido con animación anímica y se percató que dentro de él, ya casi no moraba el fantasma de la culpa, mientras se preparaba un opíparo desayuno, algo dentro de su cabeza sacaba conclusiones.
Realmente no se sentía culpable de la fatalidad de su amiga-amante Renata, aquello fue un accidente con todas las letras, un a-c-c-i-d-e-n-t-e, pero en la forma que todo sucedió, ¿quién lo creería?
¿Y cómo justificaba todo aquello con su familia?
¿Y con la familia de la occisa?
En ese momento no supo o no quiso pedir ayuda ¿a quién?, de ninguna forma deseó ni deseaba involucrar a nadie.
Mientras desayunaba un buen café con leche con tostadas, queso, manteca, miel y jugo (recordó que la última vez que degustó algo similar fue con Renata), siguió tratando de poner su conciencia en orden.
Se dijo que nunca se hubiera imaginado que él sería capaz de hacer lo que hiciera con aquel cuerpo, ¡que Dios lo perdone!, pero él no mató a nadie, no llevaría la culpa de matar a aquella muchacha en su conciencia y realmente tuvo que hacer honor a lo que se decía de él en la oficina.
Realmente que tuvo que utilizar todo su ingenio para solucionar aquel macabro intríngulis, ¿qué hubiera echo otro ser humano en mi lugar?, si lo que izo, estaba seguro que lo izo para protegerse y proteger a su amada mujer y a sus pedazos de su carne, de su ser, sus queridos hijos, a los que amaba más que a su propia vida.
Se sonrió al imaginarse la cara que pondrían, cuando aquellos vean sobre la cama, lo que su Padre les compró.
Su culpa, sabía que la debería de llevar SÓLO hasta la muerte y lo echo, echo estaba y ya nadie lo podría revertir, su secreto lo llevaría a la tumba y si después de la muerte había otra vida a la única que tendría que pedirle perdón era a la infortunada Renata.
Anoche tuvo pesadillas que precisamente no fueron del todo desagradables, soñó con cuatro mujeres en la cama con él haciéndoles el amor, su amada Luzmila, Renata, la descomunal Alicia (su secretaria) y Eugenia.
En ese momento tuvo una involuntaria erección y dando por terminado el desayuno, se dispuso a levantar la mesa y lavar y ordenar todo.
Bueno, dentro de un rato vendría su hermano con la familia, aquél se encargaría de confirmar los pasajes y de todo lo necesario.
Se estaba vistiendo cuando sonó el llamador de la puerta de entrada, sin duda por un tiempo, cada vez que suene aquél, en su fuero íntimo, algo sufrirá un brinco.
Metiendo su camisa dentro del pantalón fue a abrir, era su querido hermano mayor “Riky” y su tribu, María Fernanda “Fer” y sus sobrinos Luis y Fernando al que él cariñosamente, llamaba “enano” y que era su ahijado.
Por fin se sentiría el bullicio de niños en el apartamento, a él le encantaban los chicos y aquellos sobrinos, realmente eran tan educados que daba gusto tenerlos de huéspedes.
Su cuñada, según lo hablara con Alberto por teléfono, aprovecharía aquellos dos días que estarían en la Ciudad, para hacer algunas compras y visitar, algunas amistades y parientes; se instalaron rápido ya que los dos hombres saldrían juntos en el auto del publicista y dejarían la enorme camioneta de “Riky”, que estaba cargada.
Mientras “Fer” improvisaba el almuerzo, los niños mirarían televisión.
Esta quedó encargada de llamar a Luzmel y ponerla al tanto de la visita de todos ellos y de saludarla por parte de su marido,
Esa noche, después de la abundante cena y luego de que los niños se hubieran retirado a mirar televisión en uno de los dormitorios para huéspedes, que les asignara su Madre, Alberto luego de hablar con su querida Señora, en amable tertulia con su hermano y cuñada, café y coñac de por medio, les ilustró todo lo que estaba aconteciendo en la vivienda del sexto piso.
Largo rato, estuvieron charlando y poniéndose al día de todos los sucesos de familia, amigos y conocidos.
Cuando se retiraron a descansar, baño por medio, Riky y Fer se habían acomodado en la habitación de huéspedes, al lado de los muchachos, Alberto miró la hora; faltaba quince para las dos de la mañana del día Viernes, se dijo que era relativamente temprano y normal aquella noche, si las comparaba con las impetuosas anteriores.
El bullicio de los chicos y sus Padres, despertó al dueño de casa y se levantó con alguna pereza, aún no eran las ocho de la mañana, olvidaba el ritmo normal de una casa donde había chicos estudiando, como en su propia casa ¡ha! cómo añoraba estar con su amada familia.
Cuando bajó rumbo al comedor, un delicioso aroma a tostadas recién elaboradas le invadió su olfato y le izo de golpe, tener mucho apetito, más al ver aquella mesa llena de tantas cosas ricas y a su hermano y familia degustándolas.
Mamá Fer y Papá Riky junto con sus hijos, saldrían temprano para aprovechar el día en familia y dar todas las vueltas que tenían planeado desde hacía varias jornadas.
Se llevarían el vehículo de Alberto, ya que éste SÓLO iría al Banco para autorizar algunos pagos, pedir alguna chequera y por trámites con las tarjetas de crédito, pero todas esas vueltas las haría con Taxis.
