Dulce atardecer |
Dejando calor de fuego, el sol se robó la tarde. Tiñó el horizonte, dando envidia a la flor de ceibo. La llevó al ocaso y llora ésta, lágrimas de sangre. Que quiere ser luz y que será canto en soneto. En crisol de sones y luces, mi verso se inspiró. Es magia del cielo, testigo del encanto de cada día. Si hasta el canto de aves, se llamó a silencio. Lloró el monte y arrastró su cola de larga sombra. Cuando vuelvas a mí, yo cantaré mis odas con sentir. Eres tanto y yo nada, por eso mi canto te nombra. En tu ida, tu retorno se hace promesa al partir. Y vio el lucero que la noche, esperó un momento. Casi sin avisar, un manto de estrellas se hace presente. Brota un grito del alma, que escapó en un rezo. |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Mi verbena”
5 de febrero de 2002
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