De los catecismos históricos al Ensayo de H. D.
por Juan Ernesto Pivel Devoto

Publicado, originalmente, en: Marcha Montevideo Año XVIII Nº 863  24 de mayo de 1957 pdf

Las primeras obras para la enseñanza de la historia escritas en nuestro país fueron dos catecismos concebidos de acuerdo a la corriente do la época dirigida a cultivar la memoria de los alumnos más que la reflexión. Nos referimos a los “Elementos de Historia de los Asirlos, Persas, Egipcios, Griegos, Romanos, Ritos Romanos y Mitología”, redactados por los PP. Escolapios en 1838, para uso de los alumnos de su colegio establecido en Montevideo en 1835, y al “Catecismo Geográfico-Politico e Histórico de la República Oriental del Uruguay”, dato a la estampa en 1850, por Juan Manuel de la Sota. En estas obras, (la primera fue puesta bajo el lema de Horacio: “Se breve en tus preceptos”) a la pregunta concreta se responde siempre en los términos más concisos y afirmativas, en los que con frecuencia hace pie el autor para formular la pregunta siguiente con lo que se logra dar cierta unidad al desarrollo del tema. Los catecismos tenían su técnica y su eficacia. Entre el fárrago de nombres y de fechas de las tablas cronológicas, no están ausentes las reflexiones de orden moral y filosófico o las dirigidas a formar la tradición del país y a exaltar los valores del pasado. De la Sota escribió su librito bajo la advocación de estos pasajes de Cicerón: “Ignorar lo que ha precedido a nuestro nacimiento es vivir siempre en la niñez. La historia es testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, señora de las costumbres, y mensajera de la antigüedad”.

En estas obras elementales, esencialmente enumerativas de los hechos más importantes, tales como fundación de pueblos y ciudades, sucesión de gobiernos y dinastías y de los personajes de la mitología que se enseñaba entonces para facilitar la comprensión de los textos clásicos, falta el relato orgánico que reconstruya con armonía el desarrollo de un período histórico, la descripción que descubra los rasgos de un personaje o de una época. En ellas se buscaba dar tan solo una nomenclatura y una cronología útiles para el estudio de la historia. La de nuestro país, poco y mal conocida al promediar el siglo, comenzó a enseñarse entre 1864 y 1866 bajo la orientación de dos autores que entonces dieron comienzo a una labor didáctica en la que habrían de presidir por espacio de cuarenta años.

Los manuales de Isidoro De María y a Francisco A. Berra

Aludimos a Isidoro De María y a Francisco A. Berra. El primero se había propuesto desde muy joven escribir la historia de la República para lo cual reunió merced a esfuerzos personales los elementos de juicio que le permitieron publicar en 1864 la parte inicial de su "Compendio de la historia de la República Oriental del Uruguay", dedicado a la juventud, obra que compendiando el relato desde el descubrimiento, alcanzó en sus dos primeros tomos hasta el año 1815. De María fue el primer autor que intentó la narración de nuestra historia con sentido nacional. Lo hizo en forma sencilla y amable, destacando los rasgos loables de los hombres y los hechos gloriosos del pasado que era necesario enseñar para formar definitivamente la conciencia de la nacionalidad.

Revivió épocas enteras con sus crónicas, y trazó los rasgos biográficos de los principales actores de la formación del país. No se propuso otro fin más trascendental que el ya enunciado: arraigar entre los jóvenes el amor a la patria mediante el estudio del pasado concebido con sentido reverencial. El desarrollo que adquirió su obra, a través de los tomos aparecidos después de 1874, le hizo perder el carácter de compendio, título bajo el cual se completó a comienzos de este siglo en un total de seis volúmenes que abarcan la vida de la República desde sus orígenes hasta 1830. Por su extensión, la Historia de De María se convirtió en una fuente de consulta documental, en una obra de erudición. Un proceso radicalmente distinto se operó en el "Bosquejo Histórico de la República Oriental del Uruguay", del Dr. Francisco A. Berra cuya primera edición habíase publicado en 1866. Berra fue nn pedagogo integral.