También tendría que terminar de preparar su equipaje, cosa se puso a hacer en cuanto quedó sólo en la casa.
Cerró definitivamente la ajetreada valija y si bien el bolso también quedó pronto, a éste lo dejó abierto por agregados de última hora.
También dejó pronto un pequeño maletín con las cosas más íntimas, como su notbook, chequera, agenda y otros.
Cerca del medio día salió y se dirigió por la escalera, al apartamento de abajo.
Le abrió la puerta la dueña de casa, Doña Helena Zambrano de Reperger, ésta lo abrazó con afecto y lo invitó a pasar, adentro se veía una gran calma, si se lo comparaba con las jornadas pasadas.
Ya no se veía a ningún Policía; la anfitriona llamó a su Esposo e hija y todos vinieron a saludar al grato visitante, incluso lo hicieron a la distancia las empleadas a las que vio entrando y saliendo del lado que pertenecía a la cocina, de dónde se dejaba sentir un aroma exquisito que a Alberto le pareció a carne al orno o asado, lo que le despertó de inmediato el apetito.
Todos se juntaron y acomodaron en el espacioso living, allí luego de rechazar amablemente la invitación para degustar algo el visitante; el dueño de casa y jefe de familia comenzó a exponerle la actual situación.
<Como habrás notado, los Policías se retiraron, aunque según me dijeron, no abandonan la búsqueda de nuestra querida Renata (aquí se lo vio flaquear al veterano hombre y su hija Eugenia se le acercó y lo abrazó con el cariño que le puede profesar una amante hija), de echo aún seguirán intervenido los teléfonos hasta que el Juez que está a cargo del caso, disponga.>
<Lamentablemente no hay ningún indicio de la suerte de nuestra muchacha, a pesar de las idioteces que publica y se oye por la Prensa, ésta por un lado te ayuda y por otro, te molesta bastante>
<Si supieras cuánta gente se molestó y se ofreció a tratar de ser útil, como tú loas hecho, la verdad que infinidad, por suerte>
<Lástima que la “nena” no a dado señales de vida>
Aquí nuevamente al atribulado Padre, al que se le notaba que le estaban faltando varios kilos de peso y que sus ojeras estaban estacionadas en su cara como las de las dos mujeres, fue presa de una convulsión de llanto que no podía y no quería contener.
La que retomó la palabra fue su mujer, que extrañamente, se la veía mas entera, tal vez con más resignación.
<Hemos decidido que retomemos de a poco, nuestro ritmo de vida y si nuestra amada hija está con vida (aquí la Señora tragó varias veces saliva, antes de continuar), en algún momento dará una señal o alguien conocido la verá y por lo menos sabremos que aconteció realmente>
<Entre las conjeturas que maneja la Policía, está la de la posibilidad de que nuestra hija, aya sido secuestrada por alguna organización de “trata de blancas” y que la hubieran sacado del País y según nos han dicho, tenían toda la frontera en alerta>
Se retiró unos momentos Padre e hija al baño para que el veterano Contador, lave su cara y retorne con mejor semblante; de inmediato la mujer ahora en momentáneo mano a mano con su anfitrión, agregó:
<Trataré de convencer a mi Esposo, junto con mi hija (Eugenia) de que dentro de unos días, si la situación permanece in cambiada, viajemos todos a nuestra querida casa del balneario, que nos hará bien a todos.>
<Eugenia, tiene pocos días más de asueto especial, que pidió por toda ésta desgracia y queremos con ella, tratar de reponernos un poco de todo esto, si se puede, lejos de aquí, ya que si no sacamos a su Papá de toda ésta locura aunque sea por unos pocos días; nos dijo su Doctor personal, nuestro amigo Capelli, que su gastado corazón (ya con cinco “baypass” se está debilitando y que no resistiría otro infarto>
<Como tú ya sabes, él ya lleva tres en su haber y si bien en el comienzo de todo esto, yo llevé un desequilibrio de salud, yo estoy aparentemente un poco más fuerte y no quiero perder también a mi querido Marido (aquí sus ojos ya no pudieron retener las lágrimas)>
Volvieron Padre e hija, la que demacrada por las circunstancias mantenía su postura de elegancia y de mujer deseable,
Estuvo el Publicista compartiendo con la familia desmembrada, poco más de una hora, en que aprovechó a despedirse de todos ellos y a ponerse él y su Esposa totalmente a las órdenes y si bien lo invitaron amablemente a almorzar, rechazó con lástima aquella generosa oferta, porque quería salir de aquel lastimoso entorno y porque tenía miedo de que algo, sin querer trascienda con Eugenia.
Cuando volvió a su solitario departamento, se preparó una generosa medida de wisky y en una bandeja, acomodó algunos recipientes acordes, con los productos que comprara días atrás y otras cosas que encontró en la heladera que estaba en marcha y se situó en el living, junto al teléfono, debía de hacer varias llamadas y dejar prolijo su contestador, mientras esperaba a su hermano y familia.
Ésa noche comieron de cena, sólo sanwiches y jugo o refresco y “Fer” se encargó de organizar todo y chicos y grandes se bañaron rápido y se fueron a descansar unas horas, saldrían de madrugada a tomar el transporte que los llevaría al otro lado del estuario.
El resto de las vacaciones ya es otra historia. |