Reciprocidad |
No nos afiliamos a la idea así, lisa y llanamente de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo que sucede es que, a la luz de una valoración subjetiva, como indudablemente supone evocar hechos y sucesos ocurridos en los buenos años de la juventud, el resultado confirma esa aseveración. Lo que seguramente no admite opinión en contrario es que todo tiempo pasado fue distinto, pautado por aconteceres propios y particulares cuya evocación se hace interesante y en muchos casos suele dejar saldos positivos. Nos ubicamos cincuenta años atrás en un Canelones que apenas superaba los diez mil habitantes, con dificultades de todo orden para transitar los cuarenta y cinco quilómetros que le separaban de la capital del país, cuando el que viajaba a Montevideo era noticia en las páginas sociales de la prensa local y en algunos casos hasta recibía la demostración amistosa de una despedida en el marco tradicional de una mesa servida. Hoy medio Canelones concurre todos los días a la capital. Aquel panorama traía aparejado algunas circunstancias especiales: Existía un alejamiento total y absoluto de nuestros vecinos con toda la vida capitalina, tanto en el orden social y cultural, como educativo o de cualquier otra especie. Como contrapartida se daba el hecho de vivirse en Canelones una existencia más localista y cerrada que, aunque aldeana, señalaba perfiles propios y una identidad muy definida. Resumiendo: Allá por los años treinta existían abismales distancias entre la gran urbe capitalina y el pacífico solar canario. No era de extrañar, pues, que se organizaran desde Montevideo excursiones a Canelones. Pionero del quehacer resultó un popular animador radiotelefónico: Agustín Pucciano, responsable de la emisión de un programa matutino dominical que barría con toda la audiencia: "Mañanitas del Campo". Componía el mismo una suerte de rubros variados asistidos todos por el común denominador de ser esencialmente populares. Era un programa orientado hacia los más, a ese enorme conglomerado de pueblo "sensible a risas y lágrimas" que lo había aceptado unánimemente. Alternaban tangos, milongas, rancheras y pasodobles; música nativa; payadas en las que se satirizaban los aconteceres políticos y sociales; humor con "tanos" y "gallegos" conforme a la integración predominante de las familias de inmigrantes; fútbol con un enfoque hinchista y provocador para acentuar más las clásicas pero fraternas diferencias familiares; etc. Campeaba la pegadiza y canora presencia del acordeón y guitarras que daban a la audición un clima permanente de fiesta y algarabía. No se recuerda nada que halla despertado tal adhesión. No es exageración decir que un domingo, quien caminara por Canelones podía seguir el desarrollo contínuo del programa por los receptores que tenían encendidos los vecinos con el volumen de voz aumentado como para pregonar hacia fuera esa sana y contagiante alegría. Cabe acotar, obviamente, que en la época no existía la televisión; los japoneses no habían invadido el mercado con sus "Spikas" portátiles y transitorizadas y era la radio de lámparas el principal medio de comunicación y entretenimiento. Pero volvamos a las excursiones a Canelones. El lugar que "Mañanitas del Campo" elegía para su paseo significaba un acontecimiento extraordinario. No sólo por la visita de caras nuevas a la pueblerina existencia sino por la llegada de muchas veces un millar largo de personas, de paseo, despreocupadas, con el ánimo de divertirse y en actitud francamente consumista. De manera que el "pic-nic" del programa montevideano era siempre ansiosamente esperado en Canelones. Como el lugar más apropiado era el prado, los concesionarios de bares en el paseo invocaban a sus deidades predilectas para recibir el favor de tan grata y beneficiosa visita. Aquel domingo se esperaba la excursión. Alfredo y Francisco -establecidos en el Parque Artigas con bares, distanciados por unos pocos metros, habían tomado sus precauciones; el stock de bebidas y alimentos que presumiblemente podría consumir la visita y el hielo que en la época suministraba la Cervecería del Uruguay monopolista del gélido elemento. La mañana amaneció fea. Algunos chubascos hicieron presagiar un día triste y sombrío muy poco apropiado para una actividad al aire libre. Próximo al mediodía el tiempo no había mejorado y se desconocía la suerte de la excursión. Se barajaban informaciones contradictorias sobre si la misma se llevaba a cabo o había sido suspendida. Cansado por la espera Francisco cruzó al recreo de Alfredo y pidió una caña la que pagó con una moneda de a medio, (cinco centésimos),bebió de un trago y volvió a su puesto. Pasaron cinco minutos y Alfredo cruzó al comercio de Francisco, pidió también una caña y pagó con la misma moneda que, momentos antes, le había dado su compañero de infortunio. Como el tiempo pasaba y la excursión no llegaba la escena se repitió muchas veces, a tal punto que a las dos de la tarde los baristas casi no se podían tener en pie. El mismo medio en su continuo ir y venir había servido para consolarles. "Mañanitas del Campo" no vino ese domingo a Canelones. Dicen que en la tardecita, lloviendo a cántaros, vieron subir hacia la plaza a Francisco y Alfredo, tambaleándose, muy juntos, como apuntalándose para le difícil tarea de remontar un repecho que un "pic-nic" frustrado había hecho más "empinado" aún. |
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