Marginal |
Familia común, de clase “media baja”, según la escala a la que nos tiene acostumbrados la prensa y el uso común de la mayoría, forma hipócrita de definir las clases socioeconómicas en las que todos pertenecemos en una escala discriminatoria y llena de prejuicios y totalmente injusta. Esta familia residía en un barrio de gente trabajadora y de mayoría con cierta cultura, debido a que antes de que llegaran las crisis económicas, en éstos lares estaban establecídas varias fábricas. Estas industrias habían contribuido a que los empleados de éstas, tuvieran en su entorno “ciertas comodidades” que las distinguían de otras comunidades; entre ellas elevado nivel de educación impartidos por los Colegios Privados, los que viendo el estándar de vida de los pobladores, no dudaron en establecerse en la zona y cosechar pingues ganancias. Las fábricas se fueron degradando con los malos vientos económicos y la mayoría buscó horizontes más propicios para sus metieres, dejando un montón de construcciones abandonadas donde la gran parte de las mismas las ocuparon, familias que sin muchos recursos, vieron la ocasión de guarecerse dentro de aquellas enormes construcciones y cubrir las necesidades de vivienda. Todo este movimiento de gente siempre conlleva a que más allá de las necesidades de las mismas, traigan en su arrastre de necesidades y buenas intenciones; un cúmulo de gente mal intencionada y con un “modus vivendi” que se adueña del concepto que tiene la mayoría de los habitantes del barrio, llamándolos a éstos despectivamente como “Marginales”. La familia que nos ocupa como tantas otras, tuvo que reciclar sus vidas y adaptarse a los cambios a que los obligó la crisis. Su hogar, que tenía dimensiones de “caserón” y que estaba ubicado al lado de lo que fue una “Estación de Servicio”; se convirtió en “Restaurante”, en el que trabajaba toda la familia, aún los que estaban en plena crianza, estudiando y dando una mano a sus mayores, con lo que paliaban lo alto del presupuesto familiar. Dicha familia se componía de, dos Abuelos paternos (Abuela en silla de ruedas por culpa de una mala caída de una escalera), la señora de la casa, su esposo y cuatro hijos a saber: hijo mayor de treinta y pocos años. Casado con una hermosa dama, alguien del mismo barrio y que con “bebito” reciente, le arrimó más calidez al viejo hogar, otrora con un modo de vivir muy holgado. La segunda hija con veinte y pocos años a punto de recibirse de Maestra y la seguía un muchacho con diecinueve y por último una adolescente de quince, que acudía a un Instituto Secundario a muy pocas cuadras de la morada familiar. Así las cosas, todos en la medida de sus posibilidades, daban una mano para que el negocio caminara con el mínimo de personal contratado y con una clientela regular, lo que empujaba a que las cosas, en lo referente a lo económico, no fueran nada mal. Bueno, no todos contribuían, ya que el rebelde de la familia, tercero en la escala de los cuatro hermanos y que desde hacía un tiempo, se encontraba emancipado; ocupaba el malestar y el dolor del núcleo familiar. Chico de los llamados difíciles, no terminó los estudios secundarios y a poco de tener la edad que le permitía hacer uso de la balota (votar), se fue de su hogar con el consabido argumento de “que nadie en esa casa lo comprendía y que nadie lo escuchaba” y si en algo era equitativo, es que no dejaba fuera de las culpas de su desdicha a nadie de su (según él) querida familia. Aunque sus valores morales, dejaban mucho que desear y aunque no lo demostraba, el cariño hacia su familia estaba latente dentro de su rebelde corazón. Cuando luego de una muy fuerte discusión con sus padres y hermanos; discusiones que siempre rondaban en el horrible flagelo que desde muy temprana edad se apoderó de éste mozo, la maldita droga. Primero en sus versiones “livianas” y luego con el correr del tiempo y de acuerdo a lo que podía gastar en ellas, en sus versiones más “pesadas”. Se decidió a irse a vivir con unos conocidos, de los que ocupaban parte de las formidables instalaciones abandonadas, situadas a pocas cuadras de su casa paterna, a muchos de ellos, los conocía de sus épocas del Colegio y por lo tanto los consideraba sus amigos y casi como sustituto de la familia. Éstos alternaban su forma de vivir con algún que otro trabajo temporario (changa) y