Olvido senil |
Muchacho
de barrio él, criado y nacido en el mismo; de esas familias tradicionales
en el pequeño Pueblo. Su
Padre muerto cuando el sólo tenia ocho años de vida y desde entonces de
allí en más, éste hijo único que tuvo una infancia muy difícil por su
asma crónica; fue criado por su Madre, la que suplió con creces la falta
de su finado marido. Nunca
se volvió a casar, ni tuvo ni siquiera ninguna aventura amorosa, luego de
la muerte de su compañero. Gente
de campo ambos, se casaron cuando ambos ya pasaban largamente sus treinta
años de edad. El
recibió su parte de la herencia de sus padres, consistente en una más
que generosa parcela de campo, la que les vendió a sus restantes cinco
hermanos y se vino con la que ya era su mujer, a vivir al Pueblo, donde
compró aquella grande y vieja casa en el barrio céntrico. La
vivienda fue refaccionada y pasó a ser el hogar del matrimonio Maranzana,
aquella feliz pareja que muy pronto serían tres, ya que la mujer, si bien
sabía de los riesgos que implicaba el embarazo a su edad. El
médico que la atendía cumplió con la obligación de advertirle sobre
los peligros que suponía traer un hijo al Mundo en esas circunstancias. Pero
la mujer solo veía la posibilidad de concretar el sueño de toda mujer y
de darle un o una descendiente a su amado esposo. El
parto fue muy duro, tanto para la Madre como para el hijo, aquel se crió
con muchísima dificultad por lo menos hasta su desarrollo, de ahí en más
fue un chico casi normal, sólo lo atormentaba de vez en cuando aquella
maldita asma, pero así y todo, estudió hasta cuarto año del secundario
e izo deportes como cualquier muchacho de su edad. Duro
fue el golpe para él y su querida Madre por la muerte del jefe de
familia, el que por suerte le dejó una adelantada jubilación (por el
fatal accidente) que le otorgó el Estado por estar aquél trabajando, en
la compañía de alumbrado eléctrico. Un
traspié en la altura y sucedió lo inevitable. Con
el sueldo de aquél, sumado a dos rentas de casas de comercio ubicadas en
el centro y las entradas de dinero que aportaba la señora como costurera
(según se decía muy buena), les permitían vivir con suficiente holgura. Frente
a la casa de Pedro Maranzana, heredó el nombre de su fallecido Padre; vivía
la familia Molinari, los que también solo tuvieron in hijo, Bartolo. Éste
muchacho desde muy niños ambos, tenían casi la misma edad, se había
convertido en el mejor amigo de su vecino, de hecho se pasaba jugando y a
veces se quedaba a dormir en la casa de su entrañable compinche. Con
el motivo de la dilatada niñez del muchacho enfermo, aquella compañía
fue clave para el crecimiento de Pedro y su superación de las muchas
dificultades en su desarrollo, hasta convertirse en un hombre normal (sólo
la sombra del asma) y bien parecido, una luz para los negocios. Su
entrañable amigo había puesto un mediano taller mecánico (para ello había
estudiado) en su casa la que le quedara a la muerte de sus Padres. La
profesión que eligiera “Pedrito”, era la nunca bien mirada por los
malos antecedentes de “vendedor de autos usados”. De
allí que el mejor cliente que tenía Bartolo, en su taller era sin duda
su amigo Pedro. De
más esta decir que la amistad, a través de los tiempos, se mantenía incólume
y Bartolo siempre consideró a doña Magdalena (así se llamaba la viuda
de Maranzana, mamá de Pedro) como su segunda madre y los hijos de éste
la consideraban como su abuelita. Ambas
familias, solían comer juntos y hasta alguna vacación la pasaron en armónica
compañía, de la ahora anciana y su hijo. En
los últimos tiempos, las cosas no le habían ido del todo bien al
vendedor de automóviles, de tal modo que ya una de los locales de
comercio que heredaran su Madre y él de su finado Padre, ya lo perdieron
por no poder levantar una hipoteca y el otro ya contaba con tantos
embargos, que no sería nada raro que siguiera los mismos pasos. También
y con el correr del tiempo la honorable anciana, se había convertido en cómplice
de los “chanchullos” y los engaños de su hijo. El
