Docentes. Maestros, profesores de secundaria y de Utu, de la enseñanza pública. Todos han estudiado porque la vocación de servicio es más fuerte que el interés personal. Porque quieren vivir esa experiencia intransferible e imposible de describir, que en los textos fríos de la ley se denomina “el proceso enseñanza aprendizaje”. Porque son voluntarios en primera línea de combate contra la miseria y la deshumanización, muchas veces a pesar suyo. Entonces yo creo, como nuestro Presidente, que hay que pedirles un sacrificio.
Hay un solo matiz de opinión que me gustaría compartir en estas líneas. Creo que nuestra sociedad, para reunir la autoridad moral necesaria para pedir y hasta exigir ese sacrificio, tiene que hacer tres cosas. Son sencillas. Ninguna tiene que ver con el salario docente. Ninguna es “a cambio de…” porque ni tenemos la autoridad moral para ofrecer algo a cambio, ni ellos lo aceptarían. Son pequeñas ayudas que nos corresponden a todos como sociedad.
1) RESPETO Y DIGNIDAD. Soy un hombre de izquierda, hijo de docentes de enseñanza secundaria. Desde muy chico que me enseñaron que no hay profesión más sagrada que la de maestro. Propongo que nuestra sociedad le devuelva a los docentes el respeto y la dignidad que les fue quitando desde fines de los 60 en adelante. Más que un reconocimiento, propongo un desagravio. Muy sencillo, nada complicado: que nuestros compañeros que ocupan cargos de gobierno, nacional o municipal, que los medios de prensa de izquierda, que nuestros intelectuales orgánicos (si queda alguno) dediquen un ratito nomás, cada tanto, a resaltar la importancia del maestro en la sociedad. Y si algún compañero con altas responsabilidades de gobierno tiene una audición en la radio, ¡mejor todavía! Que no hay sociedad nueva, ni hombre nuevo, ni revolución, ni socialismo, ni liberación nacional, ni patria grande, sin educación. Y no hay educación sin docentes ni profesores. Y a no espantarnos por “el deterioro de la educación”, que no es otro que el deterioro de la sociedad. Hagamos algo por solucionar este último, que el otro se arregla solo. Y para hacer algo, capaz que lo primero es decirlo bien claro, en voz alta y en público. Respeto, dignidad y respeto.
2) APOYO DE TODOS, MORAL Y MATERIAL. Vivimos el Año VII de la Era Progresista. Empezó el martes. Yo pienso que un mes es poco tiempo, seis meses también, un año también… capaz que hasta cinco años. ¿Qué nos cuesta diseñar un plan donde maestros, profesores, asistentes sociales, voluntarios de la universidad, activistas barriales, y los organismos del Estado con competencias específicas, como por ejemplo la Intendencia, el Ministerio de Salud Pública, organizaciones no gubernamentales, colaboren todos, en forma sistemática, organizada y permanente, en la educación de los niños y adolescentes? Programas que lleven la escuela al barrio y traigan el barrio a la escuela. No estamos descubriendo la pólvora, pero tampoco es la cuadratura del círculo. En el país del sobrediagnóstico, la pregunta no es “qué hacer”. La pregunta es “por qué no se ha hecho”.
3) PROPORCIONALIDAD EN EL SACRIFICIO. Creo que, si le vamos a pedir un sacrificio a los docentes, hay pedírselo a la sociedad toda. A los jubilados, que pagan el IASS. A los trabajadores, que pagan el IRPF. A los empresarios, que pagan el IRAE. A los productores agropecuarios. Pero fundamentalmente a quienes más se han enriquecido en estos seis años. Nos referimos a los plantadores de soja, a los inversores inmobiliarios, a los dueños de las cadenas cárnicas y arroceras, a los importadores de automóviles y electrodomésticos, a los explotadores o usuarios de zonas francas, a los dueños de los polos logísticos, a UPM, a Montes del Plata… Nadie les pide que dejen de ser ricos. Solamente un sacrificio proporcional al que hace todos los días un docente que se levanta de madrugada para tomar un ómnibus destartalado, recorre muchos kilómetros y trata de entrar al salón con su mejor onda, para encontrarse con montañas de problemas, que incluyen violencia doméstica, mala nutrición, requisa de armas de fuego y armas blancas en los liceos. Y después sigue en otra escuela o en otro liceo, hasta la noche y se lleva deberes o escritos a corregir, o a preparar las clases.
Si los docentes son capaces de hacer ese sacrificio todos los días, ¿por qué vamos a pensar que toda esta gente no? ¿Verdad?
|