Tenía poco más de veinte años cuando escribió el BOSQUEJO en el que trazó la historia nacional hasta 1830. Encaró el estudio de la historia con un sentido moral y filosófico; a su modo de ver el manual que la enseñara, mas que los sentimientos debía despertar el entendimiento, la razón y la reflexión de los jóvenes a quienes se daría a conocer lo bueno y lo malo de las acciones de los hombres, de los partidos y de los gobiernos.

En medio de la vasta labor pedagógica realizada entre nosotros. Berra consagró lo mejor de su inteligencia y de su capacidad creadora a ampliar y mejorar el "Bosquejo Histórico". Sin perder su estructura originaria al reeditarse por tercera vez en 1881 era ya una obra de 462 páginas en las que lucían la madurez del autor y la definida orientación de un racionalista frío, de un doctrinario al que un cerrado principismo político no permitía apreciar con cabal sentido histórico el papel de las multitudes en la historia del Río de la Plata.

Cuando los estudios nacionales iniciados por de la Sota y De María adquirieron profundidad y desarrollo a través de la obra fundamental realizada por Bauzá en la década del setenta al ochenta, y por la influencia de diversos factores que sellaron la unidad del país y se mostró vigorosa una conciencia nacional, el BOSQUEJO de Berra que tantos plácemes mereciera y que tanto había influido desde 1866 en la educación de la juventud, comenzó a ser discutido e impugnado.

El redamo de una historia con sentido nacional

Lo fue en particular en ocasión de hacerse la tercera edición de 1881. Para el juicio del didacta más riguroso la obra aparecía revestida de los atributos más recomendables: pulcramente editada, mejor estructurada, subdividida en capítulos y en temas en cuyo desarrollo, a diferencia de lo que ocurría en las ediciones anteriores se daba más importancia a los acontecimientos que a las personas; capítulos de exposición escritos en estilo transparente y conciso, complementados por reflexiones y juicios sobre los hechos y los hombres que acusan siempre la presencia de un analista empeñado en extraer una lección útil del examen del pasado. Fue entonces, cuando el Bosquejo apareció decorado con sus mejores galas, que Carlos M. Ramírez hizo el severo análisis de la obra en el juicio crítico publicado en 1882 del que nos ocuparemos en particular en otra ocasión. Acentuóse a partir de esta época cada día más, el desencuentro entre la obra de Berra y la corriente de opinión predominante sobre la historia del país sobre la figura de Artigas en particular. Este hecho indujo a las autoridades nacionales y escolares a adoptar medidas para impedir la circulación del manual en los centros de enseñanza en los cuales continuó no obstante gravitando hasta 1895 en que se efectuó la cuarta edición que consagra al “Bosquejo Histórico” — al margen de toda opinión sobre sus juicios y sobre su orientación política y pedagógica, — como el esfuerzo didáctico más notable realizado entre nosotros durante la pasada centuria.

En el prólogo de la cuarta edición, a manera de despedida y en actitud de réplica a sus críticos, Berra expresó: “El fin práctico de la historia no es satisfacer curiosidad, ni aun exaltar el sentimiento patriótico, como muchos creen incurriendo en gravísimo error: es servir de guía a la conducta futura de los hombres, mostrando cuales son los efectos que fatalmente se siguen en determinados hechos verificados en determinadas circunstancias”.

Las 720 páginas de la edición de 1895 —que es la última— muestran al “Bosquejo Histórico" en su forma definitiva. La obra trasunta dignidad en todos sus capítulos. El autor aplicó en ella el principio pedagógico del desarrollo concéntrico de los temas. Dio más importancia a las costumbres y a las instituciones que a los episodios militares y a los hechos administrativos. Al exponer los hechos entendió que debía explicarlos mediante el estudio de las ideas y las circunstancias que los determinaron. “¿Se deduce de aquí —expresaba— que el historiador debe prescindir de las doctrinas que rigen en el lugar y tiempo en que escribe? De manera alguna”. “En lo moral y en lo físico —agrega Berra— progresan las ciencias. Teorías que no ha mucho se consideraban verdaderas son hoy desechadas por falsas, y otras nuevas las reemplazan en la dirección de la vida”.

“Si por algo existe la ciencia y se desenvuelve mediante la consagración de los talentos más preclaros, es porque reconoce y ha reconocido el mundo en todo tiempo la necesidad de que en las industrias y en las relaciones humanas de toda clase se conforman las acciones con las leyes de la naturaleza; cuya certeza es la razón porque los ciudadanos y los gobiernos inculcan a los pueblos, desde la infancia, los progresos que realiza el afán de los sabios”.

“El historiador es un obrero de esta labor universal encaminada a hacer procesar a los hombres. Su misión consiste: en estudiar los sucesos pasados, sus causas y sus electos: en demostrar que leyes presiden el encadenamiento de los grandes actos humanos; en discernir en que cumplieron y en que infringieron las generaciones extinguidas las nociones que ahora se reputan verdaderas; y en inferir como las consecuencias funestas se han debido al error, y como se habrían evitado si se hubiesen conocido y aplicado las verdades descubiertas posteriormente. Estas investigaciones y demostraciones van al mismo fin que todas las demás de la ciencia: al fin de conocer la naturaleza, y la necesidad de acomodarlo todo a sus fuerzas y a sus leyes, para que las generaciones presentes y venideras eludan las fallas en que incurrieron las pasadas ya por el temor de que la sanción natural haga seguir las faltas de más o menos graves desventuras, ya por la esperanza de que la observancia de las buenas ideas sea fuente de bienestar. Si el historiador debiera contraerse a juzgar a los hombres y los acontecimientos según el criterio, verdadero o falso, de la época en que figuraron los primeros y ocurrieron los segundos, resultaría que hoy reputaría bueno y perfecto lo que bueno y perfecto pareció en tiempos anteriores, a pesar de que los progresos de la ciencia hubiesen demostrado que lo que antes pareció perfecto y bueno fue en realidad defectuoso y malo; y con proceder tan anacrónico la historia serviría no como fuerza impulsiva de progresos morales y materiales que obrara en armonía con las fuerzas civilizadoras de las demás ramas de la ciencia, pero sí como un poder reaccionario aplicado a difundir y a perpetuar en la humanidad los errores de todos los siglos.”

“La historia —decía concretando su pensamiento— debe servir las ideas y para moralizar las costumbres del porvenir, juzga los hombres y los hechos según los principios que hoy reciben universal acatamiento; los aplaude si son buenos, los condena si son malos; y los condena sobre todo, si son malos según las ideas que rigen en la presente y según las ideas que regían cuando los hechos se vereficaron".

En esta misión de administrar justicia histórica Berra se dejó llevar por lo que el creyó que eran las doctrinas de su época. Cuando se propuso explicar los hechos del pasado ambientándolos con el estudio de las ideas del período en que se produjeron, lo hizo siempre imbuido de los principios que regían su conducta. El excesivo formalismo de sus planteamientos restó a éstos sentido histórico. Carlos María Ramírez recordaba que las masas incultas de las campañas tuvieron la intuición y la pasión de la República y que el Bosquejo les negaba ese atributo por que la idea de la República sólo podía ser producto exclusivo de la ciencia. Pero lo discutible de la obra de Berra no está en la ausencia de sentido histórico con que apreció los hechos, en el criterio severo con que los enjuició sin llegar a explicarlos, en su espíritu de “porteño viejo” al que Carlos María Ramírez atribuía la ausencia de carácter nacional de su obra, ni en la frialdad de sus esquemas interpretativos. El reparo fundamental que puede hacérsele a Berra es que una inteligencia tan comprensiva como la suya, tan sensible y abierta a todas las manifestaciones del saber, hubiera rehusado aplicarse al análisis sereno de los nuevos elementos de juicio aportados por la polémica histórica después de 1854, que obligaban a rectificar versiones y opiniones sobre la época de Artigas que él persistió en mantener inmutables.

