Crucero de placer |
Aquel
viaje en Crucero había venido “de arriba” como quien dice; era fruto
de un premio sacado de “chiripa” en un sorteo de los que solían hacer
los grandes mercados de venta de todo lo que a uno se le ocurriera
comprar, desde un simple cepillo de dientes, hasta un automóvil. Todo lo que se necesitaba era una abultada billetera, una chequera o una tarjeta de crédito, ambos con respaldo de suficientes fondos para surtirse en éstos centros. Fue
en una de esas compras que semanalmente realizábamos con mi mujer y que
abastecíamos nuestra cocina, hasta el próximo viaje al súper mercado,
que por insistencia de mi media naranja, llené uno de los cupones que
luego de pagar nuestra compra, nos dio una sonriente cajera y que deposité
en una gran urna que para esos efectos estaba estacionada muy cerca de las
múltiples cajas de cobro y que luego casi en un echo simultáneo, me
olvidé del caso. No
habían transcurrido dos semanas de aquel casi olvidado episodio, cuando
una llamada de teléfono nos comunicaba por medio de una voz femenina que
me pareció, la de un ángel; que habíamos salido favorecidos por aquel
tan promocionado Crucero por las Islas del Caribe, con una duración de un
largo y caluroso mes y con una no muy abultada pero apetecible suma de
dinero para gastos, pero que redondeaba aquel inesperado y ampuloso
premio. Quince
días después y luego de algo traumáticos aprontes apurados de
documentos y dejar todo solucionado por la ausencia, partimos. Formábamos
parte de otras nueve parejas agraciadas con el mismo premio que consistía
en viajar en un enorme trasatlántico por varias de las muchas islas del
mar caribe. Claro
que en clase económica y con casi todos nuestros paseos condicionados de
antemano por la agencia de viajes que fuera contratada por la agencia de
publicidad que se había echo cargo de la promoción que ofreciera el
conocido súper. O
sea, que seríamos esclavos de las indicaciones y horarios que nos indicarían
nuestros guías, pero como “a caballo regalado, no se le miran los
dientes”, firmamos todo lo que se nos pidió que hiciéramos y recibimos
el dinero extra que incluía el premio, saludamos a nuestra familia,
vecinos (con la envidia marcada en sus sonrientes rostros), algunos amigos
y nos tomamos las de Villadiego. Por
éstos lugares estábamos en el solsticio de cáncer, o sea en pleno
Invierno, por lo tanto en nuestros destinos disfrutaríamos del intenso
calor del verano. Todos
los ganadores de aquel viaje, fuimos presentados a bordo de aquel
estupendo barco y con los dos guías, uno varón y la otra mujer, políglotas
ellos, muy agradables ambos, como no podía ser de otro modo, ya que
estudiaban para ese metiere. Éramos
veintidós personas que en las casi dos mil que transportaba la nave, pasábamos
casi desapercibidas. De
todas formas todos trataríamos de pasarla lo mejor posible, de eso no me
cabían dudas. En
lo que nos era en particular, aquello sería como nuestra luna de miel que
nunca pudimos tomarnos; la excusa de siempre, trabajo, hijos, trabajo y más
hijos y más cuentas que pagar. Tendríamos,
según nos explicaron unos cuatro o cinco días (dependía del buen o mal
tiempo) para llegar a nuestra primera escala, San Salvador de Bahía. Aunque
los comedores y habitaciones de cada clase o categoría, estaban separados
por los distintos pisos, había horarios y ocasiones que se nos permitía
deambular por casi todo el barco. Como
era casi natural entre nosotros, se formaron varios grupos que se juntaban
para charlar, ir a ver juntos alguna película o espectáculo, acudir a
alguno de los bares de a bordo o simplemente para tomar el sol que se hacía
más picante a medida que nos acercábamos a la línea ecuatorial y que
nos permitía disfrutar de una muy agradable piscina. La
llegada de nuestro crucero al puerto de “Bahía”, realmente nos
emocionó hasta las lágrimas. Si
bien el barco tocó muelle poco después del medio día, recién se nos
permitió bajar a tierra, luego de las diez y seis horas y lo hicimos
conducidos por nuestros cicerones; casi nos parecíamos a niños
conducidos por sus Maestras, por las innumerables recomendaciones que
aquellos guías nos hacían. También
se nos advirtió que deberíamos de retornar antes de las dos de la mañana,
ya que el barco se reabastecería y partiría a las cinco horas de la próxima
jornada. Allí
nos esperaba un pequeño ómnibus que nos pasearía por aquellas
empedradas calles de subidas y bajadas increíbles, donde solo con
recorrer unos metros, ya no se veía por donde habíamos pasado hacía uno
o dos minutos. Todo
era realmente grandioso por sus casas multicolores, pero donde predominaba
el blanco que estaba presente aún en las ropas de los habitantes de
aquella tierra llena de música y misterio. Al
anochecer, nuestro transporte se estacionó en lo que según nos
explicaron era la plaza principal de la Ciudad, allí en un típico
