Prólogo a Riestra, Sylvia. Sincronías y Celebraciones. Montevideo: Artefato, 2006. 
Claudia Pérez

Sincronías/Celebraciones, una ética de las "tretas del débil"

" yo lucho por reconocer el rumbo
por hacerme un espacio
entre tejidos antiguos interminables".
[1] 

"cuando llueve
no sé si es adentro o afuera"
[2]

Sincronías. La palabra designa una "coincidencia de hechos o fenómenos en el tiempo"[3], y resaltamos en este título, que advierte sobre una temporalidad paradójicamente celebratoria, la sucesividad sin síntesis.

El prefijo, la preposición sun, significa con, al mismo tiempo, según la voluntad de. También alude a la lengua que se manifiesta en un momento de su devenir histórico. Pensamos en el acto de la palabra de la poeta en la coincidencia temporal. Y el pensamiento sobre la coincidencia heterotópica sustenta, a nuestro entender, este libro de Sylvia Riestra, sobre horrores y cambios del fin de siglo, sobre el desconcierto frente a ellos.

A su vez diríamos que esta mirada transcurre a partir de ciertos movimientos dados en el espacio y en el juego de la treta, " la treta (...) consiste en que, desde el lugar asignado y aceptado, se cambia no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él", dice Ludmer[4]. Es decir que desde ese lugar de enunciación, desde la opción de lo poético, se consolida la protesta, a veces sorda, a veces estridente, hacia una descripción de lo "real", entendiendo este término en su sentido de una cierta construcción. Sobre estos pilares, a nuestro entender, construye Sylvia Riestra un pensamiento poético sobre el fin de siglo enfatizando las decepciones: "a una zona inestable, de pasaje/ de profecías apocalípticas", pero también concientizando la muerte de una época: "al fin del siglo al fin del mundo", observando la progresiva destrucción, mutación histórica, de un pasado que se carga a la vez de idealismo, discurriendo sobre póstumas Celebraciones. Y en el medio, el yo, de consistencia asumidamente quebradiza.

Retoma Riestra una línea de pensamiento que trabajara en Ocupación del miedo (1987)[5]: "Me inicié en los sótanos clandestinos de las palabras, en sus fugas sonoras; y las ausculté hasta oír el crujido de los muertos y el contenido silencio de los vivos", en manifiesta preocupación por la opresión real y simbólica de los regímenes del terror pero enunciada siempre desde un yo lírico cuyos límites no son fijos. Sin aunarse en un yo colectivo miméticamente vivenciado, lo distingue. Ese yo se presenta siempre en paralelismo comparativo con el afuera: "siento un agujero / un pozo hondo / y vacío/ un páramo creciendo dentro/ como si una ciudad con miedo / fuera ocupada por un certero / amenazador toque de queda / en fatal presagio de derrota".

Y resaltamos el carácter de la mirada ética, sin asidero hegemónico en el paradigma postmoderno, pero necesaria en estos tiempos, preciada y sostenida en un plano de inestabilidad. Mirada que invita a manifestar una preocupación por la historia reciente y el presente, en su faceta de violencia exacerbada y en la sensación de pérdida en el pasaje de paradigma. "Qué hacer a qué dioses llamar/ cuando hasta las palabras/ se subastan al tráfico de las influencias/ cuando el alma se mide por rating/ y se la denomina "producción de imagen" / desgastado todo, qué quedaría de la tierra/ qué quedará de nosotros". Y propio de los cambios teóricos en el paradigma postmoderno resulta una revisión de la historia desde un enfoque intimista. Así el Descubrimiento de América, el Centenario, se colocan desde su distancia histórica en línea de contigüidad junto a Vallejo y al Abuelo, y al indio viejo en el Zócalo. Procedimiento de personalización que aproxima, que actualiza el hecho histórico en el rostro amigo, tal como el usado por Esquilo en Los Persas. Recordemos el Commós de Jerjes y el Coro, lamentando las muertes con sus nombres propios, yendo del hecho fechado de libro a la vida misma, al amigo o conocido, a aquel que ya no está pero sí estuvo en una dimensión íntima de la historia. El abuelo se hermana con el viejo indio y su mercancía folklórica : "Esa otra manera de cruzar el Santa Lucía / en plena medianoche, abuelo, / vos también, a caballo, entre barrancas/ (como desafiando)/ No te rías:/ las luces malas los aparecidos", "Tan sólo escucharte, oír tu música tan solo, tu aliento /indio viejo del Zócalo de la ciudad de México/-que no me vendas, que no te compre-/ que los dos sabemos que no es eso que no se trata de eso", mundo desaparecido y rescatado por la memoria singular.

