Ponencia presentada en el XIII Congreso Nacional de literatura argentina San Miguel de Tucumán, 15, 16 Y 17 de agosto de 2005 Lic. Claudia Pérez. |
El sesgo ajeno: el “maligno arañazo de amor” entre el mundo de la madre y lo simbólico. Una lectura de En breve cárcel, de Sylvia Molloy. |
El
presente trabajo estudia una perspectiva de lectura de la novela que
pretende develar la presencia de contenidos temáticos como la
deconstrucción de la identidad y el tópico de la destrucción del amor
en un posible topos conceptual de “literatura lesbiana” o literatura
de lesbianas. Una
novela de travesía interior, descensus
Averno, un personaje
femenino encerrado en una “cárcel de amor” reviviendo su pasado y
presente mediante el acto de la escritura.
El texto de Quevedo: “En breve cárcel traigo aprisionado /con
toda su familia de oro ardiente,/el cerco de la luz resplandeciente,/y
grande imperio del amor cerrado” , primer epígrafe dela novela de
Molloy, recuerda el texto
de Diego de San Pedro de 1492, Cárcel
de amor, y su espacio alegórico, con el encarcelado en su silla de
fuego y las dueñas lastimeras traspasando la frente de la víctima. Diálogo
de Molloy con una tradición literaria lesbiana que leemos no desde la
pretendida universalidad del sentimiento amoroso canónico sino desde su
decodificada especificidad. ¿Es posible separar los hilos del entramado
temático que remitan a una esencialidad
femenina, masculina, de matriz histórica lesbiana, o identidad
descentrada postmoderna, fragmentada, como también concebir estabilidades
provisionales que permitan la consiguiente
seguridad momentánea, articulando con el concepto performativo de género
de Judith Butler? Se parte de
“la fisura, la duplicación, la promesa de un espacio intermedio, limbo
donde la vaguedad persiste suspendida” (Molloy.
En breve cárcel. 1998:14) ,
quiebre negado y
aceptado, “una nueva fisura que esta tarde acepta...en la que sospecha
un orden”, limbo de exiliado que se transforme en tierra
firme, parentesco con el margen, el borde.
Personajes como Renata y la protagonista buscan el arraigo
imposible: “para Renata el destierro era un lugar, para ella una falta
de reposo” (EBC:120). La identidad presupone unicidad y permanencia,
discurso iluminista del autocontrol razonador. La protagonista debe elegir
entre dos mandatos, mitopoéticamente presentados en el“sueño
curioso” de las dos Dianas: la cazadora o la de Efeso.
Su padre-Egeo la insta a hacer el viaje para ver a Artemisa a
Efeso. La protagonista piensa en “la monstruosidad de los pechos múltiples
y abundantes” de la faceta de la diosa dedicada a la protección de la
fertilidad y prefiere a la
otra, “la cazadora suelta, no inmovilizada por un pectoral fecundo, pero
para esa figura no parece haber santuario estable. Sí la deleitan los
pechos de esa otra Diana, pequeños y firmes” (EBC:75-76).
El mandato paterno y la revuelta hacia la cazadora y lo inestable,
armonizado más adelante como una búsqueda hacia la pacificación
interna: “Adivina un camino
ambiguo entre las dos Dianas (...)Con Diana, hacia Diana, a través de la
multiplicación y lo contradictorio, quiere verse en una consonancia”
(EBC:148). Los rasgos del
binarismo genérico están arraigados internamente en el personaje, efecto
de la violencia simbólica ,“douce,
insensible, invisible pour ses victimes mêmes, qui s’exerce pour
l’essentiel par les voies purement symboliques de la communication et de
la connaissance”, (
Bourdieu, 1998:7) que
impide develar el proceso que ha dado a la construcción de género su carácter
arbitrario, contingente, “el poder hipnótico de la dominación”(Woolf:129). Un
paradigma conceptual usado para demostrar algo que está inserto ya en
aquel, trampa metodológica, en las prácticas sociales, que legitima el
“orden de las cosas”, inmensa maquinaria simbólica que tiende
a ratificar la dominación masculina sobre la que se funda: división
social del trabajo, de actividades, de momentos, espacios, estructura del
tiempo. Virginia Woolf desarrolla el concepto de androginia, que la posmodernidad
recoge, y la define como el
“equilibrio y dominio total de rango emocional, que incluye elementos
masculinos y femeninos” (Toril Moi, 1995:15).
