De fútbol |
Nos
encontramos con un amigo, con quien no nos veíamos desde ya hacía mucho
tiempo. Él
como yo, se dedicaba a sobrevivir de las letras, aunque lo hacía desde la
redacción de un prestigioso periódico, en la sección de deportes, específicamente
en la especialidad de fútbol. Nos
invitamos a tomar un café en un bar cercano y allí nos dirigimos. Café
de por medio, le conté un poco de mi metiere de los últimos tiempos con
referencia a recopilar pequeñas historias grabadas en diferentes
“boliches” y que tenía
el proyecto en un futuro cercano de escribir un libro con aquélla
recopilación de jugosas anécdotas. Luego
de unos minutos en que me escuchó con atención, me dijo: ¡Que
casualidad! Tu sabes que yo estoy pensando hacer lo mismo con lo que se
refiere al Fútbol, con anécdotas tomadas desde el llano, desde la
tribuna popular del Estadio y desde la orilla de las canchas chicas, sus
vestuarios, sus Cedes, desde las reuniones con las familias futboleras,
que como tu ya sabes, hay muchísimas, hasta las historias repartidas en
todo el País. Desde
ya hace tiempo que vengo planificando esto, pero no tengo la facilidad de
escritura que tu tienes para los anecdotarios, lo mío es relatar
composición de equipos, resultados, posiciones en la tabla y llenar
cierta cantidad de centímetros en una página del diario que me pide el
Jefe de la sección deportes y listo. Por
lo tanto, me gustaría que pienses en mi oferta y aunando tu idea con la mía,
podríamos “sacar” un libro juntos; yo tengo una gran cantidad de
grabaciones que tendríamos que compaginar juntos y unirlas con las tuyas
y las que juntemos en un futuro inmediato. Estoy
seguro de que sería una gran pegada, ¿no te parece? Por
supuesto que todo sería en
partes iguales, los gastos y las ganancias, yo tengo algunos Editores
amigos, así que veríamos. Pensadlo
y me comunicas tu decisión que es muy importante para mí. Cuando
nos despedimos intercambiamos teléfonos y direcciones, como los capitanes
de equipo, intercambian banderines y abrazos antes de comenzar el evento;
aunque aquellos luego se líen a golpes como si fueran enemigos de tribus
bárbaras del pasado. Me
tomaría unos días en contestarle a mi amigo, su generosa oferta, me
interesaba, aunque no me gustaba inmiscuirme en algo que no conocía a
fondo, claro que para eso estaba mi colega especialista en el tema, ¡el Fútbol!,
que tema. El
próximo Domingo se jugaba lo que se a dado en llamar “el clásico”,
así que tiré al aire una moneda y de esa manera decidí en que sector de
la tribuna popular, en que bando, me introduciría junto a aquélla horda
de fanáticos y por supuesto que lo haría con mi viejo grabador de
bolsillo. Nunca
pude discernir muy bien a aquél deporte que aparentemente inventaron los
Ingleses; el porqué todos los protagonistas en el campo de juego se
disputaban un cuero redondo y lleno de aire, para mí la solución estaría
en darle a cada uno de ellos una pelota y listo. Allí
cuando quise ingresar, radicó mi primer problema, yo no sabía que no se
permitía entrar al Estadio con radios, termos o algún objeto que
sirviera para agredir, sobre todo a los árbitros. En
la entrada, a mujeres y a hombres, los revisaban como si todos fuéramos
“gansters” y quisiéramos introducir algunas ametralladoras o algo así. Así
que tuve que dejar mi grabador dentro de mi automóvil, ubicado y
estacionado a varias cuadras de distancia de donde se disputaría el
popular evento. Debí
de tomar un taxi para hacer esa diligencia y no perderme parte del espectáculo. Cuando
por fin logré entrar, una verdadera marea humana me ubicó en medio de un
perfecto pandemonio de gritos, cantos, insultos incluidos en los mismos,
todo el mundo disfrazado, muchos de ellos y ellas con sus caras pintadas
como si se tratara de integrantes de una gran murga. Aquello
era digno de una película de Fellini o de una parte del Infierno del
Dante. En
el aire de aquel micro clima que se formaba con tanto gentío, se
respiraba humo de marihuana, el que se mezclaba con el humo del carbón
con que se asaban los famosos “choripanes” (chorizos semi crudos y muy
picantes dentro de un pequeño pan) todo olía a vino barato y a
transpiración, también algún olorcillo a caño de saneamiento tapado, a
aquello se lo denominaba ¡Fiesta! del Pueblo. Me
acordé de aquello de “Pan y Circo”. De
pronto cuando salieron los equipos a la cancha, todos saltaban y
gesticulaban como demonios y tiraban toneladas de papeles al son de
tambores, trompetas, chifles y matracas y para colmo de males, me vi
forzado a saltar con aquellos desaforados; ya que entre sus cantos había
uno que recuerdo muy bien y que decía así: “El
que no salta es un aburrido” “El
que no salta es un vendido” “El
que no salta es un hijo de puta” “Ole,
ole, ola, los vaaamos a reventaar” O
saltaba o estoy seguro que de allí no saldría vivo, así que salté,
aunque aquello me infligiera más traumatismos y dolores que si hubiera
