Cuántas veces el espécimen humano, con envidia ha mirado transcurrir la vida de la flora, en la hidalga figura de un simple árbol.-
Sobre todo si éste es lo suficientemente longevo como para tomarlo como referencia y testimonio de vida.
Con el atrevimiento que me permite mi imaginación; él pondrá su historia y yo, mi pobre y humilde fantasía.-
Cuenta éste otrora robusto y altivo hermano existencial, que el principio de sus días transcurrió de forma totalmente accidental a saber...
Alguien que transportaba ramas de podas, dejó caer una pequeña estaca que quedó casi sepultada por los pastos y por las pisadas de algún animal o de algún cazador furtivo y por meses nadie lo tomó en cuenta, ya que no tenía utilidad ni como leña.
Fue alguna pisada que la apretó y hundió en la tierra, lo que presagió que su fin estaba muy cerca y pronto sería al pudrirse, parte de la profecía, “lo que del polvo nace......”.
Así él creyó, por un tiempo, que no iba a ser más que eso y resignado a su suerte que cumpliría el cometido sagrado de la evolución de la Madre naturaleza; hasta que un día notó que el sol, vino más fuerte y que algo tembló muy dentro de él, se hinchó y se puso rígido y osó mirar a lo alto y vio aquella postal que espabiló sus fibras más íntimas, el cielo.
Los pastos lo acariciaron y se sintió vivo en la brisa cálida que lo envolvía y sentía atracción por la altura, por tocar la luna.
Hasta sintió que dentro de él, nacía un camino, aunque todavía no supiese realmente lo que le pasaba, en sus venas, un torrente de salvia bullía y le anunciaba de que estaba vivo.
Lo supo recién al año siguiente, cuando notó que los pastos que lo acompañaban, se quedaban abajo y más allá vio, un alambrado y más allá un camino.
Creyó que las flores silvestres jugaban en ronda para él y que los trinos de los pájaros, eran parte de su mundo, así como el polvo que volaba y se posaba en sus hojas y ramitas.
Sintió frío, cuando un mechón de sombra de un monte cercano lo visitaba en cada atardecer, aunque también sintió envidia al comprender que él, sólo era una rama de esa familia de gigantes; se preguntó si ellos lo tendrían en cuenta.
Luego vino el frío, lluvias y largos silencios.
Varias primaveras de verde aprendizaje; así vio que donde antes hubieron hojas, crecieron ramas y que sobre éstas se posaban los pájaros que antes, sólo escuchaba a la distancia y que en sus flores libaban picaflores e insectos de mil colores.-
Pronto el sol, el amo del universo, le pediría permiso para pasar y el viento sería brisa al atravesar su denso follaje
Su cuerpo respiraba vida y pronto sería árbol, refugio, sombra, referencia de tiempo, de verde memoria y sus hojas cantarán la eterna melodía de la creación con cada movimiento.
Sus raíces sobre la tierra, le hacían compañía a los pastos y yuyos, luego se metían en la profundidad buscando el jugo para sus entrañas que en forma de salvia llenaban de vida sus venas, su follaje.
Se sintió grande y protector cuando algún pájaro formó su nido en sus ramas, ya juntando pequeñas ramitas, pastos y plumas o elaborando trabajosamente con barro su querencia, su morada.
No los defraudaría, contarían de ahora en más con su protección de manera incondicional, ya que él sería amigo de todos.
Ni la tormenta invernal, ni el verano caliente osará hacerles daño; su retribución le llegaría pronto en forma de cantos y alegrías en la llegada de nuevos integrantes y más amigos.
Aquel verano, luego de varias primaveras y cuando se sentía él, el más fuerte de los alrededores y con una altura que ya no envidiaba a los del cercano bosque.
Ellos sabían de su fortaleza y que por ende su madera era más noble y más fuerte al enfrentar solo a los avatares de los vientos y de las tormentas.
No tenían dudas de que aquél hermano suyo, tenía casta noble.
Su sombra con los atardeceres, devolvía la visita que estos, los del bosque, le hacían por las mañanas, aunque ellos eran más, no importaba porque él, ya se sentía muy grande, muy alto, muy poderoso.
