Caminando por una calle cualquiera, el hombre deambulaba sin rumbo y sin apuro ¡total! él pertenecía a la inmensa mayoría de desocupados que habitaban la urbe.
Manos en los bolsillos, hombros caídos, la cabeza algo inclinada y los ojos mirando lejos, muy lejos, casi al infinito pero que realmente, sólo veía dónde iban sus cansados pies, que éstos ya se movían bajo protesta, por el cansancio.
Le abrumaba el desconsuelo, la desazón y la angustia de comprender que, de él dependía la sobre vivencia de su querida familia y en la telaraña de sus pensamientos, se enfrascó por enésima vez, en ver como zafar de esa lamentable situación.
Su familia, que él empezó a construir ya hace como quince años.
Su esposa y cuatro hijos.
Su mujer, un verdadero lujo pensó; una hija en el secundario que valía lo que pesaba, un hijo saliendo de la primaria que pintaba ser un “bocho”, una hijita con tres años y el mimoso de la casa.
El sol de la familia, con sólo un año y algo (el mimoso).
Ah, no olvidemos de la Abuela (madre de él) que después de enviudar, trabajó mas allá de su jubilación para ayudar a “parar la olla”.
Qué panorama se repetía de continuo, para colmo ya van para cuatro meses de no tener ni una changa, ni un rebusque.
Viviendo de la jubilación de la “vieja” y de los fiados que no sabía cuando iba a pagar ni cómo; vendiendo algo aquí, algo allá.
Sumido en sus pensamientos, no vio el vehículo que casi, lo pisa al querer cruzar la calle.
Se oyó una gran frenada y luego, un golpe.
Aunque no revistió gravedad, dio para que el hombre descargue algunos improperios contra el dueño del móvil, luego viendo que la gente se arremolinaba a su alrededor, para interesarse por su salud; tuvo vergüenza y se disculpó como debía, para con el agraviado.
Después de todo, fue educado con mucho respeto hacia el prójimo y no iba a empezar ahora, a mancillar la educación y el culto que sus padres invirtieron en él como hijo único.
Luego de alguna fricción en su pierna, que le dolía un poco, siguió su camino sin rumbo y llegó a una pequeña plaza que conocía de siempre, desde su niñez.
Buscó un banco desocupado, se sentó y se dispuso a descansar y meditar un rato; mataría algo de tiempo, el que le andaba sobrando.
Distraídamente dirigió la vista hacia donde jugaban unos niños y se preguntó, si alguno de éstos no sería amigo de sus hijos.
Estaba disfrutando del momento, el sol se alejaba en el ocaso y la temperatura era agradable.
Se puso a armar un cigarro de tabaco que todavía le fiaba el “gallego” del kiosco, gallego de fierro, pensó.
Distraídamente se tocó, la pierna golpeada y pensó “que golpazo por andar en “babia”, si andaré ligando mal..
Se levantó la pernera del pantalón para ver mejor, que panorama le ofrecía la parte donde lo golpeó el vehículo y siguiendo con sus cavilaciones “debo estar “engualichado”, ¿por qué a mí? Tengo que hacerme santiguar.
Se sentía realmente un ser desdichado cuando se fijó en un bulto que estaba debajo del banco, en que estaba sentado.
Primero fue verlo, luego engancharlo con él pié, lo que parecía una billetera o una cartera pequeña.
De pronto su cara se transformó, ahora era de chacal y su vista y oídos, de lince y la adrenalina fluía por sus venas como tren expreso.....
Miró a derecha e izquierda con cara de situación, por si alguien compartía su hallazgo y no vio nada extraño, eso lo calmó.
Luego su mano se hizo ráfaga y rayo por la velocidad con que tomó la billetera y de que manera ésta desapareció como por arte de magia dentro de uno de sus bolsillos de la campera.
¡Caramba! De pronto se sintió muy bien y con ganas de poner distancia con aquel lugar.
Lo cual así lo izo, ¡y de que manera! ........¡Que apuro!
Su paso, más que paso, era un trote y el dolor en su pierna ¿qué dolor?
Como dicen ahora los chicos, en su manera de decir las cosas; ( Tal vez no muy ortodoxas pero con sabiduría inocente)...¡Ya fue!
Una , dos, tres cuadras que caminó en tiempo de marcha olímpica, le dieron la tranquilidad de poder tomarse un resuello, se lo pedían sus nervios, más que su cansancio.
Simuladamente y mirando sin ver, alguna vidriera, metió la mano en el bolsillo, dándole órdenes a su corazón para que no se desboque y abrió la portadora de su angustia y de sus miedos, con la esperanza de un buscador de oro.
Sus ojos, entraron en una órbita extraña cuando vio algunos cheques y un montón de billetes extranjeros de alta denominación, de alto valor.
¡Hay muchos! ¡ ¡Mucha platita! ¡Que cantidad! Exclamó y archivó nuevamente en lo más profundo de su bolsillo, la causa de su euforia contenida y enfiló rumbo a su hogar, deseando compartir con su familia su tesoro y su alegría; al fin se le había dado una, pensó.
Cuántos planes acudían a su mente y se atropellaban los deseos, <Voy a pagar las cuentas > <Le compraré ropa a los pibes > <Algún regalo para Mamá y mi mujer> <Podré volver a fumar del bueno> <Podremos comer como Dios manda> < Verme nuevamente con los amigos en el boliche y recuperaré mi crédito>
Con todo ese corzo a contramarcha, llegó a su casa como niño que aprobó un difícil examen; besó a su mujer y a sus hijos y preguntó por su “Vieja”.
<Fue al mercado pero ya debe de estar por llegar> le contestó su mujer y le preguntó algo que ya era un clásico, ¿conseguiste algo?
Él izo como que no la escuchó, algo que también ya era un clásico.
Quiso mantener el secreto hasta que llegara su madre, así de ésa manera lo disfrutarían entre todos, aunque la buena nueva le quemara las entrañas y pugnara por salir.
Se lavó, preparó su mate y se distrajo jugando con los hijos y en especial con su bebé.
Escuchó que llegaba su madre, le daría tiempo para que descargue sus compras, total, que apuro había ahora ¿verdad?
Mientras suegra y nuera acomodaban lo comprado; la recién llegada comentaba con tono afligido.....
<Sí, en la carnicería todos comentaban lo que le sucedió a la viuda que vive en el chalet grande y que siempre saca los perritos a pasear por la plaza de aquí cerca, la señora que nos regaló la perrita.
<Parece que fue a cobrar un montón de dinero a la escribanía y que se cree que era por la renta, de los campos que le dejó su difunto esposo y llevaba la plata a depositar al banco>
<En el camino y atravesando la plaza, como llevaba los perritos, ató éstos a un banco de la misma, ya que están acostumbrados y se sentó un momento a descansar >
<Luego cruzó a la entidad bancaria que queda cruzando la calle, a guardar sus pesitos y cual no sería su sorpresa ¡Pobre mujer!
Cuando se dio cuenta que había perdido la cartera-billetera en la que portaba todo el dinero, tanto en cheques como en efectivo>
<Todito perdió, ésta mujer y la desesperación, porque dicen que volvió casi enseguida por donde había venido y hasta los perritos se le habían escapado (después se enteró que andaban detrás de una perra alzada) y tuvo que buscarlos con la ayuda de algún vecino, pero de la billetera y de la plata.....nada... ni noticias>
<Me da una lástima; pensar que el finado le cuidó el parque tantos años y lo buenos que fueron con nosotros, en épocas difíciles >
Cuándo nuestro hombre escuchó esto que relataba su madre, no se le movió un pelo, pero ¡Qué procesión recorría por sus huesos! ¡Cómo se atomizaban sus sueños! ¡No lo podía creer!
Su cabeza parecía explotar y su conciencia, lo golpeaba como un martillo y en el bolsillo, una culpa le gritaba en silencio.
No pudo esperar a la mañana, para cumplir lo que su deber le dictaba y buscó una excusa para salir y salió.
Fue directo a ver a la viuda, que tan mala suerte había tenido, ya que ésta lo conocía desde toda la vida; cuando lo vio tan agitado temió que algo le ocurría a su familia.
Lo invitó a pasar preguntándole a la vez, por el motivo de aquél estado de ánimo que su cara trasuntaba, más viendo que por la cara del muchacho corría la transpiración.
Nuestro hombre allí y sin más trámite, le devolvió lo que aquella ya daba definitivamente por perdido........????
¡Que agradecida se la veía! ¡Que felicidad! Lloraba de alegría aquella mujer y su llanto era por demás contagioso. ¡Qué demonios!
Él también lloraba camino a su casa.
Las convulsiones de su cuerpo no atenuaban su llanto, su pecho parecía que explotaba y ahora, su cara semejaba a la de un lobo estepario con mucha hambre y su mirada de loco asustaba.
No se podía convencer ( que aquella generosa señora que lo conocía de toda la vida); lo acunó en sus brazos y le dio el más tierno de los besos en la frente y el ¡¡¡¡ GRACIAS ¡!!!!!
Más generoso y agradecido, que su desdichada y opaca vida nunca esperó.-
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