Lobizón |
Siete
u ocho décadas atrás, las familias eran muy prolíficas y casi se diría
que todas, en mayor o peor medida competían en lograr el mayor número de
integrantes. Claro
que en esos tiempos la demanda de mano de obra, tanto en las capitales,
como en el campo era mucha y a eso se le agregaba que los medios de
comunicación en ese entonces, adolecían de tener la difusión que hoy
tiene. Las
emergentes industrias, la revolución en la producción agropecuaria y las
necesidades de las terribles guerras de esa época; hacían que un nuevo
integrante de cada familia, sobre todo si era de sexo masculino, tuviera
un valor agregado. Aunque
todos sabemos que la mujer tenía un valor preponderante y un lugar
matriarcal en la crianza de los hijos, aunque para los Estados y desde
tiempos inmemoriales, aquella ocupaba un segundo plano de importancia en
el seno familiar y en la ignorante, tal vez por las milenarias
tradiciones, sociedad. Con
aquellas ancestrales creencias y tradiciones, traídas por la cuantiosa y
divergente inmigración a las tierras de América, habían algunas que en
algunos lugares aún persisten y que son parte del ámbito cultural de
cada región. Entre
ellas la creencia del Lobizón o sea el séptimo hijo varón, que
se convertía en algo
parecido a un enorme can, en noches de luna llena, si coincidía con los días
Martes o Viernes de la semana. Llegando
a insertar las creencias populares que aquel desgraciado ser, se
mimetizaba de tal forma con el género perruno, que se aseguraba a raja
tabla, que se lo veía vagar en las noches antes citadas por los campos al
frente de alguna manada zonal de sus congéneres y aullar como aquellos. Lo
que nunca quedó muy claro a que altura de su vida, empezaban sus
andanzas; ya que pocos o ningún relato se refiere a cuando el mítico
ser, tomaba su doble transformación de hombre-animal. Si
lo hacía desde su estado de lactancia en los brazos de su Madre y ésta
se convertía en su natural protectora del para ella, angustiante secreto
o su transformación se producía a determinada edad. La cuestión era que hasta el mejor pintado varón o mujer, le rendían culto a esa leyenda y los comentarios sobre el mismo, se hacían solapadamente y en voz baja y con temor; es más, alguna gente directamente se negaba o no se atrevía a hablar del tema. De
echo, en varios Países de América de Sur, los diferentes Gobiernos
tuvieron que tomar medidas para proteger a las inocentes criaturas que les
tocaba el séptimo puesto en la escala de nacimientos de sus hermanos
varones y con decretos acordes a aquellos nacimientos, el Estado en la
persona del Presidente de turno, se convertía en el padrino de la infeliz
criatura y se hacía cargo de su manutención y de su crianza por medio de
una pensión graciable hasta la culminación de los estudios medios de
aquella. Esas
medidas se tuvieron que tomar, lamentablemente, porque en muchas regiones
las creencias de tales leyendas estaban tan arraigadas, que los Padres de
la recién nacida criatura y cuyo sexo coincidía con el de sus seis
anteriores hermanos, lo ultimaba sin más trámite y creían que de esa
manera se libraban de aquella maldición que les mandara el cielo. Luego
todo se arreglaba con rezos, alguna penitencia o promesa y solapadamente ,
llevar aquel secreto hasta la tumba, por ambos cónyuges con la
complicidad algunas veces de las ocasionales comadronas. Este
relato es el fruto de una larga conversación de sobremesa en el comedor
de un pequeño hotel o “fonda” de un aún hoy olvidado pueblo del
interior, donde mi trabajo como vendedor de elementos para el trabajo de
la tierra (herramientas) me llevaba, cada tres o cuatro meses y donde yo
solía hospedarme. Aquel
relato que como otros servía para amenizar las largas sobre mesas de las
opíparas cenas y de paso, vasos de vino por medio, ayudaban a nuestro
“embuchado” estómago a hacer la digestión y llenar nuestro intelecto
de ricos relatos y anécdotas de la zona de marras. En
un cercano campo de la región, de no gran extensión como otros linderos
que contaban con miles de hectáreas algunos, pero de una tierra muy fértil
que daba para vivir de ella a una prolífica familia, compuesta de dos
ancianos y de ocho hijos, sólo la última
mujer. En
realidad habían sido nueve los retoños de aquel veterano matrimonio; al
mayor lo mataron en un altercado por asuntos de la política, de esto ya
hacía muchos años, soltero él, no había dejado descendientes,
solamente el dolor lógico de la numerosa familia. Otros
tres de los hermanos varones se habían casado y se habían construido sus
viviendas en la proximidad de la casa paterna, pero con su separación
acorde de estar todos los casados con suficiente privacidad; así que
cuando uno llegaba, aquel conjunto de casas se parecía a un pequeño
villorrio con el agregado de silos y galpones. La
hija mujer, la más chica de todos, estaba estudiando en la Capital y sólo
venia a estar con su familia en las vacaciones. El
que en el orden de nacimiento de los varones le correspondía el séptimo
lugar y que es el causal de nuestro relato, éste se distinguía de los
