"Con vos, ni al fobal"

 
La conquista no siempre significó para el país un factor negativo. En muchas oportunidades trajo a esta aldeana comarca usos y costumbres que gustaron, se enraizaron en el medio y hasta pacientemente se llegaron a asimilar los cambios y adaptaciones que éste le impulso.
Uno de los casos notables está dado por el más interesante, versátil y emotivo juego de naipes que por estas latitudes se conociera: el truco.
Típica y auténticamente nuestro - en la versión que conocemos -sus orígenes se ubican en España, donde se le identificaba como el "truque". Los hispanos le habían recibido, a su vez, como herencia de los árabes.
Ya en el Río de la Plata se conoció como "truquiflor" derivándose en una suerte de juegos más o menos parecidos tales como "truco ciego", "truquillano" (conocido también como porteño o argentino), "truco hasta el siete" y "truco hasta el dos". Esta última modalidad se debe a la intervención vernácula que, aunque complicando el modo original, lo hizo mucho más entretenido e interesante. A los orientales se debe la novedad de la carta de muestra y la presencia de las denominadas piezas que constituyen en el juego las cartas de mayor valor.
Dice Juan Carlos Guarnieri en un calificado estudio que fue "hijo de las pulperías e hijo de los campamentos guerreros que lo apadrinaron. El truco lleva en su desarrollo mucho de lo que fue el gaucho y aún de lo que es hoy nuestro campesino psicológica y espiritualmente. En el se ponen de manifiesto su astucia proverbial de hombre libre y primitivo, su socarronería, su valor y sus clásicas "agachadas" y "picardías".
Partida de amigos, generalmente no admite otras apuestas que la clásica copa de licor por lo que no le ha llegado aún, la actitud tahuresca, tramposa y ventajera común a otros juegos donde suele alternar el dinero. 
No obstante es un verdadero arte -lícito por otra parte- recoger y acomodar las cartas, factor indispensable para que el hombre que reparte el naipe posea información precisa sobre el juego y posibilidades de sus contrincantes.
¿Por qué el gusto popular por el truco y cuáles son las causas de su extraordinaria difusión?.
No debe darse en casi ningún juego de naipes que el factor suerte o liga -como se le llama en el truco.- tenga menor gravitación. El jugador puede ganar con buenas cartas o sin ellas. Todo radica en la forma en que administre sus destrezas atacando cuando es oportuno, tenga o no naipes de triunfo. El factor psicológico es también importantísimo: se especula sobre la modalidad de los jugadores (tendencia hacia la mentira o jugador seguro); alarde de fuerza cuando se encuentra flojo o de debilidad cuando se está bien armado; actitud pasiva e indiferente para provocar la reacción del contrario y contraatacan, etc. Hasta se da el caso de un sutil y delicado arte -conocido como el "semblanteo"- por el cual se conocen a través del rostro del jugador su liga y por tanto, su aptitud para el éxito.
A esto debe agregarse la costumbre en el uso de coplas para señalar determinadas suertes en la partida, especialmente las "flores", lo que hace del juego una verdadera fiesta de la sensibilidad y del buen gusto.
Luego de estos comentarios casi resultaría innecesario establecer que el truco no es juego de extranjeros puesto que ningún "gringo" podrá jugarlo cabalmente por más que sepa al dedillo su reglamento. Le faltaría, indudablemente, ese imponderable que supone su conocimiento e identidad con el medio, las costumbres y características de sus paisanos y todo el entorno social, político y cultural.
Don Antonio había llegado a Canelones desde Italia dueño de un oficio de pintor y albañil y de un extraordinario don de simpatía. Al poco tiempo era estimado y respetado por todo el vecindario quien le encomendaba algunas tareas propias de su especialidad con el ánimo de ayudarle a progresar en tierras tan lejanas a su pago peninsular.
Como una obligada reciprocidad Don Antonio se integraba al ambiente participando de sus gustos y costumbres. Aprendió a comer asado criollo, a jugar a las bochas y hasta a saborearse un par de grapitas antes del almuerzo o cena. Pero su participación no era total. Durante mucho tiempo miró sin entender esas memorables partidas de truco que se llevaban a cabo en el bar de la Calle Ancha en la que tanto disfrutaban participantes y espectadores.
Hombre decidido y tenaz se decidió a aprender el juego. Consiguió los buenos oficios de un amigo quién le familiarizó con el valor de las cartas, las distintas suertes y los detalles más generales del entretenimiento. Ensayó dos o tres partidas y el domingo por la mañana se fue al bar a buscar contrario.
Tuvo la mala suerte de dar con Don Manuel un veterano repartidor de la Cervecería, artero y ladino, hombre ducho con los naipes al extremo de ser considerado como un verdadero maestro en el juego.
Luego de mucha insistencia por parte de Don Antonio pactaron una partida por la grapita. Repartieron los naipes y el italiano salió a la delantera:
-"Invido" dijo:
-"No quiero", contestó Don Manuel.
-"Truco", agregó Don Antonio:
-"Eso sí, quiero -le contestó su rival- porque usted tiene el seis y el cinco de basto y la perica de oro".
Don Antonio miró sus cartas, constató el acierto, plegó los naipes, los tiró sobre la mesa y mientras se levantaba le dijo: "Con vos, ni al fobal juego..."
Una carcajada general marcó el final de la primera, última y única partida de truco en serio, que Don Antonio jugó en América.

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