La gallina malograda

 
Los que hoy ven remodelado y acondicionado al viejo "Teatro Politeama" no conocen el historial de esta sala de espectáculos que el entusiasmo y empuje empresarial de los Groleros, Monserrats y Romanos legaron al duro combate de las realidades el sábado 26 de marzo de 1921. No tienen idea, seguramente, que la sala constituyó, durante mucho tiempo, el centro predilecto de la sociedad canaria, donde se exhibían los últimos éxitos del celuloide -fraccionados en actos- obras teatrales, funciones de variedades, conciertos y hasta circos, puesto que su piso desmontable y la amplitud del escenario permitían la presentación de este tipo de espectáculos.
No deben tener idea acaso de que aquí se presentaron actores de la talla de Santiago Arrieta, Gómez Cou y Carlos Brusa; cantantes como Mercedes Simone, Miguel de Molina y Aceves Mejía; cómicos como Eduardo Depauli, Nípoli, el dúo "Buono-Striano" y Juan Carlos Mareco (Pinocho), declamadores como "Berta Singerman, Vitureira y Marcial Manen; orquestas; compañías operísticas, de zarzuelas, y toda suerte de espectáculo artístico de mayor o menor relevancia, que se hubiera conocido dentro del país o que procediera del extranjero.
Pero no constituyó la vieja sala -hoy incorporada felizmente al patrimonio comunal- una nueva empresa comercial identificada exclusivamente con llenos de público y buenas recaudaciones, fue receptiva, muchas veces a pérdida, de cuanta inquietud localista aflorara en el pueblo bajo la forma común de una velada benéfica para la atención de las múltiples necesidades del medio.
Al Politeama llegaban pues, los espectáculos mayores de actualidad y las expresiones propias de la comunidad.
No quiere decir esto que las funciones hubieran respondido siempre a un buen nivel o a un mínimo de calidad artística,. En muchas oportunidades los que ya habían enfrentado al "respetable" en la capital del país con escaso éxito, emprendían la gira reparadora por el interior y la primer escala estaba dada, seguramente, por Canelones y el Teatro Politeama.
Sucedía frecuentemente que artistas de poca monta, sin mayores valores, de los que enfrentan el trabajoso camino de vivir sin trabajar, escasos de méritos y talento, arriban a estos lares para ofrecer su espectáculo en la vieja sala teatral. Ilusionistas, magos, zapateadores, tragasables, bailarines, músicos, recitadores, prestidigitadores y cuanta suerte de profesiones existentes en el ilimitado mundo de la escena, se mostraban en el Politeama con éxito variado, obviamente.
Una fría noche de invierno del treinta tantos llegó al teatro, precedido, según se expresaba, de una gran fama y prestigio adquirido en Oriente, un mago que entre otras habilidades ostentaba la de practicar hipnosis con hombres y también con seres irracionales.
El público no llegaba a quince personas por lo que el artista, para darle un poco más de calor a la función, tuvo la feliz o infeliz idea de invitar, sin cargo, a algunos de los muchachones que desgranaban su ocio nocturno mirando alguna mesa de casín en el café de "La Vaca Negra" 
El espectáculo comenzó cuando el artista vistiendo satinado atuendo, al estilo hindú, turbante y pedrería incluidos, provocó la aprobación de la concurrencia ingiriendo vidrios, hojitas de afeitar y otros elementos por el estilo.
Los aplausos no se mezquinaban, sobre todo por parte de los que habían entrado sin pasar por boletería que pretendían pagar, con su ruidosa adhesión, el delicado gesto del artista de invitarles especial y desinteresadamente.
Algunas gárgaras con fuego y la función desembocó en el promocionado número de hipnosis, el fuerte del espectáculo. Comenzó durmiendo como a un tronco a uno de los asistentes que, por coincidir con un invitado, hizo alentar en el resto del público la sospecha de una actitud complaciente y colaboracionista.
El mago puso sobre una mesa una robusta gallina que había sacado de una caja prolijamente forrada. La miró fijamente y el animal quedó profundamente dormido. Prometió que le sacaría del trance al final de la función.
La segunda parte fue también muy festejada. Pese a todo el público no desviaba sus ojos del animalito que en una punta del escenario esperaba, como el Lázaro bíblico, la orden de "levántate y anda".
Cuando llegó el momento había una gran tensión en la sala. El artista luego de promocionar los valores de su número con la seguridad del que hace algo en lo que nunca puede fallar, de espaldas a la gallina, dijo: "Catalina. Vamos!" al punto que hacía chasquear sonoramente sus dedos.
Sorpresivamente: nada.
Volvió a repetir la señal y tampoco obtuvo respuesta.
Una, dos, diez veces más y nada. La bataraza inmóvil parecía dormir el sueño de los justos.
El artista comenzó a transpirar y el público a inquietarse. Por último la actitud de los espectadores se convirtió en abiertamente hostil y desaprobatoria. Curiosamente, los que más vociferaban y pedían la cabeza del mago, fueron los que habían venido sin pagar.
El hombre huyó rápidamente con su atuendo oriental llevándose lo que pudo de los elementos con que armaba su función.
Sobre un rincón del escenario la gallina seguía inmóvil.
Lo que el artista no supo en su presurosa despedida es que su número fuerte había fracasado porque el Toto Icardi -uno de los "invitados"- en el entreacto, cuando estaba dormida, había torcido el pescuezo de la bataraza.
Tampoco llegó a conocer que ésta había terminado su actividad artística y trashumante existencia en un suculento puchero que los invitados del Politeama habían organizado a media noche, en un rancho de la Calle Ancha.

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