Muñeca de trapo |
Hay
elementos inertes que conforman, el entorno de la vida cotidiana del
sufrido espécimen humano. Sean
éstos de formas, colores, tamaños, valores, tanto éticos, morales, o
del valor que cada cual y utilizando el raciocinio que le tocó en el
reparto y con una gran cuota
de vanidad, (ésta se cultiva como las margaritas) sabrá apreciar en éste
relato. Que
empujado por las circunstancias, sucede y se hace presente en un recuerdo
que trataré de esbozar; luchando para que los sentimientos no se
interpongan en la fidelidad del relato. Llovía,
lo que se dice torrencialmente, en la oportunidad de correr hasta mi vehículo,
allá atrás en el tiempo del suceso. En
el momento de subirme a bordo del mismo, para ponerme a cubierto del agua
que caía; emulando tal vez al episodio que le tocó vivir al muy
recordado salvador de las especies (según me lo contaron cuando la
inocencia de mi niñez, me otorgaba una generosa porción de candidez) y
al que denominaron como Noé. Al
sentarme dentro del vehículo y al levantar mis pies para poder cerrar la
puerta, la vi. Allí estaba. Iba
viajando, arrastrada por el agua que se había adueñado de la calzada;
por lo que diría que fue amor a primera vista, muy húmedo, por cierto... La
verdad que la apariencia de ella, daba asco y me refiero a lo que veía en
aquel momento con el apuro del caso. La
pobre, no tenía casi forma, pisoteada me imagino, unas cuantas veces y
que al levantarla me di cuenta que pesaba mas de lo normal por causa de la
transfusión de agua que soportaba en su inflamado cuerpo. Tuve
un deseo momentáneo al tomarla en mis manos y un salvaje impulso de
arrojarla de vuelta al arroyo, sólo me contuvo el pensar que si alguien
me vio, cuando la recogí; me daba pudor que me vea volverla a tirar de
vuelta, diríase de mí lo real, que estaba algo chiflado. La
tiré si, sobre la alfombra del asiento de al lado, bajo protesta y ya
pensando en el pequeño charco que me dejaría en el piso aquel adefesio,
bueno lo que se supone que allá lejos y con artesanía, pretendió ser
una tal vez bonita Muñeca
de Trapo. Al
llegar a mi hogar, no la bajé y no fue como castigo, ya que me proponía
arrojarla al recipiente de basura en cuanto llegara; sino que simplemente
y por culpa de un defecto muy humano, me olvidé del asunto. Un
par de días después cuando me disponía a utilizar el vehículo y estándole
haciendo el liviano maquillaje de estilo, la avizoré en medio del
pronosticado charquito sobre la alfombra. La
verdad que en aquel momento me causó más repulsión que cuando tuve la
in cordura de recogerla del arroyo. Como
me interrumpió mi mujer, en el trayecto al recipiente de basura, donde
cargaba en la punta de los dedos aquel despojo, dio pie para que este
episodio se convierta en culpable de esta tramoya y se conjugara en
vivencias de vida que uno atestigua sobre el papel. _¿Qué
es eso? - Me pregunto mi Esposa, al verme con el objeto tomado como
quien lleva un ratón muerto. Y
le expliqué lo más someramente posible, para no darle lugar a la
gratuita burla a mi manía, de juntar cosas por los caminos. Me
ordenó, más que un pedido fue una orden (yo siempre tomé por
experiencia, los pedidos de mi mujer y compañera de mis desvelos y de mis
sueños, como una orden de un sargento de artillería con voz de mujer,
sus pedidos) - “Déjala por
allí, que se seque que voy a ver si la puedo arreglar un poco para dársela
a alguna niña que le venga en gracia” _”Se
ve que era muy linda” -
dijo, allí dudé sobre lo que significaba algo lindo para mi mujer, pero
me abstuve de hacer ningún comentario, ya que estaba en tela de juicio mi
conducta de levantar aquel pedazo de trapo con pelos o lo que fuera. Allí
terminó ese episodio, dejando yo aquél estropicio sobre un estante del
garaje, a disposición del sargento mayor de la casa. Como
en todo hogar con hijos, los nuestros, solían juntarse con otros chicos,
compañeros de Escuela y de juegos y que por añadidura sus padres
formaban parte de nuestra amistad y/o conocimiento. Un
día, vi a mi señora que estaba bajo los rayos del sol, haciendo un
estudio patológico de la occisa muñeca y situándome a su lado, partícipe
del siguiente análisis: Le
faltaba un ojo, un brazo, parte de su relleno de estopa, que más que
faltar, se había salido por los agujeros que formaban las variadas
descosidas, causadas vaya a saber en que pelea de adolescentes o de perros
y por pelo sólo lucía un poco de algo que debería de haber sido lana o
algo parecido; la muerta, bien muerta estaba. Lo
que se dice, un verdadero desastre. _”Voy
a ver, que puedo hacer, ya que tengo muchos retazos de telas y otras cosas
de los juguetes de las “chicas”. (Se refería a los salvajes menores
que habitaban nuestro hogar y que figuraban como nuestros hijos en la
sagrada escritura de la libreta de casamiento) Bueno,
pensé que si en algún momento y con los milagros que hacía mi mujer en
el diario vivir; yo la he comparado con “Mandrake” (mago de
historietas – aclaración para gente poco versada (jóvenes) en temas de
lecturas de los que hoy les parecemos dinosaurios) y si lograba algo
potable de “aquello”, me convencería de no estaría tan errado. Pasado
un tiempo, uno de mis vecinos al que últimamente no la estaba pasando por
buenos momentos económicos y que era padre de una de las amiguitas de mis
hijas, me comentó sus planes de irse a otro Continente a probar suerte
con su familia. Ya
que por medio de un hermano que ya residía por allá, desde hacía varios
años, el cual le daría una mano por lo menos en los comienzos; trataría
de revertir la mala situación y después de cierto tiempo regresar con
suficientes dividendos como para encarar nuevamente sus años de cercana
media centuria. O
sea los sueños de todo emigrante empujado por la necesidad de sobrevivir
decorosamente para llevar adelante a su familia, criando sus hijos lo
mejor posible y prevenir una vejez decorosa. También
me acotó, que no vendería su casa por si las “moscas” y le iba mal,
por lo menos retornarían a su morada y que a la misma se la cuidaría sus
padres, también vecinos del barrio, quienes navegaban en la barca de la
“tercera edad”. Días
después, aquél pedazo de estopa se convirtió en una hermosa muñeca,
que si bien seguía siendo de trapo, estaba tan bonita que casi era una
socias de alguna de las modelos que exhibían las revistas y los figurines
de moda, de las que solía leer la “musa inspiradora” de mi
existencia. La
verdad que había quedado “una pinturita”, definitivamente se había
producido un nuevo milagro. ¡Aleluya!