demás por ser el mas bohemio y simpático de todos ellos y juerga o baile
que hubiera en el Pueblo o sus alrededores, lo tenía presente. Muy
mujeriego y poco propenso a respetar mujeres ajenas, las que de hecho se
sentían atraídas por sus ocultos encantos. Si
bien su cultura etílica era bastante apreciable, ya que a menudo se lo veía
beber con las amistades hasta que terminara la fiesta de turno o cerrara
el club o bar en donde estuviera de beberaje, retirándose de dichos
lugares en bastante buenas condiciones y siendo casi siempre de los últimos
en hacerlo. Sólo
había una condición de la que casi todo el Pueblo estaba enterado; los días
Martes y los Viernes, nunca se lo veía por el poblado, a la noche. Todo
sucedió imprevistamente cuando el Pueblo estaba en plenas conmemoraciones
de su centésimo aniversario, la comisión de fiestas formada a esos
efectos, se había esmerado al máximo para que dicha conmemoración sea
realmente apoteótica y durante toda una semana, distintos eventos
engalanaban a la centenaria población. Mucha
gente venida de los alrededores y aún de lejanos parajes, se hicieron
presentes para ser parte de dichos festejos y como lo que se refiere a la
cuestión de alojamiento, se veía bastante colapsada, casi todos traían
sus propias carpas y casas rodantes. Se
acampaba en un natural parque en las afueras de la parte urbana del
pueblo, junto a un ancho y caudaloso arroyo, en donde a la infraestructura
del lugar las autoridades comunales habían dispuesto todo una serie de
servicios esenciales para usufructo de los visitantes, como servicio y
venta de comidas, suficientes baños adicionales, juegos para niños y
todo lo que resultare para la comodidad de la gente que aprovechando la
coincidencia con las vacaciones de Primavera, venían a disfrutar de los
organizados festejos. Noche
de Viernes, y los festejos centralizados en una de las Escuelas (la más
grande) de la urbe. Cuentan
que nadie escuchó nada en el Pueblo, pero esa noche, en el improvisado y
organizado “Camping” una verdadera jauría de perros vagaban por
aquellos entornos y sus ensordecedores ladridos enloquecían a los canes
que alguna de las gentes acampadas habían traído. Eso
ponía nerviosos a los pocos integrantes de personas que se habían que
dado en el campamento junto a algunos funcionarios de seguridad y de
servicios. Alguien
tal vez cansado de tanto escándalo y que según adujo, aquella horda de
perros que aparentemente era comandada por un enorme ejemplar al que seguían
una veintena de los mismos, se aproximó demasiado a su carpa y en un
impulso de temor; les efectuó varios disparos con un arma de fuego, aparentemente un revólver y de inmediato, en medio de
aullidos que se fueron apagando a medida que los enloquecidos canes se
alejaban, volvió la tranquilidad. Aquello
solamente pasó como una anécdota risueña entre los habitantes del
poblado, los que pasado el fin de semana y terminados los festejos,
volvieron a su vida habitual de trabajo y a la rutina. Sin
embargo en las dependencias de la Policía, la apreciada familia de
nuestro personaje, radicó una denuncia por desaparición del mismo desde
hacía tres o cuatro días, aunque también desconfiaban los mismos que
como sabían de las calaveradas con las féminas, tal vez éste volviera
en cualquier momento. Lo
raro según dijeron dos de sus hermanos (los denunciantes) era que nunca
aquél acostumbraba a
ausentarse sin dejar por lo menos avisado, todos sabían de su conducta
que sin duda era intachable. Aunque
la denuncia la efectuaban porque cerca de las casas de ellos, que desde
hacía ya un par de días que lo buscaban entre las amistades y por cuanto
lugar que aquél solía frecuentar, se encontraron varias manchas de
sangre y los ancianos Padres estaban muy angustiados por la extraña
ausencia de su amado hijo. Así
las cosas, transcurrió un buen tiempo desde que aquél episodio que sin
duda conmovió al Pueblo, un par de meses antes. Casi
de forma accidental, unos niños que estaban recorriendo el arroyo en
busca de material para su clase de ciencias naturales, de pronto
percibieron que de una especie de pequeña cueva provenía un muy fuerte
olor nauseabundo que los asqueó de tal forma que no se atrevieron a ver
cual era la causa y en su retorno a sus hogares comentaron de aquel
episodio con sus Padres, los que dieron aviso a la Policía. Según
el Médico Forense aquél descompuesto cuerpo, casi comido por las alimañas,
llevaba muerto unas seis u ocho semanas y su muerte se debía
aparentemente a disparos de arma de fuego, ya que dentro de su osamenta se
encontró dos plomos que serían lo que le ocasionaron la muerte. Claro
que esto no aclara nada sobre la leyenda y creencia del hombre que se
transforma en perro en las noches de luna llena, en días Martes o Viernes, pero es lo que me contaron en aquél
Pueblo. Lo que sí puedo afirmar es que entre la gente del lugar, nadie tiene dudas que entre ellos vivió un Lobizón.- |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”
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