La conciencia dominada, fragmentada, contradictoria es el espacio
mental del subalterno. La virilidad aparece como una
noción relacional, construida en torno al miedo a lo femenino como
a lo débil, lo oscuro, lo indefinido. “Aprendió de chica a controlar
la zozobra, a negar cuanto pudiera llevarla del lado del desorden(...) sí
sabe que su necesidad de
reglas era tal que una vez preguntó si para rezar había que pensar en
Dios- en la cara de Dios- o pensar en las palabras que decía. (...)
Reconoce que sigue atenta a esos comportamientos prestados” (EBC:28),
identificación con el rol masculino paterno, todas las facetas que se
apartan del canon, se revelan como posible desafío, requieren contención y ajuste: “Sara cuando se empeñaba en
ubicar de modo absoluto todas sus proyecciones en un rectángulo de género”
(EBC:34). Autoinspección deconstructora de los mandatos, evidenciadora de
la importancia fundante de la mirada de los otros en la construcción de sí:
“Está en cama, enferma (...)se siente débil, le falta el dictamen
ajeno que le imponga la enfermedad: la voz y la mirada de su madre”
(EBC:100). En constante interacción, sin límites precisos, ambos
dominios construyen un ser fluctuante que trata de auto delimitarse. Con
el segundo epígrafe a la novela, texto de Virginia Woolf, se está
aludiendo al movimiento constructor del afuera hacia el adentro: “los
ojos de los otros son nuestras prisiones; sus pensamientos, nuestras
jaulas.” El
otro descubre un ser
que constituye mi ser sin “ser para mí”, mediador entre yo y yo
mismo, expone mi yo a la mirada y al juicio. Descubrir una mirada es tener
conciencia de ser mirado: “De pronto se da cuenta de que Vera la veía
mucho mejor a ella que ella a Vera. Vera estaba a contraluz, tenía para sí
la claridad de la tarde; ella, en cambio, cegada por esa luz y por ese
cielo, sólo veía perfiles, sombras” (EBC:39).
La mirada es un intermediario
que me conduce de mí a mí mismo y
a la vez es enajenante, objetualiza. “En la experiencia del
mirar, al descubrirme como objetividad no-revelada, experimento –directa
y conjuntamente con mi ser – la inaprehensible subjetividad de otro”(
Sartre, 1961:79). La confrontación entre yo y el otro y la construcción de ese yo se explicita en el plano del amor interpersonal: “Vera mira rara vez a la gente en los ojos(...) Los ojos esquivos bajan, se vuelven sobre la persona de Vera como para confirmarla: por fin levanta la mirada mientras que su voz le dice que acepta, que irán donde ella quiera, con inusitada sumisión” (EBC:99). Agonismo, el “yo” se presenta como lugar de desgarramiento y transformación dolorosa e íntima. “Más de una vez ha soñado con despellejamientos, con su propio despellejamiento.(...) ve en cambio a un muchacho enfermo que tiene de la cintura para abajo el cuerpo despellejado, y a ella le ha tocado conservar la piel inútil de él. (...)Cuando ve la fusión de los dos, del despellejado y de ella misma... aparece un escenario: dos figuras bailan, representando los dos papeles y ella, ya espectadora, no se siente afectada” (EBC:16). La escisión se produce en la diferenciación sexual como base establecedora de lo social. Escenario y espectadora distancian, evidencian y apaciguan. El espacio de lo nombrado aparece regulado por el binarismo. El
pensamiento de Julia Kristeva distingue lo Imaginario y lo Simbólico como Semiótica y Orden Simbólico. La interacción entre
ambos campos constituye el proceso de significación. Orden Imaginario
lacanianamente corresponde al período pre-edípico, en el que el niño se
cree una parte de la madre y no percibe separación entre él y el mundo.
La crisis edípica es la entrada en el Orden Simbólico. Tanto Kristeva
como Irigaray se alejan de premisas lacanianas. La
pérdida del cuerpo maternal y del deseo de unidad imaginaria con ella
provoca la represión primaria e inaugura el subconsciente.
Madre apenas nombrada
en la novela, repetida en la
galería de personajes femeninos, la serie posterior del amor. Madre como ser concientizado a lo largo de las edades y la
Madre arcaica, no apaciguada. El retorno oceánico simboliza ese deseo:
“ Juega a atacar el mar (lo sigue haciendo), atraviesa la rompiente,
necesita encontrar ese lugar preciso donde surgen las olas y se mantienen
suspendidas, tan lejos del fondo, antes de desmoronarse. Ella se busca y
encuentra allí, es parte de esa inmovilidad única (...) Simplemente con
el agua, con el mar violento ”(EBC:61-63). En el agua, en esa “muerte
oceánica” del deslizamiento fuera del pensar, desaparecen los signos de
la discriminación, del discernimiento.
“Yo quería –madre, hermana, amante- que estuvieran conmigo, yo
no vivo sino por ustedes.” (EBC:145). La serie amorosa, sin escisiones
obligatorias en el mundo lesbiano, traza sin rupturas una línea de lo
femenino superponiendo roles y figuras. La semiótica, para Julia
Kristeva, como disciplina de transformación, está vinculada a lo pre-edípico,
a los impulsos anales y orales, heterogéneos y contrarios, que suscitan
modificación en el plano simbólico, destrucción, cambio. El caudal de
impulsos desemboca en la cwra platónica
(espacio cerrado, matriz), que Kristeva
articula volviéndolo provisional, móvil.
Al quedar reprimido en la fase edípica, se percibirá como presión
impulsiva sobre el lenguaje simbólico en contradicciones, silencios,
rupturas. La cwra (Timeo) se convierte en la fuerza destructora y heterogénea
del lenguaje, por lo tanto creativa y alteradora del orden.
Desconfía de la identidad fija, proponiendo en cambio definiciones
relacionales y estratégicas. Definiendo
un espacio anterior al Edipo con la madre omnipresente,
para la niña puede
haber dos caminos :
identificarse con la madre, intensificando componentes pre-edípicos y
quedando marginada del orden simbólico o identificarse con el padre,
creando una identidad que deduce del orden simbólico.
No obstante la feminidad para Kristeva se construye en una serie de
opciones, subrayando la diversidad de los femeninos.
Molloy “extraña”el
lesbianismo, no lo estigmatiza, una mansa aceptación incuestionada
recorre el texto. Si hay espacios aún ocupados en el closet, están más
ocultos en los pliegues del yo. Su novela elude el problema de la injuria
social, como enunciado
performativo, como acto del lenguaje que asigna a su destinatario un lugar
determinado en el mundo, que provoca la “presentación de sí”,
planteado por Ervin Goffman.