restaurante, podríamos recomponernos un poco del agobiante calor y darle
rienda suelta a nuestras necesidades fisiológicas. Antes
de tomar lugar para la cena y luego de algún necesario refrigerio, se nos
invitó a recorrer los alrededores, incluida la fastuosa Catedral,
nuestras cámaras de fotos agotaban rollos de una manera descomunal. Se
nos permitió recorrer libremente por la gran plaza y por su perímetro
por el término de una hora, donde todos los negocios estaban abiertos e
iluminados a “full” y donde un mar de gentes se paseaban entre decenas
de puestos de venta de una vasta feria artesanal; aquella gente sí que
sabía atender al turismo y por algo, éste era el principal sustento de
aquella comunidad. Con mi mujer y un matrimonio con el cual habíamos echo amistad de ocasión y de compañeros del mismo premio, nos internamos en aquella maraña de gente y negocios para comprar algún típico recuerdo o simplemente para extasiarnos con todo lo que se veía por allí. Mientras
las mujeres elegían algún bolso, primer paso para llevar lo que
compraran, yo y mi compañero, nos corrimos unos metros para ver una
interesante muestra de artesanía elaborada con plata, joyas y todo lo
imaginable que se pudiera aplicar y colgar en un cuerpo humano y que
estaba atendido por varias personas que vigilaban que ningún turista
distraído se retire sin pagar por lo que comprara. Mi
compañero se decidió por una gruesa cadena del noble metal con vistoso
tramado, luego de una corta pero firme transacción con la vendedora; para
lucir en el cuello. Mientras
que yo indeciso, estaba viendo un hermoso collar con incrustaciones de
piedras y deseaba que mi mujer lo viera para que me motivara a comprárselo
de regalo, aunque ello limite nuestras compras en aquella escala. No
debíamos olvidar que ésta era nuestra primer parada y según nos dijeron
aún quedaban como quince más. Debíamos
de cuidar nuestras reservas de dinero que sumado a lo que nos dieron como
parte del premio, habíamos traído como para aprovechar la feliz
circunstancia que se nos presentaba, tal vez y sin tal vez, única en
nuestras vidas. Se
veía alegría por doquier, tanto del lado de los extasiados turistas,
como de las gentes del lugar; las mujeres con sus trajes típicos y los
hombres que hasta en el hablar parecían cantar. Sin
duda que aquellas dos caras que se pusieron detrás de mí, también
trasmitían alegría, salvo que uno de ellos presionando algo duro y frío
en mis costillas.... Con
mucha amabilidad y casi en mi propio idioma, me dijo: ---Señor,
¿tendría la bondad de acompañarnos? -
Tenemos que hablar con usted unos minutos. Y
acompañando las palabras con la acción, ambos me empujaron con suavidad
hacia un punto no determinado entre aquella maraña de gente. Me
percaté que aquellos lugareños, uno de tez oscura y con motas en su
cabeza y el otro, el que esgrimía el arma, blanco y de cabellera muy
rubia, ambos muy delgados y con un fétido olor que venía de sus bocas,
que me imaginé que era la unión de droga con alguna bebida alcohólica. Yo
miraba desesperado hacia donde estaba mi compañero abonando su compra
primero y luego, ya con muchos nervios lo hice en dirección a donde
estaba mi Esposa. No
veía a ninguno de ellos y aquello que se quería meter en mis costillas,
me empujaba ahora con más saña. <¿Qué
pasa? ¿Quién son ustedes? ¿A dónde me llevan?> <Déjenme
avisar a mi Señora, por favor.> Aquellos
simpáticos individuos, no dejaron en ningún momento de sonreír, incluso
cambiaban bromas entre ellos. Cuando
quise acordar, ya estábamos cruzando una ancha calle de las que
circundaban la plaza y cuyo tráfico era muy intenso a esa hora de la
noche. ¿Qué
querrían aquellos hombres? ¿Serían
los tan difundidos ladrones de éste hermoso País? - ¿Porqué a mí? Allí
del otro lado de la calle en la vereda que pertenecía a la iluminada
Catedral, había un Policía con el inconfundible casco blanco. Trataría
de llegar hasta él y de ese modo terminaría con aquél incidente; de que
éstos hombres no eran Policías, no tenía dudas, ya que en ningún
momento me pidieron los documentos, ni exhibieron los suyos. ya estábamos
muy cerca del custodio del orden. De
pronto aquello que me imaginé que era un arma, se materializó bajo mis
narices en un enorme revólver de color negro y mientras el que me
apuntaba le daba la espalda al servidor del orden, el otro se abrazó a mi
muy cariñosamente, como si yo fuera su amante o algo así. Me
musitó al oído casi dulcemente: --Si
no quieres morir aquí mismo, sigue caminando con nosotros y sin gritar o
intentar nada raro. ¡Rápido! Yo,
lo único raro que noté, fue que el Policía, se daba media vuelta y se
alejaba de la dirección que llevábamos y en ese momento sentí que mis
piernas, empezaron a temblar. Mi
mujer, ¿se habría percatado de algo?. Quizas
mi compañero, se aya dado cuenta de todo y pronto, alguien acudiría en
