Confidencias |
Ya
estaba por abandonar aquél prolijo local, muy aséptico y con fuerte olor
a desinfectante, muy “coqueto” y con muy buen gusto para la distribución
del alumbrado y que en casi una hora, yo era el único parroquiano y mi único
interlocutor, el mozo, dueño y prolijo despachador de bebidas, al que
percibí como algo “raro” en su manera de actuar y hablar. A
éste lo asistía, un enorme hombre al que se lo veía haciendo labores de
limpieza en una pieza ubicada detrás del cómodo mostrador con banquetas
altas y acolchadas. De
pronto se empezó a poblar aquel limpio y pequeño local con gente que venía
según me enteré después, de un local ubicado a la vuelta de la esquina,
de salas velatorias, o sea de un velorio. Aquello
se empezaba a poner interesante y repetí mi segunda ración de líquido
ámbar e instintivamente me toque el grabador que siempre llevaba presto,
en el bolsillo de la campera. Dentro
del bar, el ambiente se puso muy animado y a ello contribuía una suave música
que de pronto izo su incursión. Esta
vez mi copa, me la sirvió aquella persona de gran dimensión de cuerpo
que se apersonó detrás del mostrador para atender a los parroquianos,
junto con el dueño e incluso lo vi que manejaba la caja. Casi
con disimulo me corrí a la punta del largo mostrador, para darle lugar a
los clientes que iban arribando, allí no llegaban los altos bancos y
adopté la clásica postura del bebedor consitudinario; me acodé casi con
cariño junto a mi copa recién servida. Desde
allí miraría el mundo que me rodeaba y que en un primer momento, cuando
observé que clase de gente invadía aquel recinto, mi primera reacción
fue la de largarme de aquél lugar, un bar de homosexuales. Varios
de aquellos, mujeres y muy hermosas por cierto, a pesar que el gesto de
casi todos se veía muy adusto y mimetizado por la circunstancia de venir
de velar a quien parecía ser integrante de tal cofradía, incluso de vez
en cuando se escuchaba algún llanto. Escanciaba
mi bebida con pequeños y espaciados sorbos, dejando que el hielo se
derrita y así de esa forma ésta me duraba más. Al
lado mío se estacionaron dos personas que evidentemente habían nacido
del sexo masculino y de inmediato prendí mi grabador y un cigarrillo y
posé mi practicada estúpida mirada en un punto de la calle que miraba a
través de la transparente vidriera. Con
voz afeminada: <......y
tu bien sabes que yo fui pareja de él, hasta casi un año atrás, que nos
peleamos y que desde ese momento, no lo volví a tratar nunca más.> <Luego
él se puso en pareja con Victoria, que ya sabés que entre ella y yo,
nunca hubo mucho “filling”, desde que fuera pareja de mi hermano; él
estaba muy metido con ella, pero ella, voz ya la conoces, ...le gustan
todos, “putaza” la pobre.> Risas
y pedidos de copas para ambos. ¡Pobre
Aníbal!, quién dijera que iba a morirse de esa forma...ya sé, me vas a
decir que muerte es muerte de cualquier forma, pero ¡él!, que se cuidaba
tanto de esas cosas ¿no?. <¡Hay!
Me acuerdo y no me puedo aguantar – llegaron las bebidas – deja que yo
pago, voz pagas la otra.> <Cómo
te decía, él siempre tuvo costumbre de golpear a sus parejas; cuando no
tomaba, era amoroso, pero cuando se “mamaba”, ¿quién lo aguantaba?,
se volvía loco de agresivo.> En
esos momentos atinaba a pasar por delante, rumbo a los baños, una mujer,
con fuerte olor a perfume barato, que ya superaba con holgura los cuarenta
pero que con la ayuda de un cargado maquillaje, aparentaba, diez menos;
llevaba sus ojos muy irritados como consecuencia de haber estado llorando.
Besó
a quienes mantenían su diálogo a mi lado y sin detener su movimiento y
sin yo poderlo evitar, me besó a mí, dejándome más que perplejo. Ya
proseguía su camino cuando el que más había hablado, tomándola de un
brazo, le disparó una pregunta. <Margarita,
voz que tuviste una larga amistad con Aníbal...¿verdad que era muy
agresivo cuando tomaba?> La
interrogada quedó por unos segundos en silencio y los miró a ambos,
luego a mí, que no sabía ya a ésta altura de los acontecimientos, como
“zafar” de aquel embrollo y dijo: __Perdonen,
pero no estoy en condiciones de contestar eso ahora, si me disculpan;
estoy apurada... Y sin más se retiró y yo también, ya era suficiente por ese día. |
Juan Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”
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