No creo
en el nombre del padre,
en la desesperanza,
en los labios resecos
al besar,
en la mirada íntima
que se confunde con una hoguera
en otro idioma.
Creo
en el nombre del hijo,
en la búsqueda cotidiana,
en el aplauso cerrado de los ciegos,
en el diálogo de los delfines,
y en vos,
que sacudís mis bosques
cuando rezás en mi cuerpo.