La enseñanza de la histeria a fines del siglo XIX

El BOSQUEJO de Francisco Berra mantuvo entre nosotros su autoridad y su vigencia por espacio de tres décadas, bien que discutido durante ese período en el se publicaron otras obras didácticas de distinto grado y opuesta orientación. En el plano de la enseñanza elemental corresponde recordar el "Compendio Historial del Uruguay", escrito por Francisco Bauzá para formar la conciencia nacional y ciudadana de los alumnos del Instituto Pedagógico, breve catecismo histórico, modelo en su género, reactualizado en el momento en que se realizaban las experiencias pedagógicas más reñidas con ese tipo de obra didácticas. Dentro de la misma orientación histórica y filosófica debemos incluir a la ''Historia de América" del Dr. Vicente Navía publicada en 1883 para completar la traducción de los tomos del "Compendio Cronológico de Historia Universal", obra de M. Daniel, antiguo obispe de Goutanges y de Avranches continuada hasta la época por M. C. H. Maríe, catedrático de la Universidad de Caen. En el plan de su obra Navia incluyó el desarrollo de una Historia del Uruguay que narró desde el descubrimiento hasta 1875.

Tal el rasgo más singular de este manual utilizado en los centros de enseñanza religiosos rompía el
mito de 1830 al que se sujetaban todos los autores y avanzaba en el estudio y explicación de la historia del país hasta los últimos años. El nacimiento y la lucha de los partidos y las pasiones que suscitaba la controversia histórico-polílica impulsaba a no internarse en el estudio de la vida de la República después de su iniciación constitucional, aun a los espíritus mas cultivados. Bastará recordar al respecto que el articulo 39 de los Estatutos del Ateneo de Montevideo expresaba: "Es absolutamente prohibida la exposición o discusión de trabajos que se refieran a las luchas intestinas del Río de la Plata, posteriormente al año 1830". Víctor Arreguine dio a conocer en 1892 su "Historia del Uruguay" que se detenía también en el limite consabido, no obstante proclamar su autor la necesidad de estudiar sin temor el período de las guerras civiles por considerarlo una etapa esencial de nuestra formación histórica.  La obra de Arreguine, inspiraba en las fuentes de Bauzá y Ramírez, significó para la enseñanza y divulgación de la historia nacional un aporte valiosísimo. Arreguine fue un gran narrador. En una prosa vivaz y sencilla, animó escenas, refirió episodios, retrató personajes, logrando dar en su libro la sugestión del pasado, esa sugestión que no se encontraba en las paginas excesivamente analíticas del Bosquejo Histórico

Al finalizar el siglo, desplazado el libro de Berra de los centros escolares y universitarios, convertido el "Compendio" de De María en una Historia general cuyas proporciones excedían los límites en que debe encuadrarse un manual, la crisis de las obras didácticas para la enseñanza de la historia coincidió con una preocupación que entonces se fue abriendo camino en el sentido de incorporar a los programas oficiales el estudio de la evolución del país posterior a la jura del código de 1830. En vísperas de introducirse esa modificación en los programas y a raíz de la reforma de éstos, diversos autores se propusieron llenar el vacío que suponía la falta de un manual de historia nacional.

Entre 1897 y 1900 Santiago Bello, Enrique M. Antuña y Pablo Blanco Acevedo publicaron el ''Manual de Historia de la República", las "Lecciones de Historia Nacional", la "Historia de la República Oriental del Uruguay", respectivamente. La última de las obras mencionadas, aparecida en 1900, era el primer intento para abarcar el cuadro completo de la vida del país desde sus orígenes hasta 1889. En 1901 H. D. publicó su "Ensayo de Historia Patria".

 

por Juan Ernesto Pivel Devoto

 

Publicado, originalmente, en: Marcha Montevideo Año XVIII Nº 863  24 de mayo de 1957 pdf 

Gentileza de  Biblioteca Nacional de Uruguay


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