disputado el encuentro que se estaba llevando abajo en el “field” y
que por supuesto casi nadie veía, por lo menos sentados como los que
estaban ubicados en las plateas. Para
colmo, a mi lado tenía a un veterano señor de color (negro) con algunos
dientes menos y disfrazado con los colores de su club, que cada pocos
minutos con una aguda y fuerte voz de pito, gritaba junto a mi oído: “¡Juez
botón! ¿qué cobrás? Botón, hijo de puta; la concha de tu Madre” Así,
casi de continuo, aquello era como un sonsonete y cada tanto me miraba con
cara de inquisidor, con aliento a vino barato y desparramando saliva como
si se tratara de un rociador, me preguntaba...”¿viste que es un
botonazo? ¿no te dije que estaba comprado?”, yo asentía, no me quedaba
otra. Como
por la mitad del segundo tiempo, lo vi orinar dentro de una botella plástica
vacía de refresco, de los de a litro y recaudar orín entre varios de los
allí presentes, yo me negué olímpicamente aduciendo que no tenía
ganas; luego lo vi perderse tribuna abajo y desde entonces no “gocé”más
de su presencia. Como
por un pase mágico, como si flotara en una inmensa alfombra donde me
pisaban, me empujaban, tiraban de mi ropa y recibía golpes de todos los
tamaños, salí de allí media hora después de la culminación del
encuentro, ya casi era de noche y bajo una incipiente llovizna que se
acentuaba y con parte de mi ropa arrancada, sin mi teléfono móvil, sin
mis llaves del auto, sucio, con mal de estómago y sin mis cigarrillos,
sin encendedor y lo más triste, sin mis documentos y sin ninguna moneda. Me
encaminé hacia donde tenía estacionado mi vehículo, esquivando alguna
que otra pelea entre parciales y lo hacía casi al trote porque la lluvia
ya arreciaba y yo había dejado mi campera en el móvil ya que cuando llevé
mi grabador, sentía calor y sólo contaba sobre mi camisa de manga corta,
con un liviano pulóver, el que sin duda mi mujer tiraría en cuanto me
hiciera presente ante ella. Ya
llegaba a donde estaba mi auto con la idea de recuperar una llave de
repuesto que tenía escondida debajo de uno de los paragolpes del mismo,
muy cerca de allí, se escuchaba una alarma de automóvil, claro que
aquello en los últimos tiempos pasaba como desapercibido ya que la gente,
yo incluido, no le prestaban ninguna clase de atención, ya todos lo habíamos
incorporado a los ruidos naturales y anormales de la gran urbe. Cuando
ya estaba próximo al mismo, mojado como un pez y maldiciendo como un
Beduino al que se les escaparon los camellos; me esperaba otra sorpresita,
la alarma que sonaba, era la mía. El
vidrio de la puerta del acompañante estaba hecho trizas y sus restos
esparcidos en los asientos y en el piso, sobre la alfombra, tomé la llave
que por suerte estaba en su escondite y desconecté aquel ruido al santo
botón. En
el lugar de la radio, solo colgaban unos cables, la guantera que estaba
abierta, no tenía absolutamente nada, ni el manual del coche, ni la
linterna, ni papeles, ni lapicera y otras cosas que todos amontonamos en
ese lugar. Tuve
que bajar a seguirme mojando, porque a alguna señorita se le ocurrió
usar al parabrisas como pizarra y dejo escrito en él con lápiz de
labios, la típica y nunca bien ponderada palabra “PUTO” y al poner en
funcionamiento el limpia parabrisas, aquel arrastraba aquella porquería y
con el agua de lluvia dejaba grasiento el vidrio en vez de limpiarlo. Así
que utilicé una de las mangas mojadas de mi buzo para limpiarlo en parte
y tener por lo menos un poco de visibilidad para poder huir de aquel
lugar. Después
de varias maniobras para sacar mi vehículo, me lo habían dejado apretado
los que aparcaron delante y detrás; me encaminé con urgencia rumbo a mi
querido hogar, rogando que no
me pare ningún inspector de tránsito, podía aquel correr peligro de que
lo muerda (¿quién iba andar con aquélla lluvia?), pensando en que cara
pondrían mi mujer y mis hijos, cuando me vieran llegar en esas
condiciones, desee de todo corazón que no se asusten mucho, auque sabía
que luego vendrían las pesadas bromas. Recuerdo
que la frutilla de la torta la puso mi amada Esposa, la que luego de
escuchar toda mi lastimosa peripecia, mientras me encaminaba a la ducha,
lo primero que atinó a decir fue: “¿No fuiste a la Policía?” Maldije
tanto a mi amigo, a su santa Madre, a sus ancestros y al maldito boliche
que nos sirvió de punto de encuentro; maldije tanto que se me terminaron
las formas de maldecir y eso que agregué varios conceptos de insulto que
había aprendido aquélla olvidable tarde, aquello no me calmó pero en
algo ayudó. Al
otro día desde mi lecho de reposo de recuperación, llamé por teléfono
a mi amigo y no me pude contener, dejando a mis buenas costumbres y a mi
educación de lado, le dije dónde se podía meter su plan de que juntos
escribamos un libro. Le agregué muchos saludos a su señorita Mamá y corté. |
Juan Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”
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