con algún que otro robo, a veces de pequeña índole y últimamente cuando arreciaba la necesidad de la pequeña comunidad, que en su composición tenía familias (mujeres y niños) incursionaban en alguna que otra rapiña. El producto de lo cosechado en las andanzas de los integrantes de ésta especial comunidad, se compartía entre todos, lo que conformaba una especie de extraño clan muy “democrático”. Nuestro personaje que no era nuevo en éstos menesteres, hasta ahora nunca se había visto involucrado en una rapiña y aunque esto se debía a su aversión a las armas y a los pocos principios que aún conservaba, sabía que la ocasión sólo sería cuestión de tiempo. Era como costumbre que luego de las andanzas de éste grupo, se juntaran todos para compartir alguna comida y repartirse las ganancias conseguidas y de alguna manera disfrutar del relato de los autores, de las tropelías; reuniones que se regaban con abundante bebida y en las que no faltaban toda la gama de estupefacientes que se pueda imaginar. Varias veces, el joven se había cruzado con alguno de sus hermanos y luego de pocas palabras y el protocolo del habitual “beso”, seguía su camino sintiendo que dentro de su pecho explotaban mil volcanes y que la esperanza del retorno, cada vez se alejaba más. Aunque sabía que su Padre siempre decía “ya volverá” que más que una premonición, era un deseo. Siempre guardó cierta ética, nunca hablaba con su cofradía de su familia y jamás pensó ni siquiera involucrarlos en su apestosa vida de drogodependiente, por lo tanto, muy pocos sabían de la existencia de su núcleo familiar. Si a alguien extrañaba realmente, era a su muy recordada y querida Abuela, ella que lo había consentido toda su vida y que lo defendió siempre, aún sabiendo que defendía una causa perdida. También recordó con hondo pesar, que la razón que desbordó la copa de la convivencia con los suyos, fue la vez que le robó el viejo reloj al Abuelo, de ésos que tienen tres tapas y con cadena de oro. Reloj que ya venía de los tiempos ancestrales, del Padre de su Abuelo y que algún día pertenecería a su Padre. Cuando todo se supo, ya no le quedó argumento de defensa y más que irse, huyó de su casa, llevándose su vergüenza y su dolor, al no poder, aunque lo intentara infinidad de veces, luchar contra la necesidad que tenía de que su cuerpo se viera tonificado (aunque más no fuera sino por poco espacio de tiempo) por la maldita droga. En una de las habituales tertulias de los relatos sobre las tropelías de sus camaradas y que como de costumbre se amenizaban con improvisadas comidas y/o picadas; nuestro personaje, se ofreció a ir a buscar las bebidas de costumbre, ya que su día había sido muy “productivo” y por lo tanto se sentía generoso. Lo aclamaron todos y se sintió un ganador y figura del día para con sus amigos y partió raudo hacia un mercado cercano. Volvió lo más rápido que pudo, no quería perderse los jugosos relatos de los compañeros, ni que lo aventajaran en la degustación de los alimentos, que antes de ir por las bebidas, vio que estaban gustosos y abundantes. Cuando venía llegando con su carga y pensando que nadie se arrimó a ayudarlo a descargar lo que traía en una vieja camioneta que era como propiedad de todos y ya bajado un viaje de bebidas y dándose cuenta que, debería hacer otro viaje y perderse otro tramo del relato que estaban exponiendo, quien lo hacía, compartía con otros dos y él, una parte de las instalaciones y que ellos llamaban, “su departamento”. Y con quién más discrepaba en la forma de delinquir, éste amigo era muy sádico y no valoraba nada fuera de su círculo de amistades dentro de las que se encontraba él, por suerte. Debía ser muy jugoso el relato, puesto que nadie se percató de su aproximación y ya llegando al grupo, oyó en el hilo de la exposición, lo que le pareció lo más cercano al infierno. _”...y si vieran cómo gritaba la vieja que estaba en silla de ruedas cuando tuvimos que matar al viejo, que no sólo se resistió, sino que intentó usar éste viejo revólver (mudo testigo, sobre la mesa) para defender a su nietita que por cierto estaba muy apetecible con su uniforme del Secundario...???
(Todo
parecido a la realidad NO es mera casualidad)
{La estupidez humana clama cordura} |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Candela”
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