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Con
Hiber Conteris “No
concibo la ficción sin aventura” Soledad
Platero |
Llega sonriente, como
un niño agitado, disculpándose por haber sido puntual: "a veces
me olvido de que en Montevideo las diez significa ¡as diez y media". Hiber Conteris tiene la sonrisa fácil, aunque queda a veces detenido, con la mirada fija, buscando algo como al descuido en la memoria. Tiene el aire de quien ha vivido sin traicionarse, aunque pueda haber dudado, aunque haya comprendido, descarnadamente algunas veces, que todas las cosas tienen precio. Y que ese precio puede ser injusto, absurdo, desmedido. Y aunque no parece triste, mira desde algún sitio que conoció la tristeza. |
Nació en 1933 en
Paysandú —a pesar de que la solapa de su último libro lo hace nacer en
Montevideo—. Estudió Filosofía y Letras; vivió en París, en donde
tomó cursos de Sociología de la Literatura, Sociología Política y
Semiología; estuvo ocho años preso en el Uruguay, durante la dictadura;
tuvo tres hijos: dos mujeres y un varón. El varón murió en Nicaragua,
en donde estaba combatiendo como voluntario junto al Ejercito Sandinista. Conteris vive
actualmente en los Estados Unidos, en Tucson, Arizona, y allí trabaja
como Profesor de Estudios Latinoamericanos. Estuvo en Montevideo
presentando Round trip (viaje regresivo), una novela que publicó Planeta
y que cuenta la peripecia de un hombre de cuarenta años, un profesor
latinoamericano que está en Ginebra entregado a su tesis de doctorado,
haciendo una vida monacal, aislada, hasta que irrumpe en ella un ser
extravagante. Este provocará un giro que, al final, terminará siendo
completo. De ahí el título. Y si bien hay una anécdota que podría ser
contada como una aventura, y hay místenos que recorren la historia —el
origen de Paulus, el visitante; el aún más misterioso origen de su
tesoro— y hay una historia de amor y hay un viaje, lo más importante en
esta novela se le presenta al lector en otro nivel, que no es simplemente
el de la peripecia. Porque de lo que trata Round trip es del viaje
interior de su protagonista —y del viaje de cuando menos dos
generaciones diferentes— que irá encontrando respuesta a preguntas que
no se proponía formularse. A lo largo de un contrapunto entre la voz del
narrador y las de sus interlocutores –en especial uno de ellos, cuyo
nombre, emblemáticamente, es Kafka- se va dibujando el contorno de un límite,
de una frontera: la de una generación de cara a Occidente, racional y
comprometida, decidida a edificar un mundo en el entendido de que un mundo
puede y debe ser edificado, y otra que llegó después y está dispuesta a
dejar que el mundo siga su camino sin interferir, pero sin mezclarse.
Apenas tratando de salvar el espíritu, si es que el espíritu aún puede
salvarse. Antes de Round trip
Conteris ya era un autor premiado y reconocido. La novela Cono Sur, de
1963, fue Primer Premio en el Concurso Internacional de Leyes
para la ficción. —Hay
una cosa que llama la atención de su literatura. A diferencia de otras de
su misma promoción, no es una literatura "políticamente
correcta". Da la impresión de que no se sintió en la
responsabilidad de seguir dictando normas ideológicas. —No
en la literatura. O no en la ficción, por lo menos. Yo creo que la ficción
tiene sus propias leyes y que en el curso del desarrollo de un argumento y
de los personajes, éstos determinan qué es lo que quieren decir y
lo dicen. Porque desde el momento en que vos utilizas a tus personajes
como un portavoz de tus propias ideas, dejan de ser personajes. Ese es el
peligro de la primera persona en una narración. Yo en este caso
distribuyo mi voz con mucha más frecuencia a través del personaje
llamado Kafka que a través del narrador. —A
pesar de que se corresponde con la década del '70 ¿no son más propias
de los '90 las reflexiones de Kafka? —Bueno,
el manuscrito original, donde Kafka ya estaba definido, fue escrito en
esos años. Y en ese capítulo que precisamente se llama "Kafka"
—que es un gran monólogo— se puede ver que la enumeración de autores
no va más allá de los '70 —Si,
pero la sensación esa de trashumancia, de no pertenecer a ningún
sitio que exhibe Kafka parece de un mundo que ya no tiene ningún ídolo. —Pero
es que la "subcultura hippie" empezó como un rechazo a la
sociedad de consumo, a los patrones del mundo occidental, la familia. Y
recién después comenzó a vislumbrar un nuevo horizonte, nuevas
posibilidades; muchas de ellas venían del Oriente. Y el personaje de
Kafka participó de esa actitud propia de su generación y de su cultura:
la del rechazo. Incluso rechaza a la literatura porque la ve como producto
de una civilización agotada, que ya "ha agotado su veta semántica".
Y menciona la profecía de Adorno, la de la muerte del escritor como la
muerte de la memoria, que para él se verifica con la muerte del escritor
que amaba: Kafka, y que sería el último. Luego, a medida que van
recorriendo kilómetros y se van mencionando personajes históricos, él
los va desmitificando. De modo que hay una actitud desmitificadora hacia
la cultura, la literatura, pero también la historia. En determinado
momento llega a decir " la poesía corrige los errores de la
historia". La historia tiene que ser reinventada. —La
poesía termina sirviendo a una verdad práctica. —Exacto.
Sería demasiado esquemático decir que yo hablo —o que el autor
implícito habla— siempre a través del personaje de Kafka.
Porque los personajes se independizan, y surgen cosas que no estaban en el
plan. Hasta el punto de que en ese capítulo casi final que se llama Seven
Hills aparecen cosas que el propio personaje fue sugiriendo. El
rechazo de la escritura como tal, la reformulación del complejo de —Y
el narrador recupera de algún modo la voz del autor en ese capitulo,
cuando reconoce en las reflexiones de Kafka algunas de las respuestas a
las que él mismo ha llegado en ese viaje. Ya no discuten. —Exactamente. Al
final él descubre que toda la reflexión de Kafka coincide con esa
búsqueda interior que él hacía sin saberlo. Al principio eso no sucedía,
pero al final se reconoce en esa reflexión. Entiende que allí se refleja
su propia problemática, la búsqueda de su identidad. —Y al mismo tiempo hay una resignación. La comprensión de que hay un tren
al que no puede subirse, y que es el de desandar todo lo que ya anduvo. En
definitiva
termina volviendo en avión, vende el auto y pega un rápido
regreso a Ginebra. —Sí, y ése es también un acto de
generosidad: sigan ustedes que tienen que seguir su viaje, aunque yo ya no
puedo seguirlo. De ahí lo de viaje regresivo. —¿Viaje
regresivo es una buena traducción para Round trip? —No, no es buena. Esta novela se llamaba en principio Viceversa, y con ese título fue la única finalista al Premio César, en el año 87. Pero después yo seguí trabajándola. Incluso cambié toda la primera parte. Desapareció el primer capítulo y lo sustituí por el que está ahora, y que la sitúa en un plano mucho más existencial. A partir de ahí pensé que había que cambiar también el título. La expresión inglesa finalmente me gustó más que las alternativas en español, y además ya no es una expresión tan ajena a nosotros, Al editor de Planeta le gustó, pero me hizo notar que debíamos advertir al lector que no era una novela escrita en inglés. Y en lugar de ponerle viaje redondo o circular o de ¡da y vuelta, que sería tautológico, apuntamos a la dimensión psicológica. Viaje
regresivo implica eso. Sin embargo hay una pequeña ausencia:
la novela tiene dos partes, la primera que va del capítulo cero al dieciséis
se llama "progresivo", y la parte que va del dieciséis al cero
deberá ser "regresivo", naturalmente. Yo olvidé poner esas dos
páginas en el disquette que entregué a la editorial. —Esa habría sido una pista. Al fallar esa aclaración,
el lector debe atender por sí mismo a la peripecia interna del personaje. —Claro,
que comprende que no tiene sentido acompañar al grupo. Ya está fuera, ya
pasó los límites, no puede esperar nada en esa búsqueda. Esa separación
para él es volver a Ginebra que es el símbolo de la racionalidad.
Rousseau, el cartesianismo ... —Cosa que se prefiguraba desde el principio, en
tanto se trata de un intelectual que confiesa llevar en Ginebra una vida
retraída. —Bueno, yo estaba
buscando cuál podría ser el desafío del texto, tomando a un hombre de
cuarenta años en ese momento de su vida, y contrastándolo con una
generación que concibe todo de manera muy diferente: el amor, la
existencia, la literatura. —¿Efectivamente —como cree Kafka— la literatura se está repitiendo a si misma
y no tiene nada nuevo para decir? |
—Yo
creo que es absolutamente cierto que la literatura se nutre de la
literatura. Y que podemos leer a los clásicos griegos y estamos
exactamente diciendo las mismas cosas. Y esto no es un hallazgo mío, por
supuesto. |
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—¿Dirías
que la literatura se ha quedado en el lenguaje, en la superficie del
lenguaje y en su propia significación, y que está cada vez más acotada? —Sí, y en el caso
de la narrativa parece que hay un vaciamiento de la anécdota.
Ya no interesaría lo que se cuenta sino lo que se hace con la lengua como
tal. Esa, para mí, es una pérdida lamentable. Yo no concibo la ficción
sin que haya aventura. Tienen que suceder cosas, tiene que haber
encuentro, personajes, pero admito que todo eso tiene que recibir un
tratamiento a nivel semántico, a nivel lingüístico. Pienso en el Noueau
roman, en el objetivismo, en el que si bien hay autores importantes,
la novela —a mi entender— sigue una ruta sin salida, un cul de sac.
Por ese camino llegaríamos a que se acabó el arte de contar —cosa que
uno encuentra en ciertos teóricos como Walter Benjamín, que defienden el
arte de narrar como parte del epos. Ahora, en cambio, especialmente
con la crítica posestructuralista, parecería que lo que interesa es el
texto por sí mismo, independiente de lo que cuenta o no cuenta. Y
hay una trasgresión de géneros, en tanto ya no hay una diferencia entre
la critica y el texto narrativo. Se habla de que ambas cosas pueden ser lo
mismo, con lo que la crítica se convierte en una metaficción. —Hay
una especie de ensayo ficcionado. —Exactamente. A mí me gusta eso, mezclar los géneros. En una novelita anterior que publicó Fin de Siglo, El breve verano de Nefertiti, yo voy alternando dos tipos de discurso, uno propiamente narrativo y otro, si bien no ensayístico, si formativo. —Eso
también sucede en Round trip. —Y si. hay
reflexiones muy abstractas —como el capítulo dedicado al Ulyses
de Joyce dichas muy al pasar. —Dichas
al pasar pero que hacen a la novela. Hay una anécdota, pero también
hay una carga reflexiva muy grande. —Creo que toda mi
literatura más o menos apunta a eso. Aún en mis primeras novelas, y
aún en mis textos menores yo trato de poner mi propia versión del mundo
y reflexiones que se pueden extrapolar de la anécdota y que me han
servido para expresar qué es lo que pienso respecto al mundo, a la
sociedad en la que vivo. —Y de algún modo ésa es la línea de continuidad
que tienen novelas que son muy distintas. Se parece poco esta novela a los
cuentos que ganaron el concurso de Casa de las Américas —típicos de la
época de la que hablan— o a El 10% de tu vida, que rinde culto
al policial. —El 10% surge
de una apuesta que hicimos dentro del Penal con el poeta Miguel Ángel
Olivera, con quien tuve el privilegio de compartir la celda durante un año.
Él era un fanático de la novela policial, así que hablábamos mucho. En
un momento él me dice que escribir una novela policial tenía que ser muy
distinto a escribir una novela cualquiera. Yo sostuve que era una cuestión
de propósito. Así que hicimos una apuesta y empecé a trabajar con
Chandler y su criatura que es Marlowe. —El
policial tiene resuelto desde el origen el problema de que en una novela
tiene que pasar algo. —Claro,
porque ese es el peligro de la novela, para mí. Por eso elegí esa cita
de Levi-Strauss, al comienzo de Round trip, que habla de la novela
como una extenuación del mito. Porque en el principio los mitos
cumplieron esa función: explicar el mundo a través de una narrativa que
no se toma literalmente, que cumple una función simbólica, Y la novela
retoma esa función que cumplió el mito en la antigüedad, pero tiene que
narrar algo. La explicación viene a través de la narración, y la
narración siempre es simbólica. Los personajes en una novela tienen que
ser simbólicos. Lukacs también hablaba de la novela en esos términos:
el ámbito en donde se mueve un héroe degradado, que es lo que le da el
sentido trágico. —Ahora, si la novela llena el lugar del mito en el sentido de ser un espacio simbólico de explicación del mundo ¿eso no sucede con todo el relato del conocimiento humano? —Hay una diferencia discursiva. El discurso se enuncia de manera diferente. El enunciado es distinto, pero no es casual que tantos filósofos hayan recurrido a la novela como es el caso de Sartre o Camus. Este tal vez era mucho más artista que Sartre en el sentido de que la novela o el teatro eran para él medios de expresión más normales. Aunque Sartre también era un gran dramaturgo y un gran novelista. —Y
ese "vaciamiento de sentido" de que se acusa a ¡a literatura ¿no
se corresponde con un escepticismo general que engloba a todos los
discursos del conocimiento? —La
muerte de la novela se viene anunciando desde hace mucho tiempo, pero yo
creo que en lo que vos decís hay una realidad. Pienso en las cosas que
hace Eduardo Galeano, por ejemplo. Me parece que él, espontáneamente y
sin ninguna reflexión teórica o crítica previa, ha llegado a esa
concepción en que los géneros se funden y él produce una literatura híbrida
(sin que esto tenga nada peyorativo; todo lo contrario) en donde su
talento periodístico se junta con su talento narrativo, con su talento
investigador y logra un producto nuevo. Ha sido una cosa muy espontánea y
muy natural y que refleja muy bien todo esto. Hay
un cierto discurso que ha perdido autoridad y que tiene que tomar prestado
de otro tipo de discursos para responder a las expectativas de una
audiencia que quiere que las cosas se digan de una manera diferente. Creo
que en todo esto tiene mucho que ver la revolución que ha habido en los
medios de comunicación. La televisión, el CD ROM y todos estos nuevos
recursos están creando un nuevo tipo de discurso. Y nos tenemos que
adaptar. Nos vamos adaptando en nuestros mecanismos de percepción y de
reflexión que incluso varían de acuerdo a los nuevos estímulos que se
nos proponen. Yo no sé si el cerebro humano funciona de la misma manera
que hace ciento cincuenta años. —Es
probable que no.. —Un
ejemplo muy simple: vas conduciendo en una autopista en Europa o en los
Estados Unidos y todos tus reflejos son diferentes a los que tendrías al
conducir en otras partes del mundo. Porque los mecanismos de señalización
y las respuestas que tenés que dar son totalmente otras. Ahí hay una
adaptación de nuestros reflejos muy diferentes a la que teníamos para
conducir un carro con caballos. —¿Y
el resultado de esa adaptación no será una literatura de personajes sin
gran espesor psicológico, que no muestran una "interioridad",
sino que se muestran como parte de una escena, o mejor, de un movimiento?. —Eso
inclusive ha recibido una formalización, una categoría que es behaviorism,
en donde el personaje se revela a través de su conducta. No hay reflexión.
Los personajes se muestran según sus comportamientos o choques de
personalidades. En Auster, por ejemplo, no hay reflexión en ningún
momento. —¿Y
qué sucede con la literatura uruguaya? —La
literatura uruguaya cumplió la mayoría de edad, en el sentido de que ya
este fenómeno se dio, por supuesto, con Onetti, con Benedetti, con
Galeano y es reconocida. Y ahora son las editoriales importantes,
internacionales, las que están interesadas en los autores uruguayos. Ese
me pareció un fenómeno muy auspicioso. Yo nunca había sido publicado
por Planeta antes y lo considero un privilegio. Pero no hay que desmerecer
el esfuerzo de los editores uruguayos. Sé que ellos luchan con problemas
fundamentalmente financieros que no tienen las grandes editoriales. —¿Estás
escribiendo actualmente alguna otra novela? —No, pero tengo dos inéditos largos. Uno intenté publicarlo pero no ha tenido buena respuesta. A Planeta le presenté tres textos; uno de ellos era precisamente éste, una novela que se llama El rastro de la serpiente. Originalmente tenía 450 páginas y después la reduje a 400 más o menos. El mercado se resiste a publicar novelas de esa dimensión. Fue traducida al inglés por el editor que publicó El 10% de tu vida en Estados Unidos, pero no nos entendimos porque ellos querían que la redujera a 250 páginas. Yo le quité 50 páginas pero dije que no podía ir más allá. Así que no se publicó. Está esperando un editor. La otra novela —que tal vez es mi trabajo más ambicioso— no la ofrecí todavía a ningún editor porque no la considero terminada. |
Bibliografía
Novelas
Cono
Sur; 1963; Primer Premio Concurso Internacional de Marcha. Virginia
en Flashback; 1966. El
nadador; 1968. El
10% de tu vida; 1986. La
Diana en el crepúsculo; 1987; Barcelona, París. El
breve verano de Nefertiti; 1996; Premio "Castillo Ipuche" de
Novela Corta, España. Round trip; 1998. |
Relatos Información sobre
la ruta (1987). La
cifra anónima (1988); Premio Casa de las Américas. Teatro El
asesinato de Malcolm X. Enterrar
a los muertos. El intruso. Holiday Inn. El desvío.
El socavón. |
Soledad Platero
soledadplaterop@gmail.com
El País Cultural N° 470
6 de noviembre de 1998
Autorizado por la autora - En Letras-Uruguay desde el 13 de abril del 2012
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