mi ayuda. Mis
delincuentes compañeros y yo, nos internamos en una calle que daba al
costado de la Iglesia, allí y a los empellones, me hicieron subir a un
auto estacionado junto a la vereda que su declive de bajada acompañaba a
la empedrada calle que sin duda desembocaba en el mar. ¿Porqué,
todas las calles laterales de las Iglesias que conozco, adolecen de poca
luminosidad? ¿Habrá
algún convenio secreto con la Curia? De
bruces, me hicieron caer en el piso de aquel incómodo automóvil, en la
parte de atrás, pasando por una de las puertas delanteras, ya que éstos
modelos sólo cuentan con dos puertas; dándome órdenes para que no me
moviera ni levante la cabeza o de lo contrario me ultimarían allí mismo. Todo
esto sugerido brutalmente por la fría arma que se paseaba de la espalda a
la cabeza, machucándome sin duda varias partes de mi ya tembloroso
cuerpo. En
ese momento se me cruzaba como una ráfaga de imágenes, todo lo que uno
veía en los noticieros y en la prensa en general, sobre la violencia
arraigada en los círculos delictivos de este hermoso País. Todo
aquello y la incertidumbre de lo que harían conmigo, sumado a las
tremendas dudas de lo que sucedió con mi Esposa, ¿se habrá percatado de
algo?, me oprimían el pecho como una aplanadora y mi corazón amenazaba
con saltarse fuera del pecho. Cuando
pusieron en marcha el coche, traté de recordar alguna oración, pero la
irracionalidad que asistía a mi cerebro, podía mas y me faltaba saliva
en mi boca por la furia que me subía de mis entrañas. Aquella
incómoda posición no me dejaba ver absolutamente nada, salvo la mal
oliente alfombra de goma y parte del respaldo de los asientos delanteros. Caí
en cuenta que mis manos estaban libres y traté de urdir algún plan, no
debía de dejar que aquellas alimañas terminaran con la vida del hijo de
mi finada Madre, sin intentar algo, no sabía qué, pero algo intentaría. ¡Ho!
Que bronca tenía, que estaba superando a mi descomunal miedo y a ello
contribuía la adrenalina que en esos momentos, sin duda fluía a chorros
por mis venas. Nunca
había experimentado en mi vida aquellas ganas locas de matar a un
semejante o dos, como en aquellos precisos instantes, de alguna forma debía
de salvar mi vida, ya que no me quedaban dudas de que aquellos mal
vivientes, se desharían de mi osamenta en cualquier momento. Al
notar que no me habían quitado ni mi dinero, del que llevaba una generosa
cantidad, ni ninguna otra pertenencia como mi reloj o mi anillo de
casamiento, era lo que me infundía más miedo; ¿qué buscaban éstos
hombres? Tal
vez primero me matarían y luego me despojarían de mis pertenencias. Pocos
metros había avanzado el móvil, cuando se detuvo, yo que ya estaba
haciendo con una de las alfombra de goma un rollo, me incorporé un poco,
simulando que me estaba acomodando el cuerpo, ya que tenía el arma
apoyada a mis riñones y por la ventanilla me percaté de que estábamos
detenidos en la esquina por la acción de los semáforos. Ellos,
algo decían de un morro y nombraban a cierta gente que sin duda, eran
amigos o cómplices de ellos, por ahí reían o pegaban unos gritos como
demonios. De
pronto todo se convirtió en sirena, gritos, disparos de armas, arranque
violento de vehículos y un violento choque contra otro automóvil que
circulaba traversalmente al darle paso el semáforo. Luego
del golpe, ambas puertas se abrieron y mis no queridos acompañantes,
tirando maldiciones y tiros, salieron corriendo entre el tráfico seguidos
por unos Policías que circulaban en un móvil de los que llamaban “Buggi”. Viendo
todo a través de mi posición y con dolores adicionales en mi cuerpo, me
incorporé y salí del vehículo. Algún
transeúnte solamente miraba todo aquello como si fuera algo ya cotidiano
y que no merecía ninguna atención especial. Corrí
por la vereda de aquella larga cuadra, por el costado de la imponente
Iglesia, hasta llegar de nuevo a la Plaza que seguía atestada de turistas
y lugareños, en el camino me crucé con el guardia civil que por unos
instantes fue mi esperanza de salvación, que estaba conversando muy
animadamente con una chica, una “garotta”. Sacudiéndome
la ropa estuve varios minutos buscando a mi mujer y al matrimonio compañero
de viaje. Cuando
mi Esposa me vio, lo primero que me dijo fue: ---¿Dónde
te habías metido? ¡Ya
me estaba preocupando, porque creí que te habías perdido! ---¿Qué
te pasó en la ropa? ---_¿Te
caíste? ¡Mira como estás transpirando! Y
casi sin tomar aliento agregó; ---Te
buscaba porque vi un hermoso collar de plata con incrustaciones de piedras
y quería consultar contigo. ¿?-------¿?????? Tendría un largo viaje y varias razones para contarle. |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”
Ir a índice de Narrativa |
Ir a índice de Pombo Clavijo, Juan Ramón |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |