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Entre la creatividad y el litigio: luchar en
contexto pragmático |
Si en lugar de Barack Obama hubiese ganado Mitt Romney la presidencia de los Estados Unidos, es posible que no muchas cosas hubiesen cambiado para los uruguayos. Es posible que para el mundo, inclusive, no hubiese habido una gran diferencia. Pero el costo anímico de ver ganar a alguien que sostiene las cosas que Romney y los suyos sostuvieron durante la campaña habría sido enorme.No es la primera vez que un candidato (o una candidata) del partido Republicano dice barbaridades que dejan al mundo entero de boca abierta, pero en esta oportunidad las declaraciones de los republicanos sobre el embarazo, la violación y el aborto, por ejemplo, fueron verdaderas piezas antológicas. Que la mayoría de los votantes estadounidenses se hubieran volcado hacia esa opción habría sido, por decirlo de algún modo, desmoralizante. No porque haya que depositar grandes esperanzas en el electorado de los Estados Unidos, específicamente, sino porque no es bueno dejar de poner esperanzas en las personas en general, y en quienes ejercen sus derechos civiles en particular. Las expresiones vertidas por el senador republicano Richard Murdock en plena campaña, afirmando que el aborto no debe ser autorizado en caso de violación porque "la vida es un don de Dios" y que "incluso cuando la vida comienza en esa situación horrible de violación, eso es algo que Dios quiere que suceda", escandalizaron, razonablemente, a mucha gente. Y si bien la prensa se ocupó de manipular los dichos de Murdock de modo de hacerlo decir que "si hay un embarazo tras una violación es porque Dios quiere que suceda" y no más bien que todo lo que pasa, pasa por la voluntad de Dios (que sería el espíritu de sus palabras), lo cierto es que la cruda convicción del senador de que hasta las cosas más indeseables o aberrantes están justificadas en tanto son voluntad del Creador resultó demasiado chocante hasta para un político perteneciente a un sector manifiestamente conservador y reaccionario como el Tea party. Cuando las palabras de Murdock se hicieron públicas, no faltaron las críticas que señalaban que el senador mostraba una "impresionante falta de respeto a las víctimas de violación". No se discutió la idea de que la voluntad de Dios entrara en juego en una discusión sobre cuestiones legislativas (la penalización o no del aborto; el derecho de la mujer a decidir si quiere o no tener un hijo), sino que se observó la falta de respeto a las víctimas que se traslucía en las hirientes palabras de Murdock. Algo similar me pareció leer en la prensa uruguaya en estos días, en relación a la "marcha de los valores" y a la atención que pondrá en sus consignas la Comisión Honoraria contra la Discriminación (dependiente del Ministerio de Educación y Cultura). Según dice la prensa, el hecho de que la convocatoria incluya entre sus consignas el "no a la inmoralidad sexual" podría implicar una "incitación al odio" y constituir una forma de discriminación, lo que, a su vez, podría ser denunciado ante la Justicia, porque la discriminación es penalizable. Es bastante razonable que una Comisión cuyo cometido específico es vigilar las irrupciones de la discriminación en la vida cotidiana esté alerta en relación al asunto. Se podría pensar que si no lo hiciera estaría omisa en el cumplimiento de las funciones para las que fue concebida. Sin embargo, el hecho de que se aterrice una discusión ideológica mediante el recurso de transformarla en un litigio entre ofendidos y ofensores no deja de ser una forma un tanto pobre, a mi entender, de hablar del asunto. Y me temo que la razón de ese empobrecimiento debe forzosamente relacionarse a un retroceso en la capacidad, pero sobre todo en la voluntad, de arriesgar discusiones que obliguen a dar una pelea conceptual y que estén teñidas por la sospecha de ideología. Digámoslo así: hay cosas que nos parecen mal, pero no podemos decirlo salvo en la forma distante y cool de la ironía, o en la fetichizada y concreta de la medida correctiva. Revisar el pensamiento conservador que es capaz