El coming out , la salida del closet,
puede emparentarse a la
“elección original” de Sartre. Un “personaje fantasma” que
obsesiona al homosexual, es él mismo bajo la mirada de otros,
inferiorizado dentro del orden sexual: “todo gay debe ‘tomar
partido’ algún día y escogerse a sí mismo o bien renunciar a su
libertad para aniquilarse como persona ” ( Eribon, 2001 :157). El
pensamiento convencional lesbiano
se apodera de las categorizaciones de lo femenino, y una expresión es lo
oblicuo, lo sesgado: “en
el cuarto en el que están hay una alfombra de lana blanca y un sillón de
cuero negro y de palo de rosa(...) Le molesta además la posición de ese
objeto, desviado de la pared, resueltamente al sesgo.(...)le urgía la
necesidad de enderezarlo (...). No le gustan los sesgos ajenos”
(EBC:45). El “sesgo ajeno” impide
aceptar la conciencia del otro, en este caso de Vera, un otro indirecto,
complejo, “femenino”, ingobernable por el personaje desde su lado
“masculino”; el sesgo da
ventaja. Rasgo asociado a la
a invisibilidad convencional y “treta del débil” (Ludmer, Josefina.
“Las tretas del débil” en González, Patricia y Eliana Ortega (eds.).
La sartén por el mango. Rep. Dominicana:ed. Huracán,1984) ,
invisibilidad originada en la
presunción de la percepción visual de deficiencia para la mujer,
idea de la castración que puede interpretarse para Luce Irigaray
como proyección del miedo a la castración propio de los hombres. Castrar
a la mujer es inscribirla en el mismo deseo, un pensamiento de estructura
especularia. Atrapada en la lógica especularia, la mujer puede permanecer
en silencio, balbuceante hacia la toma de la palabra logocéntrica, o
pugnar en la categoría de la
falta. La
representación del placer femenino está codificada de acuerdo al
masculino, consideración genitalizada,
inscripta en un cuerpo definido culturalmente invalidando la jouissance
múltiple de una mujer compuesta
por muchos órganos de disfrute,
tacto múltiple, difuso, silencioso que socava la unicidad y la
jerarquía y remite a un esencialismo propio de la crítica feminista de
los 70, presente en este diálogo
teórico ficcionalizado. La
percepción erotizada de las manos en la novela de Molloy evidencia estos
códigos invisibles: “Recuerda, hoy sí, las manos de Vera, las que
acariciaron a esa mujer, las que también la acariciaron a ella. Manos
cuidadas, algo redondeadas, suaves: manos de otra época” (EBC:41). Y más
adelante:“ hoy recorre con los dedos, una y otra vez, una de las ranuras
del brazo del sillón en que está sentada; siempre la misma ranura, como
si quisiera ahondarla, marcarla con sus uñas cortas y fuertes”
(EBC:89), sillón que la contiene o le molesta,
obsesivamente recorrida ranura que quiere “marcar” en un
intento posesivo reiterado de su combate con Vera o con Renata, mano como
objeto sexual productor de placer : “ atracción por las manos, hoy sólo
las suyas: quisiera pensar que son buenas, que apaciguan y dan placer como
la mano de una mujer que, una noche en una fiesta, le acarició la cabeza
y le tomó el mentón cuando se despidió de ella(...)Y hoy le duelen las
manos (...)La mano que un día se acercó a Vera, la mano que ya no
acaricia a Renata” (EBC:107). Gestos abismados y ambiguos,
el énfasis en la “atmósfera” de los vínculos,
lo físico entrelazado con lo emocional
como característica definitoria del amor lesbiano en su presentación
canónica hasta los lesbianismos postmodernos.
Tipificación que hace Molloy de los distintos tipos de parejas de
su protagonista : Vera, conquistadora, narcisista, Renata, seducida,
dadora, generosa. Atractivos corporales señalados en
las mujeres, las manos, la espalda, desplazan modelos
estereotipados de descripción de belleza: “Cruzaba las calles mecánicamente,
pensando sólo en la piel muy blanca de Renata” (EBC:50). Cuando el
discurso lesbiano se apodera de visiones construidas sobre el cuerpo
femenino, ¿lo hace realizando la parodia deconstructora de
los roles sexuales o deslizándose
hacia la voz masculina para amar lo femenino? ¿cómo se configura
el closet imaginario que sobrevuela este discurso poético?. Sosteniendo
el constante pasaje entre la identidad y los roles de género, leemos en Solitario
de amor (Cristina Peri Rossi
,1988: 98) : “accediendo
a tu interior, lamido por tus jugos, acunado por tus mucosas, abrigado por
tus tejidos húmedos, calentado por tu ardor, abrazado por las paredes de
tu sexo (...) soy el tronco hundido en la matriz, soy el árbol terciario
nacido en la caverna, soy el arado que abre la tierra, soy el mástil en
la barca que se mece y se mece”.
La escritura morosa, “femenina”, expandida y periférica en la
redundancia matizada, reveladora de diferencias imperceptibles se une a
una deliberada adopción de voz masculina por parte del narrador.
Peri Rossi juega con este movimiento
de roles, pero ¿no indica, en última instancia, una incorporada
necesidad desde lo simbólico de retomar el orden existente y las imágenes
socialmente aceptadas por habituales que hacen de la penetración un acto
masculino, remitiendo a un orden de prácticas binarias?
El
personaje muestra una distancia entre el placer y ella misma: “La
ceremonia solitaria que cumplía con regularidad era un acto placentero y
vacío(...)Ve su mano en su sexo (...)el contacto la satisface pero ella
por fin está desligada, observa en detalle lo que no logra comprender del
todo” (EBC:108), un desligarse unido a la obsesión por
reflexionar: “quiere recrear, no disecar, y no lo
logra”(EBC:121). También el placer está ligado generalmente a actos de
violencia, a la indiferencia
al placer y al dolor. Los
gestos de ternura, resaltados como momentos aislados, un instante plácido
con Renata al volver en automóvil de un viaje: “Recuerda que se
acostaron sobre un pasto incómodo, protegidas por una tricota de Renata,
que hicieron el amor en ese desierto verde sin límites” (EBC:123). El
“maligno arañazo”, gesto felino y oscuro, se hará justamente luego
de un acto de entrega: “Nunca se sintió,
hasta tal punto, entera y ella misma cuando se vio agotada junto a
Renata, ya dormida, mientras entraba de pleno la luz del día” (EBC:53)
que permite unidad ante el sueño ajeno del otro :
“ cuando la conversación empieza a decaer, y sólo quedan
miradas, gestos y una cama pequeña en la que no podrán verse la espalda.
Nunca tocó una piel, la piel de otro, como esa noche.”(EBC:53),
beatitud de esta intimidad
por compartir, no la piel suya despellejada, sino la blanca de
Renata, hasta
el movimiento hostil: “se sentía a la vez vaciada y
compartida” y el reclamo por la ausencia y el temor que propician el arañazo:
“las dos frases que Renata no le perdona. Que creía estar enamorada de
ella, que necesitaba su cuerpo, que –sí-
la quería. Y al mismo tiempo: sin duda dentro de un tiempo se
volverían a ver, simplemente como amigas ” (EBC:54). Modo de naufragar
y prever el fracaso, controlar sobre
la incertidumbre y la inseguridad preparando la derrota afectiva,
anteponiendo el tiempo a la
imposibilidad, la consabida historia del fracaso. Al decir de Marguerite
Duras: “Ainsi
cependant vous avez pu vivre cet amour de la seule façon qui puisse se
faire pour vous, en le perdant avant qu’il soit advenu”
(La maladie de la mort.1982). Renata
comprende la demanda de violencia: “ ante la imperturbable fidelidad de
Renata (...)le arrojó una noche, en la cara, un anillo que le había
regalado y una ristra de injurias (...)le contó con minucia cómo se había
acostado con otras” (EBC:57-58), Renata pasiva la que tolera las
consecuencias de las heridas de Vera, la que conoce el “desorden
interior” del personaje y cumple el requerimiento oculto y
solicitantemente erótico del personaje de Molloy que hace emerger el
disfrute: “ Sin mirar se acerca a ella, la desnuda
(...)La obliga, eso sí, a
permanecer de pie junto a la mesa, a no abandonar en ningún momento
-Renata, que nunca le ha pegado, la golpea cuando ella se siente
desfallecer- la posición que
adoptó cuando comenzó a hablar ” (EBC:58). Alusión al mito del mundo
