Asesor de marketing |
La tarde lucía
espléndida, tarde larga de verano y con el agregado poético que le daba
el marco del pequeño muelle de pescadores sito en una muy abrigada rada a
la que resguardaba de los fuertes vientos, una conformación natural de
grandes rocas que conformaba parte de una prolongación de cerro y cuyo
extremo; como un gigantesco brazo, se sumergía en el eterno Océano. Alguna barca de
pocos metros de eslora, alguna chalana, algún viejo bote de remos, era lo
que ocupaba amarradas, casi la totalidad de la superficie del viejo
muelle. Se veían añejas
redes, cabos y boyas como custodios de una tradición ancestral de los que
utilizaban aquellas artes como medio de vida, de generación en generación. El sol galante,
aportaba su calidez para que las chicharras se luzcan en concierto
cadencioso. Las gaviotas, algún que otro pájaro y el salto de algún pez con sueños de “Ícaro” de querer tocar el sol, era todo lo que se movía a aquella hora de la siesta; esa misma tranquilidad se trasuntaba en las pocas casitas de madera y chapas que conformaban las viviendas de aquel conglomerado de pescadores. La monotonía de
pronto se vio alterada por la llegada de un pequeño ómnibus de los
usados para excursiones. Había llegado por
el único camino que luego de unos tres kilómetros, éste desembocaba en
una carretera; la que usaban los que venían a retirar la producción de
pesca de aquellas gentes, siempre y cuándo el camino lo permitía y éste
no se cortaba como consecuencia de las lluvias. Estaciono el micro
a la sombra de unos enormes árboles que se erguían a unos cien metros
del muelle. Bajaron del mismo,
no más de diez o doce personas de ambos sexos. Lo que dejaban ver,
de acuerdo a la calidad de sus ropas y las diversas cámaras de fotos y
modernas filmadoras, así como las atenciones que les prodigaban un par de
guías políglotas, que eran gente de muy alto nivel económico. Algunas de éstas
gentes, bajaron con sus pies descalzos, casi en carrera hacia la orilla a
mojar los mismos. Otros se
interesaron en observar a una distancia prudencial, las casas y lo
pintoresco que les resultaba ver todas aquellas cosas que componían las
artes de pesca. Sólo se veían y oían
unos chiquillos, que al amparo de la sombra que les daba un bote dado
vuelta y subido a un metro del la arena y sobre una especie de doble
palenque, observaban a aquella gente. A los niños no les
llamó mucho la atención la incursión de aquella gente, ya que estaban
acostumbrados que en época estival de verano, solían venir todo tipo de
excursiones. Los pequeños
dejaron sus juegos y se arrimaron a los visitantes, para que ellos les
hagan preguntas y de paso les den algún regalo o golosina. Resaltaba en éstos
chicos la buena educación, cosa que les ganaba la simpatía de los
excursionistas. El grueso del
grupo, se fueron alejando caminando por la orilla juntando algún que otro
caracol o lo que les sirviera de testimonio para mostrar a su vuelta, los
consabidos “souvenir”. Un integrante de
aquellos visitantes, un hombre muy alto, con cabellos rubios que protegía
con un sombrero que rayaba en el ridículo para cualquier habitante del
lugar pero que la fuerza de las modas y los modismos que son dispares en
todos lados, le permitía ostentar aquel adminículo con total
displicencia y soltura. Enfundado en largas
“bermudas” y con una camisa que tenía todos los colores del arco
iris, encerraba sus pies con unas gruesas sandalias. Lo que dejaba en
evidencia que era lo que se dice comúnmente, “un hombre de gran
Mundo”. Iba esta persona
caminando por el muelle, sacando fotos a diestra y siniestra cuando algo
le llamó la atención, meciéndose en el leve bamboleo que le producía
el suave oleaje y acostado en un tablón que hacía las veces de asiento
en una pequeña chalana; se encontraba un hombre de mediana edad, con el
torso desnudo, enfundado en un pantalón corto que había sido largo
