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Mauricio, Héctor, Príamo y el Pélida Aquileo |
Una entrevista reciente a Mauricio Rosencof, notorio dirigente histórico de los tupamaros y actual "tupamaro cimarrón", mostró, una vez más, una cara peligrosa del debate en torno a lo que suele llamarse "historia reciente".En ese programa (Retrato hablado, conducido por Nano Folle en Canal 10 de Uruguay, emitido el lunes 2 de abril de 2012) Rosencof se refería al tema de los desaparecidos haciendo mención de la Ilíada, para explicar que en cualquier guerra, incluso entre enemigos acérrimos, la devolución del cadáver de los caídos es una cuestión de honor y de hombría que no puede ser pasada por alto. La cuestión de la devolución de los cadáveres para hacer posibles los rituales fúnebres que aseguran el normal ingreso del muerto al reino de Hades es, efectivamente, un tema importante de la Ilíada. Recordemos que Aquiles no se limita a combatir con Héctor y matarlo, sino que se ensaña con el cadáver, arrastrándolo por el campo de batalla y llevándolo a su propio campamento, en donde lo deja descubierto y a merced de los animales, para humillar así, con especial violencia, al muerto, a sus deudos y a su pueblo. Tan terrible es el castigo, tan desproporcionado incluso en el contexto de una guerra, que Príamo decide atravesar el territorio que lo separa del campamento enemigo para suplicar a Aquiles la devolución del cuerpo de su hijo. Y tan obvia es, hasta para Aquiles, la desmesura del castigo impuesto a Héctor, que accede a entregar sus restos para que sean honrados en Troya. El ejemplo de Rosencof es bueno, pero encierra una falacia: los desaparecidos uruguayos no son un botín de guerra, porque la dictadura no fue una guerra. No es posible (y parece difícil hacerle entender esto a un tupamaro, cimarrón o no) considerar los hechos ocurridos en Uruguay entre 1973 y 1984 como si pertenecieran al orden de lo militar heroico, o del puro enfrentamiento bélico. Por bella que sea la Ilíada, por grandiosos que sean sus personajes, comparar el escenario de las guerras homéricas con la acción de la dictadura uruguaya contra una sociedad entera es llevar el relato a un terreno peligroso y equívoco que, lejos de servir para profundizar en la verdad histórica, sirve para instalar los mitos que hasta ahora han impedido, entre otras cosas, que se sepa dónde están los desaparecidos. En torno al perdón se ha desplegado una falacia parecida. De pronto el asunto de la verdad queda encubierto, en el manejo público de la cosa, por las posibles declaraciones de arrepentimiento, que a su vez se dilatan en el asunto del tamaño de la mesa que debería recibir a los arrepentidos. Una retahíla de comentarios sarcásticos y caras astutas, de gestos cancheros de vejetes pícaros, se instala allí donde deberían ser respondidas preguntas simples y concretas: qué pasó, cuándo, dónde. Seguir jugando a que hubo una guerra y a que sus guerreros ya están viejos es una falta de respeto, además de una falta a la verdad. Lo que ocurrió entre 1973 y 1984 no fue un enfrentamiento entre bandos armados que han decidido, explícita o tácitamente, firmar la paz. Si nos pusiéramos exigentes podríamos decir, incluso, que si alguien no sirve como interlocutor en este asunto es precisamente el movimiento tupamaro, que ya no existía en 1973 y que, como dijo el ex presidente Sanguinetti y Rosencof evitó responder en el programa del lunes, no disparó un solo tiro contra la dictadura. Entre 1973 y 1984 hubo detenciones, torturas, muertes y desapariciones de las que fue responsable el aparato del Estado, en poder, en esa época, de las Fuerza Armadas y de algunos civiles que participaron del Proceso. Hubo niños que pasaron años yendo a visitar a sus padres a la cárcel, niños que crecieron sin saber qué había sido de su padre o de su madre, niños que no conseguían el permiso de menor para irse de excursión con la escuela porque la mamá o el papá estaban detenidos o desaparecidos. Eso no tiene nada que ver con la historia heroica de la bella Ilión, ni con el empecinamiento de Aquiles, ni con el coraje de Héctor. Es posible que Príamo, una de las figuras más nobles de la Ilíada, pueda equipararse a algunas madres, a algunos padres, por la desesperación de su búsqueda y por el coraje para atravesar las líneas enemigas en busca de la verdad. Pero una cosa es que un personaje se parezca a otros, y otra cosa muy distinta es que se parezcan los escenarios. Y sería tiempo, ya, de dejarse de mitologías heroicas y de discursos grandilocuentes a la hora de exigir, sencillamente, que las cosas se sepan.
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Soledad
Platero
soledadplaterop@gmail.com
Publicado, originalmente, en uy.press el 4 de abril de 2012
uy.press -
http://www.uypress.net/index_1.html
Link de la nota:
http://www.uypress.net/uc_26798_1.html
Autorizado por la autora - En Letras-Uruguay desde el 20 de mayo de 2012
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