Por mi mujer. Si
hasta parecía dueña de vida y que me miraba en particular a mí, como
siempre soñé que me miraran las mujeres; aunque mis hijas decían que no
era así y de esa manera me desinflaban el globo de la ilusión. Algo
que es muy particular de todos los adolescentes en actitudes que toman
contra sus atribulados padres que le rebajan nuestros sueños de
“Adonis” a la desgarbada figura de un chimpancé, pero que algún día,
alguien convertido en líder, se revelará y sin ninguna duda, los machos
vilipendiados, los seguiremos
en legiones para revindicar nuestros atributos. Fue
el juguete preferido de todas las niñas, las propias y las que compartían
los juegos. Pero
como todo juguete y luego de un tiempo, pasó a engrosar la vieja caja de
juguetes desechados, que cada vez crecía más. Tal
es así que, en un gesto de amistad, una de mis hijas y tocada por la
varita de la generosidad (varita que no la tocaba muy seguido), le obsequió
aquellos treinta centímetros de muñeca resucitada, a una hija del
vecino, que buscaría su futuro en otras lejanas tierras, en otras
latitudes. Inexorablemente,
el tiempo transcurría y todos acumulábamos años. Sabíamos
de aquellos vecinos de vez en cuando y por medio de los ancestros de
ellos, los que obstinadamente se enfrentaban a su longevidad y nos
contaban que por suerte a sus familiares, les estaba yendo muy bien pero
que no veían la hora de regresar, ya
que aducían extrañar en demasía, sus queridos pagos y sin dudas, a sus
Padres. Luego
de varios años, la referida familia volvió con toda la farándula que
significa volver a su tierra, a sus raíces, al calor de su familia, a sus
afectos y en lo que nos toca, al barrio y a la amistad de sus vecinos. Claro
que ya nada sería igual, como se supone, la vida transcurre y los años
no pasan en vano, los niños ya son adultos y otras vivencias cambian
modismos y costumbres, actitudes y valores. Los
almanaques, se deshojan y los viejos somos, más viejos y los berretines
de otros lugares, se contagian y pasan a formar parte de la vida.
Entran
los valores a ser comparadores de ejemplos y se filosofa sobre los
aciertos y los yerros, aunque todos se repitan, una y otra vez... Bueno,
con la llegada llegan los cambios, las limpiezas, las reformas y por una lógica
no muy explicada, se desechan cosas que fueron afectivas y queridas allá
lejos y hace tiempo. Es
de práctica de los que disponen de alguna mascota con pelos y que
persiguen gatos y que denominamos perro; sacarlos a caminar por los
alrededores con la risotesca excusa de que ¿tomen? aire y con ello
eludimos la verdadera causa que, es que los canes desparramen sus
miserias, lejos de nuestra casa y de paso tener la oportunidad de
“chusmear” con los vecinos y estar al tanto de los últimos
acontecimientos del barrio y no quedar atrás en los “chimentos”
mundanos de los alrededores. Caminando
en una de éstas expediciones, con rumbo incierto y
hacia ningún lado, mas allá del límite del cansancio y pasando
por el frente de los vecinos de marras; veo que fruto de la limpieza y de
las consabidas reformas, éstos habían sacado muchos trastos a la basura,
como para que el recolector de los mismos, no se aburra y tenga un
pensamiento feliz para con las personas que moran en dicha casa. No
fue sino que, pegando la vuelta y mirando de soslayo como simulando para
que el que me vea no se dé cuenta que la curiosidad me podía, por
aquello de mi vieja manía de juntar cosas por la calle y que después de
un tiempo, yo mismo las tiraba, preguntándome para que diablos, las junté. Ahí
la vi, “fané y descangayada” como dice el tango, que me miraba,
colgando de cabeza junto a otros trastos y compañeros de infortunio. Ya
no tenía aquella mirada que le había pintado mi mujer y que a mí, un día,
me habían dado ganas de ser muñeco para salir a florearme con ella, por
delante de los muñecos del barrio. Que
pena tuvo de pronto, mi pena. ¡Qué curioso! Después de tantos años tuve la misma sensación de vergüenza, que tuve en ocasión de nuestro primer encuentro y no me vi a mi mismo pero estoy seguro, que me sonrojé cuando sin vacilar y con el ímpetu de una carga de caballería, me abalancé sobre aquél dos veces despojo y con la delicadeza de las circunstancias, tomé posesión de mi otra vez, “Muñeca de Trapo”. – |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Candela”
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