Como sostiene Sarlo, la historia ya no es vista desde su enfoque monumental sino desde la expresión del giro subjetivo[6]. La desjerarquización de la historia monumental se cumple mediante la irrupción de las voces antes no validadas de la expresión personal, de las escrituras del yo, del punto de vista del margen, que igualmente intentan resignificar desde esa perspectiva la fragmentación percibida de los hechos históricos : "el presente es comprensible en la medida en que se lo organice mediante los procedimientos de la ‘narración’ y, por ellos, de una ideología que ponga de manifiesto un continuum significativo e interpretable de tiempo". Pero las estrategias de lo cotidiano han buscado el rastro excepcional, "el rastro de aquello que se opone a la normalización, y las subjetividades que se distinguen por una anomalía"[7] . Y esa pretendida anomalía no es tal, sino para formar el pensamiento de la diferencia, con las consiguientes transgresiones al poder simbólico. "reconstruir la textura de la vida y la verdad albergadas en la rememoración de la experiencia, la revaloración de la primera persona como punto de vista, la reivindicación de una dimensión subjetiva, que hoy se expande sobre los estudios del pasado". La literatura cobra otro estatuto, si todo es texto, "diría que encontré en la literatura (tan hostil a que se establezcan sobre ella límites de verdad) las imágenes más precisas del horror del pasado reciente y de su textura de ideas y experiencias" , "en ella un narrador siempre piensa desde afuera de la experiencia, como si los humanos pudieran apoderarse de la pesadilla y no sólo padecerla"[8]. Tomamos estas ideas de Beatriz Sarlo para iluminar este intento de construir una historia, particular, y también un concepto de memoria colectiva que engarce los puntos de la afectividad en común, que sostenga el encuentro con el otro no ya desde la autoridad, sino desde el compartir la experiencia. Así dice Riestra: "Reencontrarnos/ el aliento las yemas los dedos las historias/ cosemos unos a otros los costados/ ir formando una trama una bandera un poncho un ala", porque igualmente es necesario poseer una memoria que suture comunitariamente la herida abierta. Un frente común a la banalización como efecto del individualismo manipulable del paradigma postmoderno, con su desjerarquización, su filosofía de mercancía, la seducción narcisista: "Todo se subasta al mejor postor". La irrupción de diversidades y subalternidades, necesaria justicia histórica, se mira desde la perspectiva consumista, quizás en parte, sistematizadora, poniéndose de moda: "Nombres étnicos, de moda". Mientras por otra parte la desigualdad social se agudiza en la progresiva pauperización: "muchos demasiados niños/ limpian los parabrisas de los autos por un peso /en plena calle a la intemperie".

Otro punto que nos interesa señalar es el lugar de la enunciación del yo lírico, que toma la palabra desde la conciencia de una fragmentación: "Casi simultáneo fragmentario/ yuxtapuesto incompleto/ como instantáneas en series/ en cascadas en fogonazos". O un yo ya perimido con el que es imposible reconocerse, ya abolidos los parámetros que regían otro estado de las cosas. Vuelve la historia individual a emanar la historia colectiva. Otra opresión y violencia simbólica se despliega, referida no solamente a etnias, clases y pueblos, sino la ejercida sobre las mujeres. Ese yo fragmentado debe a esa posición indecisa, atribulada, atravesada por una condición de género insoslayable. Un interesante corte de género surge, con escisión romántica y tentación de abismo, de quiebre con el sistema y los roles aceptados: "inconsciencia pereza /desafía a la autoridad/ resistencia al paso del tiempo/ fantasía de convertirse en outsider / una manera del suicidio". Un habla femenina de fin de siglo, también fin de categorías y binarismos. Porque la categoría parece funcionar para igualdades políticas, no para categorizar un vasto continente forjado en la diferencia. El concepto de escritura femenina se asocia a lo contrahegémonico, a lo desestabilizador de fronteras. Lo es siempre que se refiera, al hablar de escritura femenina, a una "feminización de la escritura", sea cual sea el sujeto biográfico que firme el texto, que sea desreguladora y confrontadora de un cierto discurso hegemónico que se instituye como masculino neutralizado en lo invisibilizador, tal como plantea Nelly Richard[9]. Pero queremos destacar ese encuadre"femenino" de la escritura de Riestra, en el sentido de que una pregunta sobre lo hegemónico y tradicionalmente colocado en la serie binaria de lo masculino entra en cuestión: se yergue un duda sobre la violencia, una conciencia del entrampamiento, una contemplación complejizadora de lo "real".

