La tarde en que Candeau fue el pueblo uruguayo y después paciente coronario y Sir Thomas, de Harwood, y Rey Lear, de Shakespeare, y amenazado de muerte por teléfono, murió al final del segundo acto. por Juan Miguel Petit
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Todavía vibrantes los ecos del formidable acto cívico del pasado domingo en el parque Batlle y Ordóñez, Jaque obtuvo declaraciones exclusivas del protagonista de la tribuna de dicho acto. Alberto Candeau, primer actor de la Comedia Nacional, invitado por los partidos políticos uruguayos para leer en nombre de todos la proclama respectiva, nos contó, con ese casi impersonal señorío de que se viste su modestia, las alternativas de la inverosímil tarde del domingo. Todos sabemos que el acto comenzó, al pie del Obelisco, con la ejecución del Himno pocos minutos antes de las seis de la tarde. Hasta hablar con Candeau ignorábamos, sin embargo, que sus compromisos profesionales con la Comedia lo obligaban a actuar en el Solís a las 18 y 30, representando el papel de Sir Thomas en El vestidor, de Ronald Harwood. Llegó y lo hizo aunque, para ello, gestiones del doctor Rijo mediante, haya debido recurrir a los servicios (y a la velocidad) de la Unidad Coronaria Móvil. El personaje de Sir Thomas (teatro en el teatro) hace el papel de un viejo actor, senil y medio loco, que en un teatro británico de provincia, un día cualquiera de 1942, representa al Rey Lear mientras la ciudad es bombardeada por los nazis. Se trata de un actor que ha sido contratado por el gobierno británico para levantar la moral de la gente. Por ahí confunde los papeles pero levanta los ojos y maldice a “los fascistas”. Y se muere. ¡Vamos al escenario! ¡Ningún fascista podrá detenerme ahora! Mientras Sir Thomas-Rey Lear de Harwood-Shakespeare se moría en escena, magistralmente representado por Candeau, un “maldito fascista” llamaba por teléfono al teatro Solís para anunciar la muerte de Candeau en ese segundo acto durante el cual se estaba muriendo. ¿Alguien tiene dudas de que la realidad supere a todas las artes imaginativas juntas? Actor o ciudadano En su casa, donde nos recibe, Candeau se extiende sobre lo que significó para él (“fui honrado por la designación de los partidos”, es la expresión que utiliza) que le encomendasen la tarea de leer, al pie del Obelisco, la proclama de las colectividades cívicas. Hemos oído por allí la pregunta de si el ciudadano o el actor, y de cuál fue el que habló en el estrado delante de la muchedumbre. Tememos no poder trasmitir el sinsentido de esa pregunta para quien, como Candeau, no sería actor si no fuera ciudadano, ni podría cumplirse como ciudadano si no tuviera para con su oficio, al que ha dedicado la vida, esa honesta consagración que lleva habitualmente el nombre de responsabilidad. No hay literatura en su voz cuando nos dice que, “aparte de lo que significaba para mí actuar en nombre de la conciencia libre de todos los demás, actuaba como ciudadano y sentía que por mi voz, modesta voz de actor, salía no sólo el pensamiento de los autores de la proclama sino también el de las 400.000 personas que asistían a la concentración. "Cuando acepté leer la proclama sentí, y no es retórica, que se trataba de la mayor responsabilidad como ciudadano y como actor. Sentí también que era imprescindible entrar en clima, en la temperatura del texto y de la gente, como quien dice en teatro entrar en la piel o en el pellejo del personaje. Al llegar me di cuenta que corría el peligro de no poder dominarme y de no trasmitir lo que era aquel mensaje.’' ¿Por qué razón? Un actor estudia un texto dramático y luego sube a escena. Con el texto armado, masticado, preparado. Pero esto no era un texto teatral. Y la platea, una platea así, que muy pocos actores habrán tenido nunca, contagiaba su latido y su estremecimiento. Yendo al caracú de lo que quiero decir, allí en el estrado primero me emocioné mucho y después tuve temor que la emoción pudiera traicionarme y arrastrarme de modo de terminar leyendo mal un texto que podía dominarme. Lo que digo es que tuve que apoyarme en la experiencia de cincuenta años para buscar el camino y resolver lo que sentí que era como un estreno de estilo. —¿No era un monólogo más? lira un diálogo. Frente a aquella platea inconmensurable no valía siquiera la idea absurda del monólogo. Había una receptividad contagiosa y una contestación que obligaba a resolverse por la técnica de la pausa y requería, después retomar parte de la frase. Y así, decir dos veces el párrafo final, para dar un ejemplo. Hablando como un actor, digo que se podía leer aquella proclama de forma más objetiva, más neutra si se quiere. Pero hubiera sido desencontrar la temperatura de la asamblea y la del propio texto. Sentí que tanto una como otro exigían entregarse a lo que se llama la respiración del texto, que no es por supuesto su articulación ni menos la respiración física del actor. —El acto empezó realmente a las seis menos diez, con la ejecución del Himno. Usted tenía un compromiso con la Comedia Nacional que lo obligaba a estar a las seis y media en el Solís. Sabemos que se hicieron gestiones ante el Intendente para postergar una hora la función de El vestidor de Ronald Harwood, pero que contestó con una negativa. Cuéntenos ese viaje en la Unidad. Coronaria Móvil. . -Había adentro un hombre amabilísimo, con guardapolvo blanco. Me miraba solícito y me decía: “¿cómo se siente?, ¿se siente bien?”. Cuando llegamos al Solís no me dejó bajar. “Por aquí no”, dijo, y me llevó al lugar más próximo a la entrada, donde la escalera es menos alta. “Por aquí...” Luego se dirigió a los compañeros que me estaban esperando y les dijo: “Aquí está. Se los entrego a ustedes”. —Usted sale a los pocos minutos de empezada la pieza, en el papel de Sir Thomas. Lo recibió un aplauso cerrado. —Fue muy caluroso, sí; fue muy emotivo. El texto de Harwood Candeau nos muestra algunos momentos notables en el libreto de El vestidor. Cuando ya caracterizado Sir Thomas, va a salir a escena como Rey Lear, se confunde los recuerdos. En vez del Rey Lear le salen parlamentos de Macbeth y de La tempestad. Y entonces, los nazis empiezan a bombardear la ciudad. Sir Thomas se serena y declara: “La noche que hice mi primer Lear hubo una tormenta de verdad. Ahora un bombardeo. Hasta cuándo tendré que aguantar. Quiero recitar a Shakespeare y ya no saben qué hacer para impedírmelo”. “Estoy seguro que no lo hacen por usted”, le dice Norman, el vestidor. Pero Sir Thomas, furioso, mira hacia arriba y grita: “¡Arrojen todas las bombas que quieran! ¡Bórrennos de la faz de la Tierra! ¡Atrévanse! "¡Cada palabra que yo diga será un escudo contra la barbarie y el terror!” Luego llora, vacila, le viene el track y por fin grita su “¡Vamos al escenario! ¡Ningún fascista podrá detenerme ahora!” — Candeau, ¿por qué no faltó lisa y llanamente esa tarde? -No podía. Además, hay una moral del oficio, que Margarita Xirgú resumía con la frase “Al teatro sólo se falta con la papeleta de defunción”. Amenaza Hay otras tradiciones también en el mundo del teatro. Candeau no nos habla, ni quiere, de la amenaza telefónica de un loco. No se lo comunicaron tampoco a él sus compañeros. Es tradición que a un actor se le omitan hasta noticias de la muerte de un familiar antes que termine la función. La ley moral no escrita es aquella de “el espectáculo debe continuar”. También la vida. Esa noche, varios actores acompañaron a Candeau hasta su casa, por precaución. Cuando se fueron, Candeau y su esposa volvieron a salir. Se fueron solos, como todas las noches, al café. Todo esto va a pasar. Fue glorioso lo del Obelisco. Pero no lo es menos la representación de las seis y media y todos sus detalles. Todo esto pasará. El país seguirá existiendo y valiendo porque a lo largo de estos años hubo, en todos los niveles, hombres que siguieron cumpliendo su deber cada uno en el mango de su herramienta. Médicos que siguieron siendo leales a la medicina, carpinteros a la madera, periodistas al papel en que escriben, actores a sus viejas tradiciones. El hombre no termina en sus deberes. Pero en los deberes cumplidos con honrado corazón empieza lo que el hombre tiene de hombre. Ver, además:
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Alberto Candeau lectura de la proclama - A 30 años del Obelisco - 27 de noviembre de 1983Publicado el 26 nov. 2013 |
Juan Miguel Petit
"Jaque" Revista Semanario - Año I Nº
3
Montevideo, del 2 al 8 de diciembre de 1983
Editado por el editor de Letras Uruguay
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