“endiabladamente” complicado de las relaciones femeninas. “Las
mujeres son implacables entre sí; intrigan, se provocan, se persiguen, se
encarnizan y se arrastran mutuamente al fondo de la abyección(...)entre
dos amigas hay una sobreestimación de las lágrimas y convulsiones y sus
insistentes reproches y explicaciones son insaciables” (
Beauvoir,1985:167). En
ese juego de roles, Vera se hace eco de un aventurismo sexual identificado
con la actitud tradicionalmente masculina que puede ser explicada como
“un esfuerzo inconsciente de reclamar y someterse a una madre
todopoderosa” (Giddens, 1998:131), en clave de parodia butleriana. La
sexualidad plástica, como desjerarquización
de los órganos sexuales y
del concepto de erotismo, sexualidad “reintegrada en una gama amplia de
objetivos emocionales”, en
el sexo interfemenino como
erotización múltiple,
dimensionada sin exclusiones morales: “Si el placer sexual fuese
medido por la respuesta orgásmica –un dudoso índice, como muchos han
dicho, pero seguramente no desprovisto de valor cuando se evocan las
privaciones sexuales sufridas por las mujeres en el pasado- , el sexo
lesbiano aparecería con mayor éxito que la actividad heterosexual
(Giddens, 1998:182). Al
comentar La condesa sangrienta
de Alejandra Pizarnik, Molloy escribe: “El hecho de que haya que
imaginar la sexualidad en su
‘máxima violencia’ para lograr la ruptura, la manifestación
de la lesbiana, revela, proporcionalmente, la violencia con que ha sido
reprimida. Que la manifestación de la lesbiana en La condesa sangrienta sólo puede ser concebida como transgresora,
como un erótico estertor de muerte, y sólo filtrada a través de los
estratos de un cuento gótico de vampiros dos veces leído, muestra la
magnitud de esa represión, la resistencia del closet
de Pizarnik” (Molloy, 1998:367). ¿La
violencia con que el personaje de En breve cárcel frustra una y
otra vez las relaciones interpersonales, impidiendo su disfrute, la
imposibilidad de amar cuando se es amado y recién hacerlo cuando se es
abandonado es el espacio ocupado de su closet? ¿Qué influencia
tiene la ausencia de modelos o rituales sociales en la internalización de
la marginalidad, y especialmente en esa generación?
Una melancolía, llamada de “género” por Judith Butler,
procede del duelo nunca terminado por perder formas de vida de los
heterosexuales y un modelo de integración social y de aceptación. Pierre
Bourdieu lo ha llamado “miseria
de posición” (Eribon,2001:60). El personaje de la novela parece
reconsiderar teorías al detallar también la burbuja íntima de una
pareja al lado de Renata: “
Diseca, sí, con la mirada fija en un cuarto de enfrente, iluminado, donde
comen pacíficamente y con la indiferencia que produce el
acostumbramiento, una pareja (...) mientras Renata duerme adivina los mínimos
reproches, las discusiones superficiales, la pequeña complicidad que ella
nunca ha conocido porque nunca ha vivido con nadie” (EBC:155-156).
La condena es la soledad: “Desamparada, se aferra a las páginas
que ha escrito para no perderlas, para poder releerse
y vivir en la espera de una mujer que quería y que, un día, faltó
a una cita. Está sola, tiene mucho miedo” (EBC:156). La tentación de
la interpretación autobiográfica vincula estas palabras finales de la
novela con una respuesta de la escritora: “Una
última pregunta: Sylvia, ¿para qué sirve una novela (propia)?:
‘Para no estar sola ’.”
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