Poesía Reunida, de Aurelio Pastori. Editorial Vinciguerra. Buenos Aires. 2005. 35 págs. – por Rosario Peyrou |
EN APENAS treinta y cinco páginas esta antología acerca una selección exigente de un poeta notable y, sin embargo, poco conocido. Cultor del bajo perfil, por mucho tiempo afincado en el Depto. de Flores, y en general ausente de los medios culturales, Pastori ha ido construyendo con lentitud una obra que elige el despojamiento, la búsqueda de la palabra precisa, para decir lo que no puede decirse de otra manera que mediante la poesía. Hay algo de los clásicos en el decir sereno y a la vez hondo de este poeta. El dolor de la muerte de alguien muy querido, la lucha contra el olvido, la brevedad de la vida, el vacío lacerante de la ausencia, son los temas de esta antología. Temas eternos de la poesía de todos los tiempos, que sin embargo parecen aquí renovados por la autenticidad y el rigor con que están trabajados. La suma delicadeza de Pastori para tocar el dolor, el duelo, la conciencia culposa de vivir a pesar de la ausencia del ser amado, recuerdan a la Circe Maia de En el tiempo (1958) y Destrucciones (1986), otra poeta que ha vivido en una suerte de exilio voluntario, publicando cada tanto textos que reconcilian al lector con la poesía. Como Circe Maia, Pastori trabaja sobre el silencio. Y es el tono, la música asordinada que consigue en ese diálogo con el silencio, lo que les da a estos poemas su fuerte poder de evocación. El mundo de Pastori está hecho de objetos cotidianos, de cosas comunes, de imágenes simples. Pero las cosas "hablan", pugnan por decir algo esencial, están impregnadas de la emoción del que las mira. Así, dice de una casa que ha quedado vacía después de una mudanza: "Nos vamos/ con nuestros objetos amados./ Cerramos la puerta/ por la que entramos./ Sabemos/ que estuvo siempre/ latiendo/ eso/ que ahora se queda/ intenso/ intenso y de nadie/ adentro". ("El desalojo"). Las sillas blancas del jardín en un día de lluvia se desrrealizan, son como fantasmas de los que no están: "están reunidas/ cada una sosteniendo/ una alegría de ayer// Los ausentes ríen/ como si no lloviera./ Oscurece solo/ para los ojos". ("La reunión"). Ese "ver" algo que está más allá de la apariencia es resultado de un proceso de materialización del recuerdo. El poeta es el que ve, porque recuerda. En un poema se describe la llegada anual de los esquiladores, pero "El capataz no está./ Desde el último invierno/ sobre el campo sin él/ crece pasto nuevo.// Ha venido gente para trabajar./ Traen (como siempre) las ovejas./ El hombre que las cuidó/ tanto tiempo/ viene llegando a los corrales/ con ellas.// Yo sov el único que lo veo". ("Recuerdo de Pérez"). |
La imagen de la muerte está también en
la naturaleza, en el viejo tópico griego de las hojas del otoño
asimiladas a las generaciones de los hombres, un motivo que Pastori
trabaja poniendo el acento en el recuerdo: "Mírelas
hoy —jardinero— con la espalda en
el seguro suelo./Sin atrás./ Mírelas mirar a los árboles/ y esperarlos
en silencio" (...) "Son recuerdos esperando/ Déjelas
durar". ("Las hojas vivas"). Y en otro poema parco y
preciso: "Cayó un árbol/ en el bosque/ Lo demás está igual./ Sólo los pájaros/
que perdieron el nido/ se obstinan/ como si hubiera algo/ en la rama
destruida./ Lo demás está igual". ("Cayó un árbol"). Es el recuerdo el que sostiene la vida,
porque es necesario vivir sólo para no olvidar, como en este poema
sobrecogedor: "La tarea es vivir/ y ella está.// (...) Aparece/ sentada en los
sillones/como una lágrima.// Regresa del colegio/a la hora/del
silencio/sonríe desde el fondo/ de nuestros ojos". ("Vivir").
Y está la rebeldía, la imposibilidad de volver atrás al instante
anterior a la muerte, en el excelente "Los dos silencios", y en
"Un amigo murió en un accidente", donde el hablante quisiera
cambiar el tiempo sin sentido por ese segundo fatal: “cambiar las largas esperas/ o la impaciencia/ o el tedio/ sumar y
sumar tiempo/ contra un segundo/ y
el segundo puede más". Los ejemplos podrían seguir, pero es mejor limitarse a recomendar este libro intenso y desolado, para que el diga lo que tiene que decir. |
Rosario Peyrou
El País Cultural Nº 845
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