Decía que una tarde de aquel verano, todo su cuerpo vibró cuando una figura que él, solía ver solo de paso por el camino, arriando animales o paseando su estampa de un lado a otro; a veces solo y otras en compañía de iguales a el.
Los iguales, su compañera y un par de chicos bulliciosos y con el pelo alborotado como la cabeza de los pichones de la paloma montera que año a año incubaba sus huevos en una de sus horquetas, allí donde su nido estaba a buen recaudo.
Lo conocía de siempre o por lo menos desde que asomara en su infancia sobre los pastos que lo circundaran, de hacía mucho tiempo y los había escuchado con sus ruidos y sus cantos.
Conocía gracias a su copa, cada vez mas alta, dónde quedaba su hogar, detrás de una cercana loma y que le temía, porque desde que los pájaros, le contaron a que se debían esas volutas de pequeñas nubes que se desprendían del techo de su vivienda y elevaban con colores grises y negros hacia el cielo; que eran parte del cuerpo de sus hermanos del bosque que al ser inmolados daban calor al humano.
Nunca se dignó éste ser, llamado hombre a acercársele, pero esta vez lo izo, buscando la sombra refrescante que dé descanso a su tarea, la que sin duda, era ardua y sacrificada.
Al transcurrir de los años llegó a conocer a la distancia a éste hombre, lo ha visto alto, muy flaco y duro, con la piel resquebrajada como la corteza de sus primeras ramas que ya no estaban, pero que son parte de sus recuerdos.
Con paso cansino, el hombre, se acercó y se recostó junto al tronco, llevando en sus viejas manos, una bolsa con alimentos que degustó y escanció largos tragos del casero vino, disfrutando de la paz que exhalaba la frondosa sombra, luego se durmió al arrullo de los ruidos de una tarde de verano.
Nunca el árbol fue tan feliz, nunca su compañía fue tan importante y a pesar de temerle, ¡como quisiera que el hombre sintiera fluir la salvia, nunca con tanta velocidad por sus entrañas!
Y temía despertarlo con las explosiones rítmicas de su alocado corazón.
Ganas tenía de gritarle al padre de los tiempos, que cite a toda la creación, para que vean la comunión existencial de la vida, hombre, árbol.
Tal vez el viento al rozar el follaje o el canto fuera de armonía de un pájaro en el silencio de la siesta; el caso es que se interrumpió el sueño del hombre.
¡Ho! Ya tendría para contarle al jilguero, a los gorriones, a los horneros, al picaflor y a los vientos y a quien quisiera escucharlo;
La experiencia vivida, el sentimiento compartido a través de los gritos del silencio, que ahora sabía que no eran tales.
Como deseó que sus ramas fueran brazos, para estrecharlo en ellas y contarle del milagro de su vida, de sus raíces, de sus hojas, de su tiempo y de sus soledades.
En ese momento, con la compañía de otros ruidos, llegaban sus hijos, que ya lucían en su haber más de veinte primaveras y ya eran tres, toda una multitud debajo de su orgullosa copa.
Le hubiera gustado poder gritar tan fuerte como el trueno para que lo escuchen sus hermanos del cercano bosque.
Su conversación – Padre he hijos - no paraba; que el calor, que la lluvia se hacía esperar, que no todo iba tan bien y que la noche se venía muy rápido y por lo tanto, deberían de apurarse, ya que el acopiador vendría mañana y un poco más de dinero, les vendría de perillas para tapar algún hueco financiero, que sin duda tendrían.
Algo en su conversación, le llamó la atención al árbol; pese a su borrachera de alegría, no pudo dejar de escuchar............”van a salir buenos tablones“.....
”Cortémoslo antes de que se venga la noche”.....
”Mañana mismo quemaremos las ramas y las hojas”....
Nadie sintió ni escuchó nada, nada cambió en los alrededores, pero en ese momento alguien exhaló, la tierra se sintió estremecida por la congoja de su hijo y dicen que hasta el cielo, se puso a llorar.
El árbol murió.- ( Q.E.P.D.)
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