El grito de una raza |
El Sol, adelantó el ocaso, no quería verlo, morir así. Estiró su sombra, en un abrazo estremeció el grito del yaraví. Volvía derrotado, arrastrando su lanza, en su hoja, cantaba el pedregal. Toda la tristeza no alcanza, para ahogar aquel llanto bestial. En su vincha, pluma quebrada, en su pecho, tierra y sangre. Había odio en su mirada, ya no quedaría para siempre. Sus botas de potro, pesaban, no querían a destino llegar. Otrora, guerrero invencible sin par; hoy sólo recuerdos quedaban. Lanzó al cielo sus tres Marías, para pialar las estrellas. En el bosque, buscó espacio y sonó un clarín de silencio. Ya perdió, su última batalla pero nunca matarían su orgullo. Todo en su interior estalla y hasta la muerte calla. En corcel halado, fue invencible, pero el acero, rompió la piedra. Malones que te dieron temple, pasados que mañana, serán leyenda. Ni el viento, estuvo presente, sólo el bosque fue testigo, del roto corazón latente, que moría en un ruego. Manos firmes tomaron la lanza y la hundieron en su pecho. Macho fuerte de una raza que caló hondo nuestro acervo. Allí mismo nació un ceibo, que llora sangre en luna llena. Y brotó un manantial eterno que entona loas de leyenda. |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Plenilunio”
5 de noviembre de 2007
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