alguna vez y que cubría su cabeza con una muy vieja gorra de visera. También le llamó
la atención el nombre del barquito, ya un poco borrado por las
inclemencias del tiempo y por seguramente del largo tiempo que fue
pintado; “PARAÍSO”. Estaba sacando el
visitante algunas fotos de aquél, cuando notó que éste se movió algo
para retirar en parte la gorra y ver a que se debía aquel ruido que
interrumpía su sagrada siesta. La intromisión en
la tranquilidad del pescador, le hicieron sentir culpable al turista y
como en un acto reflejo y de buenas costumbres, se sintió obligado a
pedir disculpas, dejando trasuntar en su acento que era habitante de algún
País del norte. Se entabló una
conversación casi intrascendente, mas que nada por la amabilidad de
ambos. Que del mar, que de
la pesca, que del tiempo y otras trivialidades. Palabra va, palabra
viene, una invitación con cigarrillo de parte del visitante y una
invitación a que éste suba a bordo a ponerse cómodo y poder hablar cómodos
a la sombra que prodigaba un pequeño toldo de la barca. Al recién llegado
le gustó la oferta de diálogo que se presentaba y se dispuso a invertir
de esa manera la hora de tiempo que dispondría junto a sus demás compañeros
de viaje, antes de proseguir con aquel “tour” que les obsequiaba el
lujoso hotel en que estaban alojados. Ellos eran parte de
un “Congreso Internacional de Asesores de Marketing”, el que se estaba
llevando a cabo en la gran Ciudad y al que concurrían personas de muy
alto nivel económico de todo el Mundo. El anfitrión de la
pequeña barca, tratando de ser todo lo amable que le permitía su condición
de hombre modesto, se dirigió a una pequeña heladera portátil y sacó
dos heladas botellas de cerveza e invitó a su ocasional invitado. A los pocos minutos
de conversación, aquel extranjero, con no poca sorpresa se percató que
delante de él y enfundado en aquel cuerpo de pescador, había un hombre
sumamente instruido y con grandes conocimientos del Planeta. Según le contara a
modo de preámbulo el dueño de la embarcación, éste tenía estudios
terciarios cursados y que por circunstancias de la vida, no había
culminado y que por lo visto había viajado mucho en sus años jóvenes,
aunque su edad, no pasaría del medio siglo. Que su vivienda
formaba parte de la pequeña aldea que se veía en la rivera y que su
estado civil, era el de un hombre sin compromisos, soltero y que vivía
solo, con un pequeño perro. No fue sino luego
del segundo cigarrillo que el “Asesor de Marqueting”, sintiéndose dueño
de la atención de su anfitrión, tomo una larga bocanada de aquel aire
puro, empezó una perorata que tenía visos de estar ejerciendo, aunque de
manera gratuita su profesión. Comenzó diciendo: _ No me explico cómo
una persona como usted con sus conocimientos académicos; esté acá en éste
rincón olvidado, aunque debo admitir que tiene su encanto. _ Teniendo la
riqueza al alcance de las manos, este dejando pasar la vida sin sacarle
provecho ¿sabe el dinero que se está perdiendo?, es más, yo diría la
fortuna que está dejando pasar de lado. En las pausas que
el disertante hacía para evaluar sus próximas palabras, ya que si bien
dominaba muy bien el castellano, de vez en cuando se le trabucaban algunas
palabras en su traducción. En éstas ocasiones
su atenta y única audiencia, tomaba su esfuerzo como algo divertido,
aunque en su rostro no dejaba trasuntar nada que no fuera su total atención. _ Usted podría
intentar tener no sólo esta pequeña barca, sino un par más con gente
que trabaje para usted y con la captura que realice, comprar un camión
para transportar los peces y los de otros pescadores, directamente a la fábrica
y de ese modo eliminar a los intermediarios. _ Por supuesto que
para comenzar usted puede hacer un préstamo bancario que irá
amortiguando con lo que va produciendo ¿no le parece? El pescador sólo
atinó a decir, en forma un poco tímida: = Y ¿para qué? _ Cómo ¿para qué?,