que dos por tres, debía de poner distancia del pueblo por a veces cortos
y a veces largos periodos de tiempo, por culpa de los muchos clientes
resentidos y ofuscados por las infelices transacciones en que se habían
involucrado con el defenestrado vendedor. De
tanto lidiar con los innumerables problemas de su único y querido hijo,
el que se mantenía solterón, ella se había ganado también su fama y se
decía de aquella (en alusión a su antiguo oficio) “Que no daba puntada
sin hilo” En
una de aquellas ocasiones que el comerciante de autos usados, se aprestaba
a tomarse unas obligadas “vacaciones”; Bartolo le pidió si le podía
saldar la muy gorda deuda que se venía acumulando por los arreglos de
infinidad de vehículos, que aquel comerciaba. Se
lo pidió como un favor especial, ya que el mecánico estaba en
descubierta en el Banco y le urgía cubrir con premura aquella deuda. Desde
ya hacía bastante tiempo que Bartolo lo encaraba a su amigo, para casi
rogarle que le amortizara por lo menos en parte la onerosa deuda. Ahora
con el Banco que le estaba soplando en la nuca, se veía en la imperiosa
necesidad de “apretar” a su querido amigo y casi hermano. Quedó
muy asombrado cuando aquél , lejos de esquivarlo como hacía cada vez que
intentaba cobrarle, le pidió que le prepare todas las facturas de las
innumerables cuentas; que él le dejaría el cheque por el total de la
cifra de la postergada deuda. También
le acotó que como él se ausentaría en próxima madrugada, le dejaría
el abultado cheque, sobre la mesa del comedor y que él, (Bartolo) tenga
la bondad de pedírselo a su madre Magdalena. El
mecánico creyó tocar el cielo con las manos al contar con aquel dinero y
con ello poder saldar su deuda con el Banco. Se
preguntaba ¿cómo podía pagarle?, su amigo, si estaba a punto disparar
nuevamente de quienes se sentían estafados por él (cosa muy común en
los últimos tiempos) y aunque no era asunto de él, de todas formas le
deseaba buena suerte. Sabía
que Pedro estaba siendo precedido de muy mala fama en los últimos
tiempos, aunque también sabía de algunas buenas acciones para con
algunas gentes y vecinos, ya que muchos de ellos, le apreciaban bien.
Es
probable que su amigo tuviera algún dinero ahorrado, por lo menos aún se
manejaba con chequera bancaria, o tal vez había echo alguna buena
transacción comercial ¿quién sabe? Esa
noche en la cena del mecánico casi había clima de fiesta; por fin a la
mañana siguiente se terminaría el suplicio que pendía sobre la familia
por culpa de la deuda para con el Banco. Así
las cosas, llegó la siguiente mañana, muy esperada por Bartolo, quien de
hecho ya les había avisado a sus dos empleados, que él se tomaría la mañana
para dedicarse a hacer trámites en el Banco. Cruzó
la calle, a una hora que le pareció que estaría levantada la anciana, lo
izo casi restregándose las manos. Toco
timbre con mucha discreción en la casa que era como su casa, cuántos
recuerdos afloraban en esos instantes de nostalgia. Si
le parecía que era ayer nomás, cuando con su amigo, solían andar en
bicicleta por aquella vereda para la ofuscación de los vecinos. Volvió
a tocar el timbre, ahora con mas inspiración, espero otros minutos y ya
estaba por insistir, cuando sintió que habrían la puerta. Doña
Magdalena envuelta en una vieja bata y con la más elaborada cara de
circunstancia, emitiendo un
tenue “buenos días” preguntó: {¿Por
qué era que llamaba?} El
atribulado mecánico, que se abstuvo de saludarla como lo había hecho
toda su vida, con un beso, al ver la actitud distante de la su casi Madre,
se dijo que tal vez le estuviera jugando una broma, aunque sabía que
aquella no era muy afecta a hacerlas, le acotó: _Vengo
a buscar un cheque que me dejaría “Pedrito” sobre la mesa del
comedor, según quedamos de acuerdo anoche cuando le alcancé el estado de
cuentas. La
anciana lo miró casi con curiosidad y la dijo casi molesta; {Aquí
nadie dejó nada y ¿quién es usted?} Luego
cerró la puerta casi con violencia. ........??? |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”
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