Luz de fondo - de Graciela Licciardi - por Cristina Pizarro |
Una apertura que celebra el mundo de la infancia con un epígrafe afín con la dedicatoria al hijo y un tono expresado con resonancias de la poesía dedicada a los niños que nos legó la gran maestra Gabriela Mistral, no invitan a deleitarnos con el cuarto poemario de Graciela Licciardi, Luz de fondo. Título que condensa la iluminación del espíritu y del pensamiento frente a la adversidad de la existencia, hilvanado con la cotidianeidad y lo siniestro en un planteo con sutiles interrogantes. El Paraíso Perdido se quiebra con la pubertad, como puerta a la muerte. Cada epígrafe es un paso definitorio para entrar en la estructura de los poemas armados sobre la base de la intertextualidad, en instancias que develan la fruición lectora. Las cinco partes conforman un itinerario vertiginoso y sensual, en donde se manifiesta un lenguaje que recoge el rasgo propio de cada temática.
En la primera parte hay movimiento por un espacio corpóreo. El cuerpo cobija los sueños. Se establece una conjunción entre el corazón y el cráneo manifestado en el tiempo que pasa y se concentra en el "amoroso odio". Se reiteran los binomios en memoria-recuerdo y el pronombre de primera y segunda persona "me" y "te". Reaparece una carga nihilista, como en libros anteriores de la autora,"no recuerdo", "no me decida" afín con el verso de Héctor Miguel Ángeli "que no me deja en paz". Fluidas imágenes para la vida-muerte-deseo. Una trilogía que se cubre con el vacío y la sombra. Reptar es bajar al fondo y aplastar el deseo. Lo ígneo se destaca, vive y muere en la petit mort. Con reminiscencias heideggerianas, un ser para la muerte. Entre la luz y la sombra, vamos siendo para la muerte. En nuestra condición de mortales surge el imperativo del espacio en tres dimensiones representado por el cuerpo y que pone en primer plano a la lengua. Boca como inicio de nuestra oralidad que devora la sombra. Acaso será la palabra la que posterga nuestra muerte. La escritura es el espacio donde se conquista lo imposible, tal vez para la autora. Los huesos representan una fuerte imagen que nos retrotrae a los instantes del último adiós. En la acción de mirar, se entreteje con la palabra el encuentro con la sombra. El nombre también es el cuerpo. Como leit motivs, aparecen el exilio, la deserción, la otredad. Una dulce agresividad que se destruye y se diluye en el tiempo. En paralelo, el tono social en un ritmo acompasado con la reiteración que nos duele. Esa primera persona que se autodescribe, se asume ante la angustia. Hay una realidad que se distorsiona por el miedo, acosada por los principios de una tradición fundada por la culpa y los castigos. En la obsesión del tiempo, el ser humano se debate ante el honor. Sueños y fantasías que restauran las heridas. Lo impermanente señala el camino. Una semantización de lo temporal insiste en la purificación a través de la lluvia-semen. La tormenta exalta la sensualidad del "negro satén" y el acuoso desierto y la miel. La escucha de los sonidos en medio del naufragio. Desde un foco metonímico, la cama engendra la unión y es receptora del deseo. La traslación de la figura al objeto acierta un recurso cinematográfico, ya anticipado, especialmente, en la novela Lágrima hueca. El fuego de la muerte sacude con sadismo la sensualidad que se derrumba. El cuerpo en su sangre se detiene, se demora, queda quieto, tiene miedo. Una realidad descripta desde el punto de vista de la conmiseración, por el derecho a una vida en libertad, por el goce eterno y el deseo. Una atmósfera constituida con un vocabulario asociado al tango (madreselva-conventillo-garúa) .Ritmo musical y pintoresquismo. Imágenes táctiles que dejan las semblanzas de seres y de objetos. La memoria y testimonios de una época. Magistral recurso del "balde de zinc". Alusiones a la "piecita del fondo", "el cofrecito de bronce", "el cristal de roca", "el ropero con sus lunas", "una copita de anís" En la última parte, se recogen a modo de ramillete los grandes temas abordados: la angustia existencial, el cuerpo, el deseo, el goce y el éxtasis, los miedos, la orfandad. El erotismo con su concepción poética del amor y la inmortalidad en la Palabra, quizás se erijan en los ejes centrales de la poética de Graciela Licciardi, quien ha elegido la voz "viva" para trazar su camino literario. |
Cristina
Pizarro
Buenos Aires, 1 de abril de 2007
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