"Cualquier literatura que se practique como disidencia de identidad respecto del formato reglamentario de la cultura masculino-paterna; cualquier literatura que se haga cómplice de la ritmicidad transgresora de lo femenino-pulsional, desplegaría el coeficiente minoritario y subversivo , contradominante de lo ‘femenino’ ", sostiene Richard. Todo aquello que desde el borde cuestiona el plano simbólico instaurado. Pero todo aquello no es solamente el género, es una de las variables y debemos reconocerle sus cualidades especificas en esa transversalidad. Así en Palabras de rapiña, Riestra dice: " será porque también me aparté del camino/ o porque me cuesta aceptar/ horizontes como mesetas". Otra línea de su palabra poética que atraviesa, desde otro lugar, este nuevo libro.

La palabra poética de Sylvia Riestra se resignifica, y se deja tomar atravesándonos; sin elegir el camino de lo críptico y quizás por eso, pensamos, profundamente perturbadora, casi como el erizo derrideano,. Este erizo enrollado al borde del camino permite un acercamiento si sabemos renunciar al saber: "Hecho un ovillo, erizado de espinas, vulnerable y peligroso, calculador e inadaptado". Hablar de la poesía, como sostiene Derrida, implica tener conciencia de la renuncia a una erudición imposible de dejarse atravesar por el aguijón de lo poético. De la conciencia de la imposibilidad de definir este "erizo" , de apenas recortarlo en sus bordes fugitivos, rescatamos la idea de la brevedad, de la economía. El tránsito "de un derrotero concluyente repetido" , de la metáfora cristalizada, no deja de señalar ese acontecimiento único, de memoria y de corazón. Una forma absolutamente única, un acontecimiento de intangible que nos atraviesa mediante ese dictado de la lengua. Dice Derrida: "el deseo de lo mortal despierta en ti el movimiento contradictorio (...)coacción aporética de proteger del olvido eso que al mismo tiempo se expone a la muerte y se protege – en una palabra, la habilidad, la retirada del erizo como un animal hecho un ovillo en la autopista". El recuerdo se expone a su propia destrucción a través de una palabra que borra fijando, inacabada cadena significante, que se plasma en la palabra de Riestra en los códigos cambiantes: "Qué hacer a qué dioses llamar/ cuando hasta las palabras/ se subastan al tráfico de las influencias/ cuando el alma se mide por rating"; en la mutación histórica: "advertencias apocalípticas/ aunque era hasta agradable /el espectáculo de luz y sonido"; en la sensibilidad social: "Las verdes colinas del África / son ahora corredores de muerte" .

Tal vez también, frente a tantos fines, con la estrategia de toma de la palabra y de cuestionamiento al sesgo sobre el lado más "duro" de la contemporaneidad, frente a tantas muertes reales y simbólicas, se advierte el despeñarse del propio yo conocido, se escuchan los avisos de mortalidad yourcenarianos. Y significativo es este concluir de Riestra: "Renovar la cédula de identidad/ para qué para quién / a cuenta de qué/ ajustarnos fijarnos por diez años (...) Mientras tanto/ me darán por no existente/ estaré dada de baja/ en una lista de muertos/ en suspenso". Nos llegan, finales, las palabras de Yourcenar: "Como el viajero que navega entre la islas del Archipiélago ve alzarse al anochecer la bruma luminosa y descubre poco a poco la línea de la costa, así empiezo a percibir el perfil de mi muerte"[10]. Estrategia escritural, duelo por la pérdida, transfigurado en palabra creadora.

Referencias:

[1] Sylvia Riestra. Entre dos mares.  Montevideo: Caracol al galope, 2002. Pág. 50.

[2] Sylvia Riestra. Palabras de rapiña. Pág. 25.

[3] RAE. Madrid: Espasa-Calpe, 2001.

[4] Concepto manejado por Josefina Ludmer al referirse a Sor Juana en  González , Patricia y Eliana  Ortega (eds.). La sartén por el  mango. Rep. Dominicana: Huracán, 1984.

[5] Sylvia Riestra,. Ocupación del miedo. Montevideo. Univ.de la R.O.U.,1987

[6] Sarlo, Beatriz. Tiempo pasado. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005.

[7] Sarlo. op. cit. Págs. 13, 18-19.

[8] Sarlo. op. cit., Págs. 163,166.

[9] Richard, Nelly. Masculino/femenino. Prácticas de la diferencia y cultura democrática. Chile: Fco. Zegers, 1993.

[10] Yourcenar, Marguerite. Memorias de Adriano. Trad. de Julio Cortázar. Bs. As., Sudanericana. 1981.Pág. 11.

Lic. Claudia Pérez. 
Profesora de Literatura de la Escuela Municipal de Arte Dramático "Margarita Xirgú".

Ir a índice de Ensayo

Ir a índice de Pérez, Claudia

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio