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La batalla conceptual |
El sábado pasado, la colorida Fiesta de la Patria Gaucha que se realiza todos los años en Tacuarembó contó con la visita del Presidente de la República. Además de honrar con su presencia el evento, Mujica aprovechó el viaje para darse una vueltita por el barrio Godoy, en donde se realizan obras del Plan Juntos.Dice la crónica de la diaria del lunes 12 de marzo que mientras el Presidente recorría las obras, una mujer se acercó para hablarle de las carencias del lugar y decirle que haría falta un liceo. La respuesta de Mujica no se alejó en nada de lo que ha venido repitiendo en cada ocasión en que se le ofrece un micrófono: "Ustedes lo que tienen que pedir para acá es una UTU, para que los gurises aprendan oficios".
Y sí, el Presidente es un hombre práctico. ¿Para qué quiere ir al liceo un adolescente que vive en un barrio pobre de la periferia de una capital departamental? El liceo no lo va a preparar para entrar rápidamente al mercado laboral, sobre todo si tenemos en cuenta que� el "mercado laboral" en un departamento de latifundios como Tacuarembó difícilmente reserve para ese adolescente una tarea distinta de las de peón rural, más o menos especializado.
Es obvio que un país puede y debe plantearse qué proyecto quiere llevar adelante y cuáles son las políticas que deben sostener ese proyecto. Está dentro de lo esperable que un modelo desarrollista no demasiado dispuesto a cambiar las estructuras productivas se apoye en la formación de una masa crítica de recursos humanos que juegue a favor del modelo. Desde hace muchos años algunos países desarrollados estimulan la formación de técnicos en las áreas en las que el mercado los necesita, y eso se hace, precisamente, porque el mercado los necesita. El mercado, con sus reglas internas consistentes en reducir al máximo las reglas, pedirá técnicos en lechería en las zonas de producción lechera, y torneros y soldadores allí donde haya producción metalúrgica.
Un país puede invertir su presupuesto educativo en formar mano de obra a la medida de las necesidades del mercado. Puede hacerlo, conducido por el gobierno que está al frente de las políticas públicas.
Pero la sociedad debería ser capaz de interpretar esas acciones de gobierno y decidir si las aprueba o no. La sociedad debería ser capaz de pensar si lo que quiere es que sus jóvenes pobres (los ricos pueden mantenerse al margen de esta cuestión, por razones que no es necesario explicar) reciban una formación orientada específicamente a engrosar esa masa que despiadadamente recibe el nombre de "recursos humanos" o si está dispuesta a dar la pelea para que todos sus jóvenes, vengan de donde vengan, puedan recibir una educación que, antes que de cualquier destreza técnica, los provea de las herramientas conceptuales y simbólicas que les permitirán situarse en su circunstancia histórica y entender las relaciones de poder a las que están sujetos.
Se podrá decir que hace rato que el liceo tampoco hace eso por los jóvenes. No lo sé, pero es bastante claro que la sociedad en general no hace eso por los jóvenes ni por sí misma. Lo que sí sé es que apostar a la negación de la potencia subjetivante de la educación, o jugar a ignorarla, no es sólo un rasgo idiosincrático atribuible a la naturaleza más o menos resentida, más o menos demagógica de tal o cual dirigente: es una posición ideológica; una toma de partido por un modelo liberal que ve recursos humanos en las personas así como ve recursos naturales en el agua o el viento. La diferencia es que las personas no son agua ni viento: son las que pueden (y deben) pensar en el destino del agua y del viento, en la propiedad de la tierra y del conocimiento, y en el lugar que les cabe en el proceso productivo.
Es posible, y perfectamente lícito, que un gobierno prefiera un modelo a otro. Lo que es necesario es que esa posición esté expuesta, que sea objeto de reflexión y de crítica, que pueda ser cuestionada, e incluso combatida. Y es necesario que ese combate se dé en el terreno de las ideas y del discurso, porque si no se da en ese terreno, todo otro combate va a parecer un forcejeo de intereses corporativos (me encanta la expresión "corporativos": es insuperable para desinvestir de política cualquier reclamo colectivo) que termina en negociaciones de cúpula y sirve de base a simplificaciones y frases hechas.
Tal vez sea necesario aclarar que la formación técnica, científica o tecnológica no está siendo cuestionada en esta columna. A nadie se le ocurriría pensar que un individuo, por el hecho de haber aprendido a hacer herramientas o manejar tractores o resolver ecuaciones diferenciales pierde la capacidad de pensarse a sí mismo, a su circunstancia y a su tiempo. Ignoro qué supuesto básico se esconde detrás de la convicción de que conocer a Aristóteles (por mencionar un ejemplo usado por el Presidente) le impediría, a ese mismo individuo, resolver las cuestiones técnicas para las que ha sido formado.
El peso que lo humanístico, lo técnico o lo científico deben tener en los contenidos impartidos por la educación es materia opinable, y hay personas altamente calificadas para intervenir en ese debate. Pero también es bueno recordar que la reflexión en torno al modelo educativo y al tipo de sociedad en que queremos vivir debe convocarnos a todos. Y que algo que debería ser posible para todos, como entender y ser capaz de enunciar las relaciones entre el poder político, el económico y la orientación de la educación, ya no es posible para todos.
Y si no nos apuramos a poner estas cosas en discurso, con claridad y sin miedo a la diferencia de perspectivas, en muy poco tiempo habrá demasiada gente reducida a la categoría de "recursos humanos", y muy poca en condiciones de problematizar esa situación.
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Soledad
Platero
soledadplaterop@gmail.com
Publicado, originalmente, en uy.press el 14 de marzo de 2012
uy.press -
http://www.uypress.net/index_1.html
Link de la nota:
http://www.uypress.net/uc_25997_1.html
Autorizado por la autora - En Letras-Uruguay desde el 16 de abril del 2012
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