para que al poco tiempo y en vez de ésas pequeñas barcas, se compre un
barco y cuya captura de peces, le permita en poco tiempo tener dos o tres
barcas más y una pequeña flota de camiones. _ Así de esa
manera usted ya con nuevos créditos y con lo que produciría su ahora
gran empresa pueda comprar la procesadora de pescado y vender al exterior,
al gran Mundo, ¿qué me dice? ¿verdad que es buena idea? Misma cara de
circunstancia, sólo un rictus de perplejidad y un poco apurado por la
pregunta imprevista, ya que estaba dejando pasar por su garganta lo que
quedaba de cerveza en la botella con la complicidad del gollete de la
misma, respondió tímidamente: = ¿Y para qué? Ésta respuesta
pareció exacerbar al disertante, pero supo simularlo muy bien apelando a
su profesionalizad y prendiendo otro pitillo continuó. _ Para que en muy
poco tiempo usted tenga una verdadera flota que atrapen peces y que
transportados en sus propios camiones y procesados en su propia factoría,
su empresa pueda vender en los mercados de todo el Mundo en los países
que están ávidos de comprar alimentaos. _ Por supuesto que
con toda modestia, yo mismo lo podría ayudar a buscar buenos mercados y a
que usted abra en esos lugares, oficinas que le faciliten su comercio con
los mismos.
_ ¿Me entiende? = Más o menos,
pero me pregunto ¿para qué? _ ¿Cómo para qué?
_ Para que usted
pueda subir en sociedad y que los demás lo miren con respeto y con
envidia, ya que podrá tener todo lo que ambicione, dinero, mujeres, buena
vida o formar una familia. _ Pasearse por los
Países que no conoce y tener una abultada cuenta bancaria, así también
las propiedades y lo vehículos que apetezca. Aquí el asesor,
detuvo brevemente su charla para mirar su costoso reloj y llevarse un
nuevo cigarrillo a sus labios, pero ésta vez no invitó a su interlocutor
que aunque notó ésta acción, optó por tomar uno de los propios. _ Usted no puede
desaprovechar lo que puede hacer con su vida para tratar de vivir mucho
mejor. De pronto la
monotonía se vio interrumpida por el sonido de una potente bocina que
provenía del vehículo que había traído a los turistas y que los
llamaba para partir a otro destino de su derrotero. Se aprestó a
partir hacia el micro el visitante y poniéndose de pie junto con su
anfitrión, no ahorró palabras para sus consejos y a modo de despedida,
le aspetó a su ocasional audiencia, al que no vio con mucho entusiasmo de
seguir sus inteligentes indicaciones, fruto de su larga trayectoria de
estudios y experiencias en los mercados del Mundo. _ Piense mucho en
lo que le hablé, aquí le dejo mi tarjeta, demás está decirle que estoy
totalmente a sus órdenes. _ Siga mis consejos
y verá que cuando tenga su fortuna se podrá retirar a disfrutar de la
vida y a hacer lo que se le antoje, sin que nadie lo moleste. Subiendo el viajero
al pequeño muelle y dándole la mano a su anfitrión a modo de despedida
y agradeciéndole por la fresca cerveza, le dijo a modo cerrar su
disertación: _ Espero que se
decida pronto a tomar cartas en el asunto que le hablé, así y ese modo
va a poder ser definitivamente feliz y disfrutar de la vida por el resto
de su existencia ¿No le parece? Apretando su mano
en un gesto de sinceridad, el solitario pescador le despidió con una
pregunta que desconcertó al turista, pero que le llegó a sus fibras más
íntimas y que le harían rever a él, el dechado de virtudes para loa
negocios, los conceptos vertidos en toda su larga carrera de disertador... = ¿Y
que cree usted que estoy haciendo? Diciendo
esto, el hombre sólo, haciendo un casi imperceptible mohín con sus
labios, se dispuso a retornar a su interrumpida siesta Se pudo ver bajo el ardiente sol, a un hombre que desandando su camino y que a juzgar por sus hombros caídos, llevaba todo el peso de una vida que se arrastró por rumbos equivocados. |
Juan
Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”
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