de enunciados como "no a la inmoralidad sexual", relacionar esas formas de pensar con la reproducción de modelos injustos y opresivos, denunciar los medios mediante los cuales esos enunciados se instalan en el discurso público parece una pretensión exclusiva de la academia, e incluso la academia teme ser acusada de torremarfilismo o diletantismo si muestra una inclinación demasiado pronunciada a revisar cuestiones teóricas o intelectuales en lugar de ponerse a hacer algo. Hacer le ha quitado los espacios a pensar, como si hubiera una imposibilidad real de hacer cosas por el mero hecho de destinar esfuerzo a pensarlas. Una convocatoria a manifestar contra la violencia doméstica que apareció en mi muro de Facebook reclama que hay muy pocas personas anotadas para participar de una marcha contra la violencia doméstica, e interpela al lector con un mensaje directo: vos que te llenás la boca hablando en contra de la violencia, te anotaste? Como me sorprende que para participar de una marcha haya que anotarse, me fijo mejor en la convocatoria y veo que se refiere a que la organización convocante (Mujeres de negro-Uruguay) llama a 3000 mujeres para realizar una performance, que seguramente consistirá en marchar vestidas de negro y eventualmente portando carteles, o velas. No encuentro raro que la manifestación en contra de la violencia doméstica tome la forma de una performance. Desde hace algún tiempo las manifestaciones de mujeres suelen elegir ese camino (que personalmente considero muy poco efectivo. Muy vistoso, muy conmovedor, muy interesante, pero muy poco eficaz, políticamente hablando). Lo que sí encuentro raro es que alguien pueda creer que la única forma legítima de compromiso en la lucha contra la violencia, o contra la explotación de la mujer, o contra la injusticia, es participar de una performance. Aclaro desde ya que Mujeres de negro nada tiene que ver con el llamado hecho por Facebook que estoy usando como ejemplo. Se trató de un llamado privado, hecho en ese espacio igualmente privado pero a la vista de todos que es el muro de Facebook. Sin embargo, algo de lo que quiero señalar puede explicarse en esa demanda, en esa provocación a los buenos sentimientos de las personas que se oponen a la violencia doméstica y sin embargo no se han anotado para la performance. Algo como la urgencia de hacer, sin las complicaciones de poner en lenguaje el pensamiento. Lo curioso es que hay cierto parentesco aberrante entre el pasaje al acto que supone la violencia y la performatividad buscada cuando se pone en escena un concepto (poner el cuerpo para protestar contra las leyes que penalizan el aborto; marchar vestidas de negro para visibilizar las muertes causadas por la violencia doméstica). En ambos casos hay un fracaso del lenguaje, en el sentido más liso y más pleno del término: un fracaso de la capacidad enunciativa que permite tomar distancia del mero sentimiento, de la ira, del dolor, y transformar esas emociones masivas e indiscernibles en materia pensable y organizada. Es claro que la lucha por la justicia y por los derechos reclama acción, y que la acción debe orientarse a presionar para obtener ciertos espacios. Lo que cabría preguntarse es qué esfuerzos se pueden hacer para que los supuestos básicos que legitiman y reproducen las situaciones de injusticia y opresión (y que están implícitos en las demandas de restauración moral, o en las referencias a la voluntad de Dios) sean puestos nuevamente en discusión en el ámbito público, sin horror a las acusaciones de intelectualismo o de charlatanería. Porque con buena voluntad y consignas justas se pueden conseguir algunas cosas, pero difícilmente se harán temblar los cimientos del sistema.
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Soledad
Platero
soledadplaterop@gmail.com
Publicado, originalmente, en uy.press - Agencia Uruguaya de Noticias - el 9 de noviembre de 2012
uy.press -
http://www.uypress.net/index_1.html
Link de la nota:
http://www.uypress.net/uc_34678_1.html
Autorizado por la autora - En Letras-Uruguay desde